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Capítulo 6

Capítulo 6

We ran down the street in the late London light

Thor observó al hombre parado a pocos metros de Lü Bu. El famoso Lü Shang, del cual el humano le había hablado, no se parecía en nada a lo que Thor había imaginado alguna vez. En su mente el hombre era parecido a Lü Bu, solo que con una personalidad quizás más suave. Pero este hombre tenía un parecido con el estratega de Lü Bu. Sus ojos eran grandes y expresivos, su cuerpo era promedio, ni muy delgado ni muy musculoso y tenía una barba corta. Era claramente más pequeño que ellos dos y el aire de calidez y amabilidad que irradiaba no lo hacía ver como el hombre que había criado a un guerrero como Lü Bu.

Lü Shang se acercó, una sonrisa cariñosa en su rostro y unas lágrimas brillando en sus ojos.

—Me has vuelto a llamar así, realmente soy un hombre muy afortunado.

Lü Shang acarició el cabello largo de Lü Bu con cariño al acercarse, pero este lo tomó entre sus brazos de la cintura y lo abrazó. Lü Shang se sorprendió unos segundos por el gesto antes de corresponder al abrazo, liberando sus lágrimas mientras sonreía encantado de tener a su hijo.

Thor sabía que Lü Bu había extrañado mucho a su padre, incluso si no se lo había dicho explícitamente. Pero en todas las conversaciones que habían tenido, cada vez que Lü Bu mencionaba a su padre su voz sonaba bastante melancólica. Él había amado a Lü Shang, su padre, el hombre que salvó su vida y el cual había perdido a una edad bastante temprana. Y luego de tantos años, tantos siglos, volvía a tener la oportunidad de verlo de nuevo.

Sintiendo que estorbaba en un momento íntimo, Thor se levantó y salió del cuarto, optando por esperar afuera a que ambos hombres se pusieran al día.

***

La valquiria Brunhilde le había hablado sobre su oponente en el Ragnarok, conocedora de su pasado con él. Ella le había dicho que lo había elegido no solo por su fuerza y astucia, sino también porque creía que era el más apropiado para luchar contra Hércules. Él sabía que ella lo eligió a propósito porque Hércules lo conocía y ese gigantón amable no sería capaz de hacerle daño cuando lo viera. Si es que se acordaba de él. La apariencia que tenía no era la misma que tuvo al momento de irse, se veía en sus treinta, en el momento en que había adoptado el apodo de Jack el Destripador.

De todas formas, William prefería ser el que luchara contra Hércules. Él sabía que sería incapaz de asesinar al señor Hércules, sin importar nada no sería capaz de hacerle daño. Incluso si nunca antes le había dicho la verdad de que era un semidios, el mismo de las mitologías. ¿Eso importaba? Él había ocultado muchas cosas y solo las confesó en el diario que les envió cuando estaba con un pie en la tumba. No era tan hipócrita como todos creían.

No sabía cómo tomaría el señor Hércules volver a verlo. La última vez que se habían visto, William había sido un joven de veinti-pocos. No se veía como el hombre de más de treinta que era ahora. Pero incluso así, estaba seguro que el señor Hércules lo reconocería al verlo. Posiblemente no por el nombre, pero sí por su rostro. A pesar de los años, William realmente no había cambiado demasiado. Incluso su voz solamente había tomado un matiz de madurez que la volvía diferente a la que conoció Hércules hacía años. No había gran cambio en él.

Se preparó para salir a la arena modificada, cambios que él mismo pidió a Brunhilde. No era para facilitar su batalla, su intención era sentirse, de alguna forma, más cercano a Hércules. Londres fue donde se conocieron, fue donde se vieron por última vez y ahora sería su lugar de reencuentro.

Londres era el pasado, el presente y el futuro de Hércules y William.

Llevando la máscara de Guy Fawkes, William entró a la arena del Valhalla, caminando por las oscuras calles de Londres. Escuchaba la voz del presentador desde arriba, dando unas palabras a su entrada y, posteriormente, preparándose para dar la entrada a Hércules.

La comparación que hacían con ambos era poesía pura. Mientras que Hércules era la luz y el bien, William era la oscuridad y el mal. Eran el clásico dios benevolente y humano despreciable. Había tantas diferencias entre ellos que sería imposible creer que ambos tenían alguna especie de pasado que los unía. Si alguno de los humanos que ahora mismo los estaban viendo desde las gradas sabían que Hércules había prácticamente criado y educado al famoso Jack el Destripador, ¿qué pensarían de él? ¿Creerían que falló en su educación? ¿O que William había sido un niño sin remedio que no apreció el amor y el cuidado de un dios tan bueno como Hércules?

