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❧ 49

De no haber estado arrodillada, estaba segura de que mis piernas habrían dejado de sostenerme en el mismo instante en que escuché al padre de Rhydderch afirmando que mis amigos habían caído prisioneros de otro rey fae. Abrí y cerré la boca como un pececillo fuera del agua, tratando de desenmarañar la oleada de pensamientos que había traído consigo esa revelación. ¿Cuánto tiempo llevaban mis amigos en manos de los fae? ¿Estarían todos bien? El monarca no había especificado sobre el número de humanos que conformaban el grupo que había sido atrapado, pero recé a los antiguos elementos para que estuvieran todos, aunque fuera en la relativa seguridad que podía brindar una celda.

—La palabra de lady Calais será respetada, lady Verine —dijo entonces el rey—. Supongo que desconocerá las costumbres de los fae, pero se encuentra bajo la protección de la Corona. La palabra de un fae solamente es superada por un juramento de sangre... o un acuerdo vinculado a la Magia Antigua.

El estómago me dio un vuelco al escucharle hablar.

—De ahora en adelante seréis nuestra invitada —agregó el padre de Rhydderch— y seréis tratada como tal.

Algo pellizcó en el costado y, al espiar por el rabillo del ojo a Calais, vi que la fae me hacía un discreto gesto con la cabeza, una leve inclinación que parecía tener algún tipo de mensaje para mí.

—Os... os estoy muy agradecida, Majestad —fue lo único que se me ocurrió decir—. Pero mis...

—Qangoth se compromete a ayudaros a liberar a vuestros compañeros.

Una nube de tensión se extendió entre los presentes cuando Rhydderch dio un paso al frente, haciendo semejante declaración ante sus padres, el consejero y su hermano mayor. Por no hacer mención de su prometida, quien dejó escapar un ruidito ahogado que solamente yo escuché.

El príncipe heredero observó a Rhydderch con un brillo calculador mientras el consejero, lord Madog, no dudaba un segundo en mostrar su absoluta disconformidad con las palabras del príncipe menor.

—¿Os habéis oído, Alteza? —le increpó con dureza—. Eso desataría un conflicto con nuestro reino aliado. ¿Acaso queréis romper los lazos que unen a los tres... —algo pasó por su rostro, algo amargo, antes de que se corrigiera a sí mismo— a los Reinos Fae?

—Somos el Reino del Nexo —intervino el rey, mirando a su hijo—. Somos el punto de unión entre los Reinos Fae, Rhydderch. Un acto de tal naturaleza...

—No estoy insinuando que debamos colarnos en Antalye para llevarnos con nosotros a los humanos —repuso Rhydderch, sin querer dar su brazo a torcer—: lo haremos de un modo diplomático.

Máel Taranis soltó un bufido casi burlón.

—¿Crees que el regente va a entregártelos sólo por tu cara bonita, Rhy?

—Por supuesto que no —le espetó el aludido.

—Entonces, ¿qué propones, hermano?

Observé a Rhydderch abrir y cerrar la boca, sin dar con un plan que nos permitiera recuperar a mis amigos y conseguir que los reyes extendieran hacia ellos la misma protección de la que gozaba yo.

—Podríamos ofrecerles un jugoso acuerdo —el tono dulce de Calais intervino a favor de Rhydderch, quien le dirigió una mirada que no conseguía disimular el agradecimiento hacia su prometida.

Taranis ladeó la cabeza, desviando su mirada hacia la joven fae, que se incorporó con elegancia y cruzó las manos recatadamente sobre su estómago.

—Mostrar tal interés hacia un grupo de humanos podría levantar ciertas sospechas —resaltó el príncipe con amabilidad—. ¿Por qué querría Qangoth reclamarlos a cambio de algo...?

—Suficiente por el momento.

