❧ 8
La conmoción se extendió por el rostro de Altair al escuchar mi plan para recuperar al príncipe heredero, liberándolo de las garras cautivas que lo retenían desde hacía casi dieciséis años. Casi podía leer el hilo de sus pensamientos, el horror que debía impregnarlos ante la idea de robar a su propio tío...Si es que realmente existía aquel artefacto mágico del que nos había hablado la fae.
Guardé silencio sin apartar la mirada de su rostro, a la espera de que Altair aceptara mi plan o decidiera negarse. Sabía que no era una decisión fácil de tomar, pero estaba segura que mi amigo tomaría la opción correcta: la que nos conduciría hacia el príncipe desaparecido y liberaría a Altair de las cadenas que llevaban años apresándole. Me esforcé por ignorar la incomodidad que me producían las mazmorras y el hecho de que, muy posiblemente, hubiera alguien atento a nuestra conversación; Orei continuaba encadenada en su celda, pero su afinado oído estaba mucho más desarrollado que el nuestro...
—Pretendes que nos colemos en el palacio —la voz de Altair, cuando decidió hablar, sonó ligeramente incrédula— a buscar una quimera, de la que ni siquiera tenemos ni una sola certeza al respecto..., para robarla delante de las narices del rey, sabiendo lo que sucedería si llegaran a descubrirnos.
Su escueto resumen no hizo más que provocar que su rostro se ensombreciera al pensar en qué pasaría si éramos atrapados colándonos en las cámaras donde suponía que tenían protegido el tesoro real. Lo más probable es que yo fuera condenada a muerte por intentar robar a la corona, pero Altair... Quizá su tío decidiera usar su poder como monarca para tratar de rebajar la pena y salvar al que un día ocuparía su lugar porque, si Altair moría, no habría nadie que pudiera sustituirle.
Y el trono pasaría a alguno de los primos del rey Aloct, lo que supondría una catástrofe.
Mi amigo soltó un bufido desdeñoso mientras su mente continuaba repasando aquel esbozo de plan que le había planteado tras la reveladora conversación que habíamos mantenido con la fae cautiva.
—Podríamos estar arriesgándonos... por nada —agregó Altair, sin querer dar su brazo a torcer—. Esa criatura podría haber estado jugando con nosotros por simple deleite, Verine.
Abrí la boca para recordarle algo que ambos sabíamos, pero él se me adelantó:
—Ya sé que no pueden mentir —escupió las palabras entre dientes, como si tuviera en la boca un sabor amargo—, pero son taimados y saben cómo suplir esa pequeña desventaja, utilizando las palabras a su antojo... como si fuera un retorcido juego.
Altair tenía razón en ello: Orei había mostrado una gran habilidad para convertir las palabras en un arma que utilizar a su favor para jugar con su interrogador, eludiendo preguntas o brindando respuestas que sabía que no eran las que buscábamos.
Vi cómo Altair fruncía los labios, mostrando cierta reticencia a claudicar y reconocer que la pista que nos había brindado la fae era lo que necesitábamos para tener una auténtica posibilidad de éxito. De recuperar a su primo.
Los segundos transcurrieron hasta que él volvió a hablar, provocando que mi estómago diera un vuelco.
—No puedo hacerlo —declaró, dando un paso atrás y tomando distancia de mí—.No puedo arriesgarlo todo por una información... que puede que no sea real.
La decepción serpenteó por mi garganta al escuchar que desestimaba mi idea, que no me ayudaría a tratar de encontrar el arcano que Orei había mencionado, el motivo que había empujado a uno de los reyes fae a poner en peligro a los suyos para hallarlo y devolverlo a su legítimo dueño.
Procuré enmascarar mis sentimientos, ocultar lo mucho que me había afectado descubrir que estaba sola... porque yo no pensaba rendirme y olvidarme de todo lo que nos confesó la fae. Si lograba dar con el arcano, podría emplearlo como instrumento de intercambio cuando llegara el momento de cruzar el Gran Bosque para ir en la búsqueda del príncipe perdido; ahora que estaba al tanto del interés de los fae en nuestros reinos, quizá podría utilizarlo a mi favor.
—Está bien —acepté a media voz—. Puedo hacerlo yo sola.