A través de los ojos de la máscara, William vio a Hércules acercarse. Seguía siendo un hombre alto y ancho, pero no era tanto como en el pasado. Sospechaba que era porque cuando estaba en el mundo humano debía pasar un poco más desapercibido, pero aquí, en su propio mundo, no era algo necesario y por eso podía mostrarse tal y como era. Su cabello tampoco era tan salvaje cuando estaba en Londres, pero era de ese color rojizo que amaba. También sus prendas eran muy diferentes a las que le vio cada vez que iba a verlo en Londres. En sí la apariencia del señor Hércules era diferente a la que él había conocido, pero este hombre de aquí, este dios, era el señor Hércules. Era aquel hombre que lo salvó de su madre y lo llevó a un lugar seguro donde fue amado. Era aquel hombre que lo había abrazado y consolado en cada momento de su vida en donde lo había necesitado. Fue el hombre que rio a su lado y escuchó cada palabra que tenía para compartir.

Todavía era el hombre del cual se había enamorado irremediablemente.

Hércules no dijo nada luego de que dieran inicio a la pelea, tampoco se acercó, solo esperaba pacientemente a unos metros de distancia de William. Mientras, el humano pensaba en que deseaba quedarse con la máscara puesta, pero dejársela sería arriesgado porque no le dejaría ver demasiado y cuando empezaran a pelear estaría en desventaja.

Se sacó la máscara de porcelana y la arrojó al suelo. La porcelana se partió y sus trozos quedaron esparcidos. No hubo sorpresa en el rostro de Hércules por lo que William no sabía qué estaba pensando. Lo único que sabía era que su color dorado, ese que tanto amaba ver, había cambiado a uno más oscuro. Un dorado que en el centro parecía tener una mancha azul profunda. No le gustaba ver esa mancha en alguien con un corazón tan hermoso como Hércules.

—Jack, ¿verdad?—habló el dios.

William se sorprendió de que lo llamara de esa manera, pero no lo contradijo. ¿No era él el famoso Jack el Destripador? Luego de marcharse de Londres había vivido bajo varios nombres falsos. Jack era uno de ellos, ¿qué tenía de malo que el señor Hércules lo llamara de esa manera? No tenía que dolerle tanto como le dolía, no tenía derecho a sentirse mal por algo que él mismo se había buscado.

—Está en lo correcto, sir.

El señor Hércules bajó su arma, poniéndose en una posición vulnerable. Lo miraba, la mancha azul cada vez más grande en él.

—Realmente no quiero hacer esto. No estoy de acuerdo con hacerle esto a un humano.

Pero tenía que hacerlo porque era un dios. Y como un dios, tenía que luchar por los suyos y darles la victoria.

—Pero es su deber como dios—William sacó unos cuchillos del bolso que llevaba—, así como es el mío como humano.

Y los lanzó hacia Hércules, con la esperanza de que este gran dios los evitara. No los evitó, solo los desvió con su arma divina. Un simple golpe había conseguido dejar los cuchillos de William destruidos o clavados en las paredes cercanas. Lo que se esperaba de un dios. Lo que se esperaba del señor Hércules.

William atacó, usando los trucos que su mala vida le enseñó. Golpeó una y otra vez, lanzando los cuchillos de su bolsa. No quería hablar, no quería escucharlo hablar. No quería que lo llamara Jack, no quería ver la mancha azul en su brillante dorado. Se negaba a ver ese estado en el hombre al que había amado. El hombre que brillaba de un dorado cautivador.

No podía ver al señor Hércules de esta manera. William no era un hombre tan fuerte, nunca lo fue y nunca lo sería. Era bueno fingiendo que lo era, era bueno fingiendo que no reconocía al dios frente a él. Era muy bueno enmascarando sus propios sentimientos. Fue lo que lo mantuvo con vida, enmascarar su corazón fue su método de defensa desde que dejó la seguridad del hogar de Hércules.

No volvió a hablar con el corazón en la mano desde que se fue. Siempre siendo otra persona, siempre jugando a ser alguien más. Un hombre inglés que asesinaba prostitutas, un maestro francés, un artista errante italiano, un solitario poeta argentino. Nombres elegidos al azar que luego debía verificar en su tarjeta de identificación porque era difícil recordar quién era en ese momento. Tantas identidades que a veces olvidaba quién era realmente.

El dios no parecía interesado en atacarlo, simplemente se dedicaba a desviar los ataques de William. Los simples ataques de cuchillos voladores que iban sin un plan en mente. Lo único que William sabía era que no quería matar al señor Hércules, pero tampoco sabía cómo hacer para rendirse. No sería digno de un caballero aceptar una pelea y no esforzarse.

