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❧ 66

Una intrusa.

Así era como se sentía en el interior del carruaje. Había perdido la noción del tiempo después de que el vehículo se hubiera puesto en marcha y toda la comitiva hubiera cruzado los enormes portones, dejando atrás el patio del palacio.

Rhydderch y Calais se habían acomodado en el banco que compartían, frente a mí. En un espacio tan reducido, las opciones que tenía para intentar distraerme y no observarlos a ambos eran muy limitadas; me entretuve espiando el paisaje que cruzábamos a toda velocidad, fingiendo no ser consciente de la presencia del príncipe fae y su prometida.

Cuando observar a través de la ventaja no fue suficiente, opté por cerrar los ojos y hacerles creer a mis compañeros de viaje que estaba dormida.

Al principio los únicos sonidos que escuché fueron el sonido de las ruedas sobre la tierra del camino y el murmullo ahogado de alguno de los soldados que marchaban junto al carruaje, tras unos instantes, la dulce voz de Calais me llegó en un susurro:

—Sigo creyendo que ella debería haberse quedado en Mettoloth. Tus padres y Taranis jamás permitirían que le sucediera nada; allí hubiera estado bien protegida de cualquier amenaza —hubo una pequeña pausa y oí el frufrú de sus faldas cuando se removió en su asiento, quizá tras haber mencionado tan a la ligera al príncipe heredero—. La... La aprecio de verdad, Rhy.

El pulso se me aceleró inconscientemente al escuchar a Calais confiarle a su prometido aquel pellizco de información respecto a mí. Que su comportamiento no había sido una treta.

—El aprecio es mutuo, al parecer —dijo entonces Rhydderch—. Está al corriente de lo que se cuchichea en la corte sobre nosotros, Calais, y su única preocupación es el daño que puedan estar causándote las murmuraciones.

Durante unos segundos, ninguno de los dos habló.

—Se disculpó conmigo —Calais sonó apesadumbrada—. Me dijo que era un problema.

—La corte no tiene piedad con nadie —masculló Rhydderch y advertí un tono de rabia en sus palabras—. Si no la tuvieron siquiera con un simple niño... ¿cómo voy a esperar que la puedan tener con ella?

—Conoces a la corte... Esto es temporal —le recordó Calais con suavidad—. Hasta que encuentren otro asunto con el que divertirse y llenar su tiempo libre.

El silencio volvió de nuevo al interior del carruaje.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad? —las faldas volvieron a sonar, como si Calais estuviera recolocándose o cambiando de postura. Conforme transcurría la conversación entre ambos, crecía mi incomodidad—. Ante todo, soy tu mejor amiga, Rhy.

Durante unos segundos valoré la idea de interrumpirles.

—Sé que ha pasado algo entre Verine y tú, he podido percibir su tensión cuando tú estabas cerca —el corazón me dio un vuelco ante la observación de Calais. Sin embargo, sus palabras no habían sonado a acusación; había un timbre de auténtica preocupación—. No tienes la obligación de contármelo, pero quiero que sepas que estoy aquí si necesitas que alguien te escuche. Siempre voy a estar a tu lado, Rhy.

—Ella quiere respuestas que no me atrevo a darle, Calais. Sobre ti, sobre mí... Sobre nuestro compromiso —el príncipe fae sonaba afectado y yo sentí el familiar cosquilleo de la culpabilidad. Quizá le había presionado demasiado aquella noche en mis aposentos, exigiéndole saber cosas respecto de un asunto privado.

—Sé sincero con ella, entonces —Calais guardó silencio un instante—. Con todo.

—Calais... —le dijo el príncipe fae en tono de reproche—. ¿De qué serviría? Su máxima prioridad son sus amigos. Tarde o temprano se marchará.

En aquella ocasión, su prometida no añadió nada más. De nuevo surgieron las dudas que llevaban acompañándome desde que Rhydderch se mostrara tan esquivo respecto a su compromiso. ¿Sobre qué tenía que sincerarse? Otra vez, Calais había demostrado lo bien que encajaba en su papel como futura esposa del príncipe y el nudo que había empezado a sentir mientras les espiaba no parecía querer desaparecer.