La expresión de Altair se tornó pétrea al escuchar que no pensaba dejar el tema ahora que había dejado claro que no pensaba ayudarme.
—No —se negó de manera tajante y definitiva—. No vas a hacer nada, Verine.
De nuevo empleó ese tono de voz que le había visto utilizar con los miembros del Círculo de Hierro que el rey había dejado bajo su mando al abandonar las mazmorras; el mismo que no admitía réplica alguna... El mismo que jamás pensé que utilizaría con nosotros, conmigo.
—Estás renunciando a recuperar a tu primo —no pude contenerme y lancé mi acusación, intentando remover algo en su conciencia.
El golpe bajo hizo que la mirada de Altair se enfriara y notara cómo una pequeña grieta se abría entre ambos.
—No estoy renunciando a nada.
❧
No era suficiente.
El tiempo que quedaba hasta que nos embarcáramos en una travesía hacia los Reinos Fae no era suficiente para recibir una instrucción acorde a lo que se esperaba de nosotros como nuevos miembros del Círculo de Hierro. Sin embargo, me sirvieron para que empezara a dar forma a mi solitario plan para hallar el arcano; Altair había dado por zanjado el tema tras aquella abrupta respuesta, aunque tenía la sensación de que no se fiaba de mí... y que me mantenía estrechamente vigilada para impedir que yo pudiera cumplir con mi propósito.
El rey nos había liberado de acudir de nuevo a las mazmorras, delegando esa tarea a algunos de sus guardias y al propio Altair para continuar interrogando a Orei. Pero el hecho de que no se nos hiciera regresar allí abajo no significaba que Greyjan, Alousius y yo estuviéramos libres de responsabilidades: se nos envió junto a los otros cadetes que esperaban su oportunidad de ser nombrados miembros de pleno derecho para que nos sometiéramos a su mismo intenso entrenamiento.
La presencia de los otros reyes y la fae en la celda hizo que apenas pudiera coincidir con Altair. Aproveché esa ausencia por parte de mi amigo para conocer mejor el palacio, donde se nos había instalado finalmente; sabía por los rumores que me llegaban mientras investigaba aquel territorio desconocido que el rey Aloct estaba volcado por completo en agasajar a sus invitados para hacerlos sentir cómodos, a pesar de haber sembrado una semilla de miedo en el interior de cada uno de los monarcas al mostrar que los monstruos que vivían al otro lado del bosque se encontraban caminando entre nosotros. Eso suponía un doble esfuerzo para Altair, ya que se le requería su presencia como noble... y heredero.
Aquella misma mañana, apenas a cuatro días de distancia, estaba recorriendo los pasillos exteriores, prestando atención a todo lo que me rodeaba. En los dos días que habían transcurrido había empezado a crear un mapa mental sobre la disposición del castillo, tratando de orientarme; conocía la zona donde entrenaban los hombres del rey y, por ende, donde solían hacer su vida. Muchos de ellos no tenían un origen noble, por lo que vivían instalados en las dependencias anexionadas al gran edificio y apenas abandonaban esas zonas destinadas para todos ellos.
Aparté mi cabello recogido hacia mi espalda, reconociendo vagamente el pasillo en el que me encontraba. Notaba calambres en los músculos después de una sesión especialmente dura donde mi compañero en aquella ocasión, un joven llamado Nuzzar que poseía más fuerza en su enclenque cuerpo de lo que parecía a simple vista, no había tenido piedad conmigo; bajo la tela del rígido uniforme que empleábamos, ceñido y demasiado revelador en mi caso, casi podía imaginar el aspecto de los moratones que debían estar formándoseme.
Empecé a planificar una necesaria visita a los baños con los que contábamos para poder relajarme y disfrutar del pequeño privilegio con el que contaban: agua caliente. Al contrario que los barracones que habíamos dejado atrás, donde estábamos congregados todos aquellos que teníamos intenciones de formar parte del ejército del rey, no de su guardia, allí tenían acceso a ese preciado tesoro que tanto había anhelado en los años que llevaba instruyéndome como soldado; el baño —comunitario, cómo no— estaba en otro edificio diferente al de las dependencias y del propio castillo.
