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017. origami

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CAPÍTULO DIECISIETE
▬  ❝ origami ❞  ▬







































—SUPONGO QUE A TU PADRE NO LE MOLESTARÁ QUE SALGAS, ¿NO? —bufé desde el piso de arriba, harta de que repitiese aquello—. ¡Te oí bufar!

—¡Eso quería! —grite de vuelta, dejando caer a los lados de mis hombros mi cabello cobrizo.

Me acomode mi chaqueta de cuero negra y me decidí a bajar de una vez por todas.

—De acuerdo —bajé a saltos las escaleras—. Estoy presentable.

Me esperaba al pie de las mismas, más cerca de lo que pensaba, por lo que salté encima de él. Edward me sostuvo, durante unos segundos me retuvo con cautela a cierta distancia antes de atraerme súbitamente.

—Te has vuelto a equivocar —me murmuró al oído—. Vas totalmente indecente. No está bien que alguien tenga un aspecto tan apetecible.

Reí. Solamente llevaba puestos un par de jeans negros, una blusa blanca de tirantes y mi chaqueta de cuero encima.

—¿Cómo que apetecible? Me puedo cambiar...

Suspiró al tiempo que sacudía la cabeza.

—Eres tan ridícula...

Presionó con suavidad sus labios helados en mi frente y la habitación empezó a dar vueltas.

—¿Debo explicarte por qué me resultas apetecible?

Era claramente una pregunta retórica. Sus dedos descendieron lentamente
por mi espalda y su aliento rozó con más fuerza mi piel. Mis manos descansaban flácidas sobre su pecho y otra vez me sentí aturdida. Inclinó la cabeza lentamente y por segunda vez sus fríos labios tocaron los míos con mucho cuidado, separándolos levemente.

Entonces sufrí un colapso.

—¿Mara? —dijo alarmado mientras me recogía y me alzaba en vilo.

—Has hecho que me desmaye... —le acusé en mi aturdimiento.

—¿Qué voy a hacer contigo? —habló con desesperación—. Ayer te beso, ¡y
me atacas! ¡Y hoy te desmayas!

Me reí débilmente, dejando que sus brazos me sostuvieran mientras la cabeza seguía dándome vueltas.

—Eso te pasa por ser bueno en todo.

Suspiró.

—Ése es el problema —yo aún seguía aturdida—. Eres demasiado bueno. Muy, muy bueno.

—¿Estás mareada? —preguntó. Me había visto así con anterioridad.

—No... No fue la misma clase de desfallecimiento de siempre. No sé qué ha sucedido —agité la cabeza con gesto de disculpa—. Creo que me olvidé de respirar.

—No te puedo llevar en ese estado a ningún sitio.

—Estoy bien —insistí—. Tu familia va a pensar que estoy loca de todos modos, así que... ¿Cuál es la diferencia?

Evaluó mi expresión durante unos instantes.

—No soy imparcial con como te queda lo que traes puesto —comentó inesperadamente. Enrojecí de placer y desvié la mirada.

—Mira, intento con todas mis fuerzas no pensar en lo que estoy a punto de hacer, así que ¿podemos irnos ya?

—A ti no te preocupa dirigirte al encuentro de una casa llena de vampiros, lo que te preocupa es conseguir su aprobación, ¿me equivoco?

—No —contesté de inmediato, ocultando mi sorpresa ante el tono informal con el que utilizaba la palabra.

Sacudió la cabeza.

—Eres increíble.

Cuando condujo fuera del centro del pueblo comprendí que no tenía ni idea
de dónde vivía. Cruzamos el puente sobre el río Calwah, donde la carretera se desviaba hacia el Norte. Las casas que aparecían de forma intermitente al pasar se encontraban cada vez más alejadas de la carretera, y eran de may or tamaño. Luego sobrepasamos otro núcleo de edificios antes de dirigirnos al bosque neblinoso. Intentaba decidir entre preguntar o tener paciencia y mantenerme callada cuando giró bruscamente para tomar un camino sin pavimentar. No estaba señalizado y apenas era visible entre los helechos. El bosque, serpenteante entre los centenarios árboles, invadía a ambos lados el sendero hasta tal punto que sólo era distinguible a pocos metros de distancia.

