❧ 76
El sueño me venció en algún punto de la noche mientras esperaba el regreso de Calais, mientras intentaba ignorar el extraño nudo que parecía haberse instalado en la boca de mi estómago, haciéndome sentir náuseas cada vez que mi mirada se clavaba en la única cama vacía de la habitación.
Rhydderch me había confesado que su compromiso era falso, que ambos habían acordado la posibilidad de involucrarse con terceras personas ajenas al mismo... siempre y cuando fueran discretos, evitando levantar cualquier tipo de sospecha que pudiera poner en entredicho su futura unión. Pero ¿y si no necesitaban encontrar a alguien más? ¿Era posible que, en alguna ocasión, hubieran cruzado ese límite de la amistad, sabiendo que eso no cambiaría nada entre los dos? ¿Su relación sería similar a la que yo había mantenido con Altair, respecto a su parte física?
El príncipe fae me había besado y luego... y luego había dejado que Calais le acompañara a su dormitorio privado. En el que aún permanecía, sin parecer dar señales de querer abandonarlo.
No quería escuchar a esa insidiosa vocecilla dentro de mi cabeza.
No quería dejar libres mis pensamientos, pues sabía de antemano la dirección que iban a tomar.
Había cometido un terrible error al permitirme llevar. El beso con Rhydderch lo había complicado todo más aún de lo que ya se encontraba, lo había revuelto todo a su paso y yo... yo me sentía más confundida que al inicio. Y aún más dolida por la ausencia de Calais y por lo que fuera que estuviera sucediendo al otro lado de la estancia que había entre ambos dormitorios.
«Me importas, fierecilla. Me importas más de lo que puedas llegar a creer»
El eco de las palabras del príncipe hizo que sintiera un ligero escozor en la comisura de los ojos. La Verine del pasado, la Verine de Merain, parecía burlarse de mí dentro de mi cabeza; era a ella a la que había estado escuchando en todas aquellas ocasiones en el pasado, la misma que me había acusado de haber cambiado... de haberme vuelto débil.
Y quizá siempre había estado en lo cierto.
Quizá lo único que había necesitado para bajar la guardia, para acomodarme, era un maldito príncipe fae que fingía preocuparse por mí.
❧
Lo primero que hice al abrir los ojos a la mañana siguiente fue dirigirlos hacia la otra cama. El nudo en mi estómago de la noche anterior se estrechó al descubrir que continuaba vacía... y que la ropa de cama estaba pulcramente en su sitio, sin que nadie la hubiera tocado.
No era difícil intuir a qué se debía la ausencia de Calais o qué la habría tenido entretenida el resto de la velada.
El peso de mi desliz con Rhydderch se duplicó cuando me arrastré por el colchón, quedándome sentada durante unos segundos en el borde, sin reunir la fuerza de voluntad suficiente para desviar la mirada a cualquier otro punto del dormitorio.
Me quedé en la misma posición, sin mover ni un solo músculo, dejando que esa herida que no sabía que estaba ahí crecía un poco más de tamaño.
Fue la llegada de Gwynna lo que me arrancó de mis propios pensamientos, haciéndome reaccionar. La mirada de mi doncella se desvió un instante hacia la cama que debía ocupar Calais, mostrándose sorprendida al encontrársela vacía. Sin embargo, fiel a su naturaleza discreta y callada, no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a ayudarme a quitarme el vestido del día anterior, sin hacer preguntas por la mancha de sangre de la falda, y a sustituirlo por uno limpio.
Después, busqué refugio de nuevo en la amplia terraza. Escogí a propósito una de las sillas que daban a la balaustrada, dejando a mi espalda el interior del dormitorio; no quería toparme con la imagen de Calais abandonando el dormitorio de Rhydderch. No quería verlo, simplemente.
No después de haber dejado que mis malditos deseos obnubilaran mi cabeza, distrayéndome lo suficiente para olvidarme de los riesgos que existían al otro lado de la puerta principal y que parecían tener nombre propio.
—¿Verine...?
Reconocí la voz de inmediato, pero lo que más congoja me produjo no fue el encuentro que tendría lugar... sino la inseguridad que había adivinado en su tono, como si no supiera bien cómo dirigirse a mí.
—Calais —respondí en tono plano, sin emoción. No me atreví a moverme de la silla para mirarla, no estaba preparada para ello y tenía miedo de que la joven fae pudiera ver en mi rostro lo que estaba intentando ocultar—. Le he pedido a Gwynna que avise a tus doncellas de que no necesitas ayuda esta mañana, a la vista de que anoche no volviste al dormitorio.
Fue todo un logro que no se colara en mi voz un timbre de acusación al pronunciar la última frase respecto a su paradero desconocido. Además, era absurdo que pudiera sentirme de ese modo, traicionada, cuando Calais se suponía que debía tener el papel de prometida. Dejando a un lado los secretos de su compromiso, ese era el lugar que ocupaba en la vida de Rhydderch y yo... yo no era nadie, en realidad.
Escuché el suspiro bajo que dejó escapar Calais y por el rabillo del ojo distinguí su silueta cerca de las puertas que conducían al interior de la habitación. Se me encogió un poco el corazón al intuir que llevaba el mismo vestido que había escogido para la velada de la noche anterior, que había venido directa a buscarme desde los aposentos privados de Rhydderch.