«Tarde o temprano se marchará», había dicho Rhydderch. Y estaba en lo cierto: una vez el príncipe fae me hubiera conducido hasta la Dama del Lago y ésta se deshiciera del sortilegio de mis recuerdos... acompañaría a Altair y el resto hacia la frontera del Gran Bosque. Me aseguraría de que mis amigos llegaran a salvo al otro lado y luego podría planear lo que vendría después. Si quería descubrir de dónde venía.

Lo que significaba que abandonaría Qangoth, tal vez para siempre.

Cuando el carruaje se detuvo, fue Calais la encargada de despertarme. Había terminado por caer en los brazos del mundo onírico con el traqueteo del vehículo, sin saber si Rhydderch habría obtenido una respuesta por parte de su prometida a su observación de mi inminente partida.

Pestañeé para alejar las últimas brumas del sueño, buscando casi de manera inconsciente la figura del príncipe fae. Algo parecido a la decepción pellizcó mi pecho al comprobar que solamente estábamos Calais y yo.

La joven fae me sonrió con amabilidad, reclinándose para brindarme un poco de espacio.

—Hemos hecho un pequeño alto en el camino —me explicó, señalando la portezuela abierta que quedaba a su derecha—. Rhy pensó que querríamos estirar un poco las piernas... Respirar aire fresco. Vamos fuera, nos vendrá bien.

Acepté su invitación con una sonrisa agradecida y la seguí fuera del vehículo, cuidándome de colocarme de nuevo la capucha. Las doncellas, entre las que se encontraba Gwynna, también habían bajado de su carruaje y caminaban a lo largo del camino, charlando alegremente ante la atenta mirada de los soldados que nos escoltaban; sin embargo, no vi a Rhydderch entre la multitud de caras que disfrutaban de aquel pequeño descanso antes de volver a la carretera.

Calais entrelazó su brazo con el mío y me dedicó una amistosa sonrisa. El eco de la conversación entre ella y el príncipe fae volvió a repetirse en mis oídos, aumentando las dudas respecto a ambos. No conseguía entender la dinámica de su compromiso, cómo encajaban los secretos que parecían guardar con la historia que habían vendido a la corte sobre su futura unión. Había sido el propio Rhydderch quien pidió la mano de Calais, sin que nadie le impusiera esa decisión; no había sido un acuerdo orquestado por su familia, como tan acostumbrada estaba a ver en Merain, gracias a los cotilleos que traían a los barracones Vako y el resto.

—Me gustaría que fuésemos sinceras, Verine —las repentinas palabras de Calais hicieron que tropezara con mis propios pies. La prometida de Rhydderch nos había conducido a ambas hacia un lado del camino que se encontraba lo suficientemente alejado para que no tuviéramos oídos indiscretos—. Reconozco que al principio recelé de ti pero... pero he terminado viéndote como a una amiga, por muy disparatado que pueda sonar.

Era lo mismo que le había confesado a Rhydderch, que realmente me apreciaba. Sentí una familiar presión en el pecho y un escozor en las comisuras de los ojos; me maldije en mi fuero interno por aquel instante de debilidad. Por permitir que mis emociones me dominaran de ese modo. Calais también había terminado por convertirse en un apoyo dentro de Mettoloth; su amabilidad, la preocupación sincera que había mostrado... por no mencionar que no había dudado un segundo en protegerme, incluso defendiéndome de su propio primo...

Calais había demostrado una bondad innata que había ido erosionando los prejuicios que guardaba sobre los fae. Me había hecho bajar la guardia, al igual que Rhydderch después de los riesgos que había corrido para demostrarme su nivel de compromiso.

Y todavía había algo en mí que me impedía sincerarme por completo con ella.

—Sé que algo no va bien —continuó Calais y sus ojos verdes se clavaron en los míos con una preocupación que aumentó el peso que sentía en el pecho—. ¿Es por todo esto? —hubo un instante de indecisión por su parte—. ¿Es por... por Rhy?