Luego, a escasos kilómetros, los árboles ralearon y de repente nos encontramos en una pequeña pradera, ¿o era un jardín? Sin embargo, se mantenía la penumbra del bosque; no remitió debido a que las inmensas ramas de seis cedros primigenios daban sombra a todo un acre de tierra. La sombra de los árboles protegía los muros de la casa que se erguía entre ellos, dejando sin justificación alguna el profundo porche que rodeaba el primer piso.

No sé lo que en realidad pensaba encontrarme, pero definitivamente no era aquello. La casa, de unos cien años de antigüedad, era atemporal y elegante. Estaba pintada de un café suave y desvaído. Tenía tres pisos de altura y era rectangular y bien proporcionada. El monovolumen era el único coche a la vista. Podía escuchar fluir el río cerca de allí, oculto en la penumbra del bosque.

—¡Guau!

—¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa.

—Tiene... cierto encanto.

Rió entre dientes. Luego, cuando me abrió la puerta, me preguntó.

—Jasper y Alex ya están aquí, así que... ¿Lista?

—Ni un poquito... ¡Vamos!

Intenté reírme, pero la risa se me quedó pegada a la garganta. Me alisé el pelo con gesto nervioso.

—Tienes un aspecto adorable.

Me tomó de la mano de forma casual, sin pensarlo.

Caminamos hacia el porche a la densa sombra de los árboles. Sabía que
notaba mi tensión. Me frotaba el dorso de la mano, describiendo círculos con el dedo pulgar.

Me abrió la puerta.

El interior era aún más sorprendente y menos predecible que el exterior. Era muy luminoso, muy espacioso y muy grande. Lo más posible es que originariamente hubiera estado dividido en varias habitaciones, pero habían hecho desaparecer los tabiques para conseguir un espacio más amplio. El muro trasero, orientado hacia el sur, había sido totalmente reemplazado por una vidriera y más allá de los cedros, el jardín, desprovisto de árboles, se estiraba hasta alcanzar el ancho río. Una maciza escalera de caracol dominaba la parte oriental de la estancia. Las paredes, el alto techo de vigas, los suelos de madera y las gruesas alfombras eran todos de diferentes tonalidades de blanco.

—Esto es increíble —alegue, sintiendo como Edward estaba detrás mío, quitándose el saco gris que llevaba puesto—. Es tan luminoso y abierto, ¿no?

—Conociéndote, Marita, esperabas ataúdes, sótanos y fosas, ¿no?

—No —negué—. Sin fosas.

Edward rió—. Sin fosas, claro.

Seguimos avanzando hasta llegar a las escaleras. Había un par de cuadros en las paredes y una cruz que llamó mi atención, no sabía a qué se debía, pero tampoco quería ser inoportuna al preguntarlo.

—Es el único lugar donde podemos ser nosotros —le sonreí de manera cerrada al oírlo. Una sonrisa avergonzada se hizo presente en sus labios cuando el sonido de una canción de ópera llegó a nuestros oídos—. Les pedí que no lo hicieran.

El olor a comida lleno mis fosas nasales y, de repente, me di cuenta del hambre que tenia. Olía delicioso.

No tardamos mucho en terminar de subir los últimos escalones para llegar a la segunda planta. Llegamos a una sala amplia que en su mayoría era rodeada por libros, había sillones y una pequeña mesa en medio de estos, a un costado también se podía observar un piano.

Resultó que el olor venía del lado de la cocina, donde algunos miembros de la familia más Alessia preparaban comida que probablemente Lex y yo devoraríamos de prisa.

Sonreí nerviosa al ver que una mujer, la que reconocía como la madre de Edward, se acercaba hacia nosotros con una sonrisa enorme.

Era la única a la que no había visto con anterioridad. Tenía los mismos rasgos pálidos y hermosos que el resto. Había algo en su rostro en forma de corazón y en las ondas de su suave pelo de color caramelo que recordaba a la ingenuidad de la época de las películas de cine mudo. Era pequeña y delgada, pero, aun así, de facciones menos pronunciadas, más redondeadas que las de los otros.

Una mujer preciosa.

—Estamos haciendo algo de comida italiana para ti y para Alex —su aura maternal me embriago rápidamente. No podía evitar que me recordase a mi madre, quizás no se parecían en lo físico, pero ella me transmitía lo mismo que mamá nos transmitía a toda mi familia.