Pensó en esta pelea como una tragedia de Shakespeare. La tragedia de Romeo y Julieta, dos enamorados cuyas familias los orillaron a su fatídico final. Ellos no estaban siendo orillados por sus familias, pero sí por sus razas a tener un mortal final. Al menos uno de ellos.

William se movió por las calles desiertas y oscuras de Londres, las calles que alguna vez recorrió con Hércules y Megara. Sus movimientos eran rápidos y ágiles, pasando de lado a lado, como en una danza íntima entre dos amantes secretos. Tal vez eso eran, después de todo, antes de irse William había obtenido la promesa de besar a Hércules cuando finalizara su carrera universitaria.

Pero este no era un baile romántico, era una danza a muerte entre dos amantes que se habían separado por motivos egoístas. William intentaba reemplazar esta lucha a muerte con la fantasía de un baile por Londres al son de una canción mágica. Fantaseaba con tener una de las manos de Hércules en la suya y la otra en su cintura, mientras ese alto dios lo guiaba con giros al compás. Un paso a la derecha, un paso a la izquierda. Su cabeza apoyada contra el pecho del señor Hércules, su oído escuchando el fuerte corazón latiendo tranquilamente mientras se balanceaban por las oscuras y desiertas calles de Londres. Ambos guiados por la suave y mágica música, mientras iban de un lado a otro en un baile que solamente ellos conocerían. El baile de dos enamorados que se prometían permanecer juntos hasta el final.

Las cuerdas de piano fueron puestas en su lugar con habilidad ya entrenada. Los cuchillos volaron, en su mayoría siendo desviados, solo dos dando en su objetivo. A pesar de la sangre y el dolor que seguramente traspasaría el brazo del dios, este no mostró reacción alguna. Seguía de pie como si no hubiera sido herido. Siempre fuerte, siempre firme. Era la definición correcta de un dios, era el ejemplo perfecto de un dios.

Su Hércules. Siempre siendo tan perfecto, tan maravilloso.

Deja que los que tienen el favor de su estrella,

Los cuchillos volvieron a volar en una danza letal. El filo brillando con la luminosa luna sobre sus cabezas. Rebotando entre las cuerdas de piano y cambiando su dirección para despistar al dios. Un dios justo, con una mente tan pura que podría no llegar a entender la mente retorcida de los seres humanos. Por más años que viviera entre humanos, por más que conociera a los humanos de cerca y supiera lo crueles que podían ser, seguía sin conocer realmente de lo que eran capaces.

presuman de honor público y títulos altivos,

El arma divina de Hércules destruyó los cuchillos. Sus golpes contenían tanta fuerza que era increíble. Era un show digno de ver. Realmente William no se cansaría de admirar a Hércules en todas sus facetas, sin importar lo peligrosas que estas pudieran ser. ¿Cómo podría detestar algo del hombre del cual estaba tan fervientemente enamorado? No había manera.

mientras que a mí, me niega, la fortuna ese triunfo,

Los escombros de las paredes destruidas volaron en su dirección. William las evitó, balanceándose de un lado a otro. Pero eran demasiadas piedras volando a su alrededor y fue inevitable que un par de ellas dieran en él. Los golpes y cortes no dolieron tanto como la mirada culpable en los ojos de Hércules.

pero apartado, gozo, de aquello que más honro.

William lanzó un par de cuchillos en dirección al dios. Pero este no reaccionó, dejó que ambos lo atravesaran como si ya no importara lo que pasara con él. La mancha que contaminaba su hermoso dorado ahora era más grande, dejando su bello color en los bordes de una gigante mancha azul. William era quien se estaba sintiendo culpable por causar eso en el hombre que tenía su corazón.

No era él quien debía tener ese feo color. No debía tener ningún color diferente del que usualmente tenía. El color que veía casi a diario y que poco a poco lo fue conquistando. Esa voluntad, esa valentía para defender a los buenos. Tanta justicia en un solo corazón. Este mundo no se merecía al señor Hércules. William no se lo merecía.

Sacó un cuchillo de su bolso viendo la sangre divina gotear al suelo lentamente. Jugó con su arma en la mano, haciéndola bailar en sus dedos antes de recitar:

El válido del príncipe, abre sus bellas hojas, igual que las caléndulas, bajo el ojo del sol—Hércules lo miró, sus cejas fruncidas en tristeza, William movió el cuchillo antes de apuntar hacia un edificio donde el gran reloj de Londres estaba—, pero tienen su orgullo, enterrado en sí mismos y ante un fruncir de cejas, toda su gloria muere—miró al dios cuya mirada no había cambiado en nada—. Dígame, sir, ¿le gusta la poesía? Por mi parte, creo que es una de las expresiones artísticas más hermosas.

