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❧ 52

Un silencio un tanto tenso se instaló en el variopinto grupo que conformábamos. El príncipe heredero parecía ser el único que estaba disfrutando del momento, a juzgar por la resplandeciente sonrisa que lucía en su rostro; la postura de Rhydderch estaba cargada de tensión y su prometida contemplaba a Máel Taranis con el ceño fruncido.

La reina se aclaró la garganta, esbozando una diminuta sonrisa que pretendía ser educada. Era la primera vez que lo hacía en mi presencia y aquel simple gesto pareció suavizar la dureza de su expresión.

—Calais, estáis resplandeciente —la alabó, contemplándola con un aquel mismo afecto que había visto en los ojos del rey.

—Como un fénix —apostilló su hijo mayor, sin perder la sonrisa.

Vi cómo la aludida sonreía, comedida, bajando la cabeza con actitud atribulada por el cumplido que parecía haberle dedicado el príncipe heredero.

—Vos también estáis encantadora esta noche, lady Llynora —añadió la reina, antes de que sus ojos azules se fijaran en mí en último lugar—. Lady Verine, espero que disfrutéis de la noche.

Agradecí sus buenos deseos con un leve asentimiento, sin darle importancia al diferenciado trato que me había dedicado frente a Calais y su dama. Otro momento de incómodo silencio creció de nuevo en el grupo mientras el resto de invitados no perdían detalle de nosotros.

—Veo que mi padre aún no ha llegado, fiel a sus costumbres —comentó entonces la prometida de Rhydderch, con la nariz fruncida mientras escaneaba todo el salón en su búsqueda; aquello pareció aligerar un poco el ambiente, a juzgar por la expresión divertida de los monarcas. Luego clavó sus ojos verdes en el fae cuyo nombre desconocía, el de gesto casi hostil—. Siempre es un placer volver a coincidir contigo, Kell. Ha pasado un tiempo desde la última vez.

El aludido sonrió con amabilidad, dejando a un lado su aire molesto. Mi cuerpo se tensó de forma inconsciente al notar que sus colmillos eran un poco más afilados que los del resto.

—No podía perderme un momento tan señalado —respondió con una cercanía que delataba una relación de años.

Máel Taranis palmeó el hombro del chico con una sonrisa socarrona.

—Prácticamente le suplicó a su madre que lo enviara como emisario para estar hoy aquí —bromeó.

Estudié a Kell mientras el príncipe heredero y el emisario cruzaban un par de comentarios jocosos. Había algo en aquel fae... algo diferente, aunque no supiera muy bien el qué. Además del hecho de que sus pupilas tampoco parecían tener el regio círculo dorado que compartían el rey y sus dos hijos.

Mis mejillas enrojecieron de golpe cuando sus fríos ojos azules se clavaron en los míos, descubriéndome en mi constante escrutinio.

—Aún no nos han presentado formalmente —dijo, dirigiéndose a mí.

Toda la atención se desvió hacia mí. Volví a sentir el incómodo cosquilleo de sus miradas sobre mi persona y tuve que obligarme a no aferrarme de nuevo a las faldas de mi vestido cuando me tocó enfrentarme a aquel fae que me observaba con un deje de curiosidad, lejos de la hostilidad que había percibido al inicio.

—Lady Verine es una invitada de la corona —intervino la reina con un tono cauteloso, dedicándome un rápido vistazo—. Permanecerá con nosotros una... temporada.

Kell ladeó la cabeza con curiosidad.

—Es la primera vez que veo a una humana —comentó a nadie en particular.

Calais se giró hacia mí con una sonrisa afable, separándose unos centímetros de Rhydderch.

—El emisario Kellavar es un miembro más de la familia real —me explicó y yo desvié la mirada hacia Kell, procesando aquel pedazo de información que la joven fae me había ofrecido—. Ha venido desde muy lejos para...

