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No fui capaz de seguir indagando más sobre qué había sucedido con Elphane y su reina en aquellos años en los que había estado ausente, ajena a quién era en realidad mientras creaba mi propia vida en Merain. Se me quitó el apetito repentinamente, rechazando con educación el trozo de carne seca que Rhydderch estaba tendiéndome; los turbulentos pensamientos que me asolaban me arrastraron a un rincón apartado, cerca de Gwyar. Faye y el príncipe se mantuvieron a una respetuosa distancia, con el fae ofreciéndole pequeños trozos que su fénix aceptaba con gusto.
La sensación de que algo iba mal no dejaba de martillear dentro de mi cabeza, ahogada levemente por el caos que se había instalado en mi mente. Aquel reino no era el mismo que dejé atrás siendo una niña; una poderosa presión en mi pecho me lo decía. Pero ¿qué había pasado? ¿Qué era lo que había provocado ese cambio?
¿Qué nos recibiría en Aramar, una vez alcanzáramos la capital?
—Verine.
A unos pasos de distancia Rhydderch me observaba. Sus ojos ambarinos no eran capaces de ocultar su preocupación no solamente por cómo me sentía, sino por mi hermético comportamiento desde que me había confesado que la reina de Elphane optó por aislarse del resto de Reinos Fae, creando una brecha entre ellos. Faye se había encaramado a su hombro y también tenía su mirada dorada fija en mí.
—Tenemos que movernos, Verine.
Porque nuestra llegada no había pasado desapercibida. Porque la reina habría sentido el poder de Rhydderch cuando nos transportó gracias a su magia. Porque posiblemente hubiera enviado a sus mejores hombres a dar con la amenaza que se había atrevido a cruzar sus fronteras.
Porque acabábamos de convertirnos en presas.
❧
La idea de tener a dos monarcas siguiéndonos el rastro hizo que tuviéramos que extremar las precauciones; en Qangoth, Rhydderch se había mostrado mucho más seguro que en aquel instante, mientras intentábamos atravesar el bosque hasta dar con el curso del río. En Mettoloth contábamos con la certeza de tener aliados que pudieran echarnos una mano en caso de que su padre consiguiera atraparnos; en Elphane no, allí no encontraríamos una sola cara amiga que respondiera por nosotros.
Era ese hecho el que mantenía al príncipe fae tenso a mi lado, conmigo sosteniendo las riendas de Gwyar para que, en caso de ataque, él pudiera emplear la magia sin perder un segundo de nuestro valioso tiempo. No habíamos vuelto a cruzar palabra desde que Rhydderch me había advertido de que había llegado la hora de ponernos en marcha.
Caminábamos el uno junto al otro, atentos a cualquier movimiento que pudiera resultar sospechoso, mientras Faye esquivaba con habilidad los árboles a unos metros de nosotros, encabezando el grupo.
La tensión podía palparse en el ambiente, entre nosotros. Tanto Rhydderch como yo nos movíamos con cautela, vigilando cada paso que dábamos; en mis oídos no podía evitar escuchar un molesto golpeteo marcando el tiempo. Las pesadas nubes que cubrían el cielo, sumado al vergel que se extendía sobre nuestras cabezas, hacía muy complicado que pudiésemos tener una ligera noción del tiempo que pasaba.
Cuando el tono grisáceo plomizo empezó a oscurecerse aún más, optamos por detenernos e interrumpir nuestra marcha. No parecía que el final del bosque estuviera cerca y, dadas las circunstancias, no conseguiríamos avanzar en plena noche; con un simple asentimiento, Rhydderch y yo buscamos un sitio en el que poder instalarnos para esperar a que las primeras luces del amanecer volvieran a iluminar el gris de las nubes, reanudando nuestro camino.
Tras retirarle la silla y las alforjas a Gwyar para que estuviera más cómoda, tanto el príncipe fae como yo nos desplomamos contra el costado de la yegua. Las plumas de Faye nos permitían distinguirla sobre las ramas, acechando. Con un suspiro cansado por las horas que habíamos pasado caminando, me permití unos segundos para cerrar los ojos y dar un pequeño respiro a mis doloridas extremidades.