La voz del rey sonó tajante. Calais y Taranis apartaron la mirada el uno del otro para clavarla sobre el monarca, que se había dirigido hacia los primeros escalones del estrado. Lord Madog no había tardado ni un instante en acercarse a su señor, seguramente para exponerle las razones por las que la promesa de ayuda que había hecho Rhydderch era una locura y un peligro para la paz entre los Reinos Fae.

Los ojos del monarca se pasearon sobre los que aún nos encontrábamos a sus pies.

—Calais, por favor, ordena al servicio que prepare una habitación para nuestra invitada y ayuda a que lady Verine se instale —le pidió con suavidad, dedicándole una media sonrisa.

La interpelada asintió con solemnidad y me hizo un gesto para que me pusiera en pie, dándome a entender que nuestra presencia allí ya no era necesaria. La obedecí, con la cabeza gacha, sintiendo el peso de las miradas sobre mí mientras abandonábamos la sala del trono.

—¿Qué te está pasando, Rhy? —creí escuchar a la reina preguntarle a su hijo.

—Así que eres una mestiza —Calais esperó hasta que estuvimos en el pasillo para poder hacer su observación. Durante el tiempo que había durado la audiencia con los monarcas, se había mantenido en un discreto segundo plano, interviniendo cuando lo creía conveniente—. Ahora puedo llegar a comprender la fascinación de Rhy hacia ti.

No atisbé maldad en su comentario. Los ojos verdes de Calais me contemplaban con un punto de interés, como si estuviera ante algo insólito; al contrario que nuestro viaje de ida hacia la sala del trono, en aquella ocasión me di cuenta de que la joven fae estaba conduciéndome por las zonas transitadas de palacio. Elegantes fae paseaban por los corredores, deteniéndose en seco al vernos pasar. Tal y como había intuido mi nueva protectora, la noticia había corrido con demasiada rapidez.

La humana por la que había intercedido la prometida del príncipe Rhydderch, para sorpresa de todos.

—¿Tienes algún recuerdo de tu madre?

La pregunta de Calais me pilló con la guardia baja. Mi infancia siempre había resultado ser una incógnita que mi padre se había encargado de llenar con sus historias sobre cuando era niña. Cuando forzaba a mi mente a recuperar esos recuerdos, lo único que me encontraba era con una gran cortina oscura.

Un gran vacío.

Negué con la cabeza.

—No —respondí—. Ninguno en absoluto.

Una sombra de dolorosa comprensión cruzó sus ojos mientras me contemplaba.

—Mi madre también murió siendo yo muy joven —compartió conmigo y no pude evitar sentir una oleada de compasión, entendiendo por qué me había mirado de ese modo al reconocer que no guardaba ni un solo detalle de la mujer que me dio la vida—. Apenas recuerdo nada de ella. Solamente algunos fragmentos...

Supe que Calais había decidido exponer esa pequeña parte de su vida para intentar crear un vínculo, ahora que el rey había dado su beneplácito y parecía estar conforme con la protección que la joven fae había anunciado en el patio, poco tiempo después de nuestra llegada. Contra todo pronóstico, la prometida de Rhydderch había resultado ser una criatura amable y compasiva.

Ninguna de las dos añadió nada más al respecto, dejando que un silencio en absoluto incómodo se instalara entre ambas mientras Calais continuaba guiándome a través de los pasillos hasta que alcanzamos la familiar zona donde se situaban sus aposentos. Allí ya se encontraba Edwyne, su sirvienta de mayor confianza, a la espera de recibir nuevas órdenes.

Calais ladeó la cabeza en mi dirección con una media sonrisa.

—La mayoría de las habitaciones de esta ala del palacio se encuentran vacías —me explicó con suavidad; Edwyne alternaba la mirada entre las dos, intrigada por el rumbo de la conversación—, a excepción de las que ocupan los príncipes... y yo.

