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jungkook.
Me cuesta mucho abrirme a las personas. No porque no sepa cómo expresarme, sino que prefiero no molestarlos con mis problemas. Tengo esta idea en mi cabeza de que todo el mundo ya debe tener más que suficiente con sus propias vidas como para además echarles en la espalda el peso de la mía. Es más fácil aislarme, abrazar la miseria que me envuelve y quedarme en silencio hasta que me consuma. Al menos así no seré una molesta para otros. Ni para Minji, ni para mamá. No recuerdo cuando dejé de contestar los mensajes de mis amigos del Chadburn, porque todos estábamos demasiado ocupados lidiando con lo nuestro y no teníamos tiempo los unos para los otros.
O quizás solo fui yo.
Quizás solo estaba demasiado ocupando lidiando con mis cosas...
Mi estrategia de auto-excluirme de la sociedad cuando paso por un mal momento no funciona. Y comúnmente alguien externo tiene que sacarme a rastras de mi mar de tristeza antes de que sea muy tarde y me ahogue.
Fue Minji quien me salvó después de la tragedia del CSAT. Creí que lo estaba llevando bien, que estaba avanzando y que volvería a vivir mi vida fuera de mi habitación de una vez. Pero entonces Lee Heeseung llega y aplasta todo lo que logré construir.
Era el golpe de realidad que necesitaba, pero no era el momento adecuado.
No cuando los exámenes parciales están por iniciar y la planificación de la señora Bang ya no tiene más entradas. No cuando el club de arte acaba de re-abrir sus puertas. No cuando planeaba ayudar a Kim Taehyung (porque, sí, me parece inhumano darles cargas a otros, pero me encanta cargarme encima los problemas de los demás).
Esta semana fue una completa mierda, en mayúsculas y con negrita. No porque necesariamente fuera mala, sino por mi perspectiva de ella. No he podido dormir más de dos horas seguidas desde el domingo, y mi excusa para mamá es que he estado trabajando en los exámenes. Tengo listo el de primero y segundo, pero el de los de último año está siendo un horrible dolor de cabeza. Literalmente. He tenido una migraña que me taladra la nuca y me ha hecho terminar como un soldado caído en enfermería más de una vez esta semana.
Vivo en este bucle incesante de intentar hacer las cosas que tengo que hacer para sobrevivir día a día sin fallar. Trabajar, calificar, planificar, vivir. Pero existe esta vocecilla en el fondo más recóndito de mi interior que me dice que estoy perdiendo el tiempo. No estoy estudiando lo suficiente, no estoy haciendo lo suficiente. Perderé.
Nunca voy a ganar porque no me estoy preparando lo suficiente. Nunca seré nadie en la vida. Nunca seré nadie y decepcionaré a mamá. Decepcionaré a todos.
No entré en la universidad.
Mi puntaje fue mediocre.
Me encerré por meses en mi habitación, sin comer y sin dormir lo suficiente.
Me siento como una mierda porque todos los días escucho cosas sobre gente triunfando, porque todas las personas con las que compartí un salón de clases están ahí afuera cumpliendo sus sueños y yo estoy aquí, pudriéndome por dentro.
Me persigue la sombra de lo que podría haber sido. Esa versión alterna de Jeon Jungkook que está estudiando su carrera soñada en la Universidad Hankuk.
Me persigue el rostro de mamá cuando le conté todo. La conversación que escuché esa misma noche entre ella y Minji en la cocina. Sus palabras, hirientes como dagas.
—No me importaba la carrera que eligiera. Esa carrera de Letras no... No le asegura tener un buen futuro, pero estaba dispuesta a dejarlo pasar porque sabía que nuestro Jungkook entraría en una buena universidad. Tal vez hubiera conseguido una beca y se hubiera especializado en el extranjero, pero... ¿Qué haremos ahora? Solo quería que entrara en la universidad...
Tengo miedo. Pude haberlo hecho bien en el examen, y lo sé. Tengo miedo de volver a dejar que los nervios ganen. A salir de la sala de examen sabiendo que no contesté todas las preguntas, y que las pocas que respondí probablemente eran incorrectas, pero con una lejana chispa de esperanza que nunca sirve de nada más que para causar decepciones.
Decepciones, decepciones, decepciones. Mi vida está llena de ellas, yo soy una de ellas.
Tengo miedo.
Me cuesta mucho abrirme a las personas, pero Kim Taehyung es diferente. No es una persona cualquiera, y cuando llegó al salón y se plantó frente a mí, y básicamente me obligó a contarle lo que me pasaba, solo pude reírme.
Sonreír por primera vez en mucho tiempo, sentir que el nudo en mi garganta se aflojaba.
Y contarle todo.
Desembocar como un río arrasando con una ciudad, sin control, sin límites, sin filtros. Él solo escuchó. Mirándome a los ojos. En cierto momento, no pude parar. Le conté que quería publicar un libro desde que era pequeño y que llenaba los cuadernos de matemáticas e historia con cuentos porque amaba escribir. Le confesé que lo que él escribe me inspira. Le relaté con lujo de detalle lo que pasó con Heeseung, y no sé cuando la laguna en mi interior alcanzó su límite.