Tendría, para mi desgracia, que esperar hasta que cayera la noche para ir hasta aquel lugar. Aún no me encontraba del todo habituada en aquel ambiente tras aquel abrupto cambio de aires y no quería arriesgarme a coincidir con nadie... con ninguno de esos desconocidos.
Tan perdida me encontraba en mis pensamientos, planeando mi visita al baño y el tiempo que me quedaría, disfrutando de la calidez del agua en mis necesitados y ateridos músculos, que no fui consciente de la sombra que salía a mi paso. Gracias a los antiguos elementos que mi cuerpo reaccionó de manera autónoma, recordando viejas lecciones y evitando que colisionara irremediablemente con la persona que había decidido interponerse en mi camino.
Sentí a mi corazón acelerándose conforme mi mirada le recorría desde la punta de sus lustrosas botas hasta su rostro serio. Las últimas noticias que tenía —y no precisamente gracias a él— era que estaba muy ocupado jugando a ser el heredero perfecto de su tío para brindar esa imagen al resto de reyes, que continuaban hospedándose en Merain y siendo agasajados con fiestas y pequeños torneos.
—Altair —le saludé con frialdad.
Su negativa a ayudarme a buscar el arcano todavía seguía escociéndome, pero había puesto de mi parte para intentar ocultarlo y fingir que todo estaba bien. Que no me importaba que mi amigo hubiera decidido darme la espalda ante un plan que podría ayudarle a recuperar a su primo.
El hecho de que no nos hubiésemos visto desde que me marchara de las mazmorras sin decir una sola palabra más también había ayudado a mantener mi fachada en su lugar, salvándome de preguntas incómodas e interrogatorios no deseados por parte de Greyjan, quien nunca había ocultado su lado más metomentodo.
Al ver que mi amigo no decía nada, agregué:
—Pensé que estabas demasiado ocupado agradando al resto de monarcas...
Observé con un ramalazo de perversa satisfacción cómo el rostro de Altair enrojecía, una mezcla entre indignación y vergüenza. Sin embargo, todo aquello pareció empalidecer cuando me fijé en las manchas rojizas que tenía en el cuello; un nudo de temor se me enroscó en mitad de mi esófago al recordar la peligrosa criatura que continuaba encerrada en las mazmorras.
Movida por un impulso cargado de preocupación, me incliné hacia él con las manos por delante. Mis dedos recorrieron el delator rastro de sangre, buscando su origen, pero mis yemas solamente encontraron carne lisa... sana.
—La sangre no es mía —confirmó Altair, reteniéndome las muñecas con suavidad.
Si la sangre no procedía de su cuerpo, entonces... ¿de quién?
—Orei —comprendí un segundo después, respondiéndome a mí misma.
¿Qué habían estado haciendo aquellos días que habían transcurrido? Mi mente no tardó mucho en imaginarlo, provocando que mi estómago volviera a dar un vuelco. La fae había sido víctima de un trato casi inhumano mientras Altair trataba de arrancarle alguna información con la que contentar a su tío; lo único que la había hecho hablar fue una deuda que contrajo conmigo de manera accidental cuando intervine a su favor, salvándola de morir asfixiada.
Retrocedí un paso, con mis ojos clavados en aquellas manchas sanguinolentas y ya casi resecas.
—¿Has tenido éxito? —fue lo único que logré preguntar.
La línea de la mandíbula de Altair se endureció y, cuando aparté la mirada de su cuello para ascender hasta sus ojos, vi que se había instalado en ellos una sombra que no parecía augurar buenas noticias. Sus pulgares presionaron la cara interna de mis muñecas, como si estuviera buscando mi pulso.
—La criatura no dio más que respuestas vagas —respondió y yo temí que continuara hablando. Temí lo que todavía no había dicho—. Ya no resultaba de utilidad, por lo que fue despachada.
«Despachada». Aquella palabra me golpeó en mitad del estómago con la misma fuerza con la que lo habría hecho un puño; aquella palabra hacía pensar que Orei no era mejor que un simple animal cuya función no había sido desempeñada satisfactoriamente, cuyo destino había sido...
La boca se me llenó de sabor a bilis y corté en seco el hilo de mis pensamientos ante las imágenes que amenazaban con formárseme dentro de mi cabeza.
