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❧ 87

Apenas había sido consciente de la marcha de Rhydderch de su dormitorio. El cansancio que se había aferrado a mis huesos me había inducido a un sopor que no debía haber durado más de unos minutos, antes de que el aluvión de imágenes de mi pasado me arrancara de aquel estado con un grito ahogado, encontrándome a solas en el camastro, con la palpable ausencia del príncipe fae.

Aunando fuerzas de flaqueza, había conseguido incorporarme a duras penas, encontrando apoyo en la pared del habitáculo. Gracias a mi naturaleza, mi oído parecía haberse afinado, permitiéndome distinguir las voces entremezcladas de Rhydderch y de la Dama del Lago al otro lado de la puerta cerrada. El camino hasta ella me resultó interminable, pues aún sentía mis extremidades débiles e inestables; me sentía extraña en mi propio cuerpo. Ajena.

Una intrusa.

Empujé con cuidado la madera, percibiendo cómo cedía bajo mi peso. Una bocanada de calidez me golpeó en el rostro cuando el calor que desprendía la chimenea, y que servía para caldear prácticamente toda la cabaña, cuando me asomé por el umbral; el príncipe y la fae estaban sentados en la mesa, a todas luces inmersos en una importante conversación que, con mi presencia, interrumpí.

Rhydderch fue el primero en reaccionar: se incorporó con premura, lanzándole una extraña mirada a la Dama del Lago. Fue dando tentativos pasos en mi dirección, como si no supiera si acercarse a mí o no; como si dudara de hacerlo.

—Vesperine —el sonido de mi nombre me resultó extraño, como si estuviera dirigiéndose a otra persona, pese a que no había nadie más allí con nosotros—. Aún tenemos un asunto que tratar... Un asunto de suma importancia.

La expresión sombría de Rhydderch, sumada a su silencio, fue una advertencia de lo que parecía avecinarse. El príncipe fae me ofreció su mano en un amable gesto, haciendo que mi pecho se retorciera. Traté de convencerme a mí misma que el sortilegio era lo único que la Reliquia había conseguido romper.

—Deberías tomar asiento —me aconsejó Rhydderch—. Tu cuerpo aún tiene que recuperar fuerzas y amoldarse... a su verdadera forma.

No me gustó ver la compasión en sus ojos ambarinos. Tampoco en los de Ayrel. Me sentía como una niña aprendiendo a dar sus primeros pasos... a pronunciar sus primeras palabras; esa sensación de verme como alguien débil hizo que apretara los dientes con una mezcla de rabia y frustración. Ignoré la mano que Rhydderch me había tendido y traté de alcanzar por mis propios medios la silla que tenía más cerca de mí.

Pude percibir la presencia del príncipe fae siguiendo mis pasos, vigilando que las fuerzas no me fallaran y me dejaran de nuevo en evidencia.

Ayrel deslizó una taza humeante en mi dirección cuando logré mi propósito sin ayuda de Rhydderch. Una vez el príncipe se aseguró de que estaba acomodada, rodeó la mesa para ocupar su propio sitio; me aferré al calor que desprendía el recipiente mientras alternaba la mirada entre los dos fae, a la espera de que alguno de ellos diera el primer paso y me dijera qué asunto quedaba pendiente.

Los ojos dorados de la Dama del Lago me observaron con seriedad.

—Nuestros caminos estaban destinados a encontrarse tarde o temprano, Vesperine —sus palabras no me pillaron por sorpresa ya que, antes de ayudarme a romper el sortilegio, había dicho algo similar—. No solamente porque te salvé la noche del incendio... sino porque usé la magia para buscarte tiempo después, en aquel orfanato.

Fruncí el ceño.

—Vesperine, creo que la emboscada del Círculo de Hierro donde tu guardián murió y la desaparición del príncipe heredero de Merahedd están estrechamente relacionadas.

Fue como si alguien hubiera vaciado un cubo de agua helada sobre mi cabeza. Le devolví la mirada a la fae con una expresión que no era capaz de ocultar mi zozobra e inquietud, renuente a creer en ella. Porque una parte de mí podía ver con claridad el nexo de unión que había entre ambos sucesos.

—Los rumores sobre Elphane eran ciertos entonces —musité, dejando que el calor que transmitía la taza quemara mis dedos.