Entreabrí los labios, pero de mi boca no salió ni un solo sonido. Un gesto que no pasó desapercibido para la prometida del príncipe.

—Rhy y yo te protegeremos, Verine —me aseguró y yo tragué saliva, culpable por saber que esa cuestión no era la única que me tenía agitada—. Si es por Rhydderch... No sé qué es lo que puede haber pasado entre vosotros, pero le importas. Le importas.

«Ella quiere respuestas que no me atrevo a darle...», la voz del príncipe fae se repitió en mis oídos, entremezclándose con las palabras de Calais. El tenso nudo que había conseguido mantener a raya la frustración —por mi discusión con Rhydderch, por los murmullos de la corte, por la extraña actitud de Calais hacia ellos, por mi discusión con Kell y su posterior conversación con su primo...— se soltó, haciendo que un torrente saliera despedido por mi interior, encontrándose como objetivo la propia Calais.

—¿Cómo puedes decir eso? —le pregunté y mi tono sonó afilado—. ¿Cómo puedes tan siquiera mostrar un ápice de simpatía hacia mí después de ser consciente de lo que murmuran a tus espaldas? ¿Cómo puedes mirarme sabiendo que vuestro compromiso está poniéndose en entredicho por mi culpa? ¿Cómo es posible, Calais? ¡Deberías estar viéndome como tu enemiga!

—No eres mi enemiga, Verine —la voz de la joven fae sonó baja, apesadumbrada, lo que me irritó todavía más.

En los Reinos Humanos, de haberse dado la misma situación, sabía de primera mano cómo terminaría la historia y no era con un final feliz, al menos no para todos los involucrados. Era consciente del nivel de confianza que compartían Calais y Rhydderch, pero no podía creer que la prometida del príncipe fuera inmune a los comentarios y rumores que habían empezado a correr en la corte sobre el extraño triángulo que formábamos.

Sacudí la cabeza y me liberé de su brazo, moviéndome hasta que las dos quedamos enfrentadas. Calais mostraba una expresión estoica, como si mi repentino estallido no le hubiera tomado por sorpresa; como si mis acusaciones respecto a su comportamiento de cara a la situación en la que nos habíamos visto envueltos no le afectaran lo más mínimo. En cierto modo, su actitud me recordaba a Rhydderch y eso no hizo más que aumentar mi frustración ya no solamente con el príncipe y sus esquivas respuestas, sino también con ella.

—¿Por qué, Calais? —le exigí, elevando la voz—. ¿Por qué demonios no sois sinceros conmigo? ¿Acaso esto es un maldito juego para vosotros...?

Ahogué un gemido y aparté la vista antes de que la fae pudiera descubrir lo mucho que me estaba pasando factura aquel asunto. Al contrario que ellos, yo no podía ser inmune e ignorar todo lo que había descubierto que se contaba a nuestras espaldas; no podía ignorarlo simplemente porque habían despertado en mí un antiguo miedo que me había acompañado en Merain, durante mis encuentros furtivos con Altair. A sus susurros compartidos en la oscuridad sobre los planes de su madre de cara a su futuro, de cara a un futuro matrimonio. Porque una parte de mí, al principio, había valorado la egoísta decisión de continuar, de permitir que mi relación con Altair siguiera adelante en la clandestinidad una vez llegara el momento de encontrar una esposa.

Luego abrí los ojos y me di cuenta de lo erróneo que habría sido tomar ese camino, de lo injusto que habría sido para todas las partes. En especial para ella, para esa mujer de rostro desconocido que un día llegaría a la vida de mi amigo. ¿Qué diría la corte? ¿Qué diría la propia lady Elleyre, si los rumores alcanzaban sus oídos? Había escuchado tantas historias... La mía no sería diferente. Todo el mundo me daría la espalda o me señalaría. El compromiso quedaría en entredicho y la prometida de Altair sería ridiculizada, convertida en el objetivo de los más crueles.

Y no estaba dispuesta a que todo aquello se hiciera realidad, aunque fuera con un príncipe fae y su considerada prometida.

—Verine, puedo explicártelo...

—¿Qué está sucediendo?

