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jungkook.

Estamos a inicios de febrero, y el clima se ha ido tornando más cálido conforme pasan los días. Lo que empezó como una brisa caliente, agradable, que me obligaba a arremangarme la camisa (Minji dijo que compraremos más camisas este fin de semana. No puedo sobrevivir solo con tres de color blanco) ahora es una ola de calor que roza lo infernal y me tienta a venir con una sudadera. O quizás es solo el hecho de que llevo una semana entera pensando en qué diablos haré en el club de arte y eso ha estado afectándome. Puede ser.

Minji y mamá se preocuparon cuando me encontraron en la mesa de la cocina, con solo una luz encendida, a las tres de la mañana. Tenía los casi nulos materiales de arte que me obligaron a comprar a lo largo de toda mi carrera educativa (lápices de colores baratos, témperas de calidad dudosa, reglas y rapidógrafos casi secos) desparramados frente a mí. La luz proveniente de la pantalla de la laptop se reflejaba en mis lentes, ocultando mis ojeras y mi expresión de desespero.

Minji llamó mi atención encendiendo el resto de luces. Di un salto sobre la silla y tiré el lápiz por el susto. Mamá y Minji me miraban, entrecerrando los ojos por la somnolencia y cruzándose de brazos con los ceños fruncidos. Bam estaba sentado a los pies de mamá, y soltó un ladrido que hizo eco por toda la cocina.

—¿Qué estás haciendo, hijo? —preguntó mamá, bostezando. Me encogí de hombros.

—Tuve... el antojo repentino de dibujar.

—¿En serio? —dijo Minji con ironía. Tenía el cabello morado revuelto y usaba una pijama vieja con estampado de cebras— ¿A las... tres de la mañana?

Les mantuve la mirada por unos segundos.

—Sí.

Desvelarme por una semana entera mirando tutoriales de paisajes a acuarelas no sirvió de mucho. En primer lugar porque, por más que lo intentara, no podía trazar nada que tuviera forma o se viera mínimamente decente, mucho menos iba a poder enseñar cómo hacerlo. Y, mucho más importante, por el correo que recibí ayer por la noche de la vicerrectora dándome más detalles sobre el reemplazo.

Ese lunes en su oficina, solo me había mencionado sin muchos detalles que lo más probable era que me escogieran como reemplazo para la señora Im, maestra del club de arte que dio a luz hace menos de una semana y se tomaría unos meses por su licencia de maternidad. Una maestra de ciencias que, por lo visto, era buena con los niños se encargaría de darle Educación Artística a los de pre-escolar (por suerte), pero necesitaban a un reemplazo que no tuviera una carga horaria muy pesada para el club de arte de los de último año.

Y eso fue suficiente para volverme completamente paranoico por los siguientes seis días. No sé de arte. Hasta los diecisiete que dibujaba mis retratos con palitos y círculos, ¿qué se supone que iba a hacer? Además, era un club. Dudaba que la señora Im hubiera dejado algún tipo de planificación.

Pero entonces, el domingo por la noche (muy pasado del horario laboral) recibí ese correo de la vicerrectora Jung en el que me confirmaba los detalles sobre la situación. Los horarios, la lista de estudiantes y el pequeño aumento en mi salario por las horas extras que me tocaría cubrir. Decía que no era necesario complicarse, porque de todas formas el club sería cerrado a finales de marzo porque los estudiantes de tercer año empezarían sus cursos pre-universitarios y necesitaban tiempo en las tardes. Lo abrirían de vuelta en un mes, y hasta entonces la señora Im habría vuelto o, en su defecto, ya habrían encontrado a alguien más. Los chicos solo necesitaban un guardia para no asesinarse entre sí desde las dos hasta las tres y cuarenta y cinco. Y ese sería mi deber.