La opción de encender un fuego que nos calentara quedaba descartada, por lo que tendríamos que enfrentarnos a las bajas temperaturas que imperaban en Elphane; un frío que traspasaba la tela y parecía alcanzar hasta nuestros huesos.
Un ligero aroma a carne llegó a mis fosas nasales, haciendo que abriera de nuevo los ojos, topándome con un trozo de carne reseca cerca de mi rostro que Rhydderch sostenía para mí.
—Tienes que comer algo, Verine —me explicó el príncipe. No me había presionado cuando había rechazado la comida en el primer alto que habíamos hecho nada más llegar a Elphane.
Tenía razón, por lo que acepté aquel pedazo y le di un mordisco, ignorando el nudo que notaba en la boca del estómago. Me fijé en que Rhydderch estaba centrado en su propia tira de carne, que Taranis había dejado en las alforjas. Nuestro humor parecía haber decaído desde que habíamos abandonado Qangoth; el entorno tampoco acompañaba en absoluto. Tragué saliva, incómoda por el silencio que nos rodeaba.
—Cuéntame algo —le pedí a media voz—. ¿Por qué... por qué tu interés en investigar Mag Mell y el resto de territorios?
Intuía que Rhydderch estaba preocupado por la situación con su padre, con su familia. Creía firmemente que el príncipe fae no se arrepentía de la decisión que había tomado, de elegirme a mí por encima de su propia familia, pero entendía que, pese a ello, no podía sentirse indiferente. No sabía qué era lo que iba a encontrarse a su regreso a Mettoloth. Cómo Taranis habría lidiado con el rey a su favor, intentando que su padre comprendiera los motivos de su hijo menor.
Quería distraerlo, alejarlo de aquellos turbulentos pensamientos que debían estar dándole vueltas en la cabeza.
A mi lado, Rhydderch se recolocó contra el costado de Gwyar, mordisqueando distraídamente lo que quedaba de su trozo de carne reseca.
—Supongo que... supongo que fue una salida a mi situación dentro de la corte —contestó tras unos segundos en silencio, meditabundo—. Me gustaba soñar y planificar dónde podría huir, cuán lejos podría llegar. Quería marcharme sin mirar atrás, a un lugar donde nadie supiera quién era; donde nadie pudiera juzgarme por mis... defectos. Así que empecé a investigar, a conocer un poco más Mag Mell. Luego... luego vino el resto, haciéndome ver que nuestro mundo es inmenso y muy diferente.
Me partió el corazón escuchar a Rhydderch hablar de nuevo sobre su niñez, sobre esos primeros años en los que no entendía por qué era tratado de ese modo; me partió el corazón descubrir que el príncipe fae, apenas siendo un niño, hubiera deseado estar en cualquier otro lugar, lejos de aquel foco de dolor en el que se había convertido el que debería sentir como su hogar. Su refugio.
—Cuando era niña y estaba en el orfanato de Merain, yo también deseaba huir —le confié, notando una presión en el pecho. En aquel entonces aún no había conocido a Altair y me sentía atrapada, perdida en un lugar desconocido; en un sitio que no se sentía como la cabaña que había compartido con mi padre—. Me costó mucho acostumbrarme, pese a la amabilidad que mostró la señora Budwist a mi llegada. Por las noches, me escabullía de la cama e intentaba salir al patio. Lo único que quería era volver al bosque... volver a casa...
No pude continuar hablando. La presión que sentía en el pecho se había vuelto dolorosa, entrecortándome la respiración; recordar a esa Verine no era sencillo, pues esa niña vivía en la más completa ignorancia, llorando por su padre y rogándole a los antiguos elementos que la llevaran de regreso a la cabaña, donde pertenecía. Ahora que el hechizo estaba roto, aquellos sentimientos que había albergado estaban empañados por los recuerdos de la princesa, de esa pequeña Vesperine que había confiado en su madre antes de que ella se lo arrebatara todo.