Mi cuello giró en dirección a la voz del intruso que se había acercado a nosotras con sigilo. Rhydderch nos observaba a ambas con una expresión inescrutable, aunque advertí un extraño brillo en sus ojos ambarinos; Calais se enderezó y pareció alzar un poco su barbilla en actitud desafiante.

—Estoy intentando tener una conversación con Verine, ya que tú no pareces encontrarte muy por la labor —respondió la joven fae.

El príncipe dio un paso hacia nosotras y vi que su postura parecía flaquear un segundo antes de que una capa de frialdad, la misma que había estado usando cuando tenía que dirigirse a mí, volvía a ocupar su lugar.

—Verine, vuelve al carruaje —me ordenó con un tono que no admitía réplica alguna—. El descanso ha terminado.

Calais se cruzó de brazos y, por primera vez, vi que no parecía estar conforme con su prometida.

—No, Rhydderch, permítele que se quede aquí y...

—Te dije que te mantuvieras al margen, Calais —la cortó, tajante; luego su atención regresó a mí—. Vuelve al carruaje.

Durante unos segundos valoré la idea de oponerme, pero algo en la expresión del príncipe había cambiado. La frialdad e indiferencia de la que había hecho gala al interrumpirnos se habían desvanecido, dejando en su lugar un gesto enfadado que pocas veces había visto en él.

Con la sensación de que allí sobraba, bajé la mirada al suelo y obedecí sin mediar palabra. Al alejarme lo suficiente, escuché a mi espalda un cruce de susurros furiosos entre Calais y Rhydderch, una discusión entre ambos en un tono tan tenue que no fui capaz de distinguir nada. Cuando alcé la mirada, deshaciendo el corto camino que habíamos hecho Calais y yo, me topé con las miradas curiosas de algunas de las doncellas; supe que no se habían perdido detalle de todo lo que había sucedido, ansiosas por conocer de primera mano lo que estaba pasando y si debían dar algún tipo de credibilidad a los rumores que ya corrían.

Me apresuré a llegar al carruaje, consciente de la impresión que habríamos dado... y la oleada de murmullos que habrían generado, dándoles un nuevo entretenimiento para el resto del viaje.

A la sensación de intrusismo que había clavado sus garras en mí al abandonar el palacio tuve que sumarle una creciente tensión que hizo que el ambiente del interior del carruaje se tornara casi opresivo. Tras obedecer sumisamente al príncipe fae, me había limitado a ocupar mi hueco, encogiéndome sobre mí misma, como si así pudiera pasar desapercibida cuando Calais y Rhydderch regresaran; me quedé inmóvil, tratando de ignorar los murmullos ahogados que se colaban desde el exterior, procedentes de la camarilla de doncellas que nos acompañaban para encargarse de la prometida del príncipe.

No supe cuánto tiempo transcurrió con exactitud hasta que ambos regresaron. Me fijé en el rictus serio de Calais, un gesto insólito en la joven fae, quien casi siempre lucía una sonrisa, y en la actitud casi esquiva de Rhydderch. Ninguno de los tres dijo nada y el príncipe solamente se encargó de cerrar la portezuela del carruaje antes de que el vehículo se pusiera en movimiento de nuevo, encabezando la marcha.

A juzgar por el silencio y el modo en que se comportaban el uno con el otro, sospeché que la conversación que habían mantenido después de que el príncipe fae me enviara de regreso al carruaje parecía haber terminado en una disputa. Calais se removió en su asiento, fingiendo estar interesada en contemplar el paisaje; apartó levemente la cortina y clavó sus ojos verdes en lo que había más allá de la ventana. Rhydderch, por el contrario, se arrellanó en su hueco, cruzándose de brazos; mi corazón dio un vuelco cuando sus ojos ambarinos se desviaron en mi dirección.

—Estamos cerca de nuestro destino —me informó, intentando hacer uso de un tono educado y formal.

Por el rabillo del ojo vi que todavía estábamos atravesando el camino rodeado de árboles. No estaba segura del tiempo que había pasado desde que habíamos dejado atrás Mettoloth y su palacio, pero dudaba que la distancia entre ambos reinos fuera tan... reducida. En mi fuero interno me había preparado para una travesía mucho más larga, quizá de varios días.