—La noche no fue fácil para Rhy y... y me necesitaba a su lado —se justificó, casi disculpándose.
Desdeñé cualquier atisbo de preocupación hacia el príncipe, haciendo a un lado los breves recuerdos de su llegada. De su expresión casi desolada y el modo en que mi corazón pareció fragmentarse al escuchar cómo admitía sus errores del pasado, que continuaban acechándole después de tanto tiempo.
—¿Qué hay de Cormac? —pregunté en su lugar.
Lo único que Rhydderch había compartido conmigo respecto de nuestro enemigo era que no parecía haber hablado, que aún no me había delatado frente al resto de la corte para ordenar mi arresto inmediato.
—Creemos que está ganando algo de tiempo, Verine —me confió Calais, rodeando la mesa para sentarse a un par de sillas de distancia—. Rhy está dispuesto a continuar con el plan establecido para sacar a tus amigos de las celdas. Aprovecharemos que Cormac piensa que tiene ventaja sobre ti, sobre nosotros, para tratar de engañarlo.
—Pero si mis amigos desaparecen de la noche a la mañana, Cormac sabrá que ha sido cosa nuestra —dije, cayendo en la cuenta en ese preciso momento.
—Para entonces ellos y tú estaréis muy lejos, a salvo tras las fronteras de Qangoth —respondió una voz que no pertenecía a Calais—. Y Cormac no tendrá ninguna prueba que pueda vincularnos.
—Cormac sabe quién soy —rebatí a Rhydderch, el recién llegado, pero no me giré para dirigirle una sola mirada. Clavé mis ojos en los coloridos toldos de la Plaza de la Seda, fingiendo encontrarlos de lo más interesantes—. Es prueba más que suficiente para vincularme con la repentina fuga de los prisioneros.
—Tenemos la sospecha de que esa información solamente la tiene Cormac —me desveló el príncipe fae—. Que, por algún motivo que todavía se nos escapa, aún no ha decidido compartirla con su padre... o con nadie más.
—Dijiste que tus amigos creen que estás muerta —recordó Calais, intentando hablar con cautela—. Es posible que Cormac sí que compartiera ese pequeño detalle con su padre, haciéndole saber que una de las personas que viajaban con la compañía murió en la emboscada. Lo que te deja, por el momento, lejos de cualquier sospecha si el príncipe decidiera hablar.
—Usaremos a nuestro favor este margen que Cormac parece estar brindándonos para actuar —sentenció Rhydderch y escuché sus pasos por el suelo de la terraza, moviéndose con decisión. Acercándose hacia donde yo me encontraba sentada—. Y lo usaremos como ventaja para poneros a todos a salvo.
—Quizá es un buen momento para repasar nuestro plan para esta noche —propuso Calais, intentando usar un tono animado—. Rhy ha traído unos planos para que podamos orientarnos mejor, ahora que sabemos dónde están los prisioneros.
Casi a regañadientes, aparté la mirada de la Plaza de la Seda para desviarla hacia los dos fae. Los ojos ambarinos del príncipe ya estaban clavados en mí cuando los míos tropezaron con los suyos, aunque no por mucho tiempo, ya que los apartó a los pocos segundos y yo opté por fijarme en los planos que había colocado sobre la mesa.
Eran distintos a los que habíamos usado en nuestros encuentros furtivos y mostraban zonas del palacio que me resultaban desconocidas.
—Las mazmorras están situadas en el pabellón norte —Rhydderch se apresuró a empezar a explicarme el paradero de mis amigos y cómo afectaba eso a nuestros planes iniciales de rescate—. Cuando Alastar nos condujo hasta allí pudimos comprobar la poca seguridad que había.
—Es evidente que el regente no quiere que los rumores empiecen a expandirse por la corte —señaló Calais, pensativa—. Eso supondría perder parte de su control, un riesgo que no tiene intenciones de asumir.
—Esta noche tendrá lugar un baile de despedida —retomó la palabra Rhydderch—. Al contrario que el resto de los eventos de los que hemos formado parte, éste tendrá una mayor afluencia de invitados y no solamente estará reservado a ciertos sectores de la nobleza.
—Eso supondrá una mayor vigilancia en la zona donde se llevará a cabo el baile —apostilló su prometida, dando golpecitos con el índice en la mesa—. Lo que nos proporcionará más facilidad para movernos a nuestro antojo.
—Tus amigos se encuentran en las celdas más apartadas dentro de las mazmorras, Verine —me desveló el príncipe fae, dirigiéndose a mí por mi nombre. Sin apodos de por medio—. Celdas en las que nuestra magia probablemente no nos sea de gran ayuda.
—Forzar las cerraduras no supondrá ningún problema para mí, príncipe —le aseguré con frialdad.
—No lo he puesto en duda —me replicó en voz baja, aunque luego añadió en un tono más audible—: Verine, tanto Calais como yo creemos que es mejor que no acudas al baile. Es mejor que te quedes aquí, fingiendo que todavía te encuentras indispuesta.
—Es por tu seguridad —se apresuró a añadir ella, quizá leyendo en mi expresión mi disconformidad con la decisión que habían tomado ambos, dejándome de nuevo al margen—. Para mantenerte alejada de Cormac.
