❧ 59
Observé a Máel Taranis boquiabierta, aturdida por la inestimable ayuda que estaba brindándome pese a ser una desconocida. Una humana. Alguien de quien había sospechado ser una espía enviada para averiguar sus secretos y debilidades.
Por mucho que Rhydderch estuviera obcecado en ese absurdo odio hacia su hermano, no creía que el príncipe heredero fuera el monstruo que había idealizado, el enemigo que veía en él. Tras la reveladora conversación que mantuvimos la noche de su cumpleaños, mi curiosidad hacia Máel Taranis no había dejado de crecer.
Siempre que nos encontrábamos en la misma habitación, no podía evitar estudiar sus movimientos y palabras, intentando comprobar que todo lo que me había confesado no se trataba de un burdo engaño por su parte. En especial cuando Rhydderch lanzaba algún comentario mordaz con el que buscaba irritar a su hermano mayor.
—¿Por qué haces todo esto? —le pregunté.
Una media sonrisa curvó la comisura izquierda del labio del príncipe heredero.
—No soy la vil criatura que Rhy piensa —me respondió y, de nuevo, pude advertir un timbre cansado.
Sentí un nuevo ramalazo de lástima hacia Máel Taranis, cada vez más convencida que todo aquel asunto le afectaba más de lo que pretendía aparentar. Sin embargo, aquel momento de debilidad se esfumó y la familiar expresión que había visto emplear al príncipe heredero como máscara volvió a cubrir sus facciones.
—Si ves a Calais —dijo entonces, desconcertándome con la repentina mención de la prometida de Rhydderch y cambio de tema—, hazle saber que he cumplido mi promesa.
Pestañeé con confusión hasta recordar que Máel Taranis le había asegurado a la joven fae que se encargaría personalmente de conducirme a mis aposentos, liberándola de esa responsabilidad para que pudiera ir detrás de su prometido. Pensé en la insinuación que le había lanzado al príncipe heredero respecto a su comportamiento con Calais, la preocupación que parecía haber creído ver en sus ojos ambarinos mientras se ofrecía como sustituto.
Contemplé a Máel Taranis, como si mirándolo fijamente pudiera ser capaz de obtener las respuestas que buscaba sobre la sospecha que había despertado en mi interior, pero él se limitó a esbozar una media sonrisa antes de dar media vuelta y marcharse.
❧
Tras la marcha del príncipe heredero, dejándome sola en mitad del pasillo, no me quedó otra salida que encerrarme en mis aposentos. Me dirigí hacia la pequeña terraza con la que contaba, acodándome sobre la balaustrada y permitiendo que mi mirada se perdiera en el horizonte.
La voz de Máel Taranis desvelando que la única prioridad del rey era conseguir el arcano resonó de nuevo en mis oídos, haciendo que el nudo que siempre se me formaba al pensar en Altair y el resto del grupo se estrechara de nuevo alrededor de mi garganta.
«Nadie más que tú podrías reconocer el arcano.»
Estaba en lo cierto y el hermano mayor de Rhydderch me había dado una poderosa baza que poder emplear a mi favor, en caso de que el propio príncipe fae no lo hiciera uso de ella. Yo era la única que había estado en contacto con aquel objeto mágico perdido hacía tantos años; yo era la única que podía reconocerlo, tras haber usado su poder.
Si el rey quería tener una oportunidad de hallar el arcano, tendría que permitirme acompañar a Rhydderch y Calais hacia Antalye. Entonces yo podría negociar la liberación de mis amigos a cambio de mi colaboración.
Y una vez Altair y el resto fueran libres...
Regresaríamos a Merain. Mientras contemplaba cómo el sol empezaba a esconderse tras las montañas que rodeaban parte de la ciudad, me arrepentí del instante en que dejé que aquel arrebato en las celdas me empujó a decirle a Altair que empleara el arcano como trueque por su primo; habían pasado años desde que Gareth hubiera desaparecido, generando las primeras habladurías sobre el suceso o sus posibles responsables.
