❧ 91
«No le hagas daño a Rhy, por favor.»
El nudo de mi pecho se estrechó todavía más al oírla, al saber que era su preocupación lo que había empujado a Calais a hacerme esa petición. No supe qué decir al respecto: el día de la cueva pude ver el recelo en su expresión... no me sorprendía que me hubiera odiado; en realidad, lo entendía a la perfección. Mi sorpresiva llegada a su vida gracias a Rhydderch suponía una amenaza en su futuro; ella seguía creyendo que su compromiso con el príncipe sería lo que la mantendría cerca de Taranis, sin sospechar siquiera que el heredero de Qangoth estaba tan enamorado como la propia Calais. Sin embargo, lo que sí me pilló con la guardia baja fue confirmar que había sido gracias a la insistencia de Rhydderch lo que terminó por convencerla de que me protegiera, dándome su palabra.
—Me gustaría pensar que todo el tiempo que has pasado aquí te haya hecho verme como... como una amiga —su voz titubeó al pronunciar la última frase.
Mi corazón se estremeció al oír la duda que se adivinaba en Calais. Pese a que al principio no le hubiera resultado más que una molestia, en realidad me valoraba, me consideraba como tal; había podido observar que su círculo de amistades se reducía únicamente a lady Llynora y, aun así, había cosas que Calais no había compartido con la joven fae.
—Te veo como una amiga —le confié, reconociéndolo por primera vez tanto para ella como para mí—. Quizá por eso me sentía tan mal... por... por lo que pudiera estar empezando a sentir por Rhydderch.
Las palabras rasparon mi garganta, obligándome a pronunciarlas con esfuerzo. En el refugio de Ayrel, había sido sincera con Rhydderch, pero tener que admitirlo delante de Calais..., aunque ella no lo viera en un sentido romántico. No era sencillo para mí. En especial por el peso de aquella verdad, de lo que suponía de cara a mi futuro. A las decisiones que tendría que tomar cuando llegara el momento.
Una pequeña sonrisa dulce se formó en los labios de Calais y sus ojos verdes relucieron de silenciosa comprensión.
—Sea cual sea tu decisión, siempre estaré aquí —me prometió, inclinándose con esfuerzo hasta que su mano se apoyó sobre la mía y fue como si hubiera leído mis pensamientos.
Bajé la mirada hacia nuestras manos y noté un nudo en el estómago. Una vocecilla similar a la de la Verine del pasado, que había estado callada dentro de mi cabeza, empezó a susurrarme al oído que estaba siendo egoísta con mi comportamiento; que era injusto que estuviera allí, contemplando a mi amiga herida... cuando Altair y mis otros amigos podrían estar en aquel mismo instante siendo torturados por Alastar.
Mi vello se erizó antes de que las alarmas saltaran dentro de mi cabeza. Ahora que el sortilegio estaba roto, podía percibir la magia con mayor facilidad; quizá por eso mi cuerpo actuó de manera inconsciente, incorporándose antes de que las sombras del dormitorio se condensaran hasta que adoptaron la figura de un fae... Un fae que irradiaba una furia incontenible antes de abalanzarse sobre mí, tomándome por sorpresa y aferrándome por el cuello, haciéndonos retroceder a los dos hacia la pared donde chocó mi espalda.
Sus ojos, de un azul tan oscuro que parecían púrpuras, me contemplaban con una rabia inusitada. Con un odio que me dejó paralizada. Ni siquiera pude tratar de alcanzar la daga que me había regalado Taranis porque los dedos del fae se hundieron con saña en mi garganta, arrebatándome el aire.
—¡Darlath! —escuché que gritaba Calais.
Su primo pareció no oírla. Toda su atención estaba focalizada en mí; sus labios se retorcieron hasta mostrarme sus colmillos en un gesto amenazador que hizo que mi poder cosquilleara ante la amenaza que suponía el fae. No obstante, no podía permitirme que mi magia estallara como lo había hecho en la cabaña de Ayrel; no podía exponerme frente a Darlath y sacar a la luz mi secreto.
Boqueé como un pez fuera del agua, hincándole las uñas en la muñeca de la mano con la que me tenía retenida. Sacudiéndome mientras la asfixia me impedía pensar con claridad, recordar cómo nuestro instructor nos había hecho repetir ese mismo ejercicio una y otra vez en Merain.
—Tú —gruñó el fae—. Todo esto es por tu culpa.