No me pareció una razón de suficiente peso, pero me mordí la lengua y no dije una sola palabra. El príncipe fae no había tomado ningún tipo de medida, sabiendo que me encontraba en los aposentos mientras Calais y Rhydderch cumplían con su función de emisarios frente al regente y su esposa.
—La medianoche será nuestro momento —Rhydderch apuntó con el dedo un punto de los planos que pertenecían al pabellón donde iba a llevarse a cabo el baile de clausura de su visita diplomática—. Fingiremos estar disfrutando de la celebración en nuestro honor y usaremos esa hora para imitar al resto de parejas que buscan mayor... privacidad.
La garganta se me estrechó al comprender en qué consistiría su papel para escabullirse. Pero había visto a los dos fingir ser una pareja de enamorados, había visto cómo eran capaces de enviar el mensaje que deseaban de un modo demasiado convincente. Como si no les costara ningún esfuerzo.
Fijé mi mirada en los papeles desplegados en la mesa, en los planos, avergonzada por mis propios pensamientos.
—Nos reuniremos contigo aquí —Rhydderch apuntó a un acceso que parecía descender desde la planta donde estaban nuestros aposentos a la inferior—. Te recomendaría que emplearas ropa oscura, para poder pasar aún mayor desapercibida —asentí de manera mecánica a su consejo, pero no levanté la mirada hacia él—. Yo llamaré inmediatamente a Faye nada más liberemos a tus amigos, para que podamos enviarla a Kell para que acudan al punto acordado. Las guardas que protegen a la ciudad permiten que podamos usar nuestra magia para movernos dentro de los perímetros, Calais y yo nos encargaremos de transportarlos al otro lado de los muros exteriores que protegen los terrenos del palacio. Kell y el resto del grupo tendrán que abandonar Gwelsiad a caballo.
—Una vez estén lejos de la ciudad y relativamente a salvo, Kell enviará a Fyrein para avisar a Taranis —de manera inconsciente mis ojos se dirigieron hacia donde Calais estaba sentada. El gesto no se le pasó por alto al príncipe, que pareció tensarse en su asiento—. Tu hermano...
—En el último mensaje que recibí de Kell, me informó que Taranis estaba al corriente de todos nuestros movimientos aquí, en Gwelsiad, y que ya había empezado a movilizar a sus hombres de mayor confianza para partir de inmediato —le comunicó Rhydderch, sosteniéndole la mirada con una expresión seria.
Calais asintió para sí misma, conforme, antes de sonreírme con optimismo, tratando de infundirme ánimos.
—Los antiguos elementos estarán de nuestra parte, Verine —me aseguró con demasiada confianza—. Esta noche tus amigos serán libres y muy pronto todos estaréis a salvo.
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Fingí recolocarme la bata sobre mi camisón mientras observaba a Calais rodeada por su camarilla de doncellas. El resto de la mañana había pasado a cuentagotas, con una lentitud que no había hecho más que empeorar mi pésimo estado de humor; tras repasar por última vez los puntos clave de nuestro plan y con Calais siendo la viva imagen de la confianza y seguridad, había abandonado la terraza con el propósito de encontrar en nuestro dormitorio compartido algo parecido a un refugio. El ambiente se había enrarecido con la llegada del silencio, después de que Rhydderch terminara de repetir cada uno de los pasos que tendríamos que dar para que todo saliera bien; incapaz de lidiar con la situación, había sido la primera en salir huyendo, dejando a Calais y a su prometido a solas.
Gwynna, que lo contemplaba todo a mi lado, se inclinó con discreción hacia mí.
—¿Queréis que avise a cocinas de...?
Su genuina preocupación hizo que la culpa por mentirle burbujeara en el fondo de mi estómago. Siguiendo el consejo de Calais, había fingido encontrarme indispuesta; la joven fae había ayudado a mi mentira cuando, delante de Gwynna, hizo un inocente comentario sobre mi mala cara, lo que dio pie a que continuara con nuestra estrategia sobre por qué no me uniría a Calais y Rhydderch en aquella última noche.
—No hará falta, Gwynna —le respondí con suavidad. El comportamiento de mi doncella, desde que la prometida del príncipe la pusiera a mi servicio, había sido ejemplar; ella estaba al corriente de mi naturaleza humana y no había dicho una sola palabra, afanándose por ayudarme a cubrir las pruebas evidentes de mi aspecto—. Me gustaría retirarme a dormir pronto, mañana nos espera un largo día por delante.
Con aquel último baile como colofón final a la visita a Antalye, el servicio ya había empezado a adelantar trabajo empacando nuestras pertenencias. Si todo salía según lo planeado, poco después de la medianoche regresaríamos a los aposentos y fingiríamos que no los habíamos abandonado; cuando llegara la mañana siguiente, dejaríamos atrás Gwelsiad y Cormac perdería su oportunidad de atraparme.
Y yo tendría que desviarme de nuestro camino de regreso a Qangoth para encontrar a la Dama del Lago y pedir su ayuda.
La simple idea hizo que un cosquilleo de anticipación se extendiera por mi cuerpo. Rhydderch y yo no habíamos vuelto a hablar de ello, de cómo me conduciría hasta aquella poderosa fae que vivía en el Gran Bosque; no sabía si su oferta seguiría todavía en pie, después de todo lo sucedido entre ambos, pero, me dije a mí misma, que no necesitaba su cooperación. No después de que me hubiera permitido entrar en sus recuerdos, compartiendo su primer encuentro.