—¿A Antalye? —pregunté, procurando imitar el mismo tono que había empleado al dirigirse a mí.

Rhydderch sacudió la cabeza.

—A una de las muchas líneas ley que atraviesan Mag Mell... entre otros lugares, si mis sospechas son ciertas —me contestó y, al ver mi expresión de absoluta confusión, decidió apiadarse de mí—: Las líneas ley son zonas donde la magia es más fuerte, más... tangible, de algún modo. Algunos las han comparado, incluso, con caminos; gracias a ellas podemos transportarnos con mayor facilidad de un punto a otro. Son similares a los atajos. Sin embargo, existen sortilegios que protegen a ciertas zonas de los reinos; sortilegios tan antiguos como los Primeros Reyes. Corren rumores que fueron ellos los que los crearon, para salvaguardar sus ciudades —me explicó con paciencia y, por unos segundos, dejó a un lado su actitud hosca hacia mí. Aquel tema le apasionaba, descubrí; al igual que el mapa que colgaba de la pared de sus aposentos, Rhydderch disfrutaba con los entresijos y misterios que parecían existir en nuestro mundo—. Al ser una comitiva tan voluminosa, nuestra magia no es suficiente para transportarnos, por eso mismo vamos a emplear una línea ley. Gwelsiad está protegido por uno de los sortilegios que antes te he mencionado, por lo que la línea ley nos permitirá acercarnos todo lo posible a la ciudad, pero tendremos que entrar sin magia de por medio.

Mi vello se erizó cuando Rhydderch terminó con su clase magistral sobre magia feérica, como si sus palabras hubieran despertado una extraña sensación dentro de mí. La reconocí vagamente, pues en el Gran Bosque había podido sentir aquel estallido de... poder. Busqué con la mirada al príncipe fae y él asintió a la pregunta que no había formulado siquiera: estábamos sobre la línea ley que había mencionado.

Calais se puso recta en su asiento, apartando su atención del paisaje. La vi cruzar un rápido gesto afirmativo con la cabeza con su prometido antes de que una oleada de magia empezara a extenderse por el interior del carruaje.

Apenas tuve tiempo de asimilar lo que sucedería a continuación: mi cuerpo pareció hundirse y plegarse sobre sí mismo, antes de que un fogonazo de luz nos rodeara a todos, cegándome.

Un gemido ahogado brotó de mis labios cuando la aplastante sensación que se había abatido sobre nosotros se disipó, al igual que la repentina y fulgurante luminosidad que nos había envuelto hacía unos ¿segundos? Ni siquiera estaba segura de cuánto había durado.

En el asiento de enfrente, Calais dejó escapar un suspiro cansado antes de desplomarse contra la pared del carruaje. Rhydderch también tuvo que buscar apoyo mientras el círculo dorado que bordeaba sus pupilas recuperaba su apariencia normal, abandonando ese brillo sobrenatural que los iluminaba cuando empleaba su poder.

Supuse que el esfuerzo de tener que usar su magia, pese a utilizar las líneas ley, les había pasado factura, dejándolos exhaustos.

—Mira, Verine —escuché que me decía Calais.

Obedecí, dirigiendo mi mirada hacia la ventanilla del carruaje.

El paisaje había cambiado drásticamente. Los árboles que nos habían acompañado casi durante todo el camino escaseaban al otro lado del cristal y, al fondo, la exuberante ciudad de Gwelsiad se extendía por la línea del horizonte, resplandeciente bajo la luz del sol.

* * *

Madre del señor, voy a abrir una recogida de firmas para que de una vez por todas nos cuenten el maldito chisme del compromiso!!!!

Por cierto, somos conscientes de que solamente tenemos dos (2) opciones respecto al plan? 

1) que salga bien

2) que terminen haciendo que estalle una guerra

(seguro que ya habéis adivinado cuál es mi opción favorita)

Y nos leemos en comentarios, que le he cogido el gustillo a esto jeje

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