❧ 83
No supe qué responder a eso porque no había llegado todavía a tomar una decisión al respecto. La mirada de Rhydderch se me antojó tan intensa que tuve que apartar la mía, escondiendo la vergüenza que me recorría de pies a cabeza y creyendo que eso ayudaría a mi corazón a que recuperara su ritmo normal.
Retorcí mis manos con nerviosismo, sintiendo cómo el silencio empezaba a convertirse en algo denso y asfixiante. No se me había pasado por alto el tono impersonal que el príncipe había usado para hacerme saber que no existía ninguna deuda por todo lo que había hecho por mí... y que cumpliría su promesa, aunque eso significara tener que despedirse de mí para siempre. Pero ¿acaso no sería eso lo que deseara, después de todo lo que había pasado entre nosotros?
No debería haber permitido que me besara aquella noche, tendría que haberme apartado al primer contacto de sus labios contra los míos. Tendría que haber mantenido las distancias entre los dos. Tendría que haberme controlado y haber controlado mis propios sentimientos, impidiendo que éstos me hicieran bajar la guardia de ese modo.
El beso había sido un punto de inflexión, al igual que su inesperada confesión.
Lo habían echado todo a perder. Hubiera preferido mil veces enfrentarme a ese Rhydderch frío y educado que al príncipe que estaba a unos pocos metros de distancia, cuya mirada estaba perdida en algún punto de la pared que había a mi espalda; en aquel instante pude ver que él se encontraba cada vez más lejos. Que a cada segundo que transcurría sin que ninguno de los dos dijera nada, Rhydderch se alejaba un poco más de mí... Transformándose en un desconocido.
El camastro crujió cuando el príncipe se incorporó con esfuerzo. El estómago volvió a retorcérseme al contemplar de nuevo sus cicatrices mientras Rhydderch me esquivaba para alcanzar el arcón; por encima de su hombro pude descubrir el poco contenido de su interior: mudas de ropa... y materiales para sus dibujos, además de un par de libros con aspecto de haber sido muy usados. El príncipe cerró la tapa con un movimiento seco antes de dirigirse hacia la puerta del dormitorio, aferrando con energía una vieja camisa en su mano libre.
La Dama del Lago alzó la cabeza cuando escuchó los pasos de Rhydderch. Supuse que las comprobaciones que había mencionado apresuradamente antes de dejarnos a solas habían sido una mera excusa para eso. Sus ojos dorados nos tantearon a ambos, como si estuviera buscando algo en nuestras expresiones corporales; frunció los labios, deteniéndose en el príncipe.
—Rhy...
—Me encuentro mucho mejor —la cortó Rhydderch, encaminando sus pasos hacia la entrada principal—. Así que voy a darme un merecido baño... a solas —apuntó con un tono punzante.
La Dama del Lago apretó los labios antes de lanzarme una mirada decepcionada y seguir al príncipe, pese a que el joven había hecho hincapié en que no quería ver a nadie.
Por mi parte, opté por obedecer el deseo de Rhydderch, quedándome en el interior de la cabaña... hasta que el sonido de sus voces en el exterior me arrastró hacia la ventana que estaba entreabierta, permitiéndome contemplar parte de la orilla del lago y las dos figuras que parecían discutir a unos metros de allí.
—No tenías ningún derecho a inmiscuirte de ese modo, Ayrel —le espetó en ese instante Rhydderch a la fae, molesto.
—Alguien tenía que hacerlo, a juzgar por el tamaño de vuestros malditos orgullos —se defendió la Dama del Lago—. Rhy, solamente intentaba allanaros el camino para que pudierais hablar... y tratar de solucionar las cosas.
Me apoyé contra la pared de la cabaña, contemplando el perfil tenso del príncipe y cómo la mujer estaba tratando por todos los medios de disipar el enfado de su protegido.
—Ya estaba todo hablado, Ayrel, y las cosas es mejor dejarlas como están.
La Dama del Lago ladeó la cabeza, indagando en la escueta respuesta que le había dado Rhydderch sobre nuestra situación actual y sacando sus propias conclusiones.