—Es el príncipe heredero de las Tierras Salvajes —le interrumpió Rhydderch, dejando boquiabierta a su prometida.

La reina miró a su hijo con un brillo de advertencia en sus ojos azules, pese a lo tarde que era. El príncipe menor, por el contrario, no parecía en absoluto compungido o arrepentido por haber desvelado la identidad de Kellavar, ignorando deliberadamente los cuidadosos intentos de Calais de maquillar la verdad, omitiendo algunos detalles vitales.

Nuestras miradas se encontraron y yo recordé una de las conversaciones que habíamos mantenido, donde el fae no había dudado un segundo en hacerme saber que los Reinos Fae no eran los únicos territorios habitados por aquellas criaturas.

Entreabrí los labios, entre perpleja y asombrada, pero Kell cruzó la reducida distancia que nos separaba y tomó mi mano en un caballeroso gesto.

—Lady Verine.

Intenté esbozar una sonrisa educada cuando me besó en el dorso, sintiendo todos mis músculos ponerse rígidos al notar la punta de sus colmillos rozando mi piel. Me pregunté si el príncipe fae escucharía los frenéticos latidos de mi corazón, acelerados a causa de su presencia tan cerca de mí.

De lo que significaba.

Rhydderch no me había mentido. Y lo peor de todo es que mis sospechas no habían estado equivocadas: Kell era un príncipe de una tierra lejana de fae y estaba emparentado con la familia real de Qangoth, formando una poderosa alianza que podrían aprovechar y explotar siempre que quisieran. Como si, por ejemplo, quisieran cruzar el Gran Bosque e invadir los Reinos Humanos.

—Alteza... —balbuceé, disimulando el temor que me provocaban mis propios pensamientos.

Una única pregunta se repetía una y otra vez dentro de mi mente...

¿Dónde me habían arrastrado los antiguos elementos?

—Tienes preguntas.

Me giré hacia la persona que se había deslizado a mi lado con los labios fruncidos, intentando ocultar el vuelco que había dado mi estómago al reconocer su voz. Tras la estrepitosa presentación de Kell, la celebración había continuado: los monarcas y su hijo mayor habían tenido que separarse del grupo para atender sus responsabilidades como anfitriones; el príncipe extranjero se había desvanecido con una sonrisa misteriosa y Calais prácticamente había arrastrado a Rhydderch cuando creyó haber divisado a su padre entre la multitud, dejándome a solas con una servicial Llynora.

La dama de Calais había cumplido con creces la promesa que le había hecho a Rhydderch, quedándose conmigo en un discreto rincón, contemplando el salón y a sus invitados en silencio, con una copa de un chispeante líquido malva en la mano.

Sin embargo, había estado tan distraída empapándome de cada detalle de los fae allí reunidos, de los pequeños grupos dispersos que cuchicheaban entre ellos, que no había sido consciente de la marcha de mi acompañante... y su llegada.

—¿Qué te hace pensar que tengo alguna pregunta, orejas puntiagudas? —le pregunté, sin apartar la mirada de los invitados.

Rhydderch dejó escapar una risa baja y se colocó junto a mí, a apenas unos centímetros de distancia.

—No necesito meterme dentro de tu cabeza para saberlo, fierecilla.

Era la primera vez que estábamos a solas desde nuestro último encuentro en mis aposentos. Aquellos días que habían transcurrido, Calais me había tenido lo suficientemente entretenida llevándome de un rincón a otro del palacio y él... bueno, supuse que él había estado ocupado con sus responsabilidades como príncipe, pues nuestros caminos no habían vuelto a cruzarse desde que acepté a que usara sus poderes de fae para introducirse en mi cabeza, intentando encontrar alguna pista que pudiera conducirnos hacia mi madre.

Arrugué la nariz.

—Detesto que me llames así.

—Ven conmigo —dijo entonces Rhydderch, ignorando por completo mi anterior comentario sobre ese molesto apodo con el que solía dirigirse a mí, casi siempre con el propósito de sacarme de mis casillas.