Sentí una opresión en mi pecho al sentir de nuevo ese cariño maternal en la voz de la mujer.

—Mara, esta es Esme, prácticamente mi madre.

Le sonreí a Esme con una repentina confianza que me sorprendió.

Noté el alivio de Edward, que seguía a mi lado.

Esme sonrió y avanzó un paso para alcanzar mi mano. El apretón de su fría mano, dura como la piedra, era tal y como yo esperaba pero con un toque cariñoso.

—Me alegro mucho de conocerte —dijo con sinceridad.

—Gracias. Yo también me alegro.

—Nos dieron una razón para utilizar la cocina por primera vez —oí habla al doctor Cullen, que se encontraba junto a Alessia.

—Espero que tengas hambre.

No dude en asentir muchas veces, animadamente—. Si, por supuesto.

—Ya co...

Lleve una de mis manos a la boca del muchacho a mi lado, no permitiendo que arruinase mi comida.

—Mucha hambre, si.

Emmett soltó una pequeña risa a lo lejos, mientras que, para mi sorpresa, la rubia alzaba sus cejas hacia mi dirección, quizás burlándose de Edward.

Quite mi mano de su boca y caminé hacia la barra de la cocina en donde estaba Alessia junto a Jasper, este último asintió en mi dirección como bienvenida, mientras que la chica de ojos azules me abrazaba.

—Falta poco para que esté todo listo.

—No tengo prisa —murmure, encogiéndome de hombros.

—Entonces no hay tiempo que perder.

El lugar se quedó en silencio, dejando que la familia continuase cocinando en completa paz más el sonido de la música. El delicioso olor de lo que sea que cocinaban era realmente delicioso y no podía aguantar para probarlo.

De repente, el sonido de unas ramas afuera siendo pisoteadas se dejaron oír, alce la vista de mis pies a donde se oía el ruido y me topé con la hermosa sonrisa de Alice que llegaba de, quizás cazar, junto a Aston, que lucia tan apuesto como el día en que los conocí a todos.

Ellos podrían ser modelos de Victoria's Secret si quisieran.

—Hola Sam —saludó Alice, dando un salto dentro de la casa con su habitual y hermosa sonrisa amigable.

Se acercó a pasos rápidos hasta donde yo estaba y me abrazó. Le devolví el abrazo casi con la misma efusividad que ella, dándome cuenta que lucia muy animada.

—Hueles bien —me alabó, para mi enorme vergüenza—, hasta ahora no me había dado cuenta.

—Alice, ¿qué haces? —inquirió Eddie a mi lado, con una mueca divertida en el rostro.

La chica sonrió, restándole importancia—. No te preocupes. Sam, Alex y yo seremos muy grandes amigas.

Recordé instintivamente el don de ella: podía ver el futuro, no concreto, pero si posibilidades de el.

—Sam, un gusto. Soy Aston, te vigilaba por veinte dólares —tome su mano con una sonrisa extraña. Mire a Edward, el cual fulminaba con la mirada al pobre de Aston, quien alzó las manos a sus costados, rindiéndose. Mientras que Alice tomaba la mano del chico y le susurraba algo. Apenas y oí un ligero "tranquilo, no le harás daño. Ya lo vi."

De reojo percibí lo tenso que Jasper se encontraba, y aquello sí que me hacía sentirme un tanto aturdida. Tenía muy claro que aquello se debía al olor de mi sangre, tampoco podían controlarlo y aquello me hacía sentir de cierta manera un tanto mal.

Alessia entrelazó su mano con la de él y besó su mejilla, quizás ella sabía ya la forma de cómo tranquilizarlo en estos casos.

—Perdona, Jasper es nuestro nuevo vegetariano junto con Aston —aquello me sorprendió. Aston parecía tener un control muy bueno, al igual que Jasper, la tortura que el pobre debe de estar sintiendo seguro era horrible— es más difícil para Jasper —comentó Carlisle—. Con Alessia es la excepción.

El aire se transformó a uno mucho menos tensó y fue cuando decidí unirme a la cocinada junto a Alessia, así ambas comenzamos una larga charla con Esme sobre una que otra receta que la mujer había visto entre sus revistas.

