❧ 57
Tras haber abusado de la hospitalidad de Rhydderch, y asegurarles tanto al príncipe como a su prometida que me encontraba bien, regresé de nuevo a mis aposentos, anhelando un momento completamente a solas para poder asimilarlo todo. Calais me acompañó con la excusa de querer continuar con la fingida historia de mi indisposición y yo simplemente acepté, pese a mi deseo inicial de un instante en soledad.
Fue ella quien me ayudó a quitarme el vestido para ponerme otro mucho más cómodo. La joven fae no trató de aprovechar la oportunidad para intentar interrogarme, limitándose a respetar mi silencio; un nuevo nudo de culpa se enroscó en mi garganta al observarla. La actitud de Calais hasta el momento, después de descubrir que estaba en los aposentos de su prometido, en su cama, había sido la misma que había mantenido conmigo desde el principio.
Pero yo sentía la urgente necesidad de justificarme, de hacerle saber que lo único que me unía a Rhydderch era la promesa que el príncipe me había hecho sobre liberar a mis amigos.
—Calais —la llamé en voz baja.
Ella giró la cabeza en mi dirección con una mirada expectante.
Aún seguía sin comprender esa amabilidad por su parte, el hecho de que decidiera arriesgarse hasta el punto de dar su palabra para proteger a una desconocida. Sin embargo, ella era sincera. Dolorosamente sincera.
—Rhydderch y yo... Nosotros no... —mi propia lengua parecía enredarse consigo mismo mientras intentaba explicarle que no había pasado nada—. Él no...
Una sonrisa comprensiva se formó en los labios de Calais y yo dejé aquel absurdo intento en el aire. La joven fae se incorporó y apoyó su mano sobre mi hombro; sus ojos verdes me miraban con un brillo casi divertido, quizá por mis patéticos balbuceos.
—Confío en Rhy —declaró y algo se retorció en mi pecho al ver que era totalmente sincera conmigo.
Se hizo un instante de silencio entre ambas y vi en la expresión de Calais que parecía estar sopesando algo.
—Así que todo aquel secretismo de ayer era por el arcano —musitó, casi para sí misma—. ¿Fue por eso por lo que Taranis envió a Syvan a buscarte?
Tardé unos segundos en entender a su pregunta. Después de que Rhydderch me condujera de regreso a aquel enorme salón lleno de nobles celebrando el cumpleaños del primogénito del rey de Qangoth para informar a su padre sobre nuestras sospechas, Calais nos había interceptado. La joven fae se había mostrado un tanto molesta por la repentina desaparición de su prometido y, mientras el príncipe le informaba que se trataba de un asunto urgente, ella había aprovechado aquel instante para hacerme saber que no se le había pasado por alto cómo el mayordomo del hermano mayor de Rhydderch me había conducido con discreción a su presencia.
—Algo así —respondí, evasiva.
No quería decirle que Máel Taranis había averiguado, gracias a mis viejas prendas, que pertenecía al Círculo de Hierro y buscaba arrancarme algún tipo de confesión... o quizá abrirme los ojos respecto al sangriento pasado que tenía aquel cuerpo de élite del rey.
Un pasado que, había averiguado recientemente, nos unía.
Las sienes me punzaron ante la oleada de los viejos recuerdos que Rhydderch me había ayudado a recuperar. Ahora recordaba con escalofriante claridad el cuerpo tendido de mi padre en el suelo de la cabaña; la herida mortal en su pecho, su mirada vacía... y su verdadera apariencia ahora que la muerte había roto su sortilegio.
Bajé la mirada hacia mis manos, hacia mis muñecas. Mi propia mente parecía haberme querido proteger de aquel dolor, de la agonía que me produjo el contacto de aquellos grilletes de hierro sobre mi carne; me pregunté si aquella aversión al hierro se habría mantenido en mi subconsciente después de aquella noche. Siempre había procurado permanecer alejada de ese elemento en cuestión...
—Verine —el modo en que Calais pronunció mi nombre, con una nota casi suplicante, hizo que apartara la mirada y devolviera mi atención a la joven fae—. Sé que Rhy no es coherente, ni mucho menos justo, cuando habla de su hermano... pero Taranis no es una mala persona.