—No me esperes levantada, Verine —trinó la cantarina voz de Calais, sacándome de golpe de mis pensamientos.
Estaba preciosa con aquel vestido de color negro de una sola manga en la que confluía una cascada de flores de tela de vivos colores, extendiéndose desde el hombro hasta la cintura, formando una elegante banda; sus bucles dorados resplandecían a causa de los hilos de oro que sus doncellas habían entretejido entre algunos mechones, haciendo resaltar aún más su mirada verde. Todas sus doncellas dejaron escapar una risita cómplice, quizá sabiendo que la noche anterior tampoco había acudido a nuestro dormitorio a dormir. Con temor a los nervios pudieran traicionarme, me limité a responder a la insinuación de la fae con una diminuta sonrisa a su reflejo, que me guiñó un ojo de manera casual.
Dejé a Calais en nuestra habitación compartida. Un inconfundible destello rojizo en la esquina de la balaustrada de la terraza delató a Faye; su presencia había pasado desapercibida desde que llegamos, pero había cumplido con eficiencia con su papel de mensajera, sirviendo de puente de comunicación entre Kell y nosotros. Me acerqué a la fénix en silencio, aunque su avispada mirada ya estaba fija en mí, siguiendo mis movimientos con una calma depredadora. Alcé con cautela la mano para intentar acariciar sus plumas, pero Faye chasqueó su pico en actitud amenazadora, disuadiéndome de intentarlo de nuevo.
—No te caigo bien, ¿verdad? —le pregunté.
Desde que nuestros caminos se cruzaron, el ave se había mostrado así de arisca conmigo, sin que su comportamiento hubiera variado ni un ápice.
—Si no le cayeras bien, te aseguro que no conservarías los dedos —respondió la inconfundible voz de Rhydderch a mi espalda—. Yo diría que... te tolera.
Me tensé de pies a cabeza al ver que no tenía vía de escape, que no existía forma de eludir ese encuentro. Con mi atención puesta en Faye, dejé que el príncipe se situara al otro lado de su fénix, apoyándose en la balaustrada.
—Verine —de nuevo no se me pasó por alto que volvía a dirigirse a mí por mi nombre—, en cuanto abandonemos Antalye y sepamos que tus amigos están a salvo junto a Kell... Mi promesa de ayudarte con la Dama del Lago sigue en pie —fruncí los labios de disgusto por la facilidad que parecía tener Rhydderch para conocer mis propios pensamientos—. Calais se encargará de explicárselo a mis padres en caso de que nos tome más tiempo.
Me giré hacia el príncipe.
—¿Calais lo sabe todo? —le pregunté, más tensa aún por la idea de que hubiera decidido contarle parte de mis secretos a su prometida.
—Todo no —me contestó, alargando la mano para acariciar las plumas de Faye de manera distraída—. Le dije que teníamos un asunto pendiente en... en el Bosque de los Árboles Infinitos y ella me aseguró que nos cubriría las espaldas. No soy nadie para hablar del... hechizo en tus recuerdos, es un asunto tuyo y tú decides con quién quieres compartirlo.
Escuchar sus palabras hizo que me relajara y que suavizara mi expresión, que se había contraído en una mueca desdeñosa al creer que Rhydderch no había tenido ningún problema en poner a su prometida al corriente de mi pequeño secreto.
—Viajaremos solos —me desveló entonces—. Será más rápido y cómodo para los dos.
Asentí para mostrar mi conformidad mientras el silencio se instalaba entre nosotros. Por el rabillo descubrí al príncipe aún con su atención puesta en mí, con un gesto pensativo mientras sus dedos continuaban deslizándose por su fénix, que parecía estar disfrutando de las caricias que le prodigaba su compañero.
—Sobre lo de anoche...
Me erguí de golpe mientras Rhydderch parecía lidiar con sus propias palabras, intentando continuar con lo que fuera que tuviera en mente. ¿Una disculpa? ¿Una desesperada petición para que no dijera una sola palabra? Después de aquel logrado discurso en el que me había hecho creer que le importaba, que estaba dispuesto a abrirme su corazón hasta el punto de compartir su más oscuro secreto, y besarme, había encontrado en Calais la perfecta compañera para el resto de la noche.
Por la actitud del príncipe, casi culpable, no tuve ninguna duda al confirmar las sospechas que me habían estado persiguiendo después de que escuchar la puerta de su habitación cerrándose, haciendo que los aposentos se quedaran en un silencio sepulcral.
Pero yo no iba a entrar en su juego. Otra vez no.
—¿Anoche? —repetí con tono impersonal, observando a Rhydderch con desinterés—. No sé de qué me estás hablando.
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Comprobé de nuevo la caña de mi bota, asegurándome de que mi daga estaba bien colocada y oculta a simple vista. Rhydderch y Calais se habían marchado hacía un buen rato hacia el baile de despedida, dejándome a solas en el dormitorio para que pudiera empezar con mis propios preparativos. Saqué el petate que había escondido con las pocas pertenencias que había logrado guardar por una posible emboscada de Cormac y tomé el traje que la propia Calais me había prestado.