Estoy llorando, y riendo al mismo tiempo mientras repito que no quiero decepcionar a nadie más. Que no quiero decepcionar a nadie. No otra vez.
Puedo ver en su rostro, a través de esa barricada de lágrimas que no sabía que residían en mi interior, que él no sabe qué hacer. No tiene claro qué decir para consolarme. Aunque intentó sonar seguro, sé que aún le cuesta eso de hablarnos de tú a tú, que mi nombre suena extraño en sus labios.
Sin embargo, hay algo más en su mirada. Algo. No es lástima, no me miraba como Lee Heeseung lo hizo en la tienda de ropa, ni como Minji cuando por fin logró sacarme de mi habitación. Esto es diferente. Es como una necesidad irracional de protegerme, de impotencia por tener que hacer algo pero no saber qué es.
No quería molestarlo, y es demasiado tarde para arrepentirme por haberle dado a cargar todos mis problemas, pero yo ya no podía más con ellos. Los había guardado por demasiado tiempo, y salieron en el momento en que un alumno me tuvo pena y me preguntó que me pasaba. Yo tengo que ayudar a Kim Taehyung, no él a mí.
Dios.
Estoy disculpándome con él por haber soltado todas esas cosas, diciéndole que no es necesario decir nada y que puede irse a casa cuando quiera. Que finja que nada de esto pasó, cuando se levanta del banco de madera. Lo veo tomar una respiración entrecortada antes de rodear el escritorio.
Taehyung no es muy alto. Fácilmente le saco unos diez centímetros, pero no luce como un niño. Para nada. Con ropa casual, luciríamos como compañeros de clase (que casi lo somos), contemporáneos (de nuevo, casi lo somos). La forma en la que ambos estamos vestidos hace de la situación una un poco rara, pero por un momento me permito pensar que estamos fuera de este salón. Lo establecimos así, finjamos que somos viejos amigos y que nos encontramos en una cafetería. Dentro de unos meses, Taehyung entrará en la universidad (obvio lo hará, porque es él. Porque es increíble) y yo con suerte también lo haré. Y ambos seremos estudiantes de primer año. No habrán más etiquetas encima de nosotros, no más etiquetas que hagan que todo lo que pasa entre nosotros sea extraño.
Se inclina hacia adelante, su mano termina sobre mi nuca y tiembla cuando me acerca a su cuerpo. Su quijada se posiciona sobre mi cabeza con cuidado, y con la otra mano empieza a acariciar mi cabello como si se tratara de un niño asustado siendo consolado por su madre. O por un hermano mayor. Un viejo amigo.
Sigo llorando contra su pecho y escucho que susurra mi nombre.
Jungkook, Jungkook, Jungkook.
Eres suficiente, Jungkook.
No dejes que nadie te diga lo contrario, te lo diré hasta que lo creas.
Eres suficiente.
Son las palabras que yo escribí en su trabajo.
Me quedo sin lágrimas esa tarde, y él no deja de abrazarme hasta que la última de ellas cae por mi mejilla. Las limpia con la manga de su abrigo, agarra su bolso de arte y se despide, pronunciando una última vez mi nombre.
—Nos vemos mañana, Jungkook —dice, su voz suave haciendo eco en mis oídos. Y entonces deseo desesperadamente que diga mi nombre otra vez. Siento que, si mañana nos vemos y me llega a decir maestro Jeon, lloraré (o vomitaré. Quizás ambas).
No me puedo despedir de él, no me queda voz. Pero esa llama de esperanza que creí extinguida vuelve a renacer cuando se detiene en la puerta y me mira por el rabillo del ojo.
—¿Puedes... hacerme un favor?
Asiento con la cabeza y él carraspea.
—El libro del que hablaste la última clase.
—¿El... El Extranjero? De Albert Camus —digo, con el rostro húmedo y los ojos ardiendo. Taehyung asiente.
—¿Me lo puedes prestar? Quiero leerlo —el que asiente ahora soy yo, con el rostro y el corazón demasiado entumecidos como para hacer algo más. Él no sale del salón, y tamborilea sobre el marco de la puerta. Está nervioso (siempre lo está, pero hoy es diferente)—. Y, eh, Jungkook. Extraño el club de arte —se gira para verme a los ojos, y sonríe—. No faltes otra vez. Sus... tus clases son entretenidas.
—Está bien. Lo prometo.
Después de haber puesto todo lo que conocía de cabeza en menos de cuarenta minutos, Kim Taehyung sale del salón de clases y puedo escuchar sus pasos resonar por el pasillo vacío. Hacer eco en mi mente y no dejar de sonar hasta que estoy en mi habitación, guardando mi copia vieja de El Extranjero en mi mochila.
Kim Taehyung.
Su nombre no me abandona hasta la mañana siguiente.
Y la forma en la que dijo el mío...
Jungkook, Jungkook, Jungkook.
No me abandonará hasta que mi corazón deje de latir.
Si alguien me preguntara cuál es mi capítulo favorito de Thump!... creo que (por el momento) respondería que este :)
¡Nos leemos luego! ♡
[ Noduru, 2024 ]
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