❧ 72
Durante unos segundos mi mente se quedó en suspenso, intentando asimilar las palabras de Rhydderch.
«De igual modo que sé dónde están.»
Aquella frase no dejó de dar vueltas en mi cabeza mientras el príncipe fae intentaba sostenerme la mirada con esfuerzo.
—Los he visto —añadió a media voz.
Fue como si recibiera un golpe en el pecho. El aire escapó de mis pulmones con brusquedad y sentí que la inestabilidad volvía a embargarme ante la noticia de que Rhydderch había podido ver a mis amigos. Me llevé una mano al punto donde mi corazón latía desaforadamente, como si así pudiera contener su rápido golpeteo.
Las preguntas quemaban en la punta de mi lengua. Había tanto que necesitaba saber...
Pero la llegada de Cormac me arrebató esa posibilidad. Rhydderch se apartó de mi lado, esbozando una sonrisa que pretendía ser amistosa; el príncipe fae traía entre sus manos una copa dorada y su avispada mirada alternaba entre Rhydderch y donde yo continuaba sentada.
Me obligué a alzar mis brazos hacia Cormac, sintiendo la intensidad de sus ojos fija en mí, estudiándome.
—Quizá debería hacer llamar a Byor, nuestro sanador —comentó entonces el príncipe con aire preocupado—. Estáis demasiado pálida, lady Verine.
El pánico de que un sanador fae estuviera cerca de mí hizo que buscara a Rhydderch pidiendo ayuda. Mi aliado se adelantó, como si hubiera percibido mi inquietud ante la generosa oferta de Cormac.
—No creo que sea necesario —intervino, hablando con voz firme.
—Me gustaría regresar a mi dormitorio —conseguí pronunciar con tono ahogado. Las sienes me palpitaban al ritmo de las palabras de Rhydderch.
«Los he visto.»
El poco contenido de mi estómago se agitó ante la simple idea de que Rhydderch hubiera estado tan cerca de ellos. Las sienes volvieron a punzarme y sentí que las fuerzas me fallaban de nuevo. La urgente necesidad de estar sola me azuzó con saña mientras los dos príncipes fae me contemplaban con idéntica preocupación.
—Yo te acompañaré —decidió Rhydderch.
❧
—¿Verine...?
La voz de Calais sonó cautelosa, casi tímida. Cormac no nos había detenido después de que su prometido se hubiera ofrecido a llevarme de regreso a los aposentos que compartíamos los tres; habíamos hecho el camino en silencio, mis movimientos rígidos como si fuera una autómata y sin reunir el valor suficiente para hacerle la pregunta que no paraba de dar vueltas dentro de mi cabeza, y yo me había ido directa al dormitorio tras alcanzar nuestro destino. Huyendo de su presencia como si su simple cercanía me resultara intolerable.
No me había movido de la cama desde entonces. Aovillada en una esquina del colchón, mi mirada se había quedado clavada en un punto cualquiera de la pared; había escuchado los pasos del príncipe acercándose, incluso había creído oír el susurro de la puerta arrastrándose con cuidado. Pero Rhydderch no había dicho nada, limitándose a regresar de nuevo a la sala común y dejándome a solas.
El sonido de la voz de Calais hizo que me encogiera todavía más sobre mí misma. No sabía las horas que habían transcurrido desde que decidiera encerrarme allí, intentando lidiar con todo, con aquella vorágine que se zarandeaba en el interior de mi mente. La soledad tampoco había ayudado a paliar el peso que parecía haberse instalado en mi pecho.
Y la repentina presencia de la prometida de Rhydderch, atraída seguramente por mi repentino encierro, no sirvió para aliviarme. El príncipe fae no habría dudado un instante en compartir lo sucedido con ella y Calais, haciendo de nuevo gala de la preocupación real que sentía por mí, había decidido atajar la situación para comprobar por sí misma cómo me encontraba.
Al no recibir respuesta por mi parte, Calais se adentró en el dormitorio. El suave sonido de sus pasos fue acercándose poco a poco hacia mi cama; dejé mis ojos clavados en la pared, manteniéndome de costado, rezando para que la prometida de Rhydderch creyera que estaba profundamente dormida. El príncipe había marcado las distancias conmigo tras cruzar el umbral de la habitación, dándome el espacio que necesita.
El colchón se hundió cuando Calais se sentó a unos metros prudenciales de mí, haciéndome saber que ella no seguiría el mismo consejo que su prometido.
—Rhy me ha contado lo sucedido —me dijo a media voz, tanteándome.