—Ella es importante para ti —de nuevo mi pecho sufrió una sacudida al escuchar de nuevo esas palabras, solamente pronunciadas por otra persona—. Me atrevería a decir que más de lo que nos quieres hacer creer. ¿Por qué si no hubieras acudido a mí? ¿Por qué si no me mandaste aquel desesperado mensaje pidiéndome ayuda...? Nadie se tomaría tantas molestias por una desconocida.
Presioné mi puño cerrado sobre el punto en el que latía mi corazón, sintiendo una molesta presión en la parte posterior de los ojos. Rhydderch me lo había confesado aquella noche, después de desvelarme su más oscuro y vergonzoso secreto, pero yo no le había creído tras escuchar cómo Calais le acompañaba a su dormitorio en el palacio de Alastar; tampoco le había permitido aclarar las cosas cuando se nos había dado la oportunidad, aferrándome a lo que mi mente había creído. Había dejado que ese cúmulo de rencor y rabia me cegaran lo suficiente para arrastrarnos hasta ese punto que parecía de no retorno.
—Lo es —le confirmó el príncipe y un sonido roto brotó de mi garganta.
—¿Y por qué siento que estás rindiéndote, Rhydderch? —le preguntó entonces la Dama del Lago, extendiendo sus brazos en un gesto de exasperación—. Si tan importante es, ¡lucha por ella! Demuéstrale que...
—No —la tajante respuesta del príncipe arrancó un sonido de indignación a la fae—. Por una vez voy a tratar de hacer las cosas bien.
—¿Y tratar de hacer las cosas bien es perderla, Rhydderch? —le aguijoneó la Dama del Lago, sin piedad.
—No voy a perderla, Ayrel —la frustración que había mostrado el príncipe ante los incansables intentos de la fae de arrastrarlo a su terreno dentro de la conversación se había evaporado, dejando en su lugar un tono lleno de derrota—. Y no voy a hacerlo porque ella está enamorada del jodido heredero de Merahedd.
Aquel repentino arrebato hizo que la Dama del Lago se quedara por unos segundos muda de la impresión.
—Ella está enamorada de él —repitió Rhydderch, cada vez más apagado y cansando—, así que me limitaré a cumplir mi promesa, asegurándome de que Verine y sus amigos puedan regresar sanos y salvos a su hogar.
A pesar de la distancia, pude intuir la sorpresa en la Dama del Lago.
—Esa no fue la impresión que me dio cuando...
—Suficiente, Ayrel —la cortó Rhydderch—. Lo que fuera que hubieras creído... Simplemente, déjalo.
No alcancé a escuchar lo siguiente que dijo la Dama del Lago pero, por la reacción del príncipe, intuí que había debido tocar algún tema sensible para él.
—¿Crees que no lo sé? —oí la respuesta de Rhydderch, desgarrada—. ¿Crees que no me arrepiento de haberme comportado como un maldito cobarde todo este tiempo, en vez de haber sido sincero con ella desde el principio? ¿Crees que no me arrepiento de no haber empleado todo este tiempo que hemos estado juntos para... para tratar de conseguir que pudiera olvidarse del heredero de Merahedd?
Había tanto dolor en su voz que volví a sentir el escozor en las comisuras de mis ojos. Fui una estúpida al aferrarme a la errónea idea de que Rhydderch me había utilizado, que había tratado de hacerme bajar la guardia con aquel supuesto juego —una verdad que poder tergiversar para manipularme a su antojo, usándome para lidiar con sus propios demonios y luego desechándome para sustituirme por Calais—; tendría que haberle escuchado desde un principio... Tendría que haberle creído.
Y yo lo había echado todo a perder a causa de mi mis conclusiones precipitadas y la rabia que me había embargado al creer, sin darle una maldita oportunidad a Rhydderch para que se explicara, que nos había utilizado tanto a Calais como a mí.
—Estoy haciendo lo correcto —las últimas palabras del príncipe me llegaron ahogadas a causa del pitido que parecía haberse instalado en mis oídos—. Tanto por ella... como por mí. No quiero cometer los mismos errores que en el pasado.