Un calor abrasador se extendió por mi esternón, delatando que la piedra de energía estaba cargándose con mayor intensidad gracias a mis propias emociones. El aire empezaba a faltarme, además de sentir un molesto pitido en mis oídos.
Golpeé con mayor fuerza a Darlath, intentando que aflojara su agarre sobre mi garganta, dándome una leve tregua con la que recuperar el aliento que me estaba arrebatando mientras trataba de asfixiarme. Del pecho del fae brotó un sonido ronco y molesto ante mis intentos de defenderme.
—Rhydderch debería haber dejado que te ahogaras —me espetó el joven—. Nos habría ahorrado a todos muchos problemas.
La visión empezó a ennegrecérseme por los bordes, además de sentir una gran presión sobre los pulmones, como si Darlath los estuviera aplastando en sus puños, en vez de mi garganta. Jadeé de angustia, sin encontrar la fuerza necesaria para deshacerme del fae y su aplastante peso.
Por encima del hombro creí atisbar la figura de Calais incorporándose a duras penas de la cama, intentando llegar hasta donde su primo me mantenía retenida contra la pared; las heridas la ralentizaban y pude ver un brillo de pánico en sus ojos verdes.
—¡Darlath, vas a matarla!
Una mueca burlona apareció en el rostro del interpelado, como si saboreara esa idea.
—Eso es lo que pretendo...
A través del pitido de mis oídos, de manera ahogada, escuché un fuerte golpe que parecía provenir de la otra habitación. Con la mirada borrosa, cerca de perder el conocimiento, vi la silueta de Rhydderch cruzando la distancia que nos separaba; sus ojos ambarinos relucían con un fuego inusitado y ardiente. Aferró a Darlath por los hombros y me lo consiguió quitar de encima con un brusco empujón; sin la presa de la mano de Darlath sobre mi garganta, mi cuerpo se desplomó contra el suelo mientras se sacudía a causa de un virulento ataque de tos. Un preocupado Taranis apenas tardó unos segundos en aparecer dentro del dormitorio, yendo directo hacia donde yo me encontraba para evaluar la situación.
A unos pasos de distancia, Rhydderch había conseguido reducir a Darlath y estaba mostrándole los colmillos en el mismo gesto amenazador que me había dedicado el otro fae cuando me estaba asfixiando para acabar con mi vida.
—Vuelves a acercarte a ella o a tocarla y estás muerto —le rugió el príncipe fae antes de buscar con la mirada a Calais, que estaba desplomada sobre la cama. Una mancha roja había aparecido sobre su camisón, delatando que alguna de las heridas debía habérsele abierto por el esfuerzo—. Calais...
La fae negó con la cabeza, haciéndole saber que no era demasiado grave. Su expresión horrorizada delataba que estaba igual de aturdida que yo por lo sucedido, que en ningún momento su primo había compartido con ella sus planes; sus ojos verdes se encontraron con los míos mientras las manos de Taranis me sostenían la garganta con suavidad, tanteando con cuidado la zona donde los dedos de Darlath habían presionado con saña.
—Verine...
Aparté la mirada de Calais para desviarla hacia el príncipe heredero. Su mirada ambarina estaba cargada de una rabia tan intensa que me produjo un escalofrío, pues jamás hubiera imaginado que pudiera valorarme de ese modo, ya que prácticamente éramos unos desconocidos. Un ligero temblor sacudía sus manos mientras continuaba con su escrutinio.
—Estábamos... estábamos... —me dolía la garganta y las palabras raspaban sus paredes cuando hablaba—. No pude hacer nada.
—No pasa nada —me aseguró Rhydderch desde su posición, intentando mantener un timbre suave y dividiendo su atención entre nosotros y su presa—. Estás bien. Ni Taranis ni yo vamos a permitirle que vuelva a tratar de acercarse a ti.
Me incliné hacia el cuerpo de su hermano mayor, buscando apoyo por la repentina debilidad que me había asaltado. Mi frente terminó reposando sobre su esternón mientras intentaba recuperar el aliento. La piedra de energía aún seguía ardiendo contra mi piel, aunque no con la misma fuerza que hacía unos minutos antes.
Estaba tan conmocionada que no me sorprendió escuchar a Rhydderch por primera vez hablar de su hermano mayor como si fueran un equipo. Me centré en mi propia respiración y cerré los ojos un segundo, llenando mis pulmones y vaciándolos hasta que la presión empezó a mitigar.
A unos metros de distancia, Darlath parecía haberse rendido ante el peso de Rhydderch.