Aquella noche dejé a un lado los fastuosos vestidos para volver a calzarme los añorados pantalones y túnicas que había acostumbrado a llevar en Merain. La parte superior me quedaba un poco suelta, pero las perneras y la cintura del pantalón se ceñían a mis piernas para facilitar mis movimientos.
Eché un último vistazo al dormitorio antes de dirigirme hacia la otra estancia. El príncipe fae y su prometida debían estar disfrutando de ser agasajados por parte de Alastar, dejando que el tiempo transcurriera hasta que llegara el momento que habíamos acordado para reunirnos. Y yo iba a aprovechar la calma que parecía reinar dentro del palacio para escabullirme y moverme a mi antojo, allanando el camino hasta el punto de encuentro.
Como había advertido Rhydderch, aquella zona del pabellón estaba prácticamente vacía. Pude deslizarme como una sombra por los corredores, intentando orientarme mediante los planos que el príncipe fae había preparado para pulir nuestro plan de rescate; la ligera algarabía que me llegó desde el fondo de uno de los pasillos que conectaban con el pabellón central hizo que mis pies se movieran por sí solos, siguiendo la mezcla de sonidos. Sabía que aquel edificio del palacio estaba preparado exclusivamente para albergar diversos salones en los que organizar todo tipo de eventos, tanto para entretener a la corte... como para agasajar a posibles invitados de otros reinos.
Usé a mi favor los corredores en sombras, comprobando que apenas había guardias pululando por los alrededores. Quizá Alastar los hubiera apostado en el exterior, creyendo que podía ser un punto flaco en caso de ataque.
«O quizá sea una estrategia por parte de Cormac y su padre para atraparos», murmuró una voz dentro de mi cabeza.
Apreté los puños, alejando esa idea de mi mente, y continué mi rastreo hacia el salón donde estaba llevándose a cabo la celebración. Empleando los balcones del segundo piso, no me costó mucho encontrar un rincón a oscuras desde el que espiar lo que sucedía a mis pies.
Toda la corte parecía haberse reunido para despedir a Rhydderch y Calais. Una explosión de colores se extendía por toda la sala mientras la recorría con la mirada, buscando a mis objetivos entre la multitud. No me costó mucho dar con Alastar y Devnet, ya que había un generoso grupo de nobles rodeándolos; junto a ellos estaban Eoin y Cormac. El legítimo heredero al trono se mostraba igual de frío que durante el corto encuentro que habíamos tenido en los jardines; su primo, por el contrario, no tenía problemas con algunas de las invitadas que estaban más cerca de él, atentas a lo que estuviera compartiendo con ellas.
Aquella escena me recordó al rey de Qangoth con el resto de su familia, la imagen de la perfecta unión y conexión entre los miembros con el que pretendían lanzar un mensaje claro al resto de la corte. Sin embargo, el regente no parecía querer perder de vista a su sobrino, estudiándolo de soslayo.
Pese a la apariencia amable con la que nos había recibido el primer día, había podido atisbar en las contadas ocasiones en las que estuve en su presencia el interés de Alastar de mantener apartado a Eoin del poder. Por el comentario inocente que había hecho el propio Rhydderch, el verdadero rey estaba siendo puesto continuamente a prueba, dilatando aún más su subida al trono; una excusa a la que su tío se había aferrado para mantenerse en el poder.
Como si hubiera sido invocado por mis pensamientos, Rhydderch apareció entre el selecto grupo que rodeaba a la familia real, junto a Calais; no pude evitar reconocer lo bien que encajaba la pareja entre todos aquellos nobles... y lo bien que parecían fingir estar enamorados: la joven fae había entrelazado su brazo con el de su prometido, apoyando la cabeza sobre el hombro del príncipe. Me reprendí a mí misma por tener que lidiar en un momento así con mis desordenados sentimientos mientras me obligaba a no perder de vista al hijo de Alastar.
Cormac seguía haciendo de las delicias con su entregado público. Nada en el príncipe podía hacer pensar que pudiera estar planeando algo, pero nuestro último encuentro me había demostrado que era un gran actor. Y que no debería haber bajado la guardia, dejándome engatusar por su aparente amabilidad.
Los segundos seguían transcurriendo sin que nada hiciera pensar que podría saltar una hipotética trampa, delatando que todo aquel espectáculo se trataba de una emboscada con el fin de arrinconar a Rhydderch y Calais. El príncipe fae y su padre no dieron señales de estar tramando algo, demasiado ocupados cada uno con sus respectivos oyentes; tampoco Devnet, que se había acercado a su sobrino. ¿Sabría de las intenciones de su esposo? ¿Estaría al corriente de los intentos de Alastar de mantener alejado a Eoin del trono? Ella no compartía lazos de sangre con el príncipe heredero, al contrario que el regente; pese a ello, y a juzgar por el comportamiento del que estaba siendo testigo desde las sombras, el comportamiento de Devnet hacia Eoin parecía genuino y sin atisbo de guardar segundas intenciones.