Pero a mí no me parecía justo llegar a la clase y decirles bueno, muchachos, hagan lo que quieran (dentro de lo legal) hasta las cuatro. No, no después de husmear la exposición de los trabajos que estaban exhibidos en la sala de maestros. Esos chicos tienen talento, y el patrón de los trabajos (habían retratos en una sección, junto a cuadros abstractos de edificios de la ciudad y pinturas de floreros) me hace creer que había una planificación detrás. No conocía a Im Nayeon, pero daba indicios de que era una buena maestra, una artista, que le apasionaba lo que hacía y deseaba que los estudiantes también sintieran esa pasión.

Lástima que no conseguí dar con nada hasta el siguiente lunes por la tarde. Se me ocurrieron ciertas ideas (dibujen a la persona que tienen al lado o representen un animal solo con figuras geométricas... Quizás sí me hubiera ido mejor con los niños de pre-escolar), pero sentía que ninguna estaba al nivel de la señora Im. Con Bang nunca me había pasado eso. Enseñar Lengua y Literatura es algo un poco mecánico (al menos en términos de estructuras y gramática), y la parte creativa es algo que medianamente domino.

Mi estrategia de trabajo era algo parecido al de Nayeon. Yo les asignaba una técnica específica, pero dejaba el tema de los trabajos a su imaginación. Si el trabajo era escribir un poema o un cuento corto, ellos podían hacer que tratara de lo que quisieran. Nayeon invertía los roles: les pedía que dibujaran unas amapolas, pero no especificaba la técnica que debían utilizar. Los trabajos de los edificios iban desde la acuarela hasta el carboncillo. Incluso había uno que otro collage. Intentábamos darles libertad, pero desde un enfoque distinto.

Y yo no sabía cómo llevar mi técnica al campo artístico. Me aterraba imaginar lo que los chicos pensarían de mí una vez me plantara frente a ellos y jugara a ser artista. Si les asignaba un trabajo y me pedían ayuda o consejo, ¿qué haría? ¿Echarme a llorar?

Pero eran sus últimas semanas en ese club, últimos días de quedarse hasta tarde en la escuela, antes de pasarse tardes enteras entre textos del pre-universitario y exámenes simuladores.

Sigo teniendo las memorias del pre-universitarios claras como el agua en mi memoria. El anhelo de volver a unos días antes de empezar a sentir la presión de la universidad, ese pequeño espacio que hay entre ser un estudiante más y un casi-universitario. La desesperación de regresar, de querer ser un niño otra vez.

No quiero que estos chicos pasen por eso. O, si están obligados a experimentarlo, quiero hacer su caída un poco más soportable.

Especialmente después de ver a Kim Taehyung en la lista de alumnos inscritos al club.

Este chico está en todos lados. Realmente tiene una fijación con ser el mejor en absolutamente todo. Su boleta de calificación es impecable, no tiene ni un solo llamado de atención por conducta, los maestros lo adoran e incluso en sus pasatiempos destaca. Escribe muy bien. Hay ocasiones en las que opino sinceramente que escribe mejor que yo (otro golpe bajo para el adolescente iluso que quería estudiar Letras), y además dibuja.

Dibuja mejor de lo que escribe, ¿hay algo que no pueda hacer este chico?

Hablar conmigo, aparentemente. O, siendo más específicos, hablar conmigo como un ser humano normal después del incidente de la feria.

¿Qué tanto tuvo que sacrificar para ganarse ese puesto de alumno estrella? Me pregunto si tiene tiempo libre una vez termina con sus sesiones de estudio y de hacer tarea, y luego me lo imagino rodeado de cuadernos de dibujo y poemarios, dejando pasar las horas de la forma más productiva que un adolescente de su edad podría aspirar a pasar.

Cuando pienso en la posible rutina diaria de Kim Taehyung, me planteo la posibilidad de haber malgastado los últimos veinte años de mi vida. Con sus calificaciones y un examen decente, entrara enseguida a una buena universidad, y tiene carreras universitarias para escoger. Viendo su boleta es imposible imaginar qué caminos lo esperan en el futuro, porque es bueno en todo.

Y por eso es el indicado para ayudarme en esto.

