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❧ 60

Sus últimas palabras cayeron sobre nosotras con la fuerza de una maza. Calais giró el cuello en mi dirección, mostrándome su expresión sorprendida: al igual que yo, tampoco había contado con aquel inesperado giro en los acontecimientos.

Incluso Llynora permanecía muda junto a mí, con sus ojos azules abiertos de par en par, saltando de un rostro a otro con un brillo desconcertado.

—Verine...

La voz de Calais sonó insegura. La sorpresa de su rostro se había suavizado, aunque su mirada seguía observándome del mismo modo: como si no terminara de creerse del todo que el rey hubiera requerido mi presencia. Como si no entendiera qué estaba pasando exactamente.

Yo tampoco lo sabía.

Me puse en pie y di gracias a las faldas del vestido que ocultaban el temblor de mis piernas. Llynora permaneció paralizada, consciente de que, en aquella ocasión, no estaba invitada a acompañarnos; la joven fae se limitó a observar cómo cruzaba la distancia que me separaba de Calais con paso tambaleante. El corazón no paraba de golpearme contra las costillas y mi pulso latía desbocado.

El guardia que se encontraba en el pasillo se hizo a un lado cuando me uní a Calais en la puerta. La prometida de Rhydderch no había vuelto a pronunciar palabra alguna tras llamarme por mi nombre; por sus labios fruncidos, no fue difícil adivinar que aún seguía intentando encontrar un sentido a todo aquel asunto.

Mis nervios no me lo permitieron, en especial cuando echamos a andar tras aquel fae y la puerta del dormitorio de Calais se cerró a nuestras espaldas.

Todo mi cuerpo se puso en tensión cuando el guardia se detuvo. Nos había conducido a una zona desconocida del palacio para mí, aunque mi acompañante parecía mucho más tranquila; Calais se había mantenido en un extraño silencio durante todo el trayecto, aumentando la ansiedad que había despertado la parte final del soldado que nos había conducido hasta allí.

Mi pulso pareció duplicar su velocidad, haciéndome sentir vértigo.

Calais dio un paso hacia delante, alzando el brazo para golpear la madera. El sonido de sus nudillos contra la puerta resonó por el pasillo y mi cuerpo, despertando unas irrefrenables ganas de dar media vuelta y huir. ¿Por qué el rey había requerido de mi presencia? Aquella pregunta no había dejado de repetirse dentro de mi cabeza, como un eco. Por unos instantes había valorado la remota posibilidad de que aquella llamada por parte del monarca tuviera algún tipo de relación con Rhydderch y la discusión que había estallado entre nosotros...

La inconfundible voz del padre del príncipe fae se coló hasta el pasillo, invitándonos a pasar.

Apreté los puños y lancé una mirada a Calais, que parecía haberse escondido tras una máscara de absoluta tranquilidad. Incluso una pequeña sonrisa parecía adivinarse en las comisuras de sus labios.

La sala donde nos esperaba el rey resultó ser un despacho privado. Lejos de la frialdad que había dado la habitación en la que nos habíamos reunido las últimas veces, aquel lugar parecía ser un rincón que pertenecía únicamente al monarca: no era tan amplio como nuestro anterior punto de reunión y las paredes estaban cubiertas por estanterías y vitrinas repletas de diversos objetos que despertaron mi curiosidad; al fondo se situaba un pesado escritorio, desde donde nos contemplaba el rey... junto con sus dos hijos.

Máel Taranis me dirigió una diminuta sonrisa a la que no respondí. El príncipe heredero parecía haberse ganado mi confianza tras mostrarse cercano conmigo, abriéndose de un modo que no acostumbraba; sin embargo, Rhydderch me había abierto los ojos al desvelarme que su hermano mayor no había sido del todo sincero, compartiendo un trozo doloroso de su pasado.

El estómago se me encogió cuando mi mirada se desvió del príncipe heredero hasta la figura que aguardaba a su lado. Sabía que Rhydderch estaba molesto y que había estado evitándome en los dos días que habían transcurrido desde nuestra discusión; a juzgar por el modo en que su vista se clavó directamente en Calais, quedándose fija en ella, supe que las cosas continuaban igual de tirantes entre nosotros.

Los ojos del rey, por el contrario, se iluminaron cuando se cerró la puerta a nuestras espaldas, dejándonos a los cinco en el interior de aquella habitación.

Alzó el brazo en nuestra dirección, agitando los dedos en un gesto que nos invitaba a acercarnos más a él.

—Calais —nos saludó—. Lady Verine.

No dudé un segundo en imitar a mi aliada, dedicándole al monarca una inclinación de cabeza. Escondí mis palmas sudorosas tras mi espalda y recé para que el fino oído de los fae no detectara el vertiginoso ritmo de mi corazón.

—Majestad —musitó Calais, incorporándose y clavando sus ojos verdes en el rey.

—La noticia sobre el viaje a Antalye ha corrido como la espuma dentro de la corte —comenzó el padre de los príncipes—. Alastar no parece guardar ni una sola sospecha respecto al verdadero propósito de encontrar el arcano.

Todo mi cuerpo se puso en tensión cuando el monarca no añadió nada más al respecto. Ni una sola mención a mis amigos, a ayudarme a liberarlos... Tanto Taranis como Rhydderch habían estado en lo cierto al señalar que su padre solamente tenía un objetivo en mente y no era rescatar a los humanos prisioneros en las celdas de Antalye.