❧
La Dama del Lago me encontró a su regreso sentada en una de las desvencijadas sillas que bordeaban la mesa donde habíamos tratado de curar a Rhydderch. No había podido seguir escuchando a escondidas su conversación, por lo que me retiré en silencio de la ventana y ocupé una de las sillas, sintiendo el peso del llanto que estaba tratando de retener; nunca me había considerado una mujer demasiado emocional, no después de haber comprobado de primera mano lo que suponía entre los cadetes, pero últimamente... Era como si hubiera perdido por completo el control de mis emociones, como si la situación —aquel cúmulo de sentimientos que se enredaban cada vez más en mi interior— estuviera empezando a superarme.
Ni siquiera con Altair, aquel día en el palacio de Merain, cuando le pedí que volviéramos a ser sólo amigos, había sentido un dolor semejante. Era como si mi propia alma estuviera desgarrándose fragmento a fragmento.
Los ojos dorados de la fae se mostraron cautelosos al observarme. A juzgar por su actitud, supuse que habría terminado cediendo al deseo de Rhydderch de no inmiscuirse más entre nosotros; la estudié rodear la mesa, escogiendo un asiento apartado del mío, como si quisiera mantener las distancias.
—Rhy está aseándose en el lago —me comunicó como si estuviera hablando de un tema de lo más banal; su mirada recorrió mi rostro antes de descender por mi cuello—. Te recomendaría que usaras el baño para poder asearte un poco tú también.
Bajé la mirada, percatándome en ese momento de las manchas de suciedad que llenaban la parte frontal de mi túnica.
—Os... os lo agradecería —musité.
—No son necesarias las formalidades conmigo, pequeña espina —me indicó con tono gentil—. Puedes llamarme Ayrel.
—Os... Te lo agradezco —me corregí un segundo después.
La Dama del Lago me dedicó una pequeña sonrisa antes de incorporarse, conminándome a que hiciera lo mismo. Sus ojos dorados volvieron a recorrerme de pies a cabeza cuando me levanté.
—Creo que tengo una muda que podría servirte —comentó, pensativa—. De todos modos, por el momento no podréis marcharos...
«No hasta que consiga romper el hechizo», terminé en mi mente. Tendríamos que permanecer allí por mi propia cobardía, ya que el estado de Rhydderch había mejorado lo suficiente para permitirle ganar nuevamente su autonomía... y su magia.
La Dama del Lago me pidió que aguardara un segundo mientras ella desaparecía por unas discretas escaleras que desaparecían tras un recodo. Apenas tardó en regresar, trayendo consigo una muda de ropa limpia; me la tendió con una nueva sonrisa. Luego, con un discreto gesto, me indicó que la siguiera al exterior.
Un escalofrío cosquilleó por todo mi cuerpo cuando salimos. Era la misma sensación que me había rodeado después de que Ayrel nos condujera hasta allí, salvándonos del nido de monstruos; levanté la vista al cielo, topándome con una miríada de estrellas cuajando aquel telón oscuro que conformaba el firmamento. Entrecerré los ojos al creer ver un ligero chispazo de color dorado que pareció adoptar la forma de una red antes de desvanecerse.
Aturdida por aquel efecto de mi visión, devolví mi atención al lago... Buscando de manera inconsciente la silueta del príncipe cerca de la orilla.
—El baño es este pequeño edificio anexo a la cabaña —me explicó la Dama del Lago, distrayéndome y haciendo que mi mirada se clavara en la discreta edificación que se apoyaba contra la pared de la cabaña—. Puedes encender el fuego para calentar el agua... Te vendrá bien.
Asentí de forma mecánica, sin escuchar mucho más de las instrucciones de Ayrel sobre cómo funcionaba. Por el rabillo del ojo continuaba con la incesante búsqueda de Rhydderch, con el eco de su voz resonando en mis oídos.
❧
La prenda que la Dama del Lago me había tendido para que usara como muda resultó ser una larga camisola blanca, similar a la túnica hasta los pies que solía vestir. Tras lidiar con un par de imprevistos en el baño, había podido limpiarme hasta asegurarme de no tener ni un solo rastro de sangre reseca.