Recordaba perfectamente las emociones que me habían embargado cuando regresé a las ruinas que habían sobrevivido al incendio y a las inclemencias del paso del tiempo. Recordaba cómo las imágenes de aquella noche se abalanzaron sobre mí, antes de la llegada de Altair... antes de que Morag hiciera saltar su emboscada contra nuestro grupo.
No sabía si me sentiría del mismo modo si volviera al bosque, si tuviera que volver a enfrentarme a los restos carbonizados. El hilo que me acompañó en aquellos años en Merain, y que tiraba de mí mientras recorríamos el Gran Bosque, parecía haberse roto; la conexión que me había unido, de algún modo, se desvaneció a causa de la descubrir la verdad.
Aquella zona del bosque... aquella cabaña... ya no las sentía como en el pasado; no las sentía como el hogar al que había anhelado volver alguna vez.
Era como si hubiera perdido el rumbo y no tuviera un lugar al que poder regresar.
Algo pesado y cálido cayó sobre mis hombros, sobresaltándome. Rhydderch se había quedado en silencio, meditando respecto a cómo me había sentido tras haber sido arrancada de la única vida que conocía, y yo había terminado tan absorta en mis propios pensamientos que no me había dado cuenta de cómo el príncipe fae había cogido la manta que Taranis había colocado debajo de la silla de montar para ponerla sobre mí.
—Yo haré la primera guardia —dijo entonces Rhydderch—. Duerme, fierecilla.
❧
Ni siquiera había sido consciente de cuándo había caído rendida ante el cansancio que ambos arrastrábamos del viaje hasta que noté a alguien zarandeándome con premura. Abrí los ojos de par en par, sintiendo un vuelco en el corazón. En algún momento de la noche, después de que Rhydderch me hubiera comunicado que él se encargaría de vigilar, había terminado aovillándome contra el costado de Gwyar, envolviéndome en la capa que el príncipe fae me había prestado.
—Verine.
La voz urgente de Rhydderch hizo que las últimas briznas del estupor se desvanecieran, poniéndome alerta. La noche parecía haberse vuelto más cerrada desde que el sueño me hubiera vencido, lo que inclinaba a pensar que habían transcurrido horas; a través de la penumbra atisbé al príncipe fae inclinado sobre mí, con la tensión reflejándose en su expresión.
—Tenemos que movernos —me dijo, apartándose lo suficiente para ver a Faye sobrevolando sobre nuestras cabezas, igual de nerviosa que su compañero—. De inmediato.
Me deshice de la manta y me apresuré a incorporarme mientras Rhydderch se encargaba de tomar las riendas de Gwyar, tirando de ellas para que la yegua también se pusiera en pie. Con premura —y cierta torpeza— traté de colocar sobre la grupa del animal la manta y la silla; a la familiar sensación que llenaba el ambiente se le había sumado un extraño silencio que parecía envolver todo como si alguien nos hubiera encerrado en una burbuja.
Mi vello se erizó ante la amenaza que se respiraba en el ambiente. Tomé las riendas que Rhydderch me tendía y ambos nos apresuramos a dejar atrás el pequeño rincón en el que habíamos buscado refugio para pasar la noche; el pulso se me aceleró mientras huíamos de lo que fuera que hubiera en el bosque, tras nuestra pista, sin seguir un rumbo fijo.
La oscuridad tampoco ayudaba a que nos pudiésemos orientar, tratando de alcanzar la salida del bosque y la orilla del río. Estábamos dando tumbos entre los árboles, sin saber a dónde dirigirnos... Sin saber siquiera qué era lo que nos estaba persiguiendo, y que debía haber alertado a Rhydderch mientras hacía guardia.
Notaba una molesta pulsación en mis oídos, ahogada por mi respiración entrecortada y los jadeos que brotaban de mis labios. Las riendas de Gwyar resbalaban de mi mano; la yegua de Taranis trotaba a mi lado, sin perder el ritmo.
No los vimos llegar.