El eco de un gong en el interior de la sala hizo que mi cuerpo se tensara de forma inconsciente. Había sido el propio Cormac quien me había explicado que, distribuidos en los puntos cardinales de las zonas más altas del palacio, se encontraban cuatro majestuosos discos de bronce que eran golpeados para marcar las horas. Aquel era el primero de los doce golpes que recibiría, mi señal para marcharme de allí e ir directa al lugar donde debía reunirme con mis aliados.
Tal y como habíamos planeado, Calais se inclinó hacia Rhydderch en actitud conspiradora. Debido a la distancia no pude escucharlo, pero parecía que el príncipe empezó a reírse por lo que fuera que su prometida le hubiera susurrado. La complicidad de ambos no pasó desapercibida para el resto del grupo en el que estaban integrados; muchos de ellos sonrieron, como si la imagen de pareja perdidamente enamorada les hubiera causado ternura.
Al ver cómo fingían buscar un rincón más íntimo, me fundí de nuevo en la oscuridad de mi escondite, deshaciendo el camino que me había llevado hasta allí.
Y traté de convencerme a mí misma de que todo iba a salir bien.
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El optimismo con el que había hablado Calais respecto a la seguridad de aquella noche hizo que mi vello se erizara. Bien era cierto que los guardias parecían seguir patrullando con absoluta normalidad el interior del palacio, pero me resultó demasiado sencillo alcanzar el punto acordado para reunirnos; habíamos puesto gran parte de nuestras esperanzas en que Cormac esperaría antes de actuar, utilizando a nuestro favor ese tiempo y con Rhydderch y Calais fingiendo no ser conscientes de las intenciones del príncipe. Pero ¿realmente Cormac estaría aguardando a la oportunidad idónea...?
—No tenemos mucho tiempo.
Mi cuerpo dio un sobresalto al escuchar la advertencia de Rhydderch. Tanto el príncipe como Calais se habían movido con un sigilo casi fantasmal, pillándome por sorpresa; ambos continuaban vestidos con aquellas ostentosas prendas que habían lucido en el baile. Sin embargo, la mirada de los dos relucía a causa de la situación.
Estábamos jugándonoslo todo.
Cualquier error por nuestra parte podría conducir a un incidente que podría arrastrar a Qangoth a un enfrentamiento contra Antalye.
—Deprisa —nos espoleó Calais.
Tragué saliva antes de seguir a los dos fae. El pabellón en el que nos encontrábamos había quedado fuera de los puntos que había visitado junto a Cormac; estaba lo suficientemente alejado del resto de bloques que conformaban el palacio para poder pasar desapercibido. Y el hecho de que pareciera encontrarse vacío ayudaba a esa imagen.
Rhydderch nos condujo por uno de los costados, vigilando que no hubiera guardias merodeando por las cercanías. El príncipe me había asegurado que la presencia de mis amigos en aquellas celdas era un asunto privado que no había llegado a trascender; Alastar quería controlar esa información hasta que le resultara beneficioso compartirla. Además, el estado en el que se encontraban mis amigos era lo suficientemente preocupante para que el regente no se molestara en ponerles vigilancia.
Tropecé con mis propios pies cuando Rhydderch se detuvo frente a una discreta puerta lateral. Aquel pabellón también albergaba pistas interiores donde los cadetes entrenaban o los guardias pulían sus habilidades.
El príncipe me dirigió una mirada cautelosa por encima del hombro.
—Una vez crucemos esta puerta, nuestra magia será inservible —me recordó con tono de advertencia. Las celdas estaban hechas para mantener prisioneros a los fae, para anular su poder e impedir que pudieran acceder a él.
Me di un golpecito en la caña de la bota, donde asomaba la empuñadura de la daga que me había dado su hermano mayor.
—La he traído conmigo —dije a media voz— y sé cómo defenderme, en caso de que las cosas puedan... torcerse.
Rhydderch asintió por toda respuesta antes de que su mirada se deslizara hacia Calais, que estaba a mi lado. Ella esbozó una media sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.
—Sabes perfectamente que ninguna de las dos necesitamos tu protección, Rhy.
—Faye está preparada para dar la señal a Kell —dijo el príncipe entonces.
Mi cuerpo sufrió un sobresalto al sentir la mano de Calais cerrándose sobre la mía. Bajé la vista hacia ellas antes de mirar a la joven fae.
—Todo va a salir bien, Verine —me prometió.
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Me repetí una y otra vez la promesa de Calais. Rhydderch apenas había tenido que forzar la puerta antes de que contempláramos la negrura que se extendía al otro lado; con el príncipe encabezando la marcha, y todavía aferrada a la mano de su prometida, nos adentramos en la oscuridad.
Sin una sola luz que pudiera alumbrarnos el camino, me costó orientarme. Tanto Rhydderch como Calais se movían con soltura y sigilo, deslizándose sobre los suelos de piedra; yo apenas podía seguirles el ritmo a mis compañeros... y todo gracias a la guía que suponía mi mano unida a la de Calais.
Tras un buen trecho vadeando en la más absoluta negrura, mis ojos empezaron a acostumbrarse. Pude distinguir el contorno de los barrotes que se alzaban a cada uno de los lados del pasillo que recorríamos; por el silencio que parecía reinar en aquel nivel, las celdas seguramente estuvieran vacías. O eso quise creer.