Aunque no había espejos, tenía la imagen en mi cabeza de que, ataviada con aquel largo trozo de tela blanca, en contraste con mi largo cabello, debía tener el aspecto casi de un alma en pena.
Recogí mi vieja ropa, atándome a la cintura la daga que me había regalado el príncipe heredero, y salí del baño.
Me fijé de nuevo en la vacía orilla del lago, arrastrando los pies de regreso hacia la cabaña. Una ligera columna de humo se elevaba desde la chimenea; seguí el curso de los hilillos grisáceos y fruncí el ceño al ver cómo se desvanecían antes de tan siquiera alcanzar el cielo.
La sensación de que había algo que la Dama del Lago parecía ocultar no paró de dar vueltas en mi mente mientras reanudaba mi marcha hacia el interior de la cabaña. Mis pensamientos tropezaron los unos con los otros al atravesar el umbral de la entrada, topándome con la imagen de Ayrel inclinada sobre Rhydderch; su mano se aferraba al hombro del príncipe mientras le decía algo a media voz.
Ambos alzaron la mirada en mi dirección al escucharme llegar y Ayrel se apartó con una cuidada expresión amable. Sin embargo, en su mirada había un brillo que no pude discernir su significado.
—Verine —Ayrel pareció trabarse al pronunciar mi nombre—. Estaba comentándole a Rhy que el espacio con el que contamos no está pensado para albergar a muchas personas...
Mi atención se desvió hacia el príncipe, pero él ya había apartado su mirada para clavarla en la Dama del Lago.
—Puedo dormir frente a la chimenea —le aseguré a la fae, intuyendo hacia dónde se dirigía la conversación. La cabaña no era muy grande y no me importaba lo más mínimo pasar la noche en el suelo, cerca de aquel foco de calor que podría protegerme del frío.
—No, no lo harás —me cortó la tajante voz de Rhydderch—. Porque vas a usar mi dormitorio.
Sus ojos seguían rehuyendo los míos, agitando la culpa que borboteaba en el fondo de mi estómago.
—Pero estás herido —protesté, refiriéndome a sus heridas. Pese a que la magia de Ayrel parecía haber acelerado su curación, no me sentiría cómoda usando aquel espacio sabiendo que quizá el príncipe lo necesitaba más que yo—. No puedo aceptarlo. Dormiré frente a la chimenea —reiteré, dirigiéndome a la Dama del Lago.
Ninguno de los dos trató de contradecirme en aquella ocasión.
❧
Las piedras de la orilla se clavaron en las plantas de mis pies mientras me acercaba al lago, observando cómo la luna arrancaba reflejos plateados a las tranquilas aguas. Tras una frugal cena, Ayrel había sido la primera en disculparse y marcharse a su dormitorio, no sin antes proporcionarme un montículo de mantas con las que pasar la noche; una vez estuvimos él y yo, Rhydderch no había tardado mucho en imitar a la fae, mascullando su excusa antes de dejarme a solas por completo.
Di la noche por finalizada unos momentos después de que el príncipe desapareciera en su dormitorio, asegurándose de cerrar la puerta a su espalda. Me acomodé entre el nido de mantas que la Dama del Lago me había prestado y traté de conciliar el sueño, sin éxito.
Incapaz de conseguir acallar a mi mente, al final opté por abandonar mi improvisada cama y salir al exterior, buscando algo de paz.
Mis pies me condujeron hasta la orilla del lago, donde me senté. Con la quietud del bosque rodeándome, me esforcé por detectar cualquier sonido mientras dejaba que mi mirada se perdiera en la orilla más lejana. No había dejado de dar vueltas entre las mantas, intentando encontrarle algún sentido a la historia que parecían compartir la Dama del Lago y Rhydderch... como tampoco a quién era en realidad aquella fae. Aquel mito que había resultado ser una mujer de carne y hueso.
