❧ 46
La mortificación de Llynora fue rápidamente sustituida por una expresión solemne mientras se inclinaba en mi dirección, haciendo gala de sus modales. Durante unos segundos me quedé petrificada, sin saber cómo actuar. ¿Debía devolverle la reverencia? ¿Hundir la rodilla en el suelo y bajar la mirada?
Lo único que pude hacer fue una leve inclinación de cabeza, aún aturdida por el sorprendente giro que había dado mi viaje.
—Lady Verine... yo... Disculpadme, mis comentarios han sido del todo desafortunados —la fae se atropellaba con sus propias palabras, avergonzada por haber quedado al descubierto—. Sed bienvenida a Mettoloth, milady.
Las mejillas me ardieron ante aquel título inmerecido, haciéndome recordar la incomodidad que me acompañó la noche en que Altair me coló en el castillo con el pretexto de presentarme ante su madre, haciendo que lady Laeris se encargara de transformarme casi en otra persona con aquel fastuoso vestido.
—Es... es Verine —la corregí.
Calais esbozó una sonrisa en mi dirección.
—Llynora, ¿podrías llamar a mis doncellas? —le pidió con amabilidad—. Me gustaría que prepararan un baño para que Verine pudiera quitarse el polvo... del camino.
La joven fae asintió con fervor, aliviada de tener una excusa con la que poder huir y tratar de recomponer su orgullo tras su metida de pata. Me dedicó una rápida inclinación de cabeza antes de abandonar a toda prisa la antesala, dejándome de nuevo a solas con Calais. Ella dejó escapar un suspiro antes de llevarse las manos a su reluciente armadura, dispuesta a desvestirse por sí misma.
Bajé la mirada, contemplando mi desastrado uniforme, lleno de manchas de distinta naturaleza y desgarrones. El silencio volvió a instalarse entre nosotras, como uno más dentro de la habitación.
—No es muy usual la presencia de humanos en los Reinos Fae —la voz de Calais era cauta, tentativa— y Llynora siempre ha sido un poco propensa a las exageraciones. No pretendía ofenderte, Verine.
Reuní el valor suficiente para enfrentarme a la mirada de la fae y alcé los ojos hacia los suyos, sintiendo de nuevo aquel extraño poder que parecía emanar de Calais. Las preguntas sobre su vinculación a la familia real volvieron a surgir en mi mente. ¿Quién era realmente esa chica? ¿Qué le había explicado Rhydderch para que se arriesgara de ese modo delante de los suyos? ¿Acaso el príncipe fae no se había referido a mí en la cueva como su prisionera?
—Y supongo que las contadas ocasiones donde un humano ha puesto un pie en esta parte de Mag Mell no han sido por corteses visitas diplomáticas, ¿no es cierto? —apostillé, recordando la última vez que alguien de los míos había cruzado el Gran Bosque.
Una sombra cruzó la expresión de Calais, entendiendo el sentido de mis palabras. Aquel último episodio —donde se vio involucrado el tío de Altair— había terminado con un derramamiento de sangre y una promesa de venganza.
—No, no lo han sido —confirmó Calais a media voz.
Gracias a los elementos, la puerta de los aposentos de la fae se abrió de nuevo, en esta ocasión por una joven de cabello castaño cuyo sencillo uniforme delataba su condición de doncella. El rostro de Calais volvió a resplandecer, alejando las sombras que mi comentario había traído consigo, antes de indicarle que pasara.
Mis músculos se pusieron en tensión al descubrir que no venía sola: cuatro fae de edades similares a la que encabezaba el grupo...
Todas ellas con sus miradas clavadas en mí.
❧
Hundí mi cuerpo un poco más en la lujosa bañera, haciendo que la línea de espuma me cubriera hasta la barbilla. Tras la llegada de la camarilla de doncellas de Calais —liderada por Edwyne, la fae de cabellos castaños y ojos de cervatillo que había interrumpido el incómodo momento entre su señora y yo—, había sido conducida hacia el dormitorio de la chica y, desde allí, hasta el baño anexo con el que contaba, donde las doncellas se apresuraron a preparar un buen baño de agua caliente.
Calais aguardaba al otro lado de la puerta tras haber dado las correspondientes instrucciones, pero Edwyne y otra de las doncellas habían sido las encargadas de ayudarme.
Incluso ahora, mientras sentía los habilidosos dedos de la fae entre los mechones de mi nuca, intentado deshacer los nudos acumulados tras mi aparatoso viaje a través del Gran Bosque, podía percibir la curiosidad y recelo que emanaba de las dos doncellas. Ninguna de ellas se había dirigido a mí directamente, pero había sido testigo de las miradas fugaces entre todas; el modo en que habían buscado la confirmación siempre en Calais.
Por el rabillo del ojo vi a una de las fae entrando al baño, inclinándose para tomar una de mis destrozadas prendas de ropa entre las manos. Su respingona nariz se frunció al contemplar los ajados pantalones que sostenía y su mirada se desvió unos rápidos segundos en mi dirección antes de dirigirse hacia Calais, que estaba al otro lado, sentada sobre la cama con dosel.