En los antros que poblaban los suburbios de Merain corrían todo tipo de historias, en especial las que estaban relacionadas con el desdichado príncipe heredero. Su trágica y misteriosa desaparición había sacudido los cimientos del reino, incluso había llegado a oídos de los reinos vecinos; Altair siempre había sido muy discreto con ese episodio familiar. Todo Merahedd había escuchado los infructuosos intentos del rey de intentar hallar una pista que pudiera conducirle a su único hijo... Hasta que dejó de intentarlo. El tío de Altair pareció rendirse, o ser consciente de que no iba a recuperarlo nunca. Sin embargo, ¿y si hubiera sabido quién fue el responsable desde un principio?

¿Y si hubiera sabido que la reina de Elphane estuvo detrás de la desaparición?

¿Y si había dejado de intentar recuperar a su hijo al creer que la reina había terminado con su vida en retribución a la de la princesa...?

—La reina de Elphane se llevó consigo al príncipe heredero —verbalicé lo que había sido un secreto a voces desde la desaparición del primo de Altair.

—Creo... creo que sí —atisbé un resquicio de duda en la voz de Ayrel—. Por eso mismo acudí al orfanato, porque tú eres la única que puede salvarlo...

—Si es que todavía sigue vivo —apostillé a media voz. Quizá la reina había asesinado al niño por creer que yo había ardido junto al que creí mi padre aquella noche.

—... Así que opté por emplear mi magia y modificar uno de tus recuerdos —concluyó la fae, a pesar de mi apreciación.

Mi cuerpo se quedó congelado ante la confesión de la fae. Incluso Rhydderch parecía igual de sorprendido que yo, con sus ojos abiertos de par en par; Ayrel se removió con incomodidad, avergonzada.

—No lo hice con mala intención —se defendió, dirigiéndome una mirada de disculpa. Ella había sabido desde el principio la verdad, quién era yo y mi paradero... Había abandonado su refugio del bosque para venir en mi búsqueda y usar su magia conmigo—. Sólo quería... quería dejarte una pista que pudiera conducirte a la verdad, una vez el sortilegio se rompiera. O se debilitara lo suficiente...

Un ramalazo de rabia me sacudió de pies a cabeza, despertando una chispa en mi interior.

—¿Cuando el sortilegio se rompiera o se debilitara? —le pregunté, alzando la voz.

El gesto de Ayrel se tornó culpable.

—Merain es una de las pocas ciudades en los Reinos Humanos que tiene una gran cantidad de hierro protegiéndola —respondió la fae con voz débil—. Creí que al estar expuesta a él haría que el sortilegio fuera debilitándose... Abriendo pequeñas brechas que permitían a ciertos recuerdos escapar de su prisión. Recuerdos que solamente acudían a ti cuando más vulnerable te encontrabas.

Un rayo de comprensión me atravesó de parte a parte al ir hilando las piezas sueltas que Ayrel iba depositando ante mí con sus palabras.

—Las pesadillas —musité, sintiendo un nudo en el pecho.

La noche del incendio —que mi mente infantil había decidido modificar para protegerme— había sido una de mis pesadillas más recurrentes; Altair había sido testigo del resultado de una de esas noches inquietas. Sin embargo, había habido otras que nunca había sido capaz de recordar, aquella negrura que me dejaba sin aliento y con un fortísimo dolor de cabeza. Ahora entendía de dónde provenían... qué eran exactamente.

—Nunca lograba recordarlas —señalé y vi que Rhydderch me observaba de un modo que hizo que pegara más a mi pecho la taza, que había ido perdiendo temperatura—. Solamente tenía el recuerdo de... de oscuridad.

Ayrel asintió, pero aquel gesto no sirvió para tranquilizar mis nervios. Ni mucho menos aquel molesto cosquilleo que estaba desplegándose por todo mi cuerpo, concentrándose en las palmas de mis manos.

—Sabía que me encontrarías, que vendrías a mí de un modo u otro —dijo la fae—. Yo sólo... sólo intentaba guiarte en la dirección correcta.

—¿Metiéndote dentro de mi cabeza? —le espeté—. Lo que hiciste está más allá de lo que prohibieron.

—Fierecilla...

Por algún motivo, me molestó que Rhydderch decidiera intervenir en aquel momento, como si quisiera justificar o defender lo que Ayrel había hecho conmigo siendo una niña, sin que yo hubiera tenido la más mínima idea de lo que estaba sucediendo.

Decidí ignorarlo, focalizando todo mi enfado en la fae que había a unas sillas de distancia.