Contemplé aquel refugio en el que Ayrel había construido su hogar y me pregunté qué motivos tendría para ocultarse en aquel recóndito rincón... Además de la magia antigua que se adivinaba en el ambiente.
Según las historias, la Dama del Lago era una poderosa fae capaz de romper cualquier sortilegio. ¿Por qué, entonces, parecía haberse condenado al exilio en aquel lugar? Si de verdad poseía una magia de tal calibre... ¿Era por eso que se había visto obligada a esconderse? Alguien así... con semejante poder... Cualquier reino querría tenerla como aliada. Cualquier reino querría utilizarla como arma.
El estrépito que se formó a mi espalda interrumpió el hilo de mis pensamientos. Con el corazón retumbándome dentro del pecho, me giré por la cintura para ver a Rhydderch salir apresuradamente del interior de la cabaña; llevaba el pelo suelto, a la altura de los hombros, algo revuelto y las prendas de ropa arrugadas. Su mirada casi desquiciada barrió su alrededor... hasta que tropezó conmigo, todavía sentada en la orilla del lago.
Atravesó la distancia que nos separaba en un rápido parpadeo, como si no fuera capaz de controlar su propio cuerpo. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que se inclinara sobre mí y apoyara sus manos sobre mis hombros, casi sacudiéndome.
En la penumbra pude vislumbrar el miedo en sus ojos ambarinos, sus pupilas delatadas y su respiración entrecortada.
—Por unos segundos pensé que... Al ver las mantas vacías... Yo... —era incapaz de formar una frase coherente, tropezándose con sus propias palabras; pude percibir el ligero temblor de sus manos mientras me sostenía. Rhydderch tomó una profunda bocanada de aire, serenándose lo suficiente para poder decirme—: Creí que Alastar había logrado dar con nosotros, llevándote consigo.
Un escalofrío de temor descendió por mi espalda al pensar en el regente de Antalye. No teníamos noticia de lo que estaba sucediendo fuera del bosque; no sabía si Kell había logrado reunirse con Taranis para viajar juntos, tampoco sabía dónde se encontraba Calais y el resto de la comitiva que nos había acompañado hasta Antalye.
Tampoco sabíamos si Alastar habría descubierto ya la huida de los prisioneros, además de la desaparición del arcano.
El miedo de Rhydderch al descubrir que no estaba donde se suponía que debía estar era más que justificado. Y lo comprendí... porque yo hubiera llegado a la misma conclusión de haberse dado el caso inverso.
—No podía dormir —le confesé, notando cómo el temblor de sus manos iba remitiendo poco a poco—. No pretendía... No era mi intención... Lo siento —dije al final, bajando la mirada a mis manos.
Escuché a Rhydderch dejar escapar un suspiro de alivio. Sus manos me soltaron un instante después, marcando una prudencial distancia entre los dos; fingí que ese pequeño detalle no fue como un doloroso aguijonado a mi corazón y me recoloqué sobre las piedras de la orilla, aovillándome bajo la manta que había traído conmigo desde la cabaña.
—¿Puedes... puedes quedarte aquí... conmigo? —la voz me tembló cuando le pedí a Rhydderch que no se marchara, sabiendo que eso era exactamente lo que debía estar pasándosele por la mente después de haber comprobado que estaba bien.
Tras unos segundos de indecisión por parte del príncipe, se acomodó a unos centímetros de distancia, flexionando las rodillas y apoyando los codos sobre ellas. Por el rabillo del ojo le descubrí contemplando las aguas del lago.
—Fue mi padre quien encontró los huevos de Faye y Fyerin —me desveló Rhydderch, rompiendo el silencio—. Después de que mi madre le anunciara que estaba embarazada, el rey abandonó Qangoth con un pequeño grupo de hombres de su confianza para buscar un fénix. Ella había sacrificado su vida y su futuro abandonando las Islas Libres para seguirlo hasta Mag Mell, por lo que mi padre quiso... quiso que esa parte de la reina no cayera en el olvido, por lo que buscó el modo de respetarla, de algún modo —tomó una bocanada de aire, haciendo una pequeña pausa—. Nunca se nos ha ocultado la verdad, siempre supimos que también tenemos sangre de las Islas Libres corriendo por nuestras venas... que somos los herederos de la Casa del Fénix.