Lo sabía de primera mano, tras ver al príncipe heredero deshacerse de la máscara que se obligaba a llevar delante de todos y comprobar que la situación con Rhydderch, el resentimiento infundado que parecía guardar éste, le pasaba factura, a pesar de dejarse arrastrar a los enfrentamientos que le tendía su hermano menor.
—Taranis no es una mala persona —repitió Calais en voz baja, para sí misma.
❧
Los deberes de Calais no tardaron en llamar a la puerta de mis aposentos. Se marchó en compañía de una ojerosa Llynora, que no había dudado un segundo en mostrar su preocupación por mi estado, quizá creyendo que la bebida fae que había corrido como la espuma la noche anterior había sido demasiado fuerte; dejé que ambas abandonaran mi dormitorio y cerré la puerta con un suspiro.
La prometida de Rhydderch se había sumido en un extraño silencio tras su apreciación sobre Máel Taranis, antes de encontrar otro tema de conversación mucho más liviano y banal con el que tratar de distraernos... ya que tuve la sensación de que no solamente lo hacía por mí, sino también un poco por sí misma.
Sin su calmante presencia a mi alrededor, busqué asiento en uno de los divanes y me permití ahondar un poco más en mis recuerdos. En especial los que estaban relacionados con lord Ephoras.
Aún me costaba creer que aquel hombre, el mismo que no había dudado un segundo en hacer de mi viaje junto al resto del grupo un auténtico infierno, hubiera estado en el bosque la noche del incendio. No conseguía casar la imagen del Ephoras de mi recuerdo —dubitativo, reacio a cumplir las órdenes de su superior— con la del soldado que no había perdido oportunidad en malmeter contra mí frente a Altair.
Un escalofrío descendió por mi espalda cuando una pregunta se abrió paso en mi mente: ¿aquel odio, aquel resentimiento y energías que había empleado para convencer a mi amigo de que yo no era quien decía ser, podrían ser debidas a que me había reconocido? ¿Habría sabido ver en mí a una versión mucho más adulta que la niña del bosque? La misma niña que habían descubierto tras asesinar a un fae...
Una dolorosa punzada me atravesó el pecho cuando mis pensamientos viajaron hacia mi padre. Hacia la criatura que había creído ser mi padre. Gracias a la ayuda de Rhydderch había podido recuperar esos nebulosos recuerdos de la noche del incendio, recuperando aquellas imágenes que el tiempo y el trauma se habían encargado de empañar; había podido descubrir la verdad de la que mi propia mente había intentado protegerme.
Mi padre era un fae.
Me encogí sobre mí misma mientras el peso de aquella revelación me golpeaba con la misma fuerza que un puñetazo en el plexo solar. Escarbé entre los pocos recuerdos que todavía conseguía guardar con claridad, buscando en ellos alguna pista o señal que pudiera hacerme ver que la verdad siempre había estado delante de mis ojos, aunque yo fuera demasiado pequeña para darme cuenta. Ahora quizá entendía mejor sus motivos para vivir en el Gran Bosque, los dos apartados de cualquier población humana... o fae. Sin embargo, ¿por qué utilizar un sortilegio sobre sí mismo? ¿Por qué esconderme su verdadera naturaleza?
Pensé en el bloqueo de mi mente, en lo que Rhydderch había dicho al respecto. ¿Habría sido mi padre el responsable de colocarlo ahí, a modo de protección? Todo aquel tiempo había estado equivocada al señalar a mi madre como fae, compartiendo con los padres del príncipe un pasado que no era... que no era tal y como había creído.
Las sienes me palpitaron con fuerza al añadir a la ecuación la misteriosa figura de mi madre. ¿Habría sido una humana, en realidad? ¿Todo lo que me había contado sobre ella sería cierto?
En aquel instante, observando las lejanas luces de la capital de uno de los Reinos Fae, me sentí completamente perdida. Mi cabeza estaba hecha un lío, mis pensamientos eran una vorágine de preguntas sin respuesta... y estaba sola. No tenía a nadie a quien acudir para intentar darle un sentido a todo aquel caos en el que me había visto envuelta.
Cerré los ojos con fuerza al notar la primera lágrima deslizándose por mi mejilla, intentando retener a las otras.
La punzada que había sentido en el pecho se convirtió en una dolorosa presión, como si alguien estuviera apretando mi corazón en un puño. En la soledad de aquellos aposentos prestados me pregunté a mí misma por primera vez...