Caímos en su trampa después de haber sido conducidos hasta ella como animales siendo llevados al matadero. Rhydderch nos hizo frenar a ambos cuando la primera silueta apareció de la nada, cortándonos el paso; el resto del grupo no tardó en salir de su escondite, rodeándonos. Sus uniformes oscuros les ayudaban a camuflarse, brindándoles cierta ventaja; mis ojos no tardaron en descubrir un discreto blasón plateado en el cuello del fae que nos bloqueaba el camino.
Era el escudo de Elphane.
Me pregunté si aquellos hombres habrían sido los mismos que participaron en la emboscada en la que Calais resultó herida.
—Rhy...
No teníamos escapatoria, no con todos aquellos hombres cercándonos como animales hambrientos. Guardaba mis dudas incluso de que el príncipe fae pudiera usar su magia para sacarnos de allí antes de que nos atacaran.
Una flecha atravesó el aire, clavándose a unos metros de distancia de nosotros, de modo disuasorio. Contemplé el astil del proyectil con el corazón desembocado, temiendo que la próxima pudiera estar dirigida a otro objetivo.
Los hombres de la reina se tensaron cuando Rhydderch pareció ignorar todas las señales de alarma, atreviéndose a dar un paso adelante. Observé su arriesgado movimiento con un nudo en el estómago.
—No seas estúpido, muchacho —el fae que estaba a unos metros de nosotros fue el que rompió el silencio—. Nuestro arquero tiene una puntería excelente.
A pesar de la amenaza velada, el príncipe fae no se mostró amedrentado. Con todo el cuerpo rígido y una dolorosa punzada corriendo por mis venas, escruté al resto de soldados; Rhydderch parecía ignorar deliberadamente el riesgo que corría con aquel impetuoso comportamiento.
—Disparadme —les incitó con aire desafiante— y preparaos para desatar la ira del rey de Qangoth.
El peso de sus palabras se extendió a través del claro, provocando un ligero cambio en el ambiente. Pude ver cómo el soldado se erguía al entender a quién había amenazado, dando un tentativo paso para comprobar si Rhydderch estaba diciendo la verdad: un simple vistazo a sus ojos y descubriría el anillo dorado que delataba los orígenes del príncipe fae.
—Ha irrumpido y atravesado las fronteras de Elphane sin invitación, Alteza —se excusó el hombre, relajando su tono de voz—. Comprenderéis que nuestra reina haya creído que se trataba de una... amenaza.
—Creedme que no me hubiera atrevido a hacerlo de no haber tenido un motivo de peso —expuso Rhydderch, usando la voz de príncipe: inflexible y cargada de severidad—. Necesitamos ver a la reina. De inmediato.
Su orden no fue acogida con demasiado entusiasmo por parte de los hombres que la misma Nicnevin había enviado para encargarse de la amenaza que había osado poner un pie en su reino. Vi al fae que se había alzado como portavoz del grupo —¿su líder?— fruncir el ceño.
—Su Majestad es una persona muy ocupada, mi señor —no se me pasó por alto la rigidez de sus palabras, la tensión que se adivinaba en su postura al mencionar a la monarca—. Quizá deberíais regresar a vuestro hogar y...
—Como ya he dicho... —Rhydderch hizo una pausa deliberadamente.
—Ingan —agregó el fae, bajando la cabeza en un gesto solemne.
—Como ya he dicho, lord Ingan —repitió el príncipe, sin dar su brazo a torcer—, tanto mi acompañante y yo tenemos motivos urgentes que tratar con la reina.
Ante mi mención, Ingan pareció caer en la cuenta de que yo estaba allí, resguardada por el cuerpo de Rhydderch. Sus ojos se desviaron en mi dirección con un leve interés, intentando descubrir quién podría ser.
Algo parecido a la incomprensión cruzó fugazmente su expresión y yo me tensé de pies a cabeza.
—No es posible... —escuché que murmuraba Ingan, conmocionado.
Rhydderch se pegó aún más a mi costado en actitud protectora.
—Os aseguro que la reina no se negará a recibirnos cuando sepa que la princesa de Elphane ha regresado.
* * *
Como señora mayor he de reconocer que a mí estas cosas me suben la tensión :c
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