¿Qué le habría contado el príncipe, exactamente? ¿Que me había descubierto con Cormac, intentando recuperarme de la impresión tras la confirmación del joven heredero de Alastar respecto a dónde estaban mis amigos? ¿Que me había confirmado haber visto a los prisioneros, conociendo de primera mano dónde el regente los mantenía encarcelados?
No dije nada. No fui capaz de hacerlo.
—Alastar nos ha mostrado sus cartas, Verine —continuó Calais en el mismo tono y sentí su mano sobre mi hombro en un silencioso gesto de comprensión—. Rhy y yo nos hemos reunido esta mañana tanto con él como con Eoin. Alastar no ha perdido el tiempo en ponernos al corriente sobre cómo atrapó a tus amigos, intentando convencernos que su propósito era alcanzar los Reinos Fae para atacarnos o, en el mejor de los casos, obtener información que vender a vuestros reyes. Nos habló del riesgo que corríamos, de lo osados que parecíais haberos vuelto... Luego, para demostrarnos que la misiva que nos hizo llegar era real, nos condujo hasta las mazmorras.
—Alastar pretende ejecutarlos —dije a media voz, rompiendo mi voto de silencio.
—Alastar no va a conseguir su propósito, Verine —me aseguró Calais con una fiereza impropia de ella—: sabemos dónde están tus amigos. Dentro de dos noches nos colaremos en las mazmorras, los sacaremos de la celda en la que están y, tanto Rhy como yo, emplearemos nuestra magia para ponerlos a salvo junto a Kell y sus hombres, tal y como planeamos en un principio —a mi espalda escuché el crujido de un papel—. Ellos ya están esperando nuestra señal, Faye ha traído su mensaje esta misma tarde.
Me incorporé lo suficiente para descubrir a la fae observándome con sus ojos verdes, con un trozo de pergamino en el puño. La expresión de su rostro estaba cargada de determinación, como si confiara plenamente en que todo saldría conforme lo que habíamos planificado en Mettoloth, junto al resto de nuestros forzosos aliados.
Como muestra de su buena voluntad, o quizá para demostrarme que estaba diciendo la verdad, Calais me tendió el mensaje de Kell.
Era escueto y, por la caligrafía, escrito a toda prisa por el príncipe extranjero. Estaba dirigida a Rhydderch y en ella comunicaba que habían alcanzado las afueras de la ciudad, cerca del punto que habían acordado, a la espera de recibir otro mensaje por parte de la fénix de Rhydderch con la noticia de que los prisioneros eran libres.
Se la devolví con un nudo en el estómago, sintiendo la intensa mirada de Calais clavada en mí.
—Lo tenemos todo preparado, Verine —me aseguró—. Solamente queda que encuentres el arcano.
❧
Calais no me forzó a que saliera del dormitorio, se limitó a quedarse a mi lado y a preguntarme sobre cómo había ido mi salida con Cormac, con el propósito de distraerme. Le hablé de la amabilidad del príncipe fae, de nuestra salida por los jardines y de mi primer encuentro con el auténtico heredero, Eoin; opté por omitir ciertas partes, en especial las que me inducían a pensar en Altair y el resto, cediendo minutos después a la imperiosa necesitar de saber más. Calais me confesó en voz baja el estado en el que los había visto. Se me estrechó la garganta al escuchar que, si bien estaban mugrientos y débiles por las inclemencias de estar encerrados, Alastar no parecía haberlos sometido a ningún tipo de tortura... al menos que Calais hubiera podido comprobar antes de que el regente los hubiera conducido de regreso a los pisos superiores con el propósito de discutir las opciones que tenían. Lo que no me permitía descartar por completo que Alastar no hubiera optado por otro tipo de medidas para intentar arrancarles algún tipo de información.
La mirada verde de Calais se ensombreció cuando volvimos a quedarnos en silencio, después de que tratara de asimilar la vívida imagen que mi mente había recreado ante las palabras de la joven fae. Había una sombra de preocupación en ellos.
—Rhy me dijo que estaba preocupado —me dijo entonces, bajando aún más la voz. Su prometido no nos había interrumpido desde que Calais entrara allí, como si hubiera dejado en manos de su prometida hacerme compañía para tratar de levantarme el ánimo—. Temía que Cormac pudiera haberte hecho algo.
No era la primera vez que Rhydderch mostraba su recelo hacia el joven príncipe. Después de que Cormac hubiera mostrado abiertamente su interés en mí, Rhydderch no había dudado un instante en advertirme respecto al fae. Tras ello, no pude evitar estudiar al príncipe de Qangoth siempre que se encontraba cerca de Cormac, notando la desconfianza que camuflaba bajo una falsa apariencia de cortesía.
