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You can't just change the weather 

by changing your point of view.

— I'm Not A Cynic, Alec Benjamin.

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Segunda parte:

The opposites

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[ 2:1 ]

jungkook.

Es mi tercer día en el Saint Clair. Miércoles, once de la mañana, y las cosas no están marchando tan mal. La comida de la cafetería, por lo menos, no sabe a mierda. El almuerzo está bastante bien, y estoy casi (casi, porque en este punto de mi vida no soy capaz de verme a mí mismo, no lo sé, siendo interesante para alguien) seguro de que la chica de la cafetería (que tampoco parece pasar de los veintitrés) me guiñó el ojo antes de darme el sándwich de pollo envuelto en aluminio.

Mala idea calificar trabajos mientras almuerzo, muy mala idea. Ya dejé una pequeña mancha de grasa en una esquina del de un tal Sim Jake (un chico del grupo de Taehyung en la feria, de lo que alcanzo a recordar), pero esto es tan emocionante que no me puedo detener. Es increíble estar del otro lado, ser quien está frente al salón de clases, detrás del escritorio y tener el poder. Un peón acaba de ser ascendido a rey del tablero de repente, en cuestión de meses, y la sensación es abrumadora.

Tal vez haber estado hace tan poco tiempo en la posición de estos chicos me hace sentir un poco de empatía con ellos. Literalmente estuve en sus zapatos hace menos de seis meses, así que no quiero ser duro. Tampoco creo tener el derecho de ser duro, porque ni siquiera tengo el derecho de llamarme a mí mismo profesor. Soy un suplente, nada de esto es serio.

Lo que es serio es buscar un nuevo pre-universitario. Esto es un distractor, una excusa para salir de mi cama a costa de la desesperación del Saint Clair. Lo único que verdaderamente importa es volver a prepararme para el CSAT.

Arrugo el papel aluminio con ambas manos, convirtiéndolo en una bolita plateada antes de tirarlo en el basurero junto a la puerta. La pelota gira un poco sobre el borde antes de caer dentro, en el momento exacto en el que tocan la puerta.

Tres veces seguidas, con demasiada fuerza.

Me apresuro en tragar la última mordida del sándwich, dejar los trabajos a un lado (el de Sung Hanbin es una interesante carta de odio a la vida adulta) y limpiarme la boca con el dorso de la mano. Analizo mi reflejo en la pantalla de mi celular y me acomodo un poco la camisa, solo en caso de que se trate de la vicerrectora o algo así. De todos modos, lo más seguro es que sea el maestro Lee. Me ha estado dando visitas recurrentes desde el lunes para revisar qué tal estoy llevando todo esto. Tengo la leve sospecha de que lo envió mi hermana para asegurarse de que no he colapsado aún.

Me llevo una sorpresa cuando, quien aparece tras la puerta, no es ni la vicerrectora ni el maestro Lee. Ni siquiera le he dicho que puede pasar, pero ya la abre de un golpe y camina dando pisotones hasta mi escritorio. Se da cuenta demasiado tarde de lo que acaba de hacer, y se enrojece hasta las orejas. Carraspea y hace una reverencia de noventa grados. No necesito que diga su nombre, porque ya tengo claro desde el día uno quién es, pero suena diferente cuando él mismo lo dice.

—Buenos días, maestro Jeon —dice, sin mirarme, aún con el cuerpo inclinado y la mirada fija en sus zapatos—. Soy Kim Taehyung, de tercer año.

La forma en la que se comporta, un cambio absoluto y abrumador en comparación a nuestra pequeña interacción de la feria, me parece adorablemente ofensiva. Ese día me veía como una persona más, quizás como cualquier otro alumno. Pero sé que en ningún momento se le pasó por la cabeza tratarme como a un maestro. Se rió conmigo, bromeó conmigo, siguió la corriente de la conversación aunque evidentemente lucía incómodo en un inicio. Pero se relajó, y dejó que le acomodara la tiara de cartón, y sonrió. Nadie haría eso con un maestro.

Ahora habla como si hubiera practicado unas cien veces lo que está por decir. Con un tono tan educado y tan forzado que me recuerda a una máquina. No sé si eso me lastima o me causa gracia. No sé si reírme para bajar la tensión del momento, o seguirle el juego de maestro-alumno que acaba de comenzar.