—¿Hasta dónde quieres llegar?—la voz de Hércules no era fuerte y segura como recordaba, había perdido fuerza desde que se volvieron a ver.

William podía ver sus ojos tristes y culpables, podía notar su lucha interna, su deseo de terminar con todo pronto. Él también quería terminar con todo, pero tenía miedo de que terminara en el peor de los casos. Ya había matado a muchas personas, no quería agregar en su lista de muertes a un dios. Mucho menos a Hércules.

—Hasta el final, por supuesto.

—Tú...

William lanzó un cuchillo. El arma dejó una línea sangrante en la mejilla de Hércules. Una advertencia de que se mantuviera en silencio.

—Demos nuestra mejor actuación, sir. Hagámoslo en el mejor escenario que nuestra historia puede ofrecer.

Corrió sabiendo que Hércules lo seguiría por las calles de Londres. Como el juego del gato y el ratón que muchos niños jugaban cuando eran pequeños, un juego que William nunca jugó porque nunca tuvo amigos de su edad.

Todavía recordaba el camino a casa, era algo que ni la muerte le quitó. En su memoria estaba cada calle y cada edificio, cada bache, cada ladrillo, cada gotera. Podía cerrar los ojos y guiarse incluso con los olores y los sonidos, y estaba seguro que llegaría a casa. Su antiguo hogar había quedado grabado en su mente y corazón, como una marca en la piel causada por un fierro al rojo vivo. Era una cicatriz que William llevaría con gusto para toda su vida en su alma.

La casa estaba ahí, tal cual la recordaba. Hércules se sorprendió al ver el destino al cual lo llevó, un brillo en sus ojos que crecía, la mancha azul ocupando todo su color ahora, sin dejar una sola mancha dorada. Dolió terriblemente en el corazón de William.

Sir, por favor, deje de correr y solo luche contra mí. Dar lo mejor de sí es lo que un caballero debe hacer—dijo William preparando sus cuchillos.

—¿Y si no deseo hacerlo?—Hércules ni siquiera alzó su arma divina para atacar, su posición era de completa vulnerabilidad—¿Qué pasa si no deseo seguir luchando?

Sir, eso no es propio de usted.

—Lo siento, pero no puedo seguir—hubo un brillo en los ojos del dios, un brillo que lastimaba el corazón de William—. No puedo seguir luchando contra ti.

—Entiendo, entonces deje que termine con todo, deje que dé el gran final—William alzó una mano con las cuchillas y recitó—. El sufrido guerrero, famoso en el combate, tras mil victorias, ve, si una vez te derrotan...— y lanzó los cuchillos hacia Hércules.

Los cuchillos fueron directos hacia el arma divina del dios, rebotando en ella y regresando con William. El filo le atravesó el vientre, su sangre espesa fluyó al suelo mientras el dios asustado corría hacia él para atraparlo. William vio sus ojos brillantes de lágrimas y alzó una mano para limpiar las que caían por sus mejillas.

...como pronto es borrado, del libro del honor y se olvidan las causas, por las cuales luchó—completó con la voz un poco débil.

Hércules mantuvo la mano en su mejilla, sus lágrimas descendiendo por su piel mientras la mancha azul seguía intacta en su hermoso dorado. Entonces, en medio de las lágrimas, Hércules terminó:

Feliz por tanto soy, amando y siendo amado—el bello rostro de Hércules sonrió, incluso entre la tristeza y las lágrimas—, por quien no me abandona, ni puedo abandonarle.

William sintió las lágrimas fluir de sus ojos igual que la sangre en su vientre. Sonrió al dios que lo sostenía, al dios del que estaba tan enamorado. Se sentía como volver a aquellos años en Londres, cuando era joven y los planes de fugarse eran lejanos. Se sintió cálido y seguro, como en casa.

My dear god—susurró William mirando a esos ojos azules—, I surrender.

Y con esas palabras, la cuarta ronda del ragnarok dio fin con la primera victoria de los dioses.

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Título del capítulo parte de la canción: Bewitched by Laufey

Lo que se ve en cursiva y lo que recitan ambos es el Soneto 25 de Shakespeare. 

Mi hermana se tuvo que leer los sonetos de Shakespeare para encontrar uno apropiado para la ocasion. Creo que pudo estar mejor esta pelea, pero fue lo que se me ocurrio con ellos, algo bien dramatico como solo Jack podria ser

Nos vemos mañana con otro capitulo!

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