»La búsqueda lo mantuvo meses fuera de Qangoth, recorriendo los lugares más recónditos de Mag Mell, las Islas Libres... e incluso las Tierras Salvajes —supuse que no habría sido fácil para la reina quedarse sola durante ese tiempo—. Mi padre siempre suele bromear diciendo que fueron los antiguos elementos los que, cansados de ver cómo no dejaba rincón sin registrar, le guiaron hacia ese nido... Un nido que creía vacío hasta que se topó con dos pequeños huevos. Al ver que ninguna pareja de fénix acudía allí, los tomó consigo y se los llevó a Qangoth.
»Mis padres dijeron que ninguno de los dos huevos eclosionó hasta que no los dejaron en la cuna con nosotros, como si aquellos polluelos hubieran estado esperándonos. Como si nos reconocieran.
Pestañeé para espantar la humedad que había ido acumulándose en las comisuras de mis ojos al escuchar aquel pedazo de su pasado que Rhydderch había decidido compartir conmigo para tratar de ayudarme a despejar mi mente. Como si él también hubiera adivinado qué me tenía despierta, sin poder conciliar el sueño.
—Taranis me dijo que vuestros fénix están emparejados —dije, intentando que la voz no me saliera muy ronca—. Y que algún día vuestra descendencia también contaría con sus propios fénix.
Una sonrisa triste tironeó de la comisura de los labios de Rhydderch. Sin embargo, no reaccionó a la mención de su hermano mayor como siempre solía hacer.
—Para sorpresa de nadie, fue idea de mi padre —respondió a media voz.
Me removí en mi sitio, dejando que la conversación muriera entre nosotros.
—De niños, el rey solía hablarnos de las almas afines —le miré por el rabillo del ojo, descubriendo al príncipe haciendo lo mismo. Ambos apartamos la vista a la par—. Decía que todos nacíamos con la mitad de nuestra alma y que, por ello, aunque no fuéramos conscientes, nos pasamos gran parte de nuestra vida buscando esa parte que nos falta. Esa alma afín que nos complementaría.
Tardé unos segundos en encontrar mi voz.
—¿Tus padres son almas afines? —conseguí preguntar sin que me temblara.
—Mi padre está convencido de ello —me contestó, sin devolverme la mirada—. Mi madre, por el contrario, suele bromear diciendo que es una lograda treta que usó cuando se conocieron para intentar conquistarla.
Me pregunté si la historia que había compartido el rey con sus hijos habría sido una invención con el único propósito de cortejar a su esposa o si habría algo de verdad en ella.
—¿Y tú qué crees? —le lancé otra pregunta, arrepintiéndome un segundo después de haberla formulado.
Rhydderch ladeó la cabeza con aire pensativo, con la vista aún fija en las aguas del lago y los reflejos que le arrancaba a la luna.
—Creo que mi padre trataba de decirnos, a su modo, que buscásemos a esa persona que nos ayudara a complementarnos. Que estaría allí, esperándonos en el lugar más insospechado —respondió de forma casi dubitativa, como si fuera la primera vez que compartía sus pensamientos en relación con ese tema.
De nuevo, me quedé en silencio, rumiando sus palabras. Rhydderch parecía haberse propuesto a sí mismo ser lo más sincero posible conmigo, intentando demostrarme que todo que lo había dicho la noche del beso fue real.
Quizá había llegado el momento de que yo tuviera la misma consideración y pudiéramos retomar la conversación que habíamos dejado a medias en el bosque, antes de que cayéramos en el nido de aquellas criaturas.
—Cuando te besé no estaba pensando en él —le confesé, sintiendo cómo raspaban a través de mi garganta—. No estaba pensando en Altair en absoluto.
Pude percibir la sorpresa de Rhydderch sin tan siquiera mirarlo. Pero el no tener sus ojos ambarinos fijos en mí parecía darme la fuerza que necesitaba para seguir hablando.