Recordé que Rhydderch había visitado en el pasado Antalye, que había sido un invitado de Alastar y el resto de la reducida familia real. El príncipe fae era el que mejor conocía los entresijos del reino y, en especial, de los miembros que conformaban la Corona de Antalye.
Me pregunté si su excesiva preocupación por Cormac —y la curiosidad del príncipe fae— no estaría motivada por algún tipo de información que guardaba respecto a él. Algo más que el hecho de que Cormac pudiera ser como su padre.
—¿Debería preocuparme? —le pregunté a Calais.
Hasta el momento, el comportamiento de Cormac hacia mí había sido impecable, haciendo que la imagen que había tratado de dibujarme el príncipe fae con sus advertencias se desvaneciera de mi mente. No había bajado la guardia por temor a que descubriera que no era fae —o, al menos, una fae pura—, pero su presencia no me incomodaba del modo en que tenía que hacerlo.
Pero Calais era la única que podía ayudarme a comprender si los recelos de Rhydderch eran infundados o había algo más en el príncipe fae.
—Rhy siempre ha desconfiado de Cormac —me confió a media voz, con sus ojos verdes perdidos en algún punto del techo de la habitación—. Simplemente por ser hijo de quien es...
¿Así que todo se reducía a algo tan absurdo como ser el hijo de Alastar? Cormac no tenía por qué ser una copia exacta de su padre y, por lo poco que había podido ver del joven príncipe, el interés que sentía hacia los asuntos de la corte era mínimo. Tras ser descubiertos por Eoin, el príncipe heredero se había burlado de su primo insinuando que su padre había esperado que estuviera presente durante el encuentro con Rhydderch y Calais.
—No creo que haya maldad en él, Verine —susurró Calais un instante después, pensativa—. Y tampoco creo que sea una copia de Alastar.
De nuevo ambas nos quedamos en silencio. Mi mente decidió rescatar de mi memoria nuestro pequeño encontronazo que habíamos tenido de camino hacia Antalye, un detalle que Calais parecía haber condenado al olvido; ninguna de las dos habíamos vuelto a tocar el tema después de que ella y Rhydderch regresaran al carruaje con una tensión que todavía parecía perdurar entre ellos. Pero me había rendido a seguir alimentando las dudas que guardaba respecto a su compromiso y lo que había supuesto mi llegada a sus respectivas vidas. Mi prioridad debía haber sido encontrar a mis amigos y liberarlos de su cautiverio, no intentar encontrar una explicación lógica a aquel enrevesado asunto que la corte de Qangoth había convertido en su nuevo tema preferido.
Por eso había llegado a la conclusión más sencilla: no darle más vueltas. Aunque no me había resultado fácil, en especial con el confuso comportamiento de Rhydderch, estaba intentando conseguir mi propósito.
—Calais —pronuncié su nombre con timidez y ella se removió sobre el colchón para mirarme—. Te debo una disculpa.
Ella enarcó una ceja.
—No debí haberte gritado de ese modo —continué, sintiendo cómo el calor de la vergüenza trepaba por mi rostro. Había perdido el control de mis emociones en aquel momento y había dirigido mi rabia contra Calais—. Y tampoco soy nadie para exigirte nada. El compromiso es asunto entre vosotros.
Calais estaba segura de Rhydderch y del vínculo que parecía unirlos, al margen del compromiso. Por eso no le afectaba lo más mínimo los rumores de la corte, como tampoco podía verme como una enemiga: conocía a su prometido y, lo más importante, confiaba en sus sentimientos hacia ella. Confiaba en el príncipe fae.
Y yo me había dejado llevar por la rabia, usándola como diana. Fui muy injusta con ella y me arrepentía profundamente de la imagen que debí darle, aunque Calais pareciera haberlo olvidado.
La mirada verde de la joven fae se tiñó de tristeza al escucharme. Pese a que se había comportado como la perfecta prometida, había habido algunos instantes en los que había podido notarla molesta con Rhydderch; no se me habían pasado por alto ciertos comentarios punzantes que el príncipe había aguantado con estoicismo. Sin embargo, eso no era asunto mío. Y nunca lo había sido, a pesar de que me hubiera dejado arrastrar y aumentar las habladurías.