No fue hasta el siguiente piso cuando empezamos a notar las primeras señales de que no estábamos a solas. Calais me obligó a que casi me pegara a su espalda cuando escuchamos crujidos dentro de una de las celdas, seguido de un suave tarareo; Rhydderch, a unos pasos de distancia, nos instó a que fuéramos más deprisa, empleando a nuestro favor las rasgadas notas que parecía emitir el prisionero.
—Todo el mundo vio el cuerpo... —mis pasos titubearon y mis músculos se pusieron rígidos al oír la voz ronca de un hombre—. Pobre princesa heredera... Pobre niña... Fueron sus guardianes quienes encontraron su cadáver sobre la cama, tan lleno de sangre y destrozado... Una masacre, dijeron... Y la reina...
Mi mano se deslizó fuera del agarre cuando me quedé paralizada en mitad del pasillo, conteniendo la respiración. Había algo en el relato del prisionero que me impedía moverme, dejándome clavada en el sitio.
—Los rumores dicen que, cuando la reina lloró al enterarse de la pérdida de su hija, las lágrimas se le tiñeron de negro y los muertos se agitaron a causa de un estallido de su poder... —un escalofrío descendió por mi columna al continuar escuchando al prisionero, quien parecía encontrarse inmerso en su propio relato—. Pero la princesa no murió en aquel ataque... No, no lo hizo... Belfar lo sabe, lo vio... La princesa murió en un incendio. Belfar vio el fuego que calcinó la cabaña hasta los cimientos.
Mi corazón dio un vuelco cuando alguien me aferró por el brazo.
—No te retrases —en la penumbra atisbé el contorno de la figura del príncipe. Con su magia inactiva a causa de las medidas de seguridad de las mazmorras, sus iris ambarinos no relucían por la magia.
—Pero... ese hombre... —susurré.
—Está loco —me interrumpió Rhydderch, casi con impaciencia—. Tus amigos están un nivel más abajo. Vamos.
Descubrir que estábamos a unos pasos de distancia de nuestro objetivo hizo que perdiera el interés por el prisionero. El hombre siguió mascullando cosas para sí mismo y yo apenas pude captar un par de palabras sueltas. Me apresuré a seguirle el paso al príncipe, sintiendo cómo mis latidos se desbocaban ante la simple idea de que nuestro plan pudiera funcionar.
Que realmente íbamos a liberar a Altair y al resto.
Que todo saldría bien.
❧
—Calais, quédate vigilando —le pidió Rhydderch en un murmullo cuando alcanzamos el último nivel.
Mi cuerpo empezó a temblar cuando el príncipe me condujo hacia el final de aquel pasillo, mucho más amplio y espacioso. Al contrario que en los pisos superiores, aquella zona no estaba ocupada por tantas celdas; apenas creí contar cuatro en uno de los extremos... Lo que inclinaba a pensar que allí solamente eran enviados los prisioneros más peligrosos o aquellos a los que se les quería mantener apartados y que su presencia pasara desapercibida a los otros presos.
—Es aquí.
La voz de Rhydderch hizo que ambos nos detuviéramos frente a la última celda. Debido a la oscuridad que imperaba en aquel nivel, apenas pude distinguir unas siluetas amontonándose al fondo del cubículo. El temblor que me sacudía de pies a cabeza se extendió a mi voz cuando pregunté:
—¿Altair?
Algo —un cuerpo, quizá— se removió en una de las esquinas de la celda. A mi lado, noté a Rhydderch tensándose, captando lo que sucedía en el interior de aquel reducido espacio al otro lado de los barrotes gracias a su visión fae.
—Vuestros trucos ya no funcionan —me espetó con voz ronca, desgastada.
El estómago se me agitó al escuchar la voz de mi amigo, el recelo que se adivinaba en sus palabras. Sabía lo que Alastar había ordenado, lo que Cormac le había hecho.
—Piensa que estamos dentro de su cabeza, que no eres más que un producto que hemos creado nosotros —me confió Rhydderch sin levantar mucho la voz.
Me partió el corazón descubrir que Altair creyera que no era más que una invención que Alastar hubiera puesto en su cabeza, quizá con el propósito de torturarlo. Y lo hizo aún más sospechar que aquélla no sería la primera vez que era víctima de una atrocidad así.
—No soy ningún truco —le aseguré— y pienso sacaros a todos de esta celda.
Otro cuerpo pareció removerse en otra de las esquinas, aunque no pude distinguir quién era.
—¿Verine?
Un objeto frío y curvo rozó mi mano. La familiar forma de la ganzúa encajó en la palma cuando Rhydderch me la pasó sin decir una sola palabra; sintiendo un nudo en la garganta por el silencio de Altair a mi promesa de liberarlos, tanteé los barrotes hasta conseguir dar con la cerradura.
—Sí, soy yo —le respondí a Greyjan, tras reconocer su voz.
Mi visión no estaba tan desarrollada como la del príncipe, por lo que tendría que valerme de mis otros sentidos. Percibiendo la urgencia de mi compañero por el tiempo que nos quedaba, me incliné lo suficiente para empezar a trabajar en ello. Introduje la parte curva de la ganzúa en la oquedad de la cerradura y agudicé el oído mientras procuraba controlar el temblor de mi mano.