Sin darle tantas vueltas al asunto, eso es lo que somos. Maestro y alumno.

Eso somos, aunque solo haya un año de diferencia (lo revisé. Los chicos de tercer año son del 2005, y yo del 2004. De verdad, ¿cómo mierda logró Minji que me contraten?).

Eso somos, pero tengo que admitir que tenía la pequeña esperanza de que me siguiera tratando como lo hizo en la feria. O que al menos no me hablara de usted.

Maestro Jeon. Dios, suena horrible.

—Taehyung —intento sonreírle, juntando las manos sobre la mesa—, ¿qué te trae por aquí?

Se incorpora, se alisa el pantalón y saca su celular del bolsillo de su abrigo. Luce nervioso, demasiado nervioso, le sudan las palmas de las manos y está a punto de dejar caer el celular mientras rebusca algo. Tiene las cejas fruncidas, y retuerce las comisuras de los labios en un intento de calmarse. Contengo la necesidad de levantarme a servirle un vaso de agua del dispensador que venía con la oficina, porque se ve que lo necesita.

Antes de decir cualquier cosa, me extiende su celular. Me acerco un poco, inclinándome sobre el escritorio para ver la pantalla.

Es una boleta de calificaciones.

Lee me explicó eso ayer en el almuerzo: que el Saint Clair tiene una plataforma digital para que alumnos, padres y estudiantes tenga un registro en vivo de sus calificaciones, y anoche me desvelé subiendo las notas de la feria del domingo. Taehyung abre la boca para hablar, pero la cierra de golpe al instante, como si se hubiera quedado con la garganta seca. Me levanto del asiento, dispuesto a servirle de verdad un vaso de agua, pero él vuelve a insistir con la pantalla de su teléfono, sacudiéndola frente a mi nariz, como si hubiera perdido el habla y su única herramienta para comunicarse fueran gestos y ademanes.

Me fijo un poco mejor, y por fin reparo a lo que se está refiriendo.

El 97.85 que brilla bajo el título de EVALUACIÓN DE PRIMER PARCIAL. Ese que sobresale entre los todos aquellos 100 que llenan su boleta.

Utilizo toda mi fuerza de voluntad para no sonreír. Entonces era esto.

Es la nota de la feria.

—Lamento molestarle en la hora del almuerzo —baja el teléfono y empieza a jugar con sus dedos. Tiene las uñas de los dedos índices pintadas torpemente de negro, y tiene manchas oscuras alrededor de las uñas. Aprieta los labios, los tensa y los relaja una y otra vez, y golpea el suelo con la punta de su zapato— pero, ¿podría explicarme el por qué de esta calificación? La señora Bang solía... darnos una rúbrica y eso para... —la voz se le apaga, y noto que evita mirarme— saber más sobre nuestras calificaciones.

Ahora no puedo evitar sonreír. Por lo absurdo de la situación, por el evidente problema de este chico con sus calificaciones. Y agradezco infinitamente que no esté mirándome, porque sé que verme sonreír solo hará que se sienta peor.

—¿Por qué no te sientas, y así hablamos un poco de eso? —le digo, indicándole con el mentón la silla frente al escritorio.

Él obedece al instante, como si hubiera recibido órdenes de un superior en la milicia. ¿Hará lo que sea que le pida un profesor? Eso es un poco... peligroso. Ruego que el resto del personal del Saint Clair sean personas decentes, porque estoy empezando a preocuparme por el bienestar de este chico. Le sonrío, tomando uno de los vasos de plástico y sirviendo agua del dispensador. Estoy obsesionado con esta máquina, la forma en la que hace un sonido extraño y hay un remolino de burbujas en el interior cada vez que lo uso es hipnótico. Taehyung se queda mirando las burbujas también. Dejo el vaso frente a él, en el escritorio, y lo ve como si fuera una broma de mal gusto, pero lo acepta sin quejarse y empieza a beber.

¡Año nuevo, hora de por fin sentarme a escribir y revivir historias! :,)

(Lo siento TT, sé que prometer constancia es un poco una promesa vacía, pero haré lo mejor que pueda!)

¡Nos leemos luego!

[ Noduru, 2024 ]

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