Toda la comida termino de cocinarse y fue entonces cuando Alex y yo comenzamos a degustar las exquisitas cosas que ellos cocinaron. Lo digo una y otra vez: esto estaba delicioso a más no poder.

Cuando cada una terminó de comerse cada migaja del plato comenzamos a lavar los platos y cubiertos que usamos para comer bajo los reclamos de Esme sobre qué éramos invitadas y demás cosas, la ignoramos en el buen sentido y ella nos terminó agradeciendo lo que hicimos.

Alice y Aston fueron a no sé dónde, al igual que Emmett y Rosalie, esta última no sin antes darme una sonrisa extraña la cual me descoloco pero realmente agradecí el gesto. Alessia y Jasper aún estaban en la sala de estar, conversando.

Miré hacia otro lado, mis ojos vagaron de nuevo hacia el hermoso instrumento que había sobre la tarima al lado de la puerta. Súbitamente recordé una fantasía de mi niñez, según la cual, compraría un gran piano de cola a mi hermana si alguna vez me tocaba la lotería. No era una buena pianista, sólo tocaba para sí misma en nuestro piano de segunda mano, pero a mí me encantaba verla tocar. Se la veía feliz, absorta, entonces me parecía un ser nuevo y misterioso, alguien diferente a la persona a quien daba por hecho que conocía.

Esme se percató de mi atención y, señalando el piano con un movimiento de cabeza, me preguntó:

—¿Tocas?

Negué con la cabeza.

—No, en absoluto, esa es mi hermana. Pero es tan hermoso... ¿Es tuyo?

—No —se rió—. ¿No te ha dicho Edward que es músico?

—No —entrecerré los ojos antes de mirarle—. Supongo que debería de
haberlo sabido.

Esme arqueó las cejas como muestra de su confusión.

—Edward puede hacerlo todo, ¿no? —le expliqué, divertida.

Jasper se rió con disimulo y Esme le dirigió una mirada de reprobación.

—Espero que no hayas estado alardeando... Es de mala educación —le riñó.

—Sólo un poco —Edward rió de buen grado, el rostro de Esme se suavizó al
oírlo y ambos intercambiaron una rápida mirada cuyo significado no comprendí, aunque la faz de ella parecía casi petulante.

—De hecho —rectifiqué, divertida—, se ha mostrado demasiado modesto.

—Bueno, toca para ella —le animó Esme.

—Acabas de decir que alardear es de mala educación —objetó Edward.

—Cada regla tiene su excepción —le replicó.

—Me gustaría oírte tocar —dije, encogiéndome de hombros con una pequeña sonrisa ladina.

—Entonces, decidido.

Esme empujó hacia el piano a Edward, que tiró de mí y me hizo sentarme a
su lado en el banco. Me dedicó una prolongada y exasperada mirada antes de volverse hacia las teclas.

Luego sus dedos revolotearon rápidamente sobre las teclas de marfil y una composición, tan compleja y exuberante que resultaba imposible creer que la interpretara un único par de manos, llenó la habitación. Me quedé boquiabierta del asombro y a mis espaldas oí risas en voz baja ante mi reacción.

Edward me miró con indiferencia mientras la música seguía surgiendo a nuestro alrededor sin descanso. Me guiñó un ojo:

—¿Te gusta?

—¿Tú has escrito esto? —dije entrecortadamente al comprenderlo.

Asintió.

—Es la favorita de Esme.

Sonreí ladinamente, disfrutando cada una de las notas: se sentía como si estuviese volando y aquello hizo que cerrara mis ojos y moviese mi cabeza.

—¿Qué ocurre?

—Me siento extremadamente bien de saber que mi novio toca el piano.

El ritmo de la música se hizo más pausado hasta transformarse en algo más suave y, para mi sorpresa, entre la profusa maraña de notas, distinguí la melodía del arrullo que me tarareaba.

—Tú inspiraste ésta —dijo en voz baja. La música se convirtió en algo de desbordante dulzura.

No me salieron las palabras.

—Les gustas, ya lo sabes —dijo con tono coloquial—. Sobre todo a Esme.

Me encogí de hombros, sonriendo de forma orgullosa—. Yo les gusto a todos, cariño.