Le dediqué una mirada llena de dudas, valorando su proposición. Sentí un calor trepar por mi cuello al pensar en la multitud de fae que nos rodeaban, de cómo su simple presencia a mi lado ya había llamado la atención de unos cuantos. ¿Qué pensarían si me veían acompañar a uno de sus príncipes hacia donde quiera que fuera? Empezarían las habladurías y estaba casi familiarizada con lo que sucedía una vez los rumores y los chismorreos pasaban de boca a boca. ¿Y Calais...?

—La gente...

Rhydderch enarcó una ceja.

—La gente está ocupada con su amado futuro rey —respondió, con un tono agridulce como siempre que se refería a su hermano.

Desvié mis ojos hacia la multitud, distinguiendo a Máel Taranis cerca de sus padres y Calais, acompañada por un hombre de cabello rubio que supuse era su propio padre. Los invitados se mantenían cerca de aquel grupo, orbitando alrededor de su príncipe mientras los más atrevidos intentaban entablar conversación y aproximarse un poco más a él.

Rhydderch parecía estar en lo cierto: nadie parecía reparar en nuestra presencia en aquel rincón, todo el mundo parecía estar más interesado en el círculo en el que se encontraban los reyes y su hijo mayor.

Asentí ante la oferta de Rhydderch.

El príncipe fae esbozó una media sonrisa antes de hacerme un gesto, indicándome que le siguiera. En silencio, nos deslizamos por el salón como sombras; Rhydderch me condujo hacia unas puertas acristaladas completamente abiertas que dejaban entrar una ligera brisa del exterior.

Aspiré una gran bocanada cuando atravesamos el umbral.

Y luego seguí al príncipe fae por aquella amplia terraza circular, que bordeaba el salón y cuya superficie podía acoger a todos los que esperaban dentro. Al fondo, las luces de Mettoloth creaban una cortina que parpadeaba; creí escuchar el eco de la música a través del viento.

—Adelante, fierecilla —me invitó con un gesto de mano mientras se acomodaba en la balaustrada.

Me crucé de brazos, arrancándole un crujido a las mangas decoradas de mi vestido.

—No mentías cuando afirmaste que había otros territorios fae.

Rhydderch bajó la cabeza.

—Eso no es una pregunta.

—Calais dijo que Kell era... era un miembro de la familia real —recordé, utilizando las mismas palabras que había empleado la joven fae—. ¿Qué quiso decir con eso?

El príncipe fae no estaba equivocado al haber afirmado que tenía preguntas. Había miles zumbando dentro de mi mente desde que había comprendido la magnitud de los orígenes del príncipe extranjero, pero me las había tragado mientras contemplaba como una espectadora la celebración.

Pero Rhydderch, maldito fuera, lo había sabido.

Y parecía estar intentando cumplir con su palabra, después de haberme pedido que confiara en él por segunda vez.

—Kell es... es mi primo —me confió a media voz, alzando sus ojos ambarinos hacia mí—. La reina de las Tierras Salvajes y mi madre son... son primas. Calais no mentía al decir que estábamos emparentados.

—Pero ella no quería que supiera la verdad —adiviné en el mismo tono.

Rhydderch desvió la mirada con culpabilidad.

—Calais lo único que quería era proteger ese... secreto —hizo una pequeña pausa, con sus ojos apuntando hacia la ciudad—. Los humanos no son conscientes de que hay más territorios de fae ahí fuera. Los Colmillos de Hielo son una barrera entre Mag Mell y las Tierras Salvajes... Pero el Mar Vasto puede conducirte a otras partes.

Los mapas con los que contábamos en los Reinos Humanos estaban incompletos, apenas alcanzando al Gran Bosque. Los lugares que Rhydderch había señalado me resultaban desconocidos, aunque no evitaron que un escalofrío provocara que todo mi vello se erizara.

