[ 1:7 ]

jungkook.

Las cosas son sencillas cuando las planificas.

Cuando las planificas y te comprometes a seguir con el plan. Cuando haces, por lo menos, un mínimo esfuerzo por conseguirlas. Cuando pones todo lo que eres en algo, se supone que debe ser sencillo. Se supone que debe salir bien.

Las cosas no estaban saliendo bien. No desde noviembre del año pasado.

Nunca voy a olvidar la expresión que puso mi madre cuando le dije lo del CSAT, cuando se enteró de que mi puntuación no era suficiente si quería aplicar a cualquier carrera decente en cualquier universidad decente. Recuerdo cómo se esforzó por recomponerse para darme exactamente tres palmadas en la espalda y decirme que lo mejor era esperar hasta el próximo año.

No pude dormir bien por una semana entera después de eso. Era como una clase de suceso traumático: no me dejaba en paz. No podía comer, me temblaban las manos. Minji solía dejarme un plato atestado con fruta picada todas las noches, porque sabía que yo le daba mi cena al perro.

El corazón se me contraía y me asfixiaba. Tenía ganas de llorar todo el tiempo, y no me quería levantar de la cama. Era una sensación horrorosa. Era como si, después de haberte preparado durante años para hacer algo (años, años, años) fracasaras estrepitosamente. Mi madre y Minji, todos me decían lo mismo cuando les preguntaba para qué servía el colegio. Cuando estaba harto de hacer tarea de biología y, en medio de quejas irracionales, se me salía esa pregunta.

—El colegio sirve para entrar a la universidad. Nada más.

Y yo no entré a la universidad, y había pasado toda mi vida metido en el colegio. Y tengo que esperar todo un año para volver a intentarlo, eso sin siquiera la garantía de que me irá mejor en el siguiente CSAT.

Sigo sintiéndome así a veces: Esa repentina sensación de incertidumbre. A veces, el pensamiento llega a mi cerebro de la nada, sin razón, en las situaciones más inoportunas: Si no logro pasar el CSAT de este año, ¿qué haré con mi vida?

Bien, supongo que ahora tengo algo que hacer con mi vida. Pero no estoy seguro de que ser maestro sea mi vocación. Mucho menos un maestro en el Saint Clair.

Debí haber empezado a sospechar que algo estaba pasando cuando Minji empezó a hacer preguntas extrañas en la cena de Navidad.

—Jungkook —me llamó.

Las últimas semanas de diciembre fueron las primeras en las que me digné a salir de mi habitación y a dejar de alimentar de más a Bam. Principalmente porque mi madre me obligó a ayudarla con los preparativos de la cena de Navidad, y porque empezó a verse sospechoso que el perro engordara de repente.

—¿Sí? —le respondí, con la boca llena de pavo. Minji y yo estábamos cenando en la sala, porque no había espacio para nosotros en la mesa de los adultos. Eso solo me hacía sentir peor. ¿Acaso no merecíamos el puesto en la mesa de adultos?

—¿Cuándo fue que hiciste ese curso de escritura creativa? —la miré. Minji tenía la vista fija en su teléfono y el tenedor repleto de papas machacadas alzado en el aire. Cuando tardé en responder, levantó la mirada— ¿Mayo?

—Marzo —corregí, tragando el pavo.

Escribió algo en su teléfono.

—¿En dónde lo hiciste? ¿En la Academia Seojeom?

—Sí.

—Hiciste otro curso el año pasado, ¿cierto? ¿De qué fue?

—¿Para qué necesitas saberlo?

—Solo responde —se metió las papas a la boca y me señaló con el tenedor.

Esa noche Minji se hizo un delineado que se extendía hasta sus sienes y hacía que su mirada se viera más afilada. Mechones de cabello morado le caían a ambos lados del rostro. Lucía como un tigre. Un tigre morado. Tragué saliva.

—Introducción a la escritura de guiones.

La respuesta no pareció convencerla. Torció un poco los labios, pero continuó escribiendo en su celular. Intenté ver lo que hacía, pero ella estampó el celular contra la mesa antes de que alcanzara a ver algo. Y continuó con la cena como si nada hubiera pasado.

Una mañana un par de días después de Año Nuevo, volvió a atacarme con las preguntas.

—¡Jungkook! —gritó, saliendo de su habitación aún con la pijama puesta. Seguía resultándome cómico ver a una mujer hecha y derecha de veintiséis usando una pijama de unicornios. Yo me asomé por la puerta del baño, con el cepillo de dientes colgándome de la boca— Fuiste el ayudante de la biblioteca Sungchol alguna vez, ¿cierto? ¿Por cuánto tiempo fue?

Me enjuagué lo más rápido posible, escupiendo en el lavabo antes de volver a asomarme.

—¿Por qué... ? —intenté preguntar, limpiándome una mancha de pasta dental con el dorso de la mano.

—No preguntes. Solo responde.

—Fue por dos meses, en el verano de hace dos años —escribió en su teléfono y volvió a meterse en su habitación — ¡Minji!

Y no solo fueron las preguntas, sino que también intentó sacarme de casa. Yo apenas había puesto un pie fuera de mi habitación desde el incidente del CSAT, mucho menos un pie fuera de la casa, pero, mientras gritaba ¡Año Nuevo, vida nueva! Minji me arrastraba hasta el garaje para sacar nuestras bicicletas y dar vueltas por la ciudad hasta que anocheciera.

De todos modos, sin el CSAT ni el pre-universitario, no tenía mucho que hacer.

Y había extrañado un poco el tema de la bicicleta.

Mi madre nos había obligado a Minji y a mí a hacer ciclismo desde que habíamos cumplido 6 y 11 años respectivamente, y desde ese entonces se había convertido en un hábito el salir al menos tres veces por semana a ir en bicicleta por toda la ciudad hasta que no sintiéramos las piernas. Íbamos en bicicleta al colegio, y yo iba al pre-universitario en bici también. Con el tema de la universidad, las salidas en bicicleta cada vez se hicieron menos recurrentes. Y, desde el fallido examen de ingreso, mi trek azul había estado empolvándose en el garaje.

No estaba tan mal, eso de intentar volver a vivir. No era como si esperar un año fuera a matarme. Era algo bueno, si lo veía desde una perspectiva optimista: Ahora tenía todo un año para prepararme más y tener una mejor puntuación. Incluso podría llegar a aplicar para Medicina o algo así. En la Universidad Hankuk. ¿No era algo bueno?

Pero, ¿y si eso no sucedía?

¿Y si?

¡Nos leemos luego! 

[ Noduru, 2023 ]