Quiero decir, ayudarlo a disfrutar sus últimas semanas entraría dentro de mi plan para ayudar a Kim Taehyung a que deje de estresarse por absolutamente todo. Es un ganar-ganar.

—¿Quiere... que le diga cómo eran las clases con la señora Im? —Taehyung está parado frente a mí, agarrando con fuerza la correa de su bolso de arte y mirándome con expresión contrariada. No está nervioso, solo... confundido. Asiento— Bueno... eh, eran... —se queda callado, intentando recordar—. Ella nos decía qué dibujar, pero no cómo dibujarlo. A veces traía a chicos de otros clubes como modelo, u objetos de su propia casa. Una tarde trajo a su gato.

—¿Eso es todo? —intento que mi voz sea suave cuando lo pregunto, porque es información que ya sabía. Aunque conocer que era la señora Im la que a veces llegaba con los modelos sí es información nueva. Podría traer a Bam uno de estos días— Digo, ¿ella solo les daba la orden y se quedaba en silencio el resto de la clase?

—No —traga saliva—. Solía dar vueltas por el salón y darnos... ¿sus opiniones? Críticas constructivas. Podíamos hacerle preguntas también, y ella nos ayudaba en lo que podía.

Me sorbo la nariz y parpadeo. Bien, no puedo hacer eso. No porque no quiera hacerlo, sino que no tengo ni la menor idea cómo. Lo más cercano que podría intentar es pasearme por el salón y decirles lo increíbles que son sus dibujos, y no creo que eso signifique mucho viniendo de mí.

—Taehyung.

El salón está completamente vacío. Todos los alumnos se fueron hace unos cinco minutos, pero sé que el amigo de Kim Taehyung lo está esperando afuera, pero la puerta está cerrada. Somos solo nosotros dos, y el ambiente es más tenso de lo que esperaba. Veo que sus músculos se crispan debajo de su ropa cuando escucha que digo su nombre.

—¿Sí —me mantiene la mirada, aunque sus pupilas se mueven nerviosamente. Siento un escalofrío horroroso recorrerme la espalda cuando añade en tono bajo—, maestro Jeon?

Me acomodo los lentes sobre el puente de la nariz.

—¿Crees que... podrías hacerme un favor? Te lo agradecería infinitamente.

Luce precavido, como si nunca antes le hubiera negado un favor a un maestro (de seguro lleva años ayudando a otros a calificar exámenes o cargar cuadernos al salón), pero conmigo quiere ser extra cuidadoso.

—¿Qué clase de favor?

—Sé mi ayudante por lo que queda del mes —mis palabras lo toman por sorpresa, y retrocede un paso como si le hubieran dado un golpe que lo hizo perder el equilibrio. Abre bastante los ojos y la boca se le tuerce hacia abajo—. No soy el indicado para este trabajo, no sé nada de arte, pero... Tampoco desearía que sus últimas semanas en el club sean aburridas. Quiero intentar hacer esto bien, como lo hacía la señora Im. ¿Podrías ayudarme con eso?

Se queda pasmado, como si le hubiera pedido ayuda para esconder un cadáver. Mira el suelo y aprieta los labios. Toma aire, levanta la mirada, abre la boca para decir algo pero la cierra en un segundo.

—¿Últimas semanas? ¿Qué quiere decir con eso?

El que se queda en blanco ahora soy yo. Mierda. He revelado información que obviamente los estudiantes aún no conocen por accidente. Suspiro, pero me esfuerzo por mantener la compostura.