Mi pulso se aceleró de manera inconsciente al escuchar que aquella planta estaba habitada por Rhydderch y su hermano mayor. Recordé la tensión que se había generado entre ambos, el modo en que se lanzaban comentarios con el único propósito de irritar al otro. Me pregunté si Calais sabría el porqué del comportamiento de los dos príncipes fae, el motivo de su manifiesta enemistad.

—Quizá podrías quedarte con la habitación que hay junto a la mía, frente a la que pertenece a Rhy —comentó la fae, dándose un par de golpecitos en la barbilla con actitud pensativa. Sus ojos verdes se clavaron en la doncella—. Edwyne, por favor, haz que acomoden todo para que lady Verine se instale lo antes posible.

La interpelada asintió antes de abandonar la habitación.

Calais dejó escapar un suspiro y empezó a masajearse las sienes.

—Los reyes querrán mantener tu verdadera condición en secreto, aunque no confío del todo en la discreción de Madog —dijo en tono circunspecto, refiriéndose a mi naturaleza mestiza y a la poca tolerancia que el consejero había mostrado hacia mí—. Tu presencia en palacio ya ha comenzado a generar las primeras habladurías, todos los nobles están ansiosos por verte... Y creo que he encontrado el momento perfecto para que seas presentada oficialmente —los ojos verdes de Calais se iluminaron mientras continuaba planificando mi presencia en palacio—. La fiesta de cumpleaños de Taranis.

El estómago se me revolvió al pensar en la multitud que reuniría una ocasión de tal calibre. El rey me había asegurado que era una invitada de la familia real de Qangoth, lo que quizá levantara algún que otro comentario de descontento entre la nobleza; la presencia de una humana, pues eso es lo que se les haría creer a todo el mundo, en palacio podría ser considerado como una ofensa. Como un insulto, sabiendo lo último que pasó cuando alguien de los Reinos Humanos puso un pie al otro lado de sus fronteras.

Pero eso era algo que no parecía preocupar en absoluto a Calais, quien parecía encantada con su propia idea.

—Necesitarás un fondo de armario, Verine —agregó, uniendo las palmas como si estuviera a punto de rezar—: ya has visto lo mucho que puede servir tu apariencia frente a un público... difícil.

Bajé la mirada hacia el vestido prestado que llevaba. Era liviano, pero aún lo sentía extraño sobre mi cuerpo; la propia Calais todavía vestía su propia armadura, lo que me hizo pensar que era parte del ejército de Qangoth. Ella parecía encontrarse bastante cómoda en ambas situaciones, lo que me hizo preguntarse si no lo conseguiría yo con algo de tiempo.

—Haré llamar a la modista —decidió la fae, dejándose caer con languidez sobre uno de los divanes. Las piezas de su armadura rasparon entre sí mientras reclinaba la cabeza hacia atrás—. Le pediré que ajuste alguno de mis viejos vestidos para que puedas usarlos hasta que los tuyos estén listos y...

La observé desde mi sitio, contemplando su belleza y envidiándola un poquito.

—¿Por qué haces todo esto?

Calais giró la cabeza, haciendo que sus bucles rubios se desparramaran sobre el diván.

—Ya lo viste, Verine: tu ropa acabó destrozada y no iba a permitir que siguieras llevándola en ese estado. Ahora eres nuestra invitada.

Intuí que estaba jugando conmigo, que había entendido perfectamente a qué estaba refiriéndome y que no tenía nada que ver con mi uniforme hecho casi jirones.

—¿Qué ganas tú convirtiéndote en mi... en mi protectora? —insistí.

La fae cerró los ojos y en aquel momento su fachada pareció caer, dejando ver un gesto cansado.

—Por algún motivo eres importante para Rhy —me contestó y algo se agitó en mi pecho, quizá culpa. Quizá incomprensión. El príncipe fae no había dudado un segundo en señalarme como su prisionera y, de no haber sido por su proverbial aparición, no sabía qué había planeado Rhydderch para mí—. Y Rhy es importante para mí.

—¿Acaso te has vuelto loca?