—Aquella noche... si no te hubieras detenido... yo tampoco lo hubiera hecho —continué, esforzándome con cada palabra que pronunciaba—. Habría estado dispuesta a ello, Rhydderch, sin ningún tipo de arrepentimiento a la mañana siguiente.
A mi lado, el príncipe parecía haberse convertido en una estatua de piedra ante mi confesión. Incluso parecía haber contenido el aliento, asimilándolo todo.
—Crees que estoy enamorada de Altair y yo... Ahora mismo no estoy segura de ello; no del todo, al menos —aquella verdad fue la que más dolió de compartir, porque sentía que estaba fallándole a mi amigo de algún modo. Porque sentía que estaba traicionando todos aquellos años de haber estado suspirando en silencio por Altair, de lamentarme por no ser suficiente para que pudiéramos estar juntos sin escondernos, por un joven al que apenas conocía de unos pocos meses—. Me siento... me siento confusa, Rhydderch. Porque no entrabas en mis planes. Porque no tenías que afectarme de esta forma... Se suponía que debía verte como un enemigo. Se suponía que debía odiarte. Pero no puedo hacerlo y... Me sentía tan culpable cuando estaba cerca de Calais... Y aquella noche, cuando oí la puerta de tu dormitorio cerrándose y comprobé que ella no volvía al nuestro... Estaba tan destrozada que no quise admitir lo evidente. Así que decidí aferrarme a la idea de que habías decidido usarme y me negué a escuchar nada más, por miedo a que la verdad me hiciera más daño aún.
Me llevé las manos a las sienes, sintiendo una molesta presión en ellas. Compartir en voz alta lo que había estado atormentándome desde que empecé a intuir que el príncipe fae no me resultaba tan indiferente como quería aparentar; el motivo por el que siempre había sentido aquel cúmulo de culpa cuando estaba cerca de su encantadora prometida, sabiendo que lo que Rhydderch despertaba en mí estaba mal. Porque creía que ambos eran una pareja y yo no quería inmiscuirme entre los dos, haciéndola pedazos.
—Por eso mismo necesito tiempo: para poner en orden todo lo que siento, para poder hablar con Altair, los dos a solas, y tratar de explicárselo...
El príncipe continuaba sentado a mi lado, sumido en un silencio sepulcral.
—No quiero haceros daño a ninguno de los dos —susurré, sintiendo cómo mis últimas fuerzas de valor se esfumaban y buscaba su mirada, ansiosa por conocer su reacción.
Rhydderch había apartado su vista del lago y sus ojos ambarinos me contemplaban con una expresión hermética. Sabía que no era la respuesta que hubiera deseado escuchar, pero era la única que podía ofrecerle en aquellos momentos.
—Lo más importante ahora es descubrir qué esconde tu pasado para alguien colocara un sortilegio en tus recuerdos, Verine —dijo Rhydderch tras unos segundos—. El resto... el resto puede esperar.
* * *
BUENAS BUENAAAAAAS. Como ya avisé ayer, tras la insistencia por parte de algunes lectores por la intriga de llegar al CAPÍTULO decidí que, si bien no iba a pausar las actualizaciones de la otra historia que estoy subiendo, alternándola con ésta, iba a adelantar dos capítulos. So... here we are!
Ayrel en plan "debo juntar a estos dos a toda costa y aunque se me vaya la vida en ello" me genera ternurita. Es como una Calais 2.0
Y Rhydderch en plan "voy a hacer las cosas bien aunque me destroce el alma"... no comments (me gusta el dramita, qué le voy a hacer)
También, al parecer, también me encanta meter spoilers de cierta historia que tengo en pausa, respecto ciertos personajes que aparecen en ella en sus versiones más jóvenes (soy una sentimental, qué le voy a hacer)
Ahora, queridos pajarillos, es hora de ponernos la armadura y elegir bando porque nuestra amiga Verine parece que tiene el mismo dilema que yo os planeo...
Team Altair
Team Rhy
(ojo atención que queda este capi para salir de dudas y el 84 tiene puntitos de vista de Rhydderch. Spoiler: el inicio del cap empieza narrado por él)
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