Eché un fugaz vistazo a mis espaldas, pero la enorme estancia se había
quedado vacía.

—¿Adonde han ido?

—Supongo que, muy sutilmente, nos han concedido un poco de intimidad.

Suspiré.

—Les gusto, pero Rosalie... —dejé la frase sin concluir porque no
estaba muy segura de cómo expresar mis dudas.

Edward torció el gesto.

—No te preocupes por Rosalie —insistió con su persuasiva mirada—.
Cambiará de opinión.

Fruncí los labios con escepticismo.

—¿Qué le perturba? —inquirí, no muy segura de querer conocer la respuesta. Suspiró profundamente.

—Rosalie es la que más se debate contra... contra lo que somos. Le resulta duro que alguien de fuera de la familia sepa la verdad, y está un poco celosa de ti y de Alex, aunque le agradan. Según ella tienen carácter.

—¿Rosalie tiene celos de mi y de Lex? —pregunté con incredulidad.

Intenté imaginarme un universo en el que alguien tan impresionante como
Rosalie tuviera alguna posible razón para sentir celos de alguien como yo.

—Eres humana —Edward se encogió de hombros—. Es lo que ella también
desearía ser.

—Vaya —musité, aún aturdida—. En cuanto a Jasper...

—En realidad, eso es culpa mía —me explicó—. Ya te dije que era el que
hace menos tiempo que está probando nuestra forma de vida. Le previne para que se mantuviera a distancia y pasase tiempo con Alessia.

Pensé en la razón de esa instrucción y me estremecí.

—¿Y Esme y Carlisle...? —continué rápidamente para evitar que se diera cuenta.

—Son felices de verme feliz. De hecho, a Esme no le preocuparía que tuvieras un tercer ojo y dedos palmeados. Durante todo este tiempo se ha preocupado por mí, temiendo que se hubiera perdido alguna parte esencial de mi carácter, ya que era muy joven cuando Carlisle me convirtió... Está entusiasmada.

—Alice y Aston...

—Alice está feliz contigo y con Alex, y Aston hace lo que Alice quiere por que si no, él sería la víctima perfecta para todos sus experimentos —Edward rió—. En realidad la historia de Aston y Jasper es complicada, a fin de cuentas crecieron juntos y fueron convertidos por la misma persona.

Asentí, comprendiendo lo que decía y aparté la vista para que mis ojos recorrieran de nuevo la espaciosa estancia. Él siguió la dirección de mi mirada.

—No es lo que esperabas, ¿verdad? —inquirió muy ufano.

—No —admití.

—No hay ataúdes ni cráneos apilados en los rincones. Ni siquiera creo que tengamos telarañas... ¡Qué decepción debe de ser para ti! —prosiguió con malicia.

Ignoré su broma.

—Es tan luminoso, tan despejado.

Se puso más serio al responder:

—Es el único lugar que tenemos para escondernos.

Edward seguía tocando la canción, mi canción, que siguió fluyendo
libremente hasta su conclusión, las notas finales habían cambiado, eran más melancólicas y la última revoloteó en el silencio de forma conmovedora.

—Gracias —susurré, esbozando una pequeña sonrisa ladina.

Edward se levantó de mi lado, poniéndose junto a mi ahora de pie.

—Vamos —lo observe confundida al ver que me extendía su mano—. Te enseñaré mi habitación, tengo algo que quizás podría gustarte.

Alce una de mis cejas, mientras tomaba la mano que él me daba.

—Esas cosas no se muestran hasta el matrimonio, Cullen —bromee.

Edward rió—. No ese tipo de cosas voy a mostrarte, Mara. Vamos, se que te va a gustar.

Confiando ciegamente en él, como lo hacía desde hace unos días, deje que me guiara escaleras arriba a mi misma velocidad, hasta donde estaba su habitación que claramente se hallaba un piso más arriba que en el que nos encontrábamos.

Mientras subíamos aquellas escaleras, nos topamos con un cuadro repleto de birretes de graduación, realmente me encontraba asombrada por aquel hecho.

—¿Birretes de graduación? —inquirí, señalándolos como la cabeza, un tanto impresionada.

Edward asintió—. Si. Es una broma familiar. Nos matriculamos muy a menudo —rió.