Calais me guiñó un ojo con complicidad antes de girarse hacia el recién llegado. La joven fae me había ayudado a instalarme en mis aposentos provisionales, igual de lujosos que los suyos, y luego había hecho que sus doncellas arrastraran hasta allí una pila de vestidos para que la modista hiciera los ajustes necesarios para que pudiera usarlos y tomara mis medidas para confeccionar unos nuevos.

Luego me había invitado a que la acompañara a una de las terrazas cubiertas con las que contaba el palacio, donde nos esperaba lady Llynora, quien ahora contemplaba al fae que nos había interrumpido con los ojos abiertos de par en par.

—Querido primo, siempre es una delicia hablar contigo —respondió entonces Calais, dedicándole a Darlath un encantador pestañeo—. Pero lo cortés hubiera sido saludar en primer lugar.

Darlath frunció los labios con visible desagrado ante el golpe bajo que había recibido por parte de su prima. Poco después de instalarnos en una de las discretas mesas que había dispersas por aquella sala acristalada, aparecieron un par de nobles con aspecto curioso, seguramente atraídas por mi presencia.

Ahora, no obstante, tenían toda su atención dirigida al atractivo fae que se alzaba sobre nosotras con expresión iracunda.

—¿Eres consciente de lo que has hecho? —le siseó a Calais, bajando su tono de voz para que solamente las que estábamos en aquella mesa pudiéramos escucharlo con claridad. Sus ojos apuntaron hacia mí con un brillo acusador, haciéndome saber que me consideraba la responsable de todo aquel lío—. ¿Qué dirá tu padre...?

Ahora fue el turno de Calais de apretar los labios, molesta por la mención de su progenitor.

—Mi padre estará de acuerdo en que he tomado la mejor decisión para todos —respondió con gelidez—. El rey se mostró de acuerdo conmigo, después de que Rhydderch le informara que había dado mi palabra a nuestra invitada.

—Es una humana —gruñó Darlath como si fuera la peor de las ofensas.

La joven fae se mostró imperturbable, guardando para sí mi secreto sobre el hecho de que no era del todo humana.

—Tendrás que buscar un mejor argumento, Darlath —le sonrió Calais.

Su primo dejó caer la palma de su mano sobre la mesa con un golpe seco, haciendo que lady Llynora se sobresaltara en su asiento. Calais pestañeó con calma, en absoluto aturullada por el gesto del otro.

—¿Y qué te parece éste, Calais? Podría ser una espía. Ya viste cómo era capaz de defenderse en la cueva, prima, y sabes que las mujeres en los Reinos Humanos son apenas consideradas como un mero objeto. Ella podría haber sido enviada con el propósito de engañarnos, de infiltrarse en nuestros territorios para conocernos y vender esa información a su rey.

Sus palabras fueron como afilados dardos, en especial las que estaban referidas a todas mis congéneres. El fae estaba en lo cierto al afirmar que las mujeres apenas teníamos peso en la sociedad y que existían muy pocas excepciones a la regla: la reina de Caeas, Rhywelym, había logrado sentarse en el trono sin necesidad de un consorte a su lado gracias a que una de sus antepasadas había luchado por sus derechos como heredera, consiguiendo que las leyes fueran modificadas y que la prohibición quedara anulada por completo. Pero ¿qué había de las otras? En Agarne, por ejemplo, había habido dos heredas: la princesa Alera, que había desaparecido en misteriosas circunstancias y por la que su padre había estado dispuesto a presentarse en los Reinos Fae con el propósito de recuperarla, y la princesa Elid, sobre la que había recaído todo el peso de la corona ante la ausencia de su hermana mayor. ¿Permitirían a Elid reinar del mismo modo que Rhywelym, o su padre se encargaría de proporcionarle un marido que llevara las riendas de Agarne cuando él ya no estuviera?

Bajé la mirada hacia mi regazo, preguntándome si en los Reinos Fae la figura de la mujer estaría tan limitada como en mi hogar.

—¿Estás poniendo en duda la decisión de tu rey, Darlath? —insinuó Calais, mostrando de nuevo que sabía cómo emplear sus propias armas—. Eso podría considerarse traición, querido primo.

Alcé la vista justo para ser testigo de cómo un tono rojizo ascendía lentamente por el cuello del joven fae. Calais se inclinó sobre la mesa para dar un par de palmaditas en el dorso de la mano de Darlath, que aún permanecía apoyada sobre la superficie de cristal.

Era evidente que había perdido la partida contra su prima, a juzgar por el silencio que vino a continuación.

—Seguro que están esperándote en alguna otra parte, Darlath —apostilló la fae con una sonrisa casi condescendiente—, y odiaría saber que hemos estado reteniéndote, haciendo que te retrases.

Lady Llynora, recuperada de la sorpresa, escondió una sonrisa tras la palma de su mano, observando cómo Darlath le dedicaba a su prima una fría mirada antes de marcharse, dejando tras de sí una oleada de susurros agitados de las otras fae. Calais se acomodó en su asiento y, como si Darlath nunca nos hubiera interrumpido, cogió un pequeño pastel del centro de la mesa.

—La reina está frenética ultimando los preparativos del cumpleaños de Taranis —nos confesó a ambas, haciendo un magistral cambio de tema—. Apenas restan un par de días...

Lady Llynora ladeó la cabeza, aceptando de buen grado aquel giro en la conversación.

—Máel Taranis nunca ha sido muy fervoroso de las grandes celebraciones —observó con naturalidad. Desde mi asiento, escuché atentamente cada una de las palabras de ambas fae, intentando averiguar más cosas sobre la familia real. Aquel detalle sobre el hermano mayor de Rhydderch me sorprendió, ya que no parecía casar con la imagen que me había creado tras conocernos en la sala del trono.

Calais se acercó el pastelillo a los labios, con la mirada perdida en algún punto más allá de los ventanales que mostraban una fastuosa panorámica de la ciudad que se extendía a los pies del palacio.

—Su posición como heredero no va a permitirle la discreción con la que solía llevar sus asuntos —opinó y creí atisbar un tono triste en sus palabras—. Es el futuro rey, la cara visible de Qangoth. Desde que nació cada aspecto de su vida es un asunto público.

Lady Llynora dejó escapar un suspiro.

—Es el futuro rey —coincidió con su amiga y en sus labios se formó una sonrisita traviesa—, pero aún no se sabe nada acerca de quién va a ser su reina...

Por el rabillo del ojo pillé a Calais irguiéndose sobre los cojines de su asiento. Incluso alejó un poco el pastelillo de sus labios, como si aquel giro por parte de la joven que estaba sentada frente a ella le hubiera quitado las ganas de darle un pequeño bocado. Interesante.

Como si Llynora no hubiera sido consciente de la reacción de la prometida de Rhydderch, apostilló:

—Aunque tú debes tener información de primera mano al respecto, ¿no es cierto, Calais? —dejó escapar una risa divertida—. No en vano prácticamente formas parte de la familia real.

—Taranis no ha mostrado interés en ninguna joven... que sepamos —fue la respuesta desganada de Calais—. Los reyes no creen que sea bueno presionarle para que tome una decisión, aún tiene tiempo.

Lady Llynora rió de nuevo, encantada por el nuevo tema de conversación. No me resultó en absoluto diferente a otras jóvenes nobles de las que había oído hablar en Merain: todas ellas parecían compartir el mismo gusto por pasar sus mañanas cotilleando y cuchicheando sobre cualquier rumor que hubiera llegado a sus oídos.

—Me parece fascinante lo diferentes que son los dos príncipes —dijo entonces Llynora—: Rhydderch no tardó mucho en solicitar la mano a tu padre y hacer público vuestro compromiso.

Observé a Calais esbozar una pequeña sonrisa y bajar la mirada, tímida de repente. Un pellizco de curiosidad hizo que me mostrara más atenta a todos sus movimientos, interesada por conocer más sobre la relación que mantenían Rhydderch y ella. ¿Cuál habría sido su historia? ¿Por qué Rhydderch habría huido, dejándola atrás?

—Muchas jóvenes suspiran y desean tener una historia como la vuestra —apostilló la noble, abanicándose con la mano—. Y no me avergüenza admitir que soy una de esas jóvenes que sueña con tener la misma suerte que la tuya, Calais.

—Sabes que mi padre siempre ha sido muy cercano al rey —le recordó la joven, agitando sus bucles dorados—. Prácticamente he crecido al lado Taranis y Rhy... No fue ninguna sorpresa que sintiéramos este tipo de vínculo. Nuestros padres estaban encantados de formalizarlo, pues para ellos resultó obvio, incluso cuando nosotros no éramos conscientes todavía.

Una retorcida parte de mí no pudo evitar comparar la historia que compartían Calais y Rhydderch con la malograda amistad que había existido entre Altair y Brianna. Los cuatro habían crecido juntos desde la infancia, en el caso de Altair y Brianna... ¿Acaso no había sido ese el deseo de lady Laeris y, seguramente, de lady Elleyre? De no haber desaparecido de manera misteriosa, Brianna con toda probabilidad se hubiera convertido en la prometida de Altair. Incluso mi amigo, aunque no lo hubiera dicho con claridad, lo había creído. Había creído que sus sentimientos podrían haberse consolidado en algo más de haber tenido tiempo.

Apenas conocía a Calais, pero la faceta que me había mostrado desde el primer momento había demostrado con creces que la elección de Rhydderch había sido la más adecuada. Y era evidente que Calais amaba con fuerza al príncipe, ya que había estado dispuesta a interceder por mí al sospechar que yo podía significar algo para Rhydderch. Una sospecha ciertamente equivocada.

—¡Lady Verine! —exclamó entonces Llynora, horrorizada. Todos mis músculos se pusieron en tensión de manera inconsciente, pero la fae miraba mi plato vacío con una expresión que rozaba el espanto—. ¡No habéis probado bocado!

Calais pareció aliviada cuando su amiga abandonó el tema de su compromiso para rellenarme el plato con algunos pasteles, metiéndose de lleno en una apasionada disertación sobre ellos.

Una de mis nuevas doncellas se aseguró de prender la discreta chimenea de mis nuevos aposentos, indicándome que las noches en Qangoth no solían ser tan cálidas como las mañanas. Tras una agradable tarde donde Llynora se había divertido poniendo al día a Calais sobre los últimos rumores que corrían en la corte, la prometida de Rhydderch me había acompañado de regreso a mi habitación, extendiéndome amablemente una invitación para que me uniera a ella y al resto de la familia real en uno de los comedores privados para la cena.

Evidentemente me negué, alegando encontrarme cansada y tener el estómago cerrado por completo.

Si Calais fue consciente de mi media verdad, no hizo comentario alguno. Momentos después de que nuestros caminos se separaran, dos fae uniformadas llegaron a mis aposentos para proceder a ayudarme con el cambio de ropa. La prometida de Rhydderch también me había proporcionado ropa de dormir, como el camisón liviano que vestía en aquellos precisos instantes.

—Gracias, Gwynna —le dije a la doncella.

Tanto ella como su compañera se habían mostrado consideradas conmigo, quizá advertidas por Calais de las consecuencias de un posible comportamiento negligente por su parte. La fae inclinó la cabeza ante mi agradecimiento, incorporándose y sacudiendo las palmas sobre el mandil que colgaba de su cintura.

—¿Deseáis cenar algo, milady? —me preguntó—. Puedo ordenar a las cocinas que os suban algo...

—No será necesario —le aseguré, forzando una sonrisa amable—. Gracias de nuevo.

La chica me dedicó una nueva inclinación de cabeza, cruzando poco después la puerta principal y dejándome a solas con mis propios pensamientos. Al otro lado de las vaporosas cortinas que flotaban con una ligera brisa había caído la noche; Calais me había explicado que, al igual que su terraza personal, las vistas daban a las murallas que delimitaban la ciudad. Incluso bromeó diciendo que, si forzaba un poco la vista, quizá podría llegar a atisbar los Colmillos de Hielo, una formación rocosa de picos nevados y dura climatología que servía como frontera de Mag Mell.

Ahora me preguntaba si más allá de los Colmillos de Hielo habría otro territorio fae, tal y como había insinuado Rhydderch.

Me encogí sobre el diván que estaba ocupando, detestando un poco cómo la tela del camisón limitaba mis movimientos, y contemplé el fuego que ardía en la chimenea. Aún me costaba creer aquel repentino giro en los acontecimientos, la noche anterior había estado junto a Rhydderch, afanándome por no permitir que el príncipe fae fuera consciente de cómo mi cuerpo se acercaba al fuego que había invocado... En aquel momento ni siquiera sabía que no tenía ante mí a un fae cualquiera, sino al segundo hijo de uno de los reyes fae. Apreté los puños de forma inconsciente al pensar en la verdadera identidad del chico. De no haber aparecido Calais y los otros dos caballeros fae, ¿qué planes habría tenido Rhydderch? ¿Arrastrarme hasta Qangoth y venderme frente a sus padres...?

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar a la reina. Al contrario que su esposo, ella había mantenido una actitud distante y fría; no dudaba que, de haber recaído en sus manos la decisión sobre mi futuro, ahora mismo no me encontraría en aquel lujoso dormitorio, siendo tratada como alguien... como alguien de la nobleza.

El corazón se me encogió al pensar en mis amigos, en la información que había compartido el rey respecto a su ubicación. La culpa vino después, cuando observé el interior del dormitorio. Estaba en mi mano poder hacer algo para conseguir que fueran liberados. Quizá Calais...

El sonido de alguien llamando a la puerta hizo que perdiera el hilo de mis pensamientos. Durante unos segundos me quedé inmóvil, sin saber muy bien cómo debía actuar; estaba sola en el dormitorio, mis dos doncellas se habían marchado hacía tiempo... La llamada se repitió una segunda vez, obligándome a ponerme en pie e ir hacia allí.

Mis dedos se enroscaron al frío picaporte y dudé. Era posible que fuera Calais, para comprobar cómo me encontraba...

Pero no, mis sospechas eran erróneas.

Abrí la puerta con un firme tirón y sentí un burbujeo en el estómago al encontrarme con Rhydderch esperando en el pasillo. Por encima de su hombro izquierdo vi que la puerta de su dormitorio estaba entreabierta.

—Tenemos que hablar.

Aparté la mirada de golpe y la devolví al rostro del príncipe fae, que me observaba con una expresión circunspecta.

La rabia volvió a resurgir, ardiente como el fuego. Cerré mis dedos con fuerza alrededor del picaporte, ignorando la punzada de dolor en la palma de mi mano, mientras le sostenía la mirada.

—No tenemos nada de lo que hablar —le corregí con frialdad.

Me sobresalté cuando alargó su brazo para sostener la puerta, temiendo que pudiera cerrársela en las narices.

—Tenemos mucho de lo que hablar —me replicó, empleando un tono que no admitía excusa alguna—. Y vamos a hacerlo, fierecilla. Ahora.

* * *

HAPPY HALLOWEEN ESPINITAS DE MI CORAÇAO

Calais una reina donde las haya, para qué mentir...

Contadme qué os parece la encantadora y romántica historia de amour entre Rhy-Rhy y Calais

Otra cosa mariposa... se viene

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