—Son estudiantes de último año, así que necesitan... —no quiero dar un golpe bajo. Sé bien lo insufrible que puede llegar a sentirse la presión en ese momento, y no quiero darle a Kim Taehyung esa carga— tiempo, para otras cosas. Los exámenes parciales empezaran en abril. Los clubs y otras actividades extracurriculares se eliminarán del horario escolar —no me dice nada por unos dos minutos que se alargan hasta convertirse en horas a mi parecer, en mi desespero distorsionador. Empiezo a zapatear disimuladamente contra el suelo por debajo del escritorio para controlarme, pero le ofrezco una sonrisa sutil—. No te preocupes si no puedes hacerlo, sé que tienes preocupaciones mucho más grandes y no querrás desperdiciar así tus horas en el club. Pero he visto tus trabajos en el salón de maestros, Taehyung. Son... increíbles. Tienes talento, de verdad —lo miro a los ojos. Luce avergonzado, con las mejillas encendidas de repente—. Siento que eres el indicado para esto, y ayudar a los demás quizás te ayude a... distraerte un poco, ¿no lo crees?

No luce para nada convencido, y por un momento temo que se negará. Ya me preparo mentalmente para el golpe, para verlo decirme que no y huir despavorido hacia la puerta. Lo escucharía desde lejos decirle a su amigo que el desquiciado del maestro Jeon le pidió un favor estúpido, y se burlarían de lo desesperado que luzco y me sentiría tan mal que pasaría el resto del día comiendo las sobras de la pizza que cenamos ayer, viendo documentales malos en la TV con Bam acostado sobre mis piernas.

Pero, en el último segundo, asiente con la cabeza, un movimiento apenas perceptible que me llena de esperanza.

—Bueno —dice, sin mirarme—. No creo que sea tan difícil —levanta la mirada y, por primera vez desde que nos volvimos a encontrar en un salón de clases tras la feria, luce decidido—. Dígame lo que necesita, maestro Jeon. Intentaré ayudar con lo que pueda.

—Gracias, Taehyung —le respondo, después de soltar un suspiro aliviado y sonreír como un bobo. Sus palabras me llenan de una repentina energía, como si tuviera un peso menos en mi espalda—. En serio, en serio, muchísimas gracias.

—Eh, sí —dice, volviendo a rehuir mi mirada y a mover su pie ansiosamente—. ¿Puedo... irme?

—Ah, sí, sí —rio por lo bajo y me rasco la cabeza—. Ten un viaje seguro a casa, Taehyung. Nos vemos mañana.

—Hasta luego, señor Jeon —dice, y se gira hacia la puerta dispuesto a marcharse. Duda unos segundos después de girar el pomo, ya dando un paso hacia el exterior, y me mira por el rabillo del ojo—. ¿Puedo hacerle una pregunta? Es un poco fuera de lugar, y no tiene por qué responder si le parece inapropiado.

Estoy tan perdido dentro de mi felicidad que no le doy la atención necesaria a su precaución y advertencias, respondiendo aún con la sonrisa de tarado plasmada en el rostro.

—Por supuesto, adelante.

—¿Cuántos años tiene?

Su pregunta se clava en mis oídos como un proyectil que me deja desorientado. Es, sinceramente, lo que menos me esperaba. Veía más probable que me pidiera puntos extras en Literatura a cambio de su ayuda. Es una pregunta personal. Mi edad no es confidencial, pero Minji me dijo varias veces que evitara mencionarla porque sería la primera razón por la que los estudiantes me faltaran el respeto. Si me veían como su igual y no como un maestro de verdad, no me tomarían en serio. Y eso es lo que menos necesito en este momento.

Pero ahora se trata de Kim Taehyung. Este chico se tomará en serio todas las clases, incluso si son impartidas por un niño de cinco años. Si afecta a los números en su boleta, no existen límites. ¿Debería... ?

Le doy una sonrisa apretada y termino por responderle.

—Tengo veinte años —nada cambia en su rostro cuando escucha lo que digo. Solo nos miramos, él parado, dándome la espalda frente a la puerta, y yo sentado frente al escritorio. Sin dejar de sonreír, añado en voz resignada—. No es un secreto ni nada parecido, pero apreciaría que no se lo... dijeras a los demás.

—Está bien —dice, sin voltearse a mirarme—. Nos vemos mañana, maestro Jeon.

Y sale del salón, cerrando la puerta, sin más. 

¡Nos leemos luego!

[ Noduru, 2024 ]

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