—Suena terrible —masculle con una mueca—. Yo nunca podría graduarme más de una vez, ¡con trabajo y estoy pasando mi preparatoria! —a Edward siguió pareciéndole divertidas cada una de mis quejas, ya que seguía sonriendo—. Tener que repetir la preparatoria una y otra vez.

—Solo así podemos permanecer más tiempo en un lugar —se encogió de hombros—. Ven.

Tomó mi mano y así terminamos de subir aquellos escalones faltantes. Seguimos caminando por el no tan largo pasillo hasta llegar a otra habitación repleta de ventanales.

—Está es mi habitación —habló Edward a mi lado, mientras yo veía todo con lujo de detalle. Del lado derecho se encontraban un par de bocinas con algunos estantes repletos de discos y libros.

Las puertas de vidrio frente a mi estaban abiertas de par en par, esta daba en dirección al bosque.

Me adentré al cuarto, observando aún todo mi alrededor. Había también un pequeño sofá blanco en donde habían algunos libros tirados ahí. Junto a este se encontraba una larga pila de libros, ordenados por tamaños.

—¿No hay cama? —aquello se oyó más como una pregunta que como una afirmación a mi perspectiva.

—No, yo no... —sonrió ligeramente— yo no duermo.

—¿Jamás? —solté completamente estupefacta.

Edward negó con diversión—. No, nunca.

Asentí, comprendiendo aquella parte. Se escuchaba lógico: no necesitaban descansar, al igual que no necesitaban alimentarse de comida humana.

Me acerque hasta su estantería repleta de discos, sonreí encantada.

—Tienes mucha música —al sentir una brisa a mi lado me giré y lo mire, aún con una sonrisa plasmada en mi rostro—. ¿Qué estabas escuchando? —presione un botón de la bocina, provocando que los indicios de una melodía comenzaran a reproducirse.

—Debussy.

Asentí melancólicamente, de las veces que oí a Claude Debussy gracias a mi madre—. Es... a mi madre le gustaba su música: recuerdo que la ponía para que Ly se durmiese cuando era una bebé. Una de ellas era Claro de luna.

—Mara, necesito que cierres los ojos por un momento —fruncí el ceño, un tanto confundida, pero finalmente le obedecí—. Déjalos así, no tardaré en encontrarlo... —oí movimiento a los alrededores de la recámara—. Por aquí lo dejé la última vez... no, no, aquí... ¡aquí está! Todavía no los abras —seguí obedeciéndole—. Bien... extiende en mi dirección tus manos con las palmas arriba —coloqué mis manos de aquella forma—. Aquí va.

El sonido de una hoja siendo manipulada llegó a mis oídos, lo que encendió aún más mi curiosidad.

—Ed... —murmure al sentir algo blandito sobre mis manos, no hacía mucho peso, pero aún podía oírse algo de ruido proveniente de el—. ¿Qué...?

—Ábrelos.

Y, con la duda reflejada en mi semblante, abrí mis ojos poco a poco, llevándome una gran sorpresa en el transcurso.

No encontraba palabras para describir lo que sentía mientras veía aquel objeto entre mis manos.

—Sabía que ibas a sorprenderte pero no creí que fueras a quedarte sin nada que decir —se burló.

Parpadeé estupefacta, antes de mirar a Edward—. ¿Cómo...? ¿Cómo es que lo has conservado en tan bien estado?

—Digamos que es de mis pertenencias más importantes y claramente lo tengo bien guardado —dijo con simpleza—. Es un origami, esta hecho de papel, es claro que si no lo cuidaba como era debido iba a irse deshaciendo.

—Ha pasado bastante tiempo —susurre—. No sabía que ibas a quedártelo.

—Me lo dio una niña que me dijo que era un señor brilloso —solté una ligera carcajada ante ello—. Claramente lo iba a conservar.

—Eso es tierno —murmure—. Recuerdo que papá lo hizo para mi el día que te conocí.

—Y desde entonces fui llamado pervertido —lo mire curiosa—. Aston sabía cosas por Alice, una larga historia.

—¿Entonces debo llamarte pervertido por no haberme olvidado desde que era una niña? —solté, divertida.

—No es necesario —negó—. Aunque ahora sería también un pervertidor por salir con una chica mucho menor que yo.

—Entonces seguirás siendo pervertido.

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