—Llama a un sanador. Ahora —reconocí la voz autoritaria del príncipe heredero, quizá dirigiéndose a Rhydderch—. Yo me ocupo de esto.
Escuché un gruñido bajo y otro cargado de advertencias que reconocí como el príncipe fae. Me obligué a reincorporarme mientras abría de nuevo los ojos, topándome con la expresión de disculpa de Calais, que se aferraba el costado para detener el flujo de sangre.
Rhydderch esperó a que su hermano mayor ocupara su lugar, inmovilizando a Darlath contra el suelo, antes de abandonar a toda prisa el dormitorio, en busca de refuerzos. El primo de Calais se sacudió, obligando a Taranis a clavar con mayor fuerza su rodilla en la espalda del otro; sus ojos ambarinos se desviaron entonces hacia la prometida de su hermano, que permanecía aún conmocionada contra la cama.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Vi a Calais mordiéndose el labio inferior, en un gesto lleno de indecisión. La tensión no paraba de emanar del cuerpo de Taranis, que la vigilaba desde su posición, no pudiendo acercarse a ella debido a que tenía que mantener retenido a Darlath.
Los ojos verdes de la fae estaban en la espalda de su primo, quien permanecía en silencio. Los hombros de Calais sufrieron una leve sacudida y su mirada empezó a empañarse por las lágrimas.
—Calais —la voz de Taranis estaba llena de urgencia. A un lado había quedado su actitud distante—. Dime algo. Dime si estás bien.
Ella dirigió su vista hacia el rostro de Taranis.
—No... no sabía... Nunca pensé... —parecía tener problemas para hablar, tropezándose con sus propias palabras—. Yo jamás querría que nadie la hiriera.
El estómago se me hundió al oír el dolor en su voz. Calais estaba tratando de decirle a Taranis que ella no tenía nada que ver con el ataque de Darlath; ella temía que el príncipe heredero pudiera relacionarla, creyendo que la propia Calais —quizá movida por los celos— le habría pedido a su primo que la ayudara a deshacerse de mí.
—Verine es mi amiga —Calais temblaba de pies a cabeza, al borde de las lágrimas.
Me partió el corazón verla de ese modo, sufriendo ante la idea de que Taranis pudiera detestarla al creer erróneamente que ella era cómplice de Darlath.
—Calais —Taranis pronunció su nombre con suavidad—. Te creo, ¿vale? Sé que jamás le harías daño.
Un sollozo pareció quedarse atrapado en el pecho de la prometida de Rhydderch cuando oyó que Taranis no ponía en duda su palabra. Una parte de mí se sorprendió de la ceguera de ambos ante lo evidente, ante lo que sentían el uno por el otro y que tan claro resultaba en aquel instante.
—Calais...
Aquel sonido ahogado procedía de Darlath. Taranis gruñó ante su intervención, enseñando los colmillos en una mueca feroz que el fae no pudo ver.
—Ella es... ella es un obstáculo para tu futuro —Darlath hablaba con esfuerzo, pero no trató de sacudirse al príncipe heredero de encima—. Sé que has oído los rumores... Tu padre no está en absoluto contento con lo que se comenta sobre vuestro compromiso... Esa puta humana va a traicionarte en cualquier momento. No dudará cuando te apuñale por la espalda —dejó escapar una carcajada ronca—. Rhydderch ha sido un estúpido... Un estúpido por haberse dejado engañar de este modo, por haberse permitido ceder por esa zorra que se abrió de piernas para él con el único propósito de manipularlo a su antojo —otra carcajada—. Pensé que tu comportamiento era una estrategia para luego deshacerte de la humana... Pero ya veo que a ti también ha conseguido ablandarte. ¿También se te ha ofrecido...?
Taranis gruñó de nuevo y el cuerpo de Darlath crujió cuando lo aplastó aún más contra el suelo.
—Cuida esa boca, Darlath —le advirtió en un siseo bajo y amenazador—. Y como vuelvas a dirigirte de ese modo a Calais... Si vuelves a hacerlo, te arrancaré la lengua y luego te la haré tragar.
❧
Rhydderch apareció con un fae desconocido y Kell, quien parecía ileso de la emboscada, junto a un par de hombres cuyo blasón en la pechera de la túnica los delató como miembros del pequeño grupo de soldados que le habían acompañado desde las Tierras Salvajes. El príncipe abrió los ojos de par en par al descubrir a Taranis reteniendo a Darlath contra el suelo; se recuperó rápido de la sorpresa que le produjo aquella escena, ordenando a sus soldados que se encargaran de aprisionar al fae que el príncipe heredero mantenía inmovilizado. El otro hombre que había acompañado a Rhydderch no necesitó ningún tipo de orden antes de dirigirse hacia donde estaba Calais.