—Despachada —repetí, tratando de emplear un timbre estable.
Altair pareció reafirmarse en su postura, como si creyera que la decisión que había tomado —pues algo dentro de mí estaba seguro de que él había dado la orden final, la que había sellado el destino de Orei— había sido la correcta; una vocecilla susurró en mi oído si no se habría dejado llevar por el resquemor de lo sucedido mientras estuvimos solos en aquella celda con ella.
—No nos aportó nada útil —se reiteró.
—Sí que lo hizo —le contradije, hablando casi entre dientes.
Por la expresión que puso, supe que sabía a lo que estaba refiriéndome... y que no parecía muy conforme con ello.
—Otra vez de vuelta a lo mismo —comentó, exasperado.
Cerré mis manos hasta convertirlas en puños y tiré de mis muñecas, tratando de recuperarlas.
—Otra vez, sí —confirmé con tono desafiante.
La caja donde había encerrado mis sentimientos al respecto se agitó en mi interior, deseando ser liberada. No entendía los reparos de Altair para lanzarse en la búsqueda de la llave que le haría recuperar a su primo perdido; confiaba en lo que Orei nos había confesado sobre la misión que la había llevado hasta Merain. Y tenía la extraña certeza de que el arcano que mencionó la fae, en compensación por lo que hice por ella y para saldar nuestra deuda, podía encontrarse entre el tesoro real.
Lo único que necesitaba es que Altair confiara también en ello... y me ayudara.
Mi amigo bufó con irritación, contrariado por tener que volver a tener esa conversación después de que me asegurara que no tenía intenciones de colarse en donde fuera que escondieran las reliquias el rey para buscar una quimera, como así se había referido al arcano.
—Verine, no tenemos una sola certeza de que eso sea real.
—Y por eso no le dirás ni una sola palabra a tu tío —completé lo que no había dicho en voz alta.
Altair dio un paso hacia mí con actitud casi suplicante, intentando hacerme entender su postura.
—No voy a darle esperanzas para luego destrozarlas —sentenció con aplomo.
Comprendía que quisiera proteger a su tío del dolor que podría provocarle el decirle que teníamos un objeto que podría devolvernos a su hijo, Gareth, para que luego resultara ser todo un juego orquestado por Orei, quien se estaría carcajeando desde donde quisiera que fuera su alma después de morir.
—Entonces espera a que tengamos alguna pista —le pedí, creyendo haber encontrado un resquicio con el que lograr convencerle.
Vi cómo se dilataban sus fosas nasales, demostrándome que no me resultaría sencillo. Pero no pensaba rendirme tan fácilmente; no estaba en mi naturaleza hacerlo, y yo también podía ser tan terca como el propio Altair.
—Sé lo que has estado haciendo a mis espaldas, Verine.
Aquel repentino cambio de tema hizo que mi cuerpo se tensara, animándole a que continuara hablando.
—No fue complicado adivinarlo cuando anoche acudí a tu dormitorio y lo encontré vacío —hice que mi rostro no mostrara ni un ápice de mi sorpresa e indignación por no haber sido capaz de prever eso en mis planes nocturnos, confiando en que su tío le mantendría ocupado. Alcé la barbilla con soberbia cuando Altair dio otro paso hacia mí—: Has estado merodeando por el palacio, esperando hallar alguna pista que te condujera hasta donde mi familia guarda todas sus reliquias.
No pude controlar el delator rubor que cubrió mis mejillas al comprobar lo bien que me conocía Altair después de tantos años juntos. La frustración se abrió paso en mi pecho mientras lo único que podía hacer era guardar silencio antes de ponerme aún más en evidencia.
Las ásperas manos de mi amigo me tomaron por la parte superior de los brazos y yo me limité a mirar fijamente a sus ojos, sintiendo mis emociones burbujear como lava en mi interior.
—No vas a encontrar nada —me aseguró, hablándome como si yo fuera una niña pequeña—; lo único que conseguirás será que te descubran... y que todo lo que has conseguido hasta el momento te sea arrebatado —sus ojos se estrecharon—. Sabes cuáles son las consecuencias.
