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003. mummy cullen

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CAPÍTULO TRES
▬  ❝ momia cullen ❞  ▬


























[+30 comentarios y +90 votos en este apartado para el cap 004.]


















¿ESO ES POSIBLE? ¿CONSERVARSE TAN... ASÍ ES POSIBLE? Eran las únicas preguntas que corrían por mi cabeza mientras salía del baño con, lo que yo creía, mi cara de haber visto un muerto. Pase mis manos por mi rostro, intentando relajarme y alejar aquellas preguntas a las cuales era más posible que cayesen vacas del cielo a que fueran respondidas.

¿Es que acaso eso era posible? No, no, en definitiva no era posible hasta hoy, creo.

Note que había perdido una clase por estar metida en el baño, nada fuera de lo normal: era una clase extra, justo como a la que me encaminaba en estos mismos momentos tras mi crisis mental.

¿No será que necesito un psicólogo ya?

Los pasillos ya estaban solos, nada más con uno que otro estudiante que terminaba de recoger sus pertenencias de sus casilleros respectivos. Note que la siguiente clase era la de artes, un alivio para mi: necesitaba desestresarme y sacar las ideas de mi cerebro, des-comunicarme de aquí y que mejor que con la pintura.

Suspire al estar frente al salón con un letrero arriba que ponía en mayúsculas ARTES, así que asumo que no podía estar en algún aula equivocada.

Tome la manija de la puerta y la moví hacia un lado, abriéndome la puerta. Asome mi cabeza por esta y mire a la profesora encargada de dar esta clase.

—Disculpe la tardanza, me perdí —mentí, adentrando esta vez todo mi cuerpo al lugar, dándome cuenta que esta vez sí que era el centro de atención de la clase.

La mujer me sonrió, restándole importancia a mi retardo—. No te preocupes, debes ser la chica Sage, ¿no?

—Samara, si —asentí, cruzándome de brazos tímidamente, no sin antes estirarle el comprobante de asistencia que no dudó en firmar.

—Pues muy bien, Sam, siéntate por allá, estábamos por iniciar la clase.

Le sonreí amablemente y tome de nuevo el papelillo, guardándomelo una vez más en el pantalón. Me di media vuelta y como si fuese obra del gran y amoroso destino, ahí estaba el responsable a todas y cada una de mis preguntas.

—Mierda —atiné a murmurar al ver que el tal Edward ya me miraba y debo decir que era una mirada muy intensa y puedo decir que si las miradas mataran yo ya estaría tres metros bajo tierra.

Arrastre –literalmente– mis pies hacia aquel lugar solito, el cual era ni más ni menos que junto a Edward, el hombre que no envejece, y que me miraba de manera horrible.

—Hola —murmure antes de tomar asiento a su lado sin atreverme a verlo.

Lo vi cambiar de postura al mirarme de reojo. Se inclinó en la dirección opuesta, sentándose al borde de la silla. Apartó el rostro como si algo apestara. Olí mi pelo con disimulo. Olía a fresas, el aroma de mi champú favorito. Me pareció un aroma bastante inocente. Dejé caer mi pelo sobre el hombro derecho para crear una pantalla oscura entre nosotros e intenté prestar atención a la profesora.

Tampoco es que iba a intentar hablar con la momia junto a mi, digo, tiene una expresión como si apestara y lo único que debería apestar aquí es él, no yo.

¿Estaba bonito mi origami verdad? Eso estuvo sobre la punta de mi lengua en más de la mitad de toda la clase, en donde me dispuse a dibujas sobre la vieja libreta que siempre llevaba conmigo mientras que el resto de la clase se interesaba en oír sobre el divorcio de la profesora.

No me podía controlar y de vez en cuando echaba un vistazo través del pelo a la extraña momo que tenía a mi lado. Éste no relajó aquella postura envarada –sentado al borde de la silla, lo más lejos posible de mí– durante toda la clase. La mano izquierda, crispada en un puño, descansaba sobre el muslo. Se había arremangado la camisa hasta los codos. Debajo de su piel clara podía verle el antebrazo, sorprendentemente duro y musculoso. No era de complexión tan liviana como parecía al lado del más fornido de sus hermanos.

—Al menos ahora conozco tu nombre —murmure, sintiendo como su cuerpo se tensaba aún más –si es que eso era posible– con cada palabra que salía de mi boca. Sabía que no iba a responderme, pero tenía que intentarlo.

Me atreví a mirarle una vez más y lo lamenté. Me estaba mirando otra vez con esos ojos negros suyos llenos de repugnancia.

El timbre sonó en ese momento. Yo di un salto al oírlo y Edward Cullen abandonó su asiento. Se levantó con garbo de espaldas a mí –era mucho más alto de lo que recordaba– y cruzó la puerta del aula antes de que nadie se hubiera levantado de su silla.

Me quedé petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida cómo se iba. Era realmente mezquino. No había derecho. Empecé a recoger mi libreta junto a mis lápices muy despacio mientras intentaba reprimir la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de lágrimas. Solía llorar cuando me enfadaba, una costumbre humillante.

—Eres Samara Sage, ¿no? —me preguntó una voz masculina.

Al alzar la vista me encontré con un chico guapo, de rostro aniñado y el pelo rubio en punta cuidadosamente arreglado con gel. Me dirigió una sonrisa amable. Obviamente, no parecía creer que yo oliera mal.

—Sam, Sami —le corregí, con una sonrisa—. Cualquier diminutivo esta bien.

━Me llamo Mike, no nos presentamos correctamente en el almuerzo.

Solamente atiné a sonreír sin mostrar los dientes, debía ir hacia la oficina a entregarle el comprobante a la mujer.

—¿Necesitas que te ayude a encontrar algún sitio?

Negué un poco—. Voy a la oficina del lugar, creo que puedo llegar sola.

—No sería un caballero si dejó que te pierdas, vamos.

Fuimos juntos a final de cuentas. Hablaba por los codos e hizo el gasto de casi toda la conversación, lo cual fue un alivio. Había vivido en California hasta los diez años, por eso entendía cómo me sentía ante la ausencia del sol. Resultó ser la persona más agradable que había conocido aquel día, claro, después de Alessia.

Pero cuando íbamos a entrar a la oficina preguntó:

—Oye, ¿le clavaste un lápiz a Edward Cullen, o qué? Jamás lo había visto comportarse de ese modo.

Tierra, trágame, pensé. Al menos no era la única persona que lo había notado y, al parecer, aquél no era el comportamiento habitual de Edward Cullen. Decidí hacerme la tonta con respecto a la momia.

—¿Te refieres al chico que se sentaba a mi lado en artes? —pregunté sin
malicia.

—Sí —respondió—. Tenía cara de dolor o algo parecido.

—No lo sé —le respondí—. No he hablado con él —mentí.

—Es un tipo raro —Mike me abrió la puerta y se lo agradecí con una sonrisa—. Si hubiera tenido la suerte de sentarme a tu lado, yo sí hubiera hablado contigo.

Le sonreí antes de cruzar la puerta del lugar, dejándolo ahí. Era amable y estaba claramente interesado, pero eso no bastó para disminuir mi enfado.

Había dejado de llover, pero el viento era más frío y soplaba con fuerza. Deseaba que Hilary ya estuviese en la camioneta y que ya hubiese entregado ella el justificante: hace una hora que salió, debía de tener hasta tiempo de sobra para hacerlo.

Estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando entré en la cálida oficina. Edward Cullen se encontraba de pie, enfrente del escritorio. Lo reconocí de nuevo por el desgreñado pelo castaño. Al parecer, no me había oído entrar. Me apoyé contra la pared del fondo, a la espera de que la recepcionista pudiera atenderme.

Estaba discutiendo con ella con voz profunda y agradable. Intentaba cambiar la clase de Artes de la séptima hora a otra hora, a cualquier otra. También oí un vago reclamo acerca de su clase de Biología, deseando cambiarla por otra igualmente.

No me podía creer que eso fuera por mi culpa. Debía de ser otra cosa, algo que había sucedido antes de que yo entrara al salón de Artes. La causa de su aspecto contrariado debía de ser otro problema totalmente diferente. Era imposible que aquel desconocido sintiera una aversión tan intensa y repentina hacia mí.

La puerta se abrió de nuevo y una súbita corriente de viento helado hizo susurrar los papeles que había sobre la mesa y me alborotó los cabellos sobre la cara. La recién llegada se limitó a andar hasta el escritorio, depositó una nota sobre el cesto de papeles y salió, pero Edward Cullen se giró –su agraciado rostro parecía ridículo– para traspasarme con sus penetrantes ojos llenos de odio. Durante un instante sentí un estremecimiento de verdadero pánico, hasta se me erizó el vello de los brazos. La mirada no duró más de un segundo, pero me heló la sangre en las venas más que el gélido viento. Se giró hacia la recepcionista y rápidamente dijo con voz aterciopelada:

—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.

Giró sobre sí mismo sin mirarme y desapareció por la puerta.

Me dirigí con timidez hacia el escritorio –por una vez con el rostro lívido en lugar de colorado– y le entregué el comprobante de asistencia con todas las firmas.

—¿Cómo te ha ido el primer día, cielo? —me preguntó de forma maternal.

—Bien —mentí con voz débil.

No pareció muy convencida.

CONOCÍ A VARIAS PERSONAS —mire a mi hermana con una ligera sonrisa en el rostro, mientras le vaciaba en su plato un poco del pollo que papá dejó pre-cocinado en el horno—. Y me hicieron presentarme más de cinco veces, fue incómodo, pero tampoco es que me queje: pudo salir muchísimo peor.

Reí por lo bajo y me senté frente a ella en la mesa, tomando el plato de arroz que Hilary me extendía—. Entonces tú día fue mucho mejor que el mío, un chico extraño me hizo creer que olía a perro mojado o peor, ¿lo puedes creer?

—¿Tu? ¿Oler mal? ¡Jamás! Siempre hueles a fresa —Hilary chasqueo la lengua, dejando relucir su desacuerdo.

—¡Es lo mismo que yo dije! —alegue, metiendo el tenedor con comida a mi boca—. Después me lo topé también en las oficinas, ¡estaba intentando cambiar sus clases para evitar estar conmigo!  —entrecerré los ojos y baje la mirada—. Maldita momia.

—Que tal esta perra —masculló Hilary, con la boca abierta por la sorpresa—. Me cae mal, no, no, no. ¿Y a ese que le pasa?

Me encogí de hombros, en un intento de restarle importancia—. Quizás a tenido un mal día, que se yo. Tampoco me interesó hablarle y preguntarle.

—Tu muy bien —sonreí de lado al oírla bufar—. Para mi que él era el que apestaba.

No conteste de nuevo, solamente reí y deje que mi hermana se enfocase solo en comer: todavía tenía que hacer sus deberes y yo los míos, lo que menos quería era que se atrasara por mi culpa.

En aquel vago silencio en el comedor, dejé a mi mente divagar. Los ojos tan negros e intensos de Edward pasaron por mi cabeza como si de una laguna mental se tratase, taladrando al pobre de mi cerebro una y otra vez sin cesar. Su sola presencia me causaba mucha curiosidad, y tampoco es como si me pudiesen culpar: literalmente sigue luciendo tal y como lo hacía hace trece años, con la única diferencia del color de sus ojos, solían ser dorados, ahora eran negros.

No me di cuenta cuando mi hermana salió rumbo a su habitación, hasta que alce la vista y no me topé con su gran melena castaña.

Pase mis manos por mi rostro, cansada. Y eso que aún me faltaba terminar mi tarea y, por lo menos, asear un poco la casa.

Esta será una muy larga tarde. Lo suficiente para alejar a ese Edward –momia– Cullen de mi cabeza por un par de horas.

[+30 comentarios y +90 votos en este apartado para el cap 004.]

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