—¿Cuál? —pregunté entre dientes—. ¿Cuál recuerdo decidiste manipular a tu antojo?

—Fierecilla...

Volví a ignorarlo.

—El último recuerdo que guardas antes de que tu madre usara la Magia Antigua, la noche que decide contarte una historia sobre un príncipe cautivo... justo antes de que los ejércitos de Agarne y Merahedd atacaran vuestro palacio.

Mi mente se retrotrajo a ese momento en concreto que había mencionado Ayrel. Vi a la reina de Elphane acudiendo a mi dormitorio, escuché mi voz infantil suplicándole por una historia antes de dormir...

«Pero para que la joven princesa pudiera convertirse en reina tenía que guardar un secreto y protegerlo incluso con su propia vida —el eco de la voz de mi madre resonó en mis oídos. Ahora sabía que esa historia había sido tergiversada por la magia de Ayrel, quien había empezado a sembrar sus semillas para hacerme saber que la desaparición de Gareth no fue casual—: en lo más profundo de su palacio, un joven príncipe estaba retenido a causa de la traición de sus iguales hasta que les fuera devuelto lo que había sido robado tanto tiempo atrás.»

Una sensación abrasiva se expandió por mis palmas mientras le sostenía la mirada a la Dama del Lago y trataba de digerir aquella última pieza. Podía entender ahora esa extrañeza cuando el recuerdo me asaltó, por qué lo había sentido... diferente, de algún modo.

Porque no era un recuerdo del todo real.

Porque había sido manipulado.

—¡Vesperine!

El grito de Rhydderch refiriéndose por mi verdadero nombre hizo que desviara mi atención hacia el príncipe. Sin embargo, el joven fae tenía sus ojos puestos en mis manos, al igual que Ayrel.

Bajé la vista y el estómago me dio un vuelco al descubrir que la taza que había sostenido entre las manos estaba envuelta en llamas. De manera inconsciente solté el recipiente, haciendo que el fuego empezara a extenderse sobre la madera de la mesa.

Rhydderch extendió su mano hacia él, haciendo que las llamas se extinguieran con un sencillo movimiento. Alterné la mirada entre la zona quemada y la mano del príncipe fae, sin una sola herida o quemadura.

El enfado que me había azotado al escuchar la confesión de Ayrel se esfumó, dejando en su lugar una ardiente vergüenza por lo que había provocado. Mi propia magia.

—Vesperine —en aquella ocasión Rhydderch usó un tono más suave—. Vesperine, mírame.

Pero no podía hacerlo. Mi magia era un peligro; yo misma lo era, ya que no era consciente del poder que había en mi interior, corriendo por mis venas. Si aquel simple enfado había sido capaz de hacer que mi magia reaccionara de ese modo... No quise ni imaginarme el caos que podría provocar alguna emoción mucho más extrema.

—Verine...

Reaccioné de forma inconsciente al oír mi nombre. Mi mirada se quedó clavada en los ojos ambarinos de Rhydderch, que me observaban sin juzgarme por lo que había hecho hacía unos instantes. El príncipe fae volvió a tomar asiento.

—Tu magia también ha despertado —me explicó como si fuera una niña pequeña—. Ahora mismo es inestable y está fuertemente ligada a tus emociones. Todos hemos pasado por esa época, siendo niños... Sólo tienes que aprender a controlarla.

En los labios de Rhydderch parecía sencillo. Aprender a controlar mi magia, mi poder... El príncipe fae había mencionado que estaba ligado a mis emociones, que era algo habitual en los niños; sin embargo, yo no era ninguna niña. Cuando la reina de Elphane decidió lanzarme aquel sortilegio, mi poder apenas había despertado; la había escuchado hablar con mi padre al respecto, ambos planificando lo que vendría a continuación. Los tutores que estarían a mi servicio para poder ayudarme con ella.

Pero ese momento nunca había llegado a cumplirse.

—Podemos ayudarte, Vesperine —intervino entonces Ayrel, que había estado callada hasta ese momento.

Desvié mi mirada hacia la fae, apretando los puños inconscientemente.

—Lamento lo que hice —dijo la Dama del Lago—. Pero tú eres la única que puede liberarle.

Entrecerré los ojos en su dirección.

—Pareces saber demasiado, Ayrel —mi acusación flotó en el aire, pesada y asfixiante.

Ella se agitó en su asiento, lanzándole un rápido vistazo a Rhydderch.

