Tiro con arco
Amaba verla tan concentrada. Con sus ojos fijados en el objetivo.
Nunca me cansada de ver como lograba cada meta que se proponía, y me encantaba verla practicar tiro con arco.
Parecía que el tiempo se detenía en el momento que ella preparaba la flecha y su arco.
Su puntería era inigualable, siempre daba en el blanco.
A veces era como si su sonrisa fuese la flecha y mi corazón el blanco.
Lo único malo es que ella no se daba cuenta de ese detalle. Y no lo haría hasta que yo fuese claro y directo con ella.
¿Pero cómo hacerlo? Si ella era como una diosa, en todos los aspectos. Yo era un simple mortal que no merecía siquiera mirarla.
Y aún así, yo estaba intentando conquistarla por mis medios, y no pensaba rendirme.
— ¿Entendiste? —preguntó con una sonrisa. Maldición, olvidé que me estaba dando una lección.
Extendió el arco hacia mi. Respiré hondo.
—Creo que entendí lo básico —respondí tomando el objeto colocándome en posición.
La pelirroja al verme corrigió mi postura un poco. Al menos estaba aprendiendo un poco más.
—Así.
Me dio una flecha y me ayudó a tensar la cuerda con sus suaves y delicadas manos.
—Siente el aire, siente la cuerda y centra tu vista en el objetivo—prosiguió explicando.
Obedecí suspirando al sentir su tacto. Escalofríos recorrieron mi cuerpo ante nuestro leve roce.
—Ahora... —susurró alejándose poco a poco dándome la oportunidad de hacerlo con autonomía.
Solté la flecha, y esta viajó a la velocidad con la que mi corazón palpitaba por sentir cerca a mi princesa.
— ¡Diste justo en el centro! —exclamó Merida con alegría—. Estoy muy orgullosa de ti.
Sin previo aviso se abalanzó a mis brazos, rodeándome con ellos.
Inconscientemente sonreí y correspondí al gesto con necesidad. En serio necesitaba sentirla entre mis brazos, estrecharla.
Sentí como después de un rato se separaba de mi, levemente sonrojada.
—L-lo siento, yo me emocioné de más —dijo huyendo su mirada de la mía—. No-no era mi intención.
Esbozé una sonrisa.
—Descuida, yo también me emocioné —admití con honestidad—. Aprendí de la mejor maestra.
Merida rodó los ojos correspondiendo a mi sonrisa con la suya.
—No empieces, debes saber que por halagarme no te volverás mejor arquero —advirtió con seriedad mientras iba a recoger las flechas de los tiros anteriores que había fallado.
—Pero yo lo digo en serio.
Le ayudé, aprovechando para contemplarla en su esplendor. En verdad esa princesa me volvería loco.
Nuestras manos se cruzaron al intentar levantar la misma flecha.
Sentí su cálido tacto y le sonreí involuntariamente.
Ella volvió su mirada hacia el suelo mientras sus mejillas se teñían de color carmesí.
—Creo que fue bastante por hoy —dijo aclarando su garganta mientras caminaba hacia Angus.
— ¿Podremos continuar mañana? —pregunté con un poco de timidez.
Ella me miró fijamente y asintió.
— ¿A la misma hora? —preguntó.
Asentí con una sonrisa.
—Es una cita —dije con sin poder ocultar mi alegría.
—Cómo digas —dijo riendo—. Sólo no llegues tarde.
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