Una oleada de susurros se extendió entre mis amigos después de que respondiera a la pregunta de Greyjan. Altair había creído que se trataba de un truco, pero el resto también había escuchado mi voz; me había escuchado llamarle. Después de la intervención de mi amigo, parecía que las dudas se habían disipado... o el recelo por una posible trampa los había agitado, sacándolos de su mutismo.
—¿Verine? —reconocí a Vako pronunciando mi nombre—. Altair nos dijo...
—Dijo que la corriente de agua te había llevado, que te habías sacrificado para salvarlo —en aquella ocasión fue Alousius quien tomó la palabra—. Creímos que estabas...
—Muerta —concluyó Dex, que sonaba desconfiado—. Creímos que estabas muerta.
Escuchar sus voces hizo que el nudo que sentía en la garganta se estrechara mientras continuaba girando la ganzúa. El único que no había vuelto a intervenir era el propio Altair y su silencio fue como una fina capa de hielo extendiéndose por mi interior.
—Como podéis comprobar, aún sigo respirando... —intenté bromear, como había hecho en Merain.
Mi comentario jocoso acabó en una exclamación de sorpresa cuando un cuerpo impactó contra los barrotes de la celda, haciendo que la ganzúa casi escapara de mi mano. Rhydderch me aferró por la parte superior del brazo, apartándome unos centímetros; un gruñido bajo de advertencia resonó en su pecho.
—He sido testigo de hasta dónde alcanza la magia de los fae —Altair se aferró a los cilindros de metal, haciendo que atisbara levemente su expresión. Su gesto cargado de sospecha y recelo—. Son capaces de adoptar la apariencia de cualquier otra persona... No has venido sola, Verine —me dolió que pronunciara mi nombre de ese modo, con ese marcado sarcasmo—. Le reconozco. Es el fae que apareció el otro día en compañía de nuestro captor. El emisario, como se refirió a él. Curioso que uno de ellos colabore con una humana.
Recuperé algo de aplomo y di un paso hacia la puerta. Altair continuaba agarrado a los barrotes, con el rostro aprisionado entre ellos; sus familiares ojos azules me contemplaron cuando la distancia que nos separaba menguó. Aquello no estaba saliendo tal y como lo habíamos planeado: había creído que mi amigo no nos pondría tantas trabas... y jamás se me había pasado por la cabeza que no me reconociera.
Con el corazón latiéndome a toda velocidad, alcé mi brazo y busqué con la mano que tenía libre la muñeca de Altair. Se sobresaltó al sentir mi contacto, pero no se apartó, lo que me insufló una pizca de esperanza; hice que sus dedos recorrieran las cicatrices, que no me había molestado en ocultar aquella noche. ¿Sería prueba suficiente aquel trozo de mi cuerpo que pocos conocían? Altair había sido el primero a quien se las había mostrado, casi avergonzada y temerosa de su reacción.
Apenas pude sentir el fugaz roce de sus yemas sobre los surcos cicatrizados de los grilletes, pero sí noté cómo el cuerpo de Altair temblaba al comprobar que no era ningún truco.
Que era real.
—Necesito que confíes en mí, Altair —le pedí—. Hemos venido a liberaros.
En aquella ocasión, cuando me acerqué a la puerta, mi amigo no trató de sacudirla de nuevo con su cuerpo. Podía percibir su mirada clavada en mí, quizá intentando asimilar mi presencia, mientras introducía de nuevo la ganzúa en el hueco de la cerradura.
Tras multitud de intentos infructuosos, el milagroso chasquido que emitió la puerta hizo que una corriente de anticipación recorriera a mis amigos. Nadie había vuelto a decir una sola palabra después de la intervención de Altair; fue Rhydderch el primero en romper el silencio:
—Somos aliados de Verine y el tiempo corre en nuestra contra —hizo una breve pausa, empujando la puerta para pasar en primer lugar al interior de la celda—. Os pedimos vuestra colaboración si queréis salir de aquí. Luego... luego podremos responder a vuestras preguntas.
Apenas tuve tiempo de seguir los pasos del príncipe cuando Altair acudió a mi encuentro. Reconocí sus brazos al rodearme con ellos, pegándome a su cuerpo, tal y como había hecho en el pasado, en Merain; su uniforme casi destrozado raspó mi mejilla cuando la apoyé sobre su pecho, conteniendo un sollozo de alivio. Por unos segundos valoré la idea de pellizcarme para asegurarme de que el contacto era real y era Altair la persona que me estaba abrazando.
—No sabes cuánto llevo soñando con este momento —me susurró, provocando que mi corazón diera un vuelco.
Me separé lo suficiente para intentar verle a través de la penumbra que reinaba en la celda. Mi mente no lograba imaginar los horrores a los que había tenido que hacer frente, ofreciéndose a sí mismo para proteger al resto del grupo. Pero, por unos segundos, me aferré a un solo pensamiento: ahora estaba a salvo. Alastar y Cormac no volverían a intentar herirle, de ningún modo.
—Altair...
Quise decirle lo mucho que le había añorado, lo feliz que estaba de haber conseguido encontrarlos a todos, pero me vi interrumpida cuando el propio Altair se inclinó para besarme.
* * *
Me hubiera gustado actualizar para Jawelin, pero como podéis ver no me dio tiempo a terminarlo porque se me ha ido un poco de las manos de longitud (y de cositas que han pasado... y que se vienen)
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