¿Quién era en realidad?
❧
—Verine...
El sonido de aquella voz hizo que me removiera sobre la pila de almohadones, saliendo lentamente de las brumas del sueño. La noche anterior, después de quedarme completamente a solas en mi dormitorio y romperme ante el peso de la verdad sobre parte de mis orígenes, me arrastré hacia la cama y dejé que el llanto que me había sacudido continuara hasta que me quedé dormida.
—Verine, despierta.
Traté de escabullirme bajo las mantas, rehuyendo de la persona que estaba llamándome. Quería quedarme bajo la seguridad que me proporcionaban la suavidad y el peso de las cobijas con las que me cubría. Quería hundirme de nuevo en la serena oscuridad, en la tregua temporal que había encontrado en mis propios sueños...
—El rey quiere vernos.
Aquellas simples palabras sirvieron para despejarme de golpe. Aparté de un movimiento brusco las mantas y pestañeé contra la repentina luminosidad que incidió en mis ojos, intentando focalizar la figura de Calais.
La joven fae esperaba de brazos cruzados frente a mi cama. Vestía un traje mucho más sencillo que el del día anterior y su rostro mostraba una expresión que no era capaz de ocultar su zozobra.
«El rey quiere vernos.»
No podía ser una coincidencia que el padre de Rhydderch hubiera exigido —aunque Calais lo hubiera suavizado de aquel modo— que requería nuestra presencia después de todo lo que había sucedido la noche anterior. ¿Habría hablado el príncipe con el monarca? ¿O habría sido la propia Calais quien habría decidido hablar con el rey, tras descubrir lo que había hecho su prometido conmigo?
—Ya he avisado a tus doncellas —me informó Calais, haciéndose a un lado para que pudiera salir de la cama.
Con un nudo en el estómago, arrastré mis piernas hasta el borde del colchón. Desde la otra estancia me llegaron los familiares sonidos de las dos fae que estaban a mi servicio, antes de que el rostro de Gwynna asomara con una cándida sonrisa; saludó a Calais con una pronunciada reverencia y la prometida de Rhydderch dijo que me esperaría en la otra habitación.
La actitud de Calais, el hermetismo con el que se había comportado desde que hubiera aparecido aquella misma mañana, me mantuvo intranquila mientras mis doncellas me ayudaban a cambiar mi camisón por uno de los viejos vestidos de la joven fae. Gwynna, ajena a la tensión que atenazaba todo mi cuerpo, anunció con voz cantarina que la maestra sastre había enviado un mensaje para informar que pronto recibiría la primera parte de mi nuevo guardarropa.
Una vez estuve lista, Calais me acompañó hasta la salida. La nube que parecía estar empañando el ambiente se tornó más pesada entre nosotras cuando salimos al pasillo; desde que nos conocíamos, no había visto a la prometida de Rhydderch con ese aire serio. Un ramalazo de culpabilidad me atravesó, retorciéndose en mi estómago. Calais no se había mostrado muy partidaria del hecho de que su prometido se hubiera metido —no una, sino dos veces— dentro de mi mente. ¿Y si había provocado alguna disputa entre ambos...? Había sido yo quien había suplicado al príncipe fae para obtener su colaboración, desesperada por conseguir alguna pista sobre mi pasado. Sobre mi identidad.
—Lo siento —me disculpé a media voz. Eso se lo debía a Rhydderch, al menos—. Fue idea mía, yo le insistí para que me ayudara.
Calais desvió su mirada en mi dirección, confundida por mi atropellada disculpa.
—No quiero crear ningún tipo de fricción entre vosotros... y tampoco quiero que nuestra relación se vea resentida por ello —continué, notando cómo se me formaba un nudo en la garganta.
La prometida del príncipe pestañeó y un brillo de reconocimiento iluminó sus ojos verdes.
—No estoy enfadada contigo —me aclaró, aunque continuaba lejos de ser la joven vivaracha que se había convertido en mi compañera los anteriores días—. Y si bien es cierto que no estoy de acuerdo con la decisión de Rhy de meterse dentro de tu cabeza... Tampoco he discutido con él por ello.