Hubiera sido cosa de los fae o no... No teníamos ni una sola garantía de que el príncipe estuviera vivo. El tío de Altair había terminado por resignarse a la pérdida de su hijo y heredero, encontrando en su sobrino su última esperanza para el futuro del reino.
El lugar de Altair estaba allí, en Merain. Por culpa de mi estupidez había puesto en riesgo la vida de mi amigo, pese a haber dado mi palabra de que le protegería con la mía propia.
Tenía que salvar a Altair y devolverlo a Merain, a su futuro. El rey se había encargado de brindar a su sobrino la educación necesaria para convertirlo en su heredero, en la persona que algún día ocuparía su trono.
Me pregunté si todo aquello —mi estúpida idea, el empujar a Altair a aquella maldita misión que nos había conducido a este desastre— no habría sido un desesperado intento por mantener a mi amigo junto a mí, retrasando lo inevitable... Un acto egoísta cuyas consecuencias no había sabido medir hasta que había sido demasiado tarde.
El sonido ahogado de unos nudillos golpeando la puerta de la entrada interrumpió el flujo de mis pensamientos. Me aparté de la balaustrada y entré de nuevo al interior de mis aposentos, intentando adivinar quién podría ser la persona que esperaba fuera.
Quizá fuera Llynora, enviada por la propia Calais, con el propósito de acompañarme las pocas horas que debían quedar hasta la cena. Las últimas semanas habíamos dejado de ser únicamente Calais, Llynora y yo, pues la familia real parecía haberme extendido una invitación a unirme al resto de ellos.
Aferré el picaporte y abrí con un movimiento fluido, casi imaginándome la expresión casi infantil de la dama de compañía de Calais al otro lado.
Pero no fue ella quien me devolvió la mirada desde el pasillo.
—Rhydderch...
Parecía mucho más calmado que aquella misma mañana, después de abandonar airadamente la habitación donde nos había reunido su padre para compartir con su círculo más íntimo los planes que guardaba respecto al arcano y la vinculación de Antalye al mismo tras ocultarlo. Mi estómago volvió a retorcerse al pensar en Calais yendo tras su estela, ayudándole a relajarse... Apoyándolo en cualquier rincón del palacio, lejos de las miradas indiscretas...
—No he olvidado mi promesa, Verine.
Sus atropelladas palabras me pillaron desprevenida, todavía intentando asimilar la imagen de Rhydderch detenido frente a mí, observándome con sus ojos ambarinos con una intensidad que me erizó el vello.
Retrocedí un paso de manera inconsciente cuando vi que el príncipe fae se acercaba a mí.
—Sé cómo cumplirla.
La voz de su hermano mayor se repitió de nuevo en mis oídos, la sutil idea que había dejado en el aire para que Rhydderch pudiera tomarla para sí y cumplir con su palabra de ayudarme a liberar a mis amigos. ¿Reconocería el príncipe fae la participación de Máel Taranis en todo aquel asunto? ¿Habría tenido en cuenta la opinión de su hermano mayor...?
Al final me hice a un lado, cediéndole el paso a mi dormitorio.
Rhydderch se adentró con seguridad, cruzando el umbral y dirigiéndose hacia uno de los divanes. Todo mi cuerpo se puso en tensión cuando cerré la puerta, arrancándole un pequeño chasquido a la madera; la traicionera voz de mi subconsciente volvió a susurrarme al oído de dónde venía y a quién había dejado atrás.
—Tu padre quiere mantenerme al margen —me obligué a decir, apartando esos pensamientos de mi mente y centrándome en el motivo que había empujado a Rhydderch a plantarse en la puerta de mis aposentos: Antalye. El arcano. Mis amigos. Mi supuesta seguridad.
El príncipe fae me miró por encima del hombro.
—Mi padre no quiere exponerte frente a Alastar —me explicó, sosteniéndome la mirada—. Pese a que los rumores sobre tu presencia en Mettoloth habrán cruzado nuestras fronteras, alcanzando a los otros reinos, no está dispuesto a hacerlo.
Un escalofrío de temor descendió por mi espalda. Mi simple existencia era algo insólito, una rareza; aunque no existiera una norma escrita al respecto que lo prohibiera expresamente, las rencillas que existían entre humanos y fae nos mantenían separados... En la mayoría de los casos. No sabía cómo los otros Reinos Fae se tomarían la noticia de mi naturaleza mestiza y, quizá, ese temor era lo que había empujado al rey de Qangoth a dejarme apartada, enviando a Rhydderch y Calais.
—No sabe cómo puede reaccionar vuestro... aliado —adiviné, aunque dudé al pronunciar la última palabra. La supuesta alianza y unión que había existido entre los tres Reinos Fae ya no era tal, desvelando que existían ciertas grietas que estaban empezando a crear pequeñas fricciones entre ellos.
Rhydderch apartó la mirada.
—De no haber sido por ti jamás hubiéramos de la existencia del arcano... y que Alastar lo tiene en su poder —reconoció y el estómago volvió a estrechárseme al pensar en cómo aquella pista siempre había estado en mi mente—. Mi padre no quiere correr riesgos.
Supe que, entre esos riesgos, me incluía yo. El arcano era un objeto de incalculable poder; aún recordaba la sensación que me había embargado en el bosque, cuando lo utilicé para defenderme de Faurak. Si el arcano había reaccionado de ese modo a la poca magia que había mi interior gracias a mi mestizaje... ¿cómo lo haría cuando lo empleara un fae de sangre pura? ¿Alguien como Alastar?
—Has dicho que cumplirías con tu promesa —le recordé a Rhydderch, intentando deshacerme del desasosiego que había traído consigo mi último pensamiento—. ¿Cómo piensas hacerlo?
Los ojos ambarinos del príncipe fae parecieron relucir cuando giró su rostro levemente en mi dirección.
—Usaremos la búsqueda del arcano para encontrar a tus amigos —me confió y la esperanza volvió a aletear dentro de mi pecho—. El rey ya ha enviado una misiva urgente a Antalye comunicando nuestra visita. Alastar querrá actuar como el perfecto anfitrión que es, lo que implicará una sucesión de eventos con los que intentará agasajarnos frente a su corte... Aprovecharemos su ignorancia y el hecho de que mantendrá la guardia baja para conseguir el arcano y liberar a los humanos. Pero...
—Su huida podría llamar demasiado la atención, por no mencionar de lo que supondría la repentina desaparición del arcano... —objeté, cruzándome de brazos. Aquel esbozo de plan tenía demasiados agujeros, demasiadas posibilidades de que pudiera salir mal y creara un conflicto a gran escala entre Antalye y Qangoth.
Rhydderch pareció ignorar a propósito mi observación y empezó a pasearse por la habitación, meditativo.
—Por mucho que mi padre esté convencido que debes quedarte aquí, está equivocado —prosiguió el príncipe fae, como si yo nunca hubiera intervenido, y un cosquilleo me recorrió de pies a cabeza, al captar hacia dónde estaba dirigiendo la conversación—. Tú eres la única que ha visto el arcano, la única que podría reconocerlo... Necesitamos que viajes con nosotros, fierecilla.
Ahí estaba. La idea que Máel Taranis había dejado en el aire para que su hermano menor terminara de unir las piezas y pudiera cumplir con su promesa; un gesto del príncipe heredero hacia Rhydderch con el que pretendía demostrarle que no era el monstruo que creía que era.
Me crucé de brazos, observando el inquieto paseo de mi visitante.
—¿Se te ha ocurrido a ti? —le pregunté.
Sus pasos frenaron en seco al escuchar mi pregunta y la tensión se apoderó de sus músculos. La intensidad que antes había llenado su mirada se había transformado en un frío recelo.
—Eso no es importante, fierecilla —contestó, evasivo.
Pero sí lo era, porque Rhydderch jamás admitiría que había recibido la ayuda de su hermano mayor, dándole el mérito que merecía. La verdad que se negaba a ver de una vez por todas respecto al príncipe heredero.
—Para mí sí —le contradije, sintiendo un extraño calor recorriendo mi cuerpo.
—¿Por qué? —me preguntó entonces con un tono afilado—. ¿Por qué ese repentino interés por saberlo?
Di un paso hacia Rhydderch. El príncipe fae no había perdido una sola oportunidad de hacerme creer que Máel Taranis era una criatura sin escrúpulos pero la conversación que habíamos mantenido en aquella habitación, la noche de su cumpleaños, sumada la que habíamos tenido aquel mismo día, me demostraba lo equivocado que estaba el chico.
—Porque sé que fue tu hermano quien te dijo cómo podía ser de ayuda —le confesé, mirándolo fijamente—. ¿Por qué tanto odio hacia él...?
Supe que había cometido un grave error al mencionar a Máel Taranis: Rhydderch pareció erizarse como un animal amenazado, retrocediendo mientras buscaba una vía de escape.
—Ya te lo he dicho, Verine: no es la persona que aparenta ser —sus palabras sonaron demasiado a la defensiva.
—¿Por qué? —insistí—. ¿Qué es lo que te ha hecho?
Una rabia antigua afloró en sus iris ambarinos y sentí un escalofrío al percibir su magia despertando, rodeando su cuerpo.
—¡Ser él! —exclamó, apretando los puños y mostrándome los dientes, en especial las afiladas puntas de sus colmillos—. ¡Ser el maldito y perfecto heredero, a quien todo el mundo adora y no el príncipe enfermizo y en absoluto brillante!
Máel Taranis no había mentido al afirmar que todos los problemas que existían entre Rhydderch y él estaban motivados por la rivalidad que la corte había alimentado debido al descontento que había sentido al saber que su futuro rey había decidido unirse a una fae extranjera.
—Tu hermano no deseó nada de esto, Rhydderch —traté de hacerle entender—. Y no estás poniéndoselo nada fácil con este comportamiento de príncipe malcriado...
Mi cuerpo reaccionó de manera inconsciente cuando le vi acercándose, haciendo que retrocediera un paso y alzara el brazo hasta que mi mano quedó apoyada sobre su pecho, cortando en seco su acercamiento.
—¿Príncipe malcriado? —escupió con resentimiento. Aquel Rhydderch que tenía ante mí no se parecía en absoluto al príncipe fae de los días anteriores... del bosque; había tocado una fibra sensible con ese tema, haciendo que perdiera el control—. No tienes ni idea, Verine. Ni idea.
Con un valor que no sentía en absoluto, alcé la barbilla y mantuve el contacto visual.
—Explícamelo, entonces —le pedí.
—¿Acaso no te lo ha contado mi hermano? —inquirió Rhydderch con sarcasmo—. ¿No quiso compartir contigo sus años de silencio mientras era humillado y vapuleado por la corte? ¿Por mi propia familia?
Mi estupefacto silencio fue respuesta suficiente. No, Máel Taranis no había mencionado esa parte de la historia, en especial la que tenía relación con su propia sangre.
El príncipe fae sacudió la cabeza y la rabia que hacía unos segundos le había embargado pareció aplacarse, siendo sustituido por una honda tristeza.
—Había heredado la sangre débil de mi madre. No era digno hijo de mi padre... De no ser por mi evidente parecido, no habrían dudado un segundo en haber poner en entredicho mi propia legitimidad —susurró y su mirada se cristalizó, perdido en sus propios recuerdos. En aquellas heridas que aún continuaban abiertas, a pesar del tiempo transcurrido—. No era suficiente para ellos, no cuando ya tenían a Taranis... A mi abuelo le gustaba resaltar nuestras diferencias, especialmente en público; desde niño me empujó a coger una espada, a emplear mi magia, aunque yo no quisiera, aunque no pudiera... Me instigaba para que me enfrentara al brillante e idolatrado príncipe heredero. Todo para demostrar que no estaba a la altura de nuestra familia, que no estaba a su altura —había tanto resentimiento en su voz que me atenazó el corazón, aún más cuando escuché a lo que debía haber sido obligado desde tan pequeño—. ¿Sabes qué hacía en esas ocasiones mi hermano, Verine?
—No —susurré, abrumada por cómo habíamos llegado a ese punto.
—Quedarse en silencio y obedecer —su respuesta resonó en el silencio del dormitorio, en mis propios huesos—. No hacer absolutamente nada por su hermano pequeño. Dejar que fuera el hazmerreír de la corte y la vergüenza de la Corona mientras era vapuleado por sus propios parientes. Por su propia familia.
El estómago se me encogió por la trágica infancia a la que había tenido que hacer frente por los prejuicios que guardaba gran parte de la corte —e incluso la familia real— respecto de su madre, una fae extranjera de la que su padre había quedado prendado hasta el punto de pedirle que se uniera a él. Imaginé a un príncipe mucho más joven, apenas un niño, siendo humillado sin motivo.
—Tu hermano no me dijo nada —la voz me tembló a causa de la conmoción. Máel Taranis había omitido deliberadamente aquel fragmento del pasado que ambos compartían, de por qué Rhydderch parecía guardarle tanto resentimiento.
El príncipe fae esbozó una sonrisa carente de humor.
—Te lo advertí, Verine —casi eché de menos que se dirigiera a mí por aquel estúpido apodo, pues el modo en que pronunció mi nombre hizo que me sintiera culpable y avergonzada por lo inocente que había sido, por haber creído de esa manera tan ciega la versión del príncipe heredero—. Pero has caído bajo su influjo, como todos.
❧
Las cosas entre nosotros se pusieron tensas después de que Rhydderch abandonara mi dormitorio, sin darme tan siquiera la oportunidad de explicarme o disculparme. En aquellos dos días que habían transcurrido no había vuelto a ver al príncipe fae; Calais tampoco hizo comentario alguno, en caso de haber notado algo en su prometido, y se encargó de entretenerme con una escandalizada Llynora, quien trató de llenar el silencio con los últimos cotilleos que corrían por la corte.
Apenas había prestado atención a la apasionante historia de la hija de un noble que, en un acto de desobediencia hacia su padre, quien había obtenido un jugoso compromiso, había optado por unirse a otro hombre. No cuando la expresión sombría de Calais y su mirada perdida la habían acaparado por completo.
Incluso Llynora fue consciente de que algo estaba sucediéndole a su amiga, pues su voz fue perdiéndose hasta apagarse, con sus ojos entrecerrados clavados en el rostro de la prometida del príncipe.
Y no dudó un segundo en adivinar el posible motivo detrás de aquella actitud.
—Es Rhydderch, ¿verdad? —le preguntó, aunque sonó más bien a confirmación.
Llynora era la única amiga cercana de Calais, la única joven fae que había visto desde que hubiera llegado junto a la prometida de Rhydderch que parecía saberlo todo respecto a su relación.
El nombre del príncipe fae pareció hacer reaccionar a su amiga, que pestañeó hasta enfocar su mirada en dirección a su dama. Un brillo de culpabilidad apareció en sus ojos verdes, haciendo que una sensación amarga empezara a burbujear en el fondo de mi estómago.
—Lo siento, Llynora —se disculpó. No se me pasó por alto el modo en que retorcía sus manos sobre las faldas del vestido, un gesto nervioso que ambas parecíamos compartir—. Rhy está... raro.
Su dama de compañía enarcó una ceja con aire burlón.
—¿Más raro de lo habitual? —trató de bromear para aligerar el ambiente pero, por la mirada que le dirigió Calais, no pareció funcionar.
La prometida del príncipe negó con la cabeza.
—Apenas he podido verlo estos días —reconoció y pude ver la preocupación en sus facciones, en su mirada. La culpa volvió a golpearme con fuerza, algo que se parecía haber vuelto habitual cuando estaba en su presencia—. Si no se encuentra reunido con el rey... se desvanece.
Intuí el miedo de Calais a que Rhydderch volviera a desaparecer, tal y como hizo antes de que nuestros caminos se cruzaran en el bosque. Tras el estallido del príncipe fae y la dolorosa confesión sobre cómo había sido tratado en el pasado, quizá podía entender aquel errático comportamiento en el fae. ¿Y si Rhydderch desaparecía del castillo cuando la presión que ejercía la corte se volvía insostenible? ¿Aquel era su modo de encontrar cierta paz antes de regresar?
Llynora apoyó los codos sobre sus rodillas. Calais había despachado a sus doncellas poco después de la llegada de su dama de compañía, haciendo que las tres nos quedáramos a solas en sus aposentos.
—¿El rey? —repitió.
Ella no estaba al corriente de la existencia del arcano; nadie en la corte lo estaba, a excepción de los más allegados a la familia real. Calais entendía el riesgo, por lo que había optado por no compartir con nadie más, ni siquiera con la que era su mejor amiga, todo lo que estaba sucediendo y lo que verdaderamente escondía la próxima visita que iban a hacer tanto ella como Rhydderch a Antalye.
Los preparativos del viaje ya habían levantado los primeros rumores, sin que nadie de la familia real hubiera confirmado nada todavía. Calais me confió a media voz, cuando no había oídos cerca, que estaban a la espera de la confirmación por parte de Alastar. Un mensaje que todavía no parecía haber llegado.
Calais se encogió de hombros.
—Es su primer viaje en calidad de... emisario —contestó la joven fae—. Supongo que estará discutiendo con su padre todos los detalles de nuestra futura partida.
El estómago se me revolvió al pensar en aquel viaje. En aquellos días que habían transcurrido desde que Rhydderch compartió conmigo aquel esbozo de plan, antes de que estallara la discusión y el fae se marchara de mis aposentos, manteniendo las distancias desde entonces, nadie había acudido a comunicarme que el rey había cambiado de opinión respecto a mi participación en todo aquel asunto. Todavía seguía estando apartada, con órdenes de quedarme en Mettoloth mientras que el príncipe menor y su prometida se encargaban de viajar a Antalye para encontrar el arcano.
Sólo para encontrar el arcano y robarlo, abandonando a mis amigos a su suerte.
Observé a Llynora asentir, como si estuviera dando su aprobación al comportamiento de Rhydderch. Sin embargo, no pude evitar preguntarme si el motivo que había compartido con nosotras Calais no habría sido una excusa para intentar enmascarar lo que fuera que hubiera empujado a Rhydderch a hablar con su padre.
El silencio que se había instalado en la sala se fragmentó cuando alguien llamó a la puerta.
Mientras la propia Calais se incorporaba para ir a comprobar quién era, sufrí un extraño déjà vu y mi pulso se aceleró al guardar la mísera esperanza de que fuera Rhydderch quien habría acudido a ver a su prometida.
Pero me quedé congelada al descubrir el reflejo de una armadura más allá del cuerpo de Calais. Junto a mí, Llynora frunció el ceño, también sorprendida por la inesperada identidad del invitado.
Vi cómo Calais ladeaba la cabeza con curiosidad, agitando sus bucles rubios.
—Lady Calais —saludó el guardia, haciendo entrechocar las piezas metálicas—. El rey me ha enviado para escoltaros ante su presencia.
Hubo un instante de pausa en el que la tensión embargó mi cuerpo, porque sabía lo que significaba: el mensaje que tanto habíamos esperado por fin había llegado. La respuesta por parte de Alastar.
—Debéis acompañarme, milady —la instó el fae—. Al igual que vuestra invitada.
* * *
Boeno, boeno, boeno... Welcome back otro sábado de Thorns donde cada vez terminamos con más preguntas que respuestas
Ya hemos podido conocer un poquito más a Taranis... Sé que todes tenemos dudas respecto al príncipe heredero pero ¿podemos darle el beneficio de la duda? ¿Realmente busca el perdón de su hermano menor? ¿Es todo una estrategia y se está marcando el papel de su vida?
Hemos descubierto un pedazo más de por qué Rhy parece tenerle tanta ojeriza a su brother (levantad la manita si también se os ha partido un poco el corazón al pensar en babyRhy y lo que tuvo que sufrir)
Y también hemos tenido la primera discusión ejejej
¿Cómo van esas teorías?
¿Qué cositas creéis que se vienen? (Dejando un lado lo evidente: véase, el drama)
Os leo desde las sombras
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