—No obstante, es la primera vez que veo que mis hijos se muestran de acuerdo en algo... en relación con todo este asunto —continuó el rey y su mirada se deslizó de nuevo hacia mí.

El corazón me dio un vuelco cuando nuestros ojos conectaron a través de la distancia y pude sentir la atención del resto de presentes centrándose en mi persona. Ignoré la quemazón que me produjo la mirada de Rhydderch y la curiosidad que parecía emanar de Calais.

—Lady Verine, como mestiza, me temo que no seréis bien recibida en todos los puntos de los Reinos Fae —agregó el rey. Sus palabras casi parecían empujarme a sentir una oleada de agradecimiento hacia su familia por el hecho de haberme acogido después de que Calais y los otros dos fae nos emboscaran a Rhydderch y a mí en aquella cueva—. Por eso creí que la mejor decisión sería que, mientras mi hijo y lady Calais viajaran a Antalye, os quedarais aquí, en Mettoloth. Sin embargo, los príncipes han sido bastantes claros al señalar que estaba equivocado, al menos en una parte.

Retorcí mis manos, sintiendo cómo mi pulso se aceleraba gradualmente. ¿Acaso Máel Taranis y Rhydderch...?

—Sois la única que habéis visto el arcano —traté de mantener la calma, pese a lo complicado que me resultaba con aquel aporreo frenético de mi corazón dentro del pecho—. Sois la única que podríais reconocerlo.

Por el rabillo del ojo espié a Rhydderch. El rey había mencionado que todo aquello, la idea de que pudiera resultar útil en la búsqueda, había sido idea de los dos príncipes, tanto de Máel Taranis como de él... ¿Qué les habría empujado a trabajar juntos, en ponerse de acuerdo en algo?

«Tienes la oportunidad de ayudar a Altair y al resto. Concéntrate», susurró una voz dentro de mi cabeza. Si el monarca cambiaba de opinión respecto a su decisión de mantenerme allí hasta el regreso de Rhydderch y su prometida...

—Por eso mismo os uniréis a la partida que viajará hacia Antalye, junto a mi hijo y lady Calais.

Pensé que las piernas iban a fallarme de la impresión de escuchar al rey. Una temblorosa respiración se escapó entre mis labios mientras todavía intentaba asimilar lo que acababa de suceder, lo que suponía... Porque tanto Rhydderch como Máel Taranis habían conseguido convencer a su padre para que no me dejara allí. Porque, viajando a Antalye, estaría un paso más cerca de liberar a mis amigos.

El príncipe fae se había mostrado nervioso al compartir conmigo el esbozo de plan que había ideado para ayudarme, intentando demostrarme. Aunque siguiera enfadado conmigo... Bueno, intentaría hacerlo sola. Encontraría el modo de llegar hasta Altair y el resto para sacarlos de allí.

—Pero eso la expondría frente a Antalye —razonó Calais, interviniendo por primera vez—. Majestad, sabéis tan bien como yo los rumores que corren en la corte sobre Verine... Es posible que hayan alcanzado a nuestro reino vecino y que nos acompañe aumentaría el riesgo que correría.

Miré a Calais de soslayo. La fae no había hablado con maldad, ni tampoco advertí ninguna mala intención en sus palabras, pero sentí una dolorosa presión en el pecho al escuchar cómo se oponía a la idea de que pudiera acompañarlos hasta Antalye para buscar el arcano.

Rhydderch, para mi sorpresa, dio un paso adelante.

—No viajará con nosotros en calidad de invitada —le explicó y de nuevo su mirada esquivó la mía—, sino como parte de la comitiva que nos acompañará. En concreto, fingirá ser una de tus damas.

—Coincido con vos, lady Calais, respecto de los rumores —intervino Máel Taranis pero, al contrario que su hermano menor, él no trató de rehuir mis ojos—. En especial los que aparecieron a su llegada —mis mejillas ardieron al recordar ese momento: abrumada y aturdida por la entrada en escena de Calais y los otros fae que conocían a Rhydderch, me había lanzado como un animal enjaulado contra la multitud que nos había rodeado tras aparecer allí, en el patio del castillo, con el propósito de escapar—. Pero Alastar jamás prestará atención a las personas que os acompañen en calidad de camarilla de ayuda para el viaje y que Verine se haga pasar por una de tus damas de compañía le brinda una protección que le permitirá pasar desapercibida en Antalye y ayudaros a encontrar el arcano.

—He hablado largo y tendido con los príncipes, lady Calais —apostilló el rey, que se había mantenido al margen—. Y tengo que darles la razón al menos en una cosa: lady Verine es nuestra única opción si queremos tener éxito en nuestro propósito.

Un espeso silencio se extendió entonces por el interior del despacho después de que el padre de Rhydderch y Taranis se hubiera reafirmado en su cambio de opinión: ahora le resultaba útil y me necesitaba junto al príncipe fae y su prometida.

—Lady Verine —mi corazón pareció saltarse un latido al escuchar la voz del rey pronunciando de nuevo mi nombre, dirigiéndose directamente a mí—, os recomendaría que fuerais preparando vuestro equipaje. 

* * *

VAMOS, QUE NOS VAMOS

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