Separé los labios, aliviada en parte al descubrir que su actitud no la había causado mi idea, pero no tuve oportunidad de hablar porque Calais me detuvo con un gesto cuando frenamos ante la misma puerta que conducía a la sala donde el rey nos había llevado la noche anterior, después de que su hijo le pusiera al corriente sobre la existencia del arcano.
La prometida de Rhydderch no se molestó en llamar: empujó una de las hojas de madera y me cedió el paso. Entrelacé mis manos de manera inconsciente cuando atravesé el umbral, topándome con los monarcas allí reunidos en el fondo de la sala... acompañados por un ceñudo consejero Madog. Máel Taranis estaba en una de las esquinas, hablando en voz baja con Kell. Rhydderch permanecía en el lado opuesto, vigilando con el ceño fruncido la puerta.
Sus ojos ambarinos no tardaron en cruzarse con los míos en los breves segundos que tardó Calais en seguirme, cerrando la puerta a su espalda con suavidad. El resto de los presentes dirigieron su atención hacia nosotras y el rey nos dedicó una media sonrisa amable, señalando dos sillas vacías cerca de donde estábamos paradas.
—Calais. Lady Verine —ese título inmerecido todavía chirriaba en mis oídos—. Por favor, tomad asiento. Estábamos a punto de dar comienzo.
Tragué saliva y seguí a Calais hasta nuestros asientos. Máel Taranis me dirigió una fugaz y tensa sonrisa mientras ocupaba el sitio que estaba junto a Kell; el consejero Madog, por descarte, se sentó a la izquierda de Rhydderch, dejando que los reyes de Qangoth ocuparan las sillas de la cabecera.
Los nervios que había conseguido mantener a raya desde que Calais hiciera el anuncio de que el padre de Rhydderch quería vernos se retorcieron en mi estómago, casi haciéndome sentir náuseas. No sabía lo que significaba aquella reunión, pero el hecho de que estuviera allí el consejero que con tanto fervor había negado mi verdadera naturaleza, dejando en el aire la posibilidad de que fuera una espía, y el príncipe heredero de las Tierras Salvajes...
El inesperado sonido de unos nudillos golpeando la puerta hizo que mis pensamientos quedaran en suspenso y mi cuerpo sufriera un sobresalto. Giré el cuello lo suficiente para descubrir a un fae atravesar la puerta, con el eco de sus pasos resonando en el silencio que se había formado en la sala.
El general Artaith, el padre de Calais, clavó su mirada verde —que parecía compartir con su hija— en el rey mientras inclinaba la cabeza en un gesto solemne. El padre de Rhydderch le pidió que tomara asiento, haciéndome caer en la cuenta de la silla que había pasado desapercibida... hasta ahora.
El general apenas me dedicó una sola mirada antes de ocupar su lugar, arrancando un tintineo metálico a la funda que llevaba colgada en el muslo. Calais le sonrió unos instantes, antes de que la expresión seria volviera a instalarse sobre sus facciones.
—Debemos abordar con urgencia el tema del arcano —habló con firmeza, sin andarse con bagajes—. No podemos permitir que siga más tiempo en manos de Antalye.
El consejero Madog se aclaró la garganta, haciendo que la atención del monarca se desviara en su dirección.
—Con todo el respeto, Majestad —empezó, eligiendo con cuidado sus palabras—, pero no tenemos pruebas de que realmente exista el... arcano.
Máel Taranis dejó escapar una risa que se asemejó a un bufido.
—También dijisteis que la unión entre un fae y un humano no era fructífera y teníais la prueba justo frente a vos —le recordó, dedicándole una sonrisa encantadora—. Dejad a un lado vuestros recelos o abandonad la sala. Nos haríais un favor, en tal caso...
—Taranis —le reprochó su madre, lanzándole una mirada cargada de advertencias.
El príncipe heredero se limitó a alzar las manos en señal de tregua, sin perder la sonrisa.
—Confío en la palabra de lady Verine —intervino el rey y sus ojos rodeados de oro se clavaron en mí—. Los humanos no conocían la existencia de los arcanos y que ella supiera de uno de ellos no deja duda alguna.
La mirada ardiente del consejero Madog se clavó en mí, pero no me permití establecer contacto visual con él. La confianza que había depositado el monarca en mí —y que no parecía compartir del todo su esposa, al igual que el fae que todavía me miraba— era un gesto cuyo peso no sabía si podría llegar a soportar.