—Te dije que la princesa de Agarne fue un daño colateral, al igual que muchos otros humanos —observé tanto a la fae como al príncipe fae, sin entender muy bien a qué se refería—. Todo este... conflicto, siempre estuvo avivado por los arcanos. Su desaparición hizo que uno de los reyes de los Reinos Fae estuviera dispuesto a cualquier cosa con tal de recuperarlos.

Rhydderch se irguió en su silla.

—¿Qué rey? —exigió saber.

Supe que estaba pensando en Alastar. El regente de Antalye había resultado ser un taimado jugador que había enviado a varios mercenarios a los Reinos Humanos con el propósito de que encontraran a los arcanos; después de que el arcano que Altair y yo hubiéramos encontrado en la cámara real de Merain cayera en sus codiciosas manos, había guardado silencio, omitiendo ese pequeño detalle mientras alertaba al resto de reinos sobre la amenaza humana que había conseguido cruzar la frontera. ¿Podría estar Alastar tras la desaparición de la princesa de Agarne...? ¿Incluso de Brianna? Aunque Altair se hubiera mostrado igual de reservado que con el tema de su primo desaparecido, sospechaba que la niña había sido secuestrada por los fae.

—¿Alastar? —insistió Rhydderch, pronunciando en voz alta el nombre del regente—. ¿Fue él...?

—El rey del que os habló murió hace mucho tiempo —le interrumpió Ayrel y pude percibir cierta tensión en su postura—. Pero fue uno de los Primeros Reyes.

—Entonces, si ese rey que inició las desapariciones con el propósito de forzar a los humanos a que entregaran los arcanos está muerto... ¿Quién es el responsable?

La mirada dorada de Ayrel se ensombreció.

—Alguien que ha decidido seguir su obra, continuando con lo que dejó inconcluso —contestó la fae—. Alguien que conocía ese macabro legado que dejó antes de morir.

—¿Cuál de los Primeros Reyes fue el responsable de iniciar todo este... conflicto? —pregunté, por si acaso esa información podría guiarnos hacia la persona que había optado por seguir sus mismos pasos.

Hubo un instante de silencio por parte de Ayrel, quien bajó la mirada hacia la taza intacta que aún tenía entre las manos.

—El Primer Rey de Elphane —contestó al final, casi con renuencia.

Su respuesta no fue lo que me sacudió de pies a cabeza, sino la obvia conclusión a la que todos deberíamos haber llegado. Porque solamente había una opción posible en todo aquel enrevesado asunto que, al parecer, se remontaba a mucho tiempo atrás, a la época de los Primeros Reyes, los fae que —según me contó Calais— lograron unificar a gran parte de la población para fundar los tres Reinos Fae.

Tragué saliva con esfuerzo.

—Crees que la reina de Elphane es la responsable de las desapariciones que han ido sucediendo... al igual que sus antepasados —verbalicé, intentando que no me temblara la voz—. Crees que la familia real de Elphane ha estado continuando lo que el Primer Rey dejó inconcluso... para conseguir todos los arcanos, ¿no es cierto?

* * *

BUENAS BUENAAAAAAAAAAAS, ¿CÓMO VAMOS? ¿LISTES PARA OTRO SÁBADO MÁS DE THORNS?

dejando a un lado de que Verine (siempre será Verine, i'm sorry. Vesperine es para los actos formales) es una auténtica bomba de relojería con su magia recién despertada...

- La desaparición (por el momento, no tenemos cuerpo... todavía) de Gareth es la venganza de la reina de Elphane por prenderle fuego a la casa donde Hywel vivía refugiado con baby Verine: toi en chock

-Ayrel tocando los recuerditos de Verine en el orfanato para dejarle una pista sobre la verdad: SOS

- Sabemos que el hierro de Merain era lo que permitía que el sortilegio antiguo se viera ligeramente vulnerado, permitiendo que sus recuerdos afloraran... AUNQUE ELLA NO FUERA CONSCIENTEEEEEEEEEE: estado actual: líquido a causa de mis propias lágrimas

- ¿nos hemos percatado que el prólogo es el recuerdo modificado de Ayrel... y la pesadilla que Verine nunca llega a recordar?

- Por no mencionar la BOMBA FINAL. ESTOY EN PÁNICO ABSOLUTO POR LO QUE ESTÁ POR VENIR

¿Qué me decís de lo que se viene? Os leo con mucho interés al respecto jejeje

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