—Verine —suspiró, bajando entonces los ojos hacia sus manos, que descansaban sobre su regazo—. Entendí tu frustración aquel día y entiendo la preocupación que puedas sentir hacia mí por lo que pueda hablar la corte a nuestras espaldas. Conozco de primera mano su crueldad, lo viví junto a Rhy cuando apenas era un niño, y quiero que tengas presente algo: eres mi amiga y nada va a cambiar eso. Nada.
De nuevo sentí ese familiar nudo en la garganta acompañado de un molesto escozor en la comisura de mis ojos.
Una sonrisa amable se formó en los labios de Calais cuando me devolvió la mirada.
—Estoy segura de que, a nuestro regreso, la corte ya habrá encontrado otro jugoso cotilleo al que exprimir —me aseguró en tono cómplice—. Te acabarás acostumbrando, Verine.
Me tensé al escuchar sus últimas palabras, lo que implicaban. Calais creía que mi estancia en Qangoth se alargaría más allá de nuestro regreso, después de conseguir lo que buscábamos en Antalye; ella creía que me quedaría con ellos en Qangoth, que convertiría Mettoloth en mi hogar, que me establecería allí.
—Calais —dije con suavidad, notando cómo me raspaba la voz—, no estoy segura de que vaya a quedarme en Mettoloth.
—¿Volverás con tus amigos a los Reinos Humanos? —se interesó y algo parecido a la decepción iluminó fugazmente sus ojos verdes.
«Tarde o temprano se marchará», casi pude escuchar a Rhydderch repitiéndolo dentro de mi mente. Tanto el príncipe fae como su prometida habían tenido una conversación similar en el carruaje mientras yo fingía encontrarme dormida; Rhydderch parecía haberlo tenido claro desde el principio, creyendo que yo habría tomado una decisión al respecto.
—Merain es... es mi hogar —dije pero noté que mis palabras salían casi sin fuerza.
Pero ¿realmente podía considerarlo mi hogar? En el pasado no habría dudado un segundo en pensar mi respuesta y ahora... ahora me veía a mí misma pensándome qué decir. Merain había sido mi hogar en el pasado, desde que fui conducida a la capital y terminé en aquel orfanato...
Calais enarcó una ceja, advirtiendo lo poco segura que había sonado.
—No pareces muy convencida de ello —señaló sin acritud.
—Yo... yo... —tomé una temblorosa aspiración de aire—. Ya no estoy segura, Calais. Después de descubrir que soy... que soy mestiza... Merain, la vida que llevaba allí... Es como si ya no encajara conmigo, ahora que sé la verdad. Y siento... siento que no pertenezco a ningún lado, que no existe ningún lugar para mí.
—Qangoth...
Negué con la cabeza.
—No, Calais —la interrumpí—. La familia real ya ha hecho demasiado por mí... No quiero que esa deuda siga creciendo.
La vi abrir la boca para rebatirme, pero el sonido de unos nudillos golpeando la puerta impidió que hablara. Ninguna de las dos nos movimos cuando la hoja se arrastró por el suelo, tampoco hicimos nada cuando Rhydderch asomó tímidamente la cabeza, incapaz de ocultar la preocupación en su expresión.
Sus ojos ambarinos saltaron de Calais a mí. Su prometida le dedicó una media sonrisa antes de deslizarse por el colchón para dirigirse hacia donde el príncipe fae aguardaba; les observé a ambos y noté el modo en que se miraban el uno al otro, como si fueran capaces de comunicarse solamente con una simple mirada.
Un ramalazo de celos me atenazó el pecho cuando Calais apoyó su mano sobre el brazo de Rhydderch. Un gesto que su prometido supo leer a la perfección, a juzgar por el discreto asentimiento que le dirigió antes de que la joven desapareciera por el hueco que había entre su cuerpo y el marco de la puerta.
Al quedarnos a solas, sus ojos ambarinos se desviaron hacia mí, despertando un extraño cosquilleo por todo mi cuerpo.
—Creo que tenemos que hablar.
* * *
HOLAAAAA, SORPRESAAAA
Quería hacer algo especial este sábado y me dije: ¿por qué no una actualización masiva? Así que aquí estamos, con capítulos nuevos en La Nigromante, Thorns, Daughter of Ruins, Reino de Niebla, Peek a Boo y Vástago de Hielo.
Prácticamente estoy quemando mis últimos cartuchos respecto a las que tengo en hiatus, así que espero que os guste saber un poco más mientras avanzo poquito a poco.
pd: luego volveré a actualizar los sábados, intercalándolos, capítulos de La Nigromante y Thorns como venía haciendo con regularidad
pd2: este mensaje es un copy & paste en todos los pies de final de capítulo por si acaso
pd3: queremos ver sangre y destrucción
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