En especial porque sabía que buscaba destruir el arcano, una muestra de que quizá mi teoría sobre por qué los Reinos Fae estaban tras su pista —para qué podían emplearlo— no podía aplicarse a todos ellos.
—Hemos estado hablando largo y tendido sobre el tema —continuó el monarca, apoyando los codos sobre la mesa y uniendo sus índices en actitud pensativa—. Es evidente que Alastar pretende jugar con la ventaja de mantenerlo oculto al resto de reinos.
—Pero no sabemos si está trabajando solo, Cador —apuntó inteligentemente la reina, frunciendo el ceño.
La única posibilidad flotó en el aire, sin que nadie fuera capaz de reunir el valor suficiente para decirlo en voz alta.
—Elphane cerró sus fronteras y cortó cualquier tipo de comunicación con el resto de reinos —Rhydderch decidió romper el silencio, verbalizando lo que muchos de los presentes pensaban.
Los reyes compartieron una mirada, valorando el apunte que había hecho el príncipe fae sobre aquel tercer reino. ¿Podría estar Alastar trabajando solo, movido por aquella curiosidad que siempre había sentido por el pasado de Mag Mell? ¿Contaría con algún aliado...?
¿Y qué pasaba si ese supuesto aliado no pertenecía a Mag Mell? Recordaba el mapa de Rhydderch, los otros territorios fae. Mi mirada se vio atraída por Kell, príncipe heredero de las Tierras Salvajes; los lazos sanguíneos que vinculaban a la reina de Qangoth con la reina de las Tierras Salvajes hacía que aquel territorio quedara fuera de la corta lista de posibilidades.
¿Qué había de aquella isla que había visto en la esquina de la obra del príncipe? Forcé a mi memoria a recuperar el nombre con el que Rhydderch se había referido a ese territorio concreto... ¿Tír Na Nóg? ¿Podría algún fae de aquella alejada isla tener algún interés en conseguir aquellos preciados objetos?
Me mordí el interior de la mejilla, evaluando esa posibilidad. Pero parecía un tanto disparatada...
—Utilizaremos la advertencia que nos ha dado Alastar para enviar una comitiva hasta Antalye —sentenció el rey, compartiendo con nosotros el plan que había estado organizando desde que supiera de la existencia del arcano... y en qué manos se encontraba—. Taranis ha creído conveniente que sea Rhydderch, junto a Calais, quienes viajen en calidad de emisarios. Eso nos ayudará a abrirnos las puertas a su reino, permitiéndonos tener una oportunidad de dar con el arcano.
El corazón arrancó a latirme con fuerza al escuchar que el príncipe fae y su prometida viajarían hasta el lugar donde se encontraban mis amigos. Mi mirada se vio arrastrada hasta el sitio que ocupaba Rhydderch, que observaba a su hermano con el ceño fruncido, dejando ver que no había tenido noticia de los planes de Máel Taranis hasta ese mismo momento. ¿Recordaría la promesa que había hecho en la sala del trono, frente a sus padres...?
—Ya hemos enviado el mensaje —concluyó el rey, paseando su mirada por todos los presentes—. Solamente necesitamos la confirmación para empezar con los preparativos.
* * *
Welcome back! En el capi anterior pudimos descubrir un par de detallitos que, de cara al futuro, puede que nos sirvan para darnos una pista de qué está cociéndose (y no hablo precisamente de que el padre de Verine haya resultado ser un fae)
Pero procedamos a destripar lo que ha sido este capítulo
¿Alguien está un poco pajarito con Calais y Taranis o solamente soy yo? ¿QUÉ está pasando? ¿Por qué huele a drama a kilómetros en este dúo?
Verine teniendo un mental breakdown tochísimo sobre sus orígenes o quién es en realidad
La dinámica Calais-Verine me causa ternura no sé por qué, la verdad...
Y Taranis, damn it, sabe cómo poner a la gente en su lugar... en especial a cierto consejero desconfiado
Pero, lo más importante: ¿QUÉ VA A PASAR SI SOLAMENTE VIAJAN CALAIS Y RHY A ANTALYE? ¿Y LOS PRISIONEROS? ¿Verine se quedará obedientemente en palacio... o decidirá huir por su cuenta y riesgo ante esta decisión?
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