—Milady —musitó en tono alarmado.
Ella trató de esbozar una sonrisa con la que pretendía tranquilizar al recién llegado, el sanador, supuse.
—Byor, lo lamento mucho —se disculpó—. Creo que se me han saltado algunos puntos de sutura...
Tuve que apartar la mirada de ambos cuando Rhydderch se apartó de Kell para acudir a mi lado. Su mirada ambarina no relucía con la misma intensidad que cuando había apartado a Darlath de mí, pero sí reflejaba el miedo que debía haber sentido al descubrir al primo de Calais tratando de asfixiarme. Noté sus dedos recorriendo la zona de mi cuello donde los dedos del fae me habían apretado con rabia.
Rhydderch tragó saliva con esfuerzo.
—Lamento haber llegado tarde.
Pestañeé con confusión.
—Me has salvado la vida —le contradije, sintiendo un ligero escozor en la garganta.
El príncipe sacudió la cabeza, como si no le diera importancia a ese pequeño detalle.
—Bajadlo a las mazmorras —escuché que decía Taranis, quien se había incorporado y contemplaba a Darlath sin ocultar su desagrado. Su rabia—. No quiero que nadie más de los que estamos aquí presentes sepa ni un detalle de lo que ha ocurrido.
Los hombres de Kell asintieron con severidad antes de arrastrar al joven fae hacia la salida del dormitorio. Byor, cuyo nombre relacioné con el del sanador que atendía a la familia real, estaba inclinado sobre Calais.
—Necesito privacidad para poder atender a lady Calais —nos indicó con displicencia.
Kell fue el primero en abandonar el dormitorio, siguiendo los pasos de sus hombres. Rhydderch me ayudó a ponerme en pie, pues sentía mis piernas un tanto inestables; Taranis permanecía clavado en el suelo, con la vista puesta donde el sanador estaba intentando encargarse de la prometida de su hermano menor. En sus ojos ambarinos podía leerse con claridad la lucha interna que debía tener; la resistencia a abandonar la habitación y dejarla sola.
—Taranis —lo llamó Rhydderch. El príncipe heredero tardó unos segundos en reaccionar, desviando la atención hacia él—: vamos fuera. Ayúdame a llevar a Verine a sus aposentos.
Vi a Taranis tragar saliva, aún dubitativo. Tras unos segundos de debatirse consigo mismo si debía obedecer la orden implícita de su hermano menor o quedarse allí, vigilando que Calais estuviera bien, terminó por dedicarle un asentimiento y cruzar en un par de zancadas la distancia que lo separaba de nosotros; no se me pasó por alto cómo espiaba la cama por el rabillo del ojo, siempre atento de todos y cada uno de los movimientos de la joven fae.
Dejé que ambos me sirvieran de apoyo y los tres nos dirigimos hacia la salida con paso renqueante e inseguro. Byor le susurró algo a Calais que no alcancé a distinguir, pese a mi oído afinado; a ella se le escapó un siseo bajo, provocando que Taranis se tensara a mi lado. Incluso Rhydderch no era capaz de ocultar la preocupación que sentía por Calais y la mancha de sangre de su camisón.
Estábamos a punto de atravesar el umbral que conducía a la antecámara cuando escuché la inconfundible voz de Calais a nuestra espalda, dubitativa y temblorosa.
—¿Taranis...?
El aludido frenó el paso, obligándonos a su hermano y a mí a bajar el ritmo de nuestra huida. Giró la cabeza lo suficiente para poder observarla por encima del hombro, con una mirada interrogante.
—Gracias. Gracias por... por todo.
* * *
Hello, hello!!!!! Bienvenides un sábado más a esta recta final (je)
En este capítulo hemos un poquito de todo...
Por ejemplo, sabemos cómo van a terminar las cosas con esta pequeña aparición especial (mal)
Así como apunte... me parece fascinante lo ciegos que pueden estar algunos personajes...
Véase Verine con ese momento de "si la tocas te mato" o nuestra ser de luz, Calais, respecto a Taranis (y viceversa) porque hasta un ciego se habría dado cuenta
Y ahora... el maravilloso momento de las apuestas: ¿qué creéis que pasará?
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