—¿Así es como Kell ha llegado hasta Qangoth... a través del Mar Vasto?

—Él prefiere atravesar los Colmillos de Hielo por un paso que no es muy conocido.

Mordí el interior de la mejilla.

—La reina... ella... ella no es de Qangoth —afirmé, jugando con la información que había decidido compartir conmigo.

Rhydderch esbozó una media sonrisa.

—No, no lo es —me confirmó—. Qangoth siempre mantuvo buenas relaciones con las Islas Libres, ayudándoles en el pasado cuando se enfrentaron a la tiranía de las Tierras Salvajes, derrotando a su rey y obteniendo su independencia. Mi abuelo volvió a recibir una misiva urgente desde su isla capital... de su Aeres pidiendo aliados para acabar con el ciclo de violencia de los Vástagos de Hielo —la media sonrisa de sus labios se convirtió en una nostálgica—. Mi padre fue el primero en ofrecerse voluntario y convencer al resto del consejo para enviar una pequeña comitiva a las Islas Libres, con el propósito de participar en un nuevo enfrentamiento entre ellas y el Trono de Escarcha.

»Viajó hasta allí sin saber que se enamoraría de la heredera de la Casa del Fénix, una de las cinco casas nobles que gobernaban las Islas Libres. Después de poner fin al enfrentamiento y ayudar a su nueva líder a consolidarse en el trono, mi madre lo dejó todo para estar con él —soltó una risa casi para sí mismo—. Y mi padre regresó a su hogar con una reina a su lado.

Mientras Rhydderch había decidido compartir conmigo aquella historia familiar sobre cómo sus padres habían terminado juntos, me había ido acercando a él sobre la balaustrada. Pestañeé, saliendo del trance en el que la voz del príncipe fae parecía haberme sumido mientras hablaba y me aclaré la garganta, desviando la mirada hacia la ciudad.

—La reina parece odiarme...

El comentario se me escapó, haciendo que el horror creciera en mi interior al desviar la mirada a toda prisa hacia Rhydderch.

—Ella no... no te odia —me aseguró, con una mueca—. Pero se encuentra en una posición difícil en su papel como reina. Ella también estuvo en tu lugar: no a todo el mundo le alegró la noticia de que Máel Cador, heredero de Qangoth, regresara con una esposa. No todo el mundo aceptó a la recién llegada, a la extranjera.

»Ella también tuvo que enfrentarse a un lugar desconocido, lejos de su hogar, sin ningún aliado más que mi padre. Ella también tuvo que enfrentarse a miradas de mal disimulado desdén, comentarios hirientes por no pertenecer a Qangoth... Tuvo que luchar hasta ganarse el respeto y la admiración de todos aquellos que no veían en ella más que a una advenediza que le había arrebatado a su príncipe a todas las jóvenes que soñaban con convertirse en la futura reina de Qangoth.

No pude evitar sentir un ramalazo de empatía hacia la reina, entendiendo parte de su comportamiento hacia mí. Aquella fae había cargado sobre sus hombros demasiado peso al dejarlo todo y seguir al rey hasta Qangoth, enfrentándose a los detractores de su unión con el príncipe heredero; aquella fae había tenido la suficiente valentía para no venirse abajo, cediendo a la presión que habían colocado sobre ella...

Y había salido victoriosa.

Un repentino fogonazo de luz hizo que las alarmas saltaran dentro de mi cabeza, haciendo que me aferrara a la balaustrada con fuerza. El pánico se extendió por mi cuerpo mientras buscaba con la mirada la amenaza que se cernía sobre nosotros; un nuevo fogonazo, acompañado de un estallido, se repitió a unos metros de nuestras cabezas.

—Calma, fierecilla —escuché que me decía Rhydderch, quien no parecía en absoluto alterado—: son fuegos artificiales.