Sabía que, si me pillaban, no sería procesada por un intento de hurto: intentar entrar en las cámaras reales implicaba un castigo más duro. Quizá no fuera sentenciada a muerte, pero lo perdería todo; el tío de Altair me apartaría de todo lo que había conseguido en aquellos años de continuo sacrificio.
Y todo por lo que había luchado se perdería para siempre.
Pero también existía la posibilidad de que nadie me descubriera y pudiera colarme para buscar el arcano que mencionó Orei; una vez lo tuviera en mi poder... una vez lo tuviera podría guardarlo a buen recaudo hasta que se me presentara la oportunidad: Altair creía, debido a la atención que prestaba a ese tipo de rumores que oía en los barrios más humildes de la ciudad, que Gareth estaba preso en Elphane.
Si cruzábamos el Gran Bosque, nos dirigiríamos hacia allí; hacia el reino más enigmático de los tres.
O quizá pudiéramos ir a Antalye, pensé de repente. Aquel era el nombre del reino al que había pertenecido Orei... El regente —rememoré las pocas respuestas que habíamos conseguido de la fae— de Antalye la había enviado a que encontrara el arcano; si lograba hallar el objeto por el que la mujer había muerto, podría intercambiarlo y llegar a un acuerdo con aquel hombre desconocido, el señor de Orei.
Las posibilidades se entremezclaban dentro de mi cabeza, formando distintos planes en cuyo epicentro estaba aquel artefacto de inconmensurable poder que había hecho que los reyes fae —o, al menos, uno de ellos— se arriesgaran a movilizar a los suyos con la única misión de devolverlo a sus manos.
—Si tan seguro estás de que no encontraré nada —repuse con suavidad—, acompáñame hasta la cámara donde tu familia guarda el tesoro y comprobémoslo.
Intuí una leve sombra de duda empeñando su férrea determinación al oír mi propuesta. Quise creer que había una pequeña parte de Altair que quería aferrarse a la historia que nos había contado de qué le había llevado a mezclarse con los humanos, empleando su magia para esconder su verdadera naturaleza; quise creer que las altas expectativas que el rey había puesto sobre sus hombros desde que Gareth desapareciera era lo que le impedía aceptar mi idea.
Correr el riesgo.
—Es el único modo de acabar con todo esto —le incité, intentando quebrar su resistencia.
El silencio se extendió entre los dos y en los segundos que transcurrieron pude ver cómo la expresión de Altair cambiaba imperceptiblemente; cómo su mirada se tornaba pensativa y perdía parte de la dureza que antes había mostrado.
—Supongamos que me creo la historia —empezó a media voz, dando otro paso. Ahora apenas quedaba distancia entre ambos y el pasillo continuaba estando vacío—. Supongamos que acepto a... a hacer lo que me has pedido —sus ojos se clavaron en los míos con sospecha—. ¿Cómo sabremos qué es lo que buscamos exactamente, Verine?
Cierto. Orei no nos había dado más detalles sobre el arcano, a excepción de que era un objeto de gran poder; Altair tenía razón al cuestionarse qué era, pues no teníamos ni una sola pista al respecto.
O quizá sí: un pequeño detalle que se nos había pasado por alto.
—Magia.
* * *
(Sí, estoy viendo Titans...)
Debo reconocer que llevo tiempo con dudas sobre qué actores/actrices pueden ajustarse a los personajes que han aparecido ya y los que están esperando, observándome desde una esquinita con impaciencia. Con Verine y Altair he tenido serios problemas, ya que he barajado varias opciones... hasta que vi cierto capítulo de Titans (irrefutable prueba arriba de este párrafo) en el que una bombillita se iluminó diciendo: ELLOS. TIENEN QUE SER ELLOS.
¿Con esto qué quiero decir? Que habrá un extra (típico ya en algunas de mis historias) donde podremos ponerle rostro a los personajes más relevantes de la historia (que, como siempre digo, no tiene por qué coincidir con vuestra percepción: cada uno es libre de imaginárselos a su gusto)
Una vez dicho esto... ¡CADENA DE ORACIÓN PARA QUE NO SUCEDA UNA HECATOMBE MAEVIANA RESPECTO AL PLAN DE VERINE Y ALTAIR!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro