❧ 58
El rey nos despachó después de anunciar que estaba adelantando los preparativos para que el viaje hasta Antalye no sufriera ni un solo retraso. Calais no tardó un instante en mostrar su conformidad ante el padre de Rhydderch, asegurándole estar agradecida con la oportunidad; su prometido, por el contrario, le pidió al monarca hablar a solas mientras el resto de nosotros desfilábamos hacia la salida.
La joven fae me hizo un gesto para que me uniera a ella, saliendo del habitáculo, pero, para mi sorpresa, se quedó en el pasillo, aguardando a que Rhydderch terminara la conversación en privado con su padre.
Mentiría si dijera que las dudas no estaban carcomiéndome mientras esperábamos, las dos en silencio. Los planes del rey de enviar una comitiva hacia Antalye habían acelerado mi pulso mientras le escuchaba, inmóvil junto a Calais; sin embargo, las dudas habían empezado a burbujear en el fondo de mi estómago. El monarca únicamente mencionado el arcano, en ningún momento se había acordado de mis amigos presos. No era difícil adivinar cuál era su prioridad... y no era Altair y el resto.
Mi cuerpo sufrió un sobresalto cuando la mano de Calais encontró la mía, estrechándola. Al ladear la cabeza, me topé a la prometida de Rhydderch contemplándome con una expresión llena de silenciosa comprensión.
—Todo va a salir bien, Verine —me aseguró, llena de confianza.
Pero ¿a qué se refería exactamente? ¿A salir victoriosos de la búsqueda y robo del arcano? ¿De rescatar a mis amigos con vida de la prisión en la que se encontraban, mientras que yo era tratada prácticamente como si perteneciera a la realeza...?
Mis pensamientos se vieron interrumpidos con brusquedad cuando Calais y yo escuchamos un estruendo en el interior de la sala donde Rhydderch y su padre estaban todavía. Miré a la joven fae, que parecía igual de desconcertada que yo, pero el golpe que dio una de las hojas de la puerta contra la pared hizo que ambas nos quedáramos paralizadas.
—Tú puedes haberlo olvidado, pero yo no: soy un hombre de palabra.
La voz que había pronunciado aquella frase inacabada sin lugar a dudas pertenecía al príncipe fae, quien no tardó en aparecer en el umbral con una expresión ofuscada y los ojos reluciendo por el enfado. Calais fue la primera en reaccionar, soltando mi mano y acercándose a su prometido, incapaz de ocultar su preocupación.
—Rhy —le llamó, alzando un brazo en su dirección—. Rhy, ¿qué...?
El interpelado dirigió su mirada hacia ella mientras yo continuaba paralizada contra la pared, observándolos como una simple espectadora.
—Ahora no, Calais.
Algo en el tono del príncipe fae disuadió a su prometida de insistir. Vi a la joven cómo respetaba el espacio de Rhydderch, con los ojos verdes llenos de preguntas que no parecía atreverse a hacer por temor a que el rey, quien todavía se encontraba dentro de la pequeña sala donde nos habíamos reunido junto a su esposa, pudiera escucharla.
El príncipe fae, por el contrario, esquivó a Calais para escabullirse por el pasillo. La preocupación se retorció en la boca de mi estómago al contemplar la espalda de Rhydderch alejándose de nosotras; el sentimiento empeoró al ver la expresión de su prometida y el pesado silencio que nos había rodeado tras su apresurada marcha.
Los segundos transcurrieron sin que ninguna de las dos dijera nada y el pasillo quedara vacío, a excepción de nosotras.
Con la mirada todavía fija en el punto por el que había desaparecido Rhydderch, escuché a Calais suspirar con derrota.
—Te acompañaré a tu dormitorio —decidió a media voz, dirigiéndose a mí.
Aún sobrecogida por la explosiva reacción de Rhydderch, me limité a asentir y a dar un paso en su dirección. Retorcí mis manos con nerviosismo, sin saber muy bien cómo abordar la situación; aunque Calais mantenía un gesto controlado, intuía que seguía afectada por la cortante respuesta y posterior huida de su prometido.
El sonido de nuestros pasos era lo único que se escuchaba en el pasillo vacío, haciendo eco contra las paredes.
Abrí la boca un par de veces, sin ser capaz de pronunciar palabra. La joven fae caminaba a mi lado, pero sus pensamientos parecían encontrarse muy lejos de allí; tal era su abstracción que no fue consciente de la figura que apareció en el pasillo, yendo en dirección contraria.
Máel Taranis se movía con seguridad, sin su familiar séquito de consejeros pululando a su alrededor mendigando un poco de su atención; había sido uno de los primeros en abandonar la sala tras el anuncio del rey de los planes que guardaba respecto a Antalye y el arcano. Me sorprendió verlo así, lejos de la familiar imagen con la que me había topado en las pocas ocasiones que nuestros caminos se habían cruzado durante los días pasados; no obstante, sus ojos ambarinos se encontraban fijos en Calais y, por un simple segundo, creí ver una sombra de profunda preocupación en ellos.
Fui reduciendo la velocidad de mis pasos conforme la distancia entre nosotros, con Calais aún distraída con lo que estuviera pasando por su mente. El príncipe heredero esbozó una media sonrisa cuando vio cómo extendía mi brazo para llamar su atención, haciendo que la joven fae se detuviera y su mirada se enfocara en él.
—Lady Verine. Lady Calais —nos saludó, sin perder la sonrisa; luego desvió su vista hacia mi acompañante—. No he podido evitar notar que estabais ligeramente distraída... ¿Me equivoco al afirmar que es debido a cierto fae al que me he cruzado hace apenas unos instantes, con aspecto de querer incendiar el edificio?
El rostro de Calais pareció palidecer al escuchar el estado en el que todavía se encontraba su prometido. Máel Taranis se cruzó de brazos con actitud relajada, atento a la joven fae; tras un rápido y educado saludo, mi presencia parecía haber pasado a un segundo plano para el príncipe heredero.
Por algún extraño motivo la conversación que mantuvimos la noche de su cumpleaños volvió a repetirse en mi mente, en especial la respuesta cargada de sinceridad que me había brindado cuando me atreví a preguntarle por la rivalidad que parecía existir entre ambos.
«He sacrificado parte de mi felicidad para que él lo fuera...»
El eco de la voz de Máel Taranis fue desvaneciéndose hasta convertirse en un simple susurro. Estudié con mayor atención al príncipe heredero, con la sensación de que tenía la respuesta delante de mí, aunque no supiera cómo interpretarla.
—La audiencia que había solicitado con vuestro padre no parece haber ido del modo en que Rhy hubiera deseado, Alteza —expuso Calais y por el rabillo del ojo la vi retorcerse los dedos, escondiéndolos entre la falda de su vestido.
—Y por eso ha decidido apartaros mientras huía —adivinó, como si no fuera la primera vez que Rhydderch se comportaba de ese modo. Sus ojos ambarinos se dulcificaron ante el gesto afirmativo de Calais—. Deberíais ir tras él, lady Calais. Todos sabemos que sois la única a la que suele escuchar en este tipo de circunstancias.
A mi lado, la prometida del príncipe fae pestañeó ante las amables palabras de Máel Taranis. De nuevo, estudié a ambos, con la sensación de que algo estaba escapándoseme entre los dedos.
—Iba... Estaba... Acompañaba a lady Verine... —balbuceó, incapaz de finalizar una sola frase.
Máel Taranis enarcó una ceja.
—¿A sus aposentos? —la ayudó el príncipe heredero, desviando en aquella ocasión sus ojos ambarinos hacia mí—. Yo mismo podría encargarme de acompañar a lady Verine hasta su dormitorio mientras vais tras mi hermano para intentar tranquilizarlo e impedir que vuelva a desaparecer.
El estómago me dio un vuelco al escuchar la última parte, la posibilidad de que Rhydderch decidiera huir del palacio, tal y como había hecho cuando nuestros caminos se cruzaron en el bosque; no obstante, la sorpresa fue mayor debido a aquel inesperado gesto por parte del hermano mayor de Rhydderch. Incluso Calais parecía perpleja —y quizá un poco dolida— por el generoso ofrecimiento de Máel Taranis.
—Alteza... —supe que estaba a punto de rechazarlo, pero el príncipe —quien también pareció adivinarlo— se le adelantó.
—Rhy os necesita.
Calais abrió y cerró la boca en un par de ocasiones, sin dar con las palabras exactas.
—Os recomendaría daros prisa si queréis alcanzarle antes de que sea demasiado tarde —la animó el príncipe heredero y la media sonrisa desapareció de su rostro—. No dudéis más, lady Calais.
Los labios de la joven fae temblaron al escuchar lo último, como si estuviera a punto de decir algo, pero negó con la cabeza y esbozó la familiar sonrisa educada que la había visto emplear con algunos miembros de la corte. Una sonrisa que no era real, sino el producto de años de perfeccionamiento.
Me aparté, dejándole vía libre a Calais. Ella me dedicó un rápido asentimiento con la cabeza antes de recoger las faldas de su vestido y echar a andar con premura en la misma dirección que debía haber tomado Rhydderch; Máel Taranis y yo nos quedamos en silencio, observando su marcha. Cada uno atrapado en sus pensamientos.
El nudo que siempre sentía al comprobar el amor y la dedicación de Calais hacia Rhydderch apareció de nuevo, estrechándose alrededor de mi garganta y recordándome lo idónea que era como prometida... y como futura esposa. La misma clase de chica con la que había temido ver a Altair prometido en algún momento.
La culpa me golpeó al ser consciente de lo poco que había pensado en él y en el resto. Calais y Llynora se habían volcado tanto en hacerme sentir cómoda en Qangoth que los había relegado a un segundo plano, aunque aún siguiera en la convicción de que haría lo imposible por liberarlos... porque lord Ephoras tenía muchas preguntas que responder.
—Así que fue el arcano lo que te empujó a convencer desesperadamente a mi hermano la noche pasada para que te acompañara —el sutil comentario de Máel Taranis me hizo apartar la mirada del trozo de pasillo por el que había desaparecido Calais, obligándome a enfrentarme a esos ojos idénticos a los de Rhydderch.
Sentí calor en las mejillas al recordar ese incómodo momento entre ambos príncipes, donde Rhydderch parecía estar dispuesto a abalanzarse sobre su hermano mayor a causa de la malsana rivalidad que la corte había fomentado. Máel Taranis, aunque no lo supiera, me había ayudado a unir las piezas, permitiéndome rescatar de mis recuerdos pasados un detalle que había pasado por alto. Un detalle que lo había cambiado todo.
—¿Qué otro motivo habría...?
Una sonrisa torcida apareció en el rostro del príncipe heredero mientras daba un paso hacia mí.
—No sería de extrañar que vuestra travesía por el bosque, los dos solos, os hubiera hecho... estrechar lazos —respondió y mi sonrojo empeoró al leer entre líneas lo que Máel Taranis estaba insinuando.
—No estrechamos ningún lazo —repliqué, haciendo hincapié en «no».
El fae sacudió la cabeza, divertido por mi contestación. Mi cara ardía por la vergüenza de que aquella fuera la impresión que hubiera dado a todo el mundo, incluso a Calais; la corte seguramente se hubiera preguntado a qué se debía el interés de Rhydderch hacia mí, el hecho de que mis huesos no hubieran dado contra el interior de una celda, sino que fuera tratada casi como un miembro más de la familia real. La insinuación de Máel Taranis era la opción más plausible.
Así que decidí devolverle el golpe al príncipe heredero.
—Tu preocupación por Calais es enternecedora —empecé y percibí la tensión en el cuerpo del fae cuando pronuncié el nombre de la prometida de su hermano menor, haciendo que todo fuera aclarándose en mi mente—. ¿Eres así con el resto de damas de la corte o ella es un caso especial?
Mi mente retrocedió a aquel primer día, después de que Calais me advirtiera que los reyes estaban interesados en tener una audiencia conmigo. Máel Taranis había enviado a su mayordomo personal a los aposentos de la joven fae para que nos acompañara, un gesto que Calais intentó de quitarle hierro al asunto, como si la atención que pudiera brindarle el príncipe heredero no tuviera la más mínima importancia.
El fae dio otro paso, eliminando la poca distancia que nos separaba en aquel pasillo. Aquel deliberado movimiento no me resultó amenazador, quizá porque los ojos ambarinos de Máel Taranis relucían de reconocimiento y todavía sonreía, como si mi insinuación no le hubiera ofendido en absoluto, a pesar de las implicaciones que suponía.
—Deberías sacar más a menudo ese carácter tuyo, Verine —me confió, ofreciéndome el brazo en un galán gesto—. Te haría aún más interesante...
Sacudí la cabeza, consciente de que aquel encanto de Máel Taranis también era un rasgo compartido con Rhydderch, y entrelacé mi brazo con el suyo. Fingí no darme cuenta de cómo había terminado por esquivar el tema de su interés en Calais y le seguí en silencio, sin responder a su hábil comentario cambiando diametralmente de tema.
Caminamos sin mediar palabra, pero sin que resultara incómodo. En el tiempo que llevaba en palacio, había podido descubrir que la versión que mostraba Máel Taranis frente a la corte no era más que una cortina de humo, una lograda máscara que debía usar debido a su posición y responsabilidades. Me sacudió un ramalazo de lástima hacia el príncipe heredero: desde niño se había visto obligado a crear una imagen irreal de quién era realmente y eso había provocado que la distancia con su hermano, fomentada por ciertos sectores de la nobleza, según me había confesado el propio Máel Taranis, creciera hasta hacerse insalvable.
Mis lúgubres pensamientos sobre el príncipe heredero quedaron en suspenso cuando creí reconocer a alguien en la distancia. El inconfundible tono de su cabello hizo que no tuviera duda alguna de que se trataba de Kell, el príncipe de las Tierras Salvajes; se encontraba apoyado contra una de las ventanas abiertas que daban a uno de los patios interiores del palacio y parecía concentrado en algo que estaba ocurriendo allá abajo.
Movida por la curiosidad, desenredé mi brazo y me acerqué a la ventana más próxima. Fruncí el ceño al ver que el jardín se encontraba prácticamente vacío... a excepción de dos guardias armados que acompañaban a un fae. El mismo fae que había descubierto en uno de los balcones de palacio, con las muñecas con grilletes y observando el espectáculo de fuegos artificiales, también vigilado por otros guardias.
La silenciosa presencia de Máel Taranis se deslizó a mi lado, contemplando el patio y el extraño grupo que paseaba por él. Por el rabillo del ojo vi al príncipe heredero acomodarse sobre la piedra, de modo que Kell quedara incluido en su campo de visión.
—¿Así tratáis a todos vuestros prisioneros? —quise saber. Si Calais no hubiera intervenido aquel día... ¿habría sido yo como aquel fae, paseando unas pocas horas al sol mientras era custodiada?
Máel Taranis se removió con algo similar a la incomodidad antes de aclararse la garganta.
—No, a todos no —reconoció con esfuerzo—. Pero él no es un preso cualquiera.
Aquel pedazo de información hizo que mi curiosidad creciera. Observé al fae encadenado: sin lugar a dudas era un hombre atractivo que debía rondar la edad de los monarcas; su cabello negro relucía bajo la luz del sol, resaltando sobre la palidez de su piel. Las prendas que portaba, además, debían haber sido pista suficiente para saber que no se trataba de un prisionero normal, tal y como había afirmado Máel Taranis; eran demasiado lujosas para las que solían llevar los ajusticiados.
—¿Quién es? —continué con mi interrogatorio. La noche de su cumpleaños apenas había prestado atención al fae, solamente al notar su presencia en aquel discreto rincón, pues pronto había sido interrumpida por Syvan, el mayordomo del príncipe heredero, y el mensaje que debía entregarme.
El hermano de Rhydderch suspiró.
—Es una larga historia de la que, me temo, no tengo toda la información —me explicó, acodándose sobre la balaustrada de la ventana de piedra. Kell continuaba en su rincón, sin perder de vista al prisionero; su expresión me recordó a la que tenía cuando mi mirada tropezó con la suya en el salón, antes de que Rhydderch nos condujera hasta allí—. En mis primeros recuerdos, siendo niño, estaba presente y mis padres siempre han sido muy discretos a la hora de compartir con nosotros quién es o qué hizo para terminar... así. Lo único que puedo decirte, Verine, es que mi madre le ofreció a la reina de las Tierras Salvajes hacerse cargo de él y mi padre estuvo de acuerdo.
Con aquel fragmento de la historia del misterioso fae, ladeé la cabeza para estudiarlo desde mi posición. ¿Qué crimen habría cometido para que la reina de las Tierras Salvajes quisiera enviarlo lejos? Rhydderch había compartido conmigo el pasado de su madre, quien estaba emparentada con esa reina; también había mencionado el mensaje de ayuda que recibió su abuelo, el anterior monarca de Qangoth, para ponerle freno a la violencia que se parecía haberse desatado en las Tierras Salvajes, a manos de... Rhydderch había utilizado un título específico para referirse a ese grupo...
—¿Es un Vástago de Hielo? —pregunté cuando mi mente recuperó aquel extraño nombre.
Una sonrisa llena de apreciación se formó en los labios de Máel Taranis.
—Veo que Rhy te ha puesto al corriente —comentó de pasada antes de asentir—. Sí, ese fae fue un Vástago de Hielo.
Ahora podía entender por qué la reina parecía haber decidido enviarlo lo más lejos posible de las Tierras Salvajes, sabiendo el peligro que suponía para su gobierno al pertenecer a ese violento grupo de fae que habían hecho tambalearse los cimientos de la familia real.
—¿Por eso Kell se comporta de ese modo cuando él está cerca? ¿Porque es una amenaza para su madre y la corona...?
El rostro de Máel Taranis se contrajo en una mueca.
—En cierto modo —contestó, pero parecía estar guardándose algo para sí mismo.
—¿En cierto modo...? —presioné, repitiendo sus mismas palabras.
El príncipe heredero se quedó en silencio unos segundos, quizá buscando el modo de abordar la situación sin brindarme demasiada información.
—Aparecieron ciertos... rumores cuando la comitiva que acompañaba a la reina, quien había viajado hasta aquí para presentarnos formalmente a Kell, se percató de que Cobian estaba vivo —escuché el sonido de sus yemas al tamborilear sobre la piedra—. Rumores sobre el supuesto parecido que existía entre el príncipe y el prisionero.
Mis ojos se abrieron de par en par al comprender lo que Máel Taranis estaba intentando explicarme sobre por qué Kell parecía guardarle un odio tan profundo a aquel fae, cuyo nombre era Cobian.
—¿La reina y él fueron... amantes? —se me atascó la pregunta de la impresión.
—En el pasado, al parecer —me confirmó el príncipe heredero, cuyo ceño se había fruncido—. Es cierto que Cobian y él guardan semejanzas, pero también comparte un innegable parecido con su padre. Aunque todo el mundo diga que es la viva imagen de la reina.
No pude evitar observar a Kell y al otro fae, intentando encontrar rasgos que pudieran delatar su parentesco. Ambos compartían esos fríos ojos azules pero, aparentemente, ahí quedaba todo... si no contábamos con la dureza que parecían tener sus facciones. Pero ¿acaso eso era suficiente para dar por hecho que Cobian pudiera ser el padre de Kell? Máel Taranis había estado en lo cierto al afirmar que no contaba con toda la información y que la respuesta a esa pregunta residía en una sola persona: la reina de las Tierras Salvajes.
—¿Y Kell...?
No tuve oportunidad de terminar mi pregunta, ya que Máel Taranis se apartó de la ventana y me dedicó una mirada con las cejas enarcadas.
—Ese es un asunto privado de Kell y yo he hablado más de la cuenta —me interrumpió con algo de culpa, quizá por haberme revelado aquel pedazo de historia de su familia—. Por no mencionar que estoy incumpliendo la promesa que le había hecho a lady Calais de asegurarme de que llegas sana y salva a tu dormitorio.
❧
—No he olvidado la promesa que te hizo Rhy.
Tras dejar atrás el pasillo y a un ceñudo Kell, ninguno de los dos había vuelto a pronunciar palabra. Máel Taranis se había limitado a conducirme por las zonas menos transitadas del palacio, un gesto que agradecí, hasta alcanzar la familiar ala donde se encontraban nuestros respectivos aposentos.
Su repentina intervención, rompiendo el silencio que nos había acompañado, hizo que le mirara con extrañeza.
—¿Promesa...?
Máel Taranis volvió a esbozar esa sonrisilla suya cargada de picardía y que no formaba parte de la máscara que siempre usaba como príncipe heredero.
—En la sala del trono. Frente a todos nosotros —me ayudó a recordar—. Creo que se comprometió a que nuestro reino te ayudaría a liberar a tus amigos.
Abrí y cerré la boca como un pez fuera del agua.
—Pero el rey...
—La prioridad del rey es el arcano —me confirmó mis peores sospechas— y mantenerte a salvo. Quizá por eso consideró conveniente que quedaras al margen, dejando que fueran Rhy y lady Calais quienes se encargaran de buscar el arcano mientras fingían estar en Antalye para tratar el tema de la amenaza de los humanos.
Mis pies se quedaron clavados en el suelo mientras Máel Taranis daba un par de pasos antes de detenerse, observándome por encima del hombro. Una parte de mí se sentía agradecida por el deseo del monarca de protegerme frente a la posible amenaza que otros fae pudieran suponerme, pero la otra... la otra no era capaz de cumplir con los deseos del padre de los príncipes.
Mi seguridad significaba abandonar a Altair y al resto.
—Eso podría explicar el enfado de mi hermano, el hecho de que creas que él pueda haber olvidado la promesa que te hizo y que tanto peso parece tener —continuó el príncipe heredero—. Mi padre piensa que estás más segura aquí, en Mettoloth, pero eso no es cierto.
Lo miré con sorpresa. ¿Acaso estaba declarando abiertamente que no compartía la misma postura que el rey? En aquella sala, Máel Taranis se había limitado a quedarse en silencio mientras su padre compartía con nosotros el plan que había ideado con su ayuda.
—Y es posible que yo le haya comentado a Rhy lo útil que podrías resultarnos, Verine —una sonrisa cómplice aleteó en sus labios, haciendo que notara un revoloteo en el pecho—: Nadie más que tú podrías reconocer el arcano.
* * *
Aló, aló. Sé que debería haber actualizado ayer pero no pude... Así que lo hago ahora jeje Vayamos de nuevo otro capi más donde empezamos a tener más preguntas que respuestas
Como ya llevamos viendo hace unos capítulos, aquí hay algo extraño... por no mencionar que los hilos que conectan a ciertos personajes están más enredados que un ovillo de lana en las patas de un gato
Por cierto, me encanta cuando la escritora se auto boicotea sus propias historias
Y ahora... rondita de preguntas:
📍 Taranis... mmmm el príncipe heredero: estará tramando algo? Es fan supremo del ship Calais-Rhy?
Debemos confiar en él? La desinteresada ayuda que parece estar brindándole a Verine es real o un truco? Realmente es un aliado?
Lo veremos en próximas entregas jeje
Portaos bien mientras tanto💋
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