El príncipe fae señaló algo en el firmamento y yo le seguí con la mirada, aún con el corazón aporreándome dentro del pecho. Unas luces de distintos colores estallaron contra la cortina oscura del cielo, llamando la atención de los invitados que aún permanecían dentro del salón y haciendo que salieran a la terraza.

Rhydderch había escogido un rincón lo suficientemente apartado para que nadie se percatara de nuestra presencia. No pude evitar darme cuenta de cómo el príncipe fae no parecía ser de los que solía llamar la atención o abusar de su posición; desde que hubiéramos sido arrastrados de regreso a Qangoth, no había visto a Rhydderch siendo el centro de las miradas o buscando serlo. Se había comportado de un modo muy... discreto.

Mi mirada se vio atrapada por el espectáculo pirotécnico en honor a su hermano mayor, en especial con la inconfundible figura de un ave extendiendo sus alas. Un fénix.

Ahora entendía el significado de aquel ave, pues formaba parte de las raíces de los príncipes... y del origen de la reina.

Los espectadores soltaron gritos y exclamaciones de admiración cuando contemplaron el fénix en el cielo. Mi vista se topó por accidente con Kell, cuyos ojos azules habían adoptado de nuevo aquella apariencia fría y casi hostil; el príncipe extranjero también había encontrado refugio en una zona apartada de la terraza y parecía... molesto.

En un primer momento pensé que yo era el objeto de su molestia, pero luego caí en la cuenta de que su mirada no estaba clavada en mí... sino en algo que estaba sobre mi coronilla.

Seguí la misma dirección, topándome con un balcón mucho más privado. Mis ojos se abrieron de par en par al descubrir allí a un fae... un fae con las muñecas rodeadas por dos pesados grilletes y cuatro guardias uniformados vigilándole. Estudié su cabello oscuro, sus facciones duras y marcadas; además de sus inconfundibles ojos azules fijos en el cielo, en los fuegos artificiales.

Fuera quien fuese aquel hombre... Kell no parecía en absoluto contento con su presencia allí, aunque fuera a una buena distancia de él.

Sentí un ramalazo de curiosidad por aquel misterioso fae prisionero, pero no tuve oportunidad de preguntarle a Rhydderch al respecto, pues mi vista se vio repentinamente apartada de Kell y sus ojos llenos de un odio que no lograba entender de dónde procedía porque un fae cuyo rostro me resultaba familiar llamó mi atención cuando le descubrí atravesando a la multitud con un destino claro.

Tras unos segundos indagando dentro de mis recuerdos más recientes, la respuesta vino a mí con un simple fogonazo.

Syvan.

El mayordomo que Máel Taranis había enviado a los aposentos de Calais para acompañarnos a la sala del trono cuando los reyes habían requerido mi presencia.

Syvan se inclinó frente a Rhydderch como señal de respeto hacia su príncipe, luego clavó sus ojos en mí.

—Alteza. Lady Verine —nos saludó con formalidad—. Máel Taranis solicita una audiencia en privado con vos, milady. Ahora.

* * *

Antes de meternos en faena (porque este capi tiene sus cositas) permitidme que haga un petit paréntesis para decir que hemos alcanzado las 100K visitas!!!!

Dejando a un lado el sentimentalismo, vayamos a lo que importa de verdad. Lo importante... El meollo del asunto

¿HEMOS PODIDO DIGERIR QUIÉN ES KELL? PORQUE YO AÚN NO.

OSEA. STILL PROCESSING. 1% DONE

Cuando avisé que en este capi íbamos a tener más pruebas del faeverso no mentía amics y, lo mejor de todo, es que (jajaja) vamos a tener más datos sobre cierta historia que tengo en pausa (introduzca carita triste pero sonriente)

Mmmm, en el capi hay otra aparición estelar y fugaz de otro personajito y por fin tenemos más datos de la queen de Qangoth

Qué creéis que quiere Taranis (por cierto hbd bebéeeeeeeeeeee) de Verine jejeje

Aviso final: los próximos capis van a ser intensos *se esfuma corriendo*

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