—Milady...
Calais negó con la cabeza, comprendiendo sin necesidad de que la doncella añadiera nada más.
—No hay mucho que salvar de esas prendas —se justificó.
Entonces, sin darme opción a réplica, la doncella terminó de recoger el montón de ropa de mi viejo uniforme, llevándoselo consigo. Los ojos verdes de Calais tropezaron con los míos desde la distancia; ella se había limitado a quedarse al otro lado de la puerta, sentada sobre el colchón de su majestuosa cama mientras repartía órdenes.
Los labios de la fae esbozaron una media sonrisa, ya familiar.
—Creo que tenemos una complexión similar —dijo con amabilidad—. Puedes usar algunos de mis viejos...
El sonido de la puerta principal y las atropelladas disculpas de una de las doncellas atravesaron los aposentos, resonando contra las paredes con meridiana claridad. Calais se incorporó en un fluido movimiento que hizo que todo mi cuerpo se tensara, antes de descubrir la identidad de la persona que acaba de llegar.
—Rhy.
Las doncellas que aún permanecían junto a Calais se apresuraron a doblarse en una pronunciada venia, murmurando solemnes saludos al príncipe fae.
Entrecerré los ojos al contemplar el aspecto tan distinto que presentaba al joven que había amenazado con su propia daga al intentar huir, después de que él hubiera salvado mi vida. Sus viejas prendas, aun así lujosas, no tenían nada que ver con las que ahora llevaba; en especial me llamó la atención un bonito broche con forma de ave... de fénix, me di cuenta un segundo después, que llevaba prendido en el jubón, cerca del corazón.
—Calais —respondió Rhydderch con un tono de circunstancias.
La fae pareció comprender las intenciones del príncipe, ya que pidió a las doncellas que abandonaran el dormitorio. Mientras tanto, yo continuaba hundida en la bañera, contemplando la escena desde una privilegiada segunda posición.
Observé el intercambio de miradas, la silenciosa batalla entre ambos, antes de que Calais inclinara la cabeza y siguiera los mismos pasos que su camarilla, en dirección a la salida. Captando el mensaje.
Cediendo.
Una pesada quietud pareció aposentarse en el dormitorio mientras el príncipe se mantenía inmóvil al otro lado del baño, sin dirigirme siquiera una sola mirada. El agua de la bañera pareció enfriarse, provocando que todo mi vello se erizara; las dos habitaciones se habían sumido en un extraño silencio, sin que ninguno de los dos quisiera romperlo en primer lugar.
Conté los segundos que transcurrieron hasta que el príncipe fae por fin reaccionó. Rhydderch giró el cuello hacia el baño, haciendo que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza al toparme con sus iris ambarinos bordeados por aquel anillo dorado.
La rabia de todo lo sucedido hizo erupción en mi interior como un volcán.
—Me mentiste.
Rhydderch apretó los dientes ante mi acusación. Tras aquella revelación, gracias a la milagrosa aparición de Calais y los otros dos fae, ahora cobraban sentido alguno de sus comportamientos... de sus palabras; el príncipe nos había seguido la pista a la compañía con la que viajaba casi desde que pusimos un pie en el Gran Bosque, había permanecido oculto durante todo aquel tiempo por temor a ser descubierto. Por temor a que Morag y sus secuaces le reconocieran. Porque ¿qué había más jugoso que un par de humanos que se habían atrevido a cruzar los límites marcados? Exacto: un príncipe fae fugado.
—No lo hice, fierecilla —me rebatió, aparentando estar en calma—: en ningún momento hiciste las preguntas correctas.
El modo de intentar esquivar mis palabras espoleó mi enfado, haciéndome olvidar ciertos aspectos... como el hecho de que estaba completamente desnuda y la generosa capa de espuma que antes me había cubierto hasta la altura de las clavículas estaba empezando a desaparecer.
—¿Me lo hubieras dicho? —le espeté, furiosa. Como si no estuviera dirigiéndome a un maldito príncipe—. ¿En algún momento habrías reunido el suficiente valor para confesarme quién eras en realidad?
Hubo una fugaz expresión de duda en su rostro antes de que la familiar máscara de solemnidad que le había visto utilizar desde que hubiéramos llegado a Qangoth, aquel Reino Fae al que pertenecía, volviera a sus rasgos.
En mis labios se formó una irónica sonrisa.
—No lo hubieras hecho —me respondí a mí misma, triunfante.
«No podía arriesgarme —me había confiado en una ocasión, antes de que vinieran en su búsqueda—. No podía arriesgarme a que esos malditos mercenarios pudieran reconocerme.»
La culpa que se reflejó en su rostro fue más que suficiente: pese a haberme pedido que confiara en él, el príncipe fae nunca lo hubiera hecho conmigo. Jamás me habría confesado sus verdaderos orígenes, su identidad.
Algo similar a la traición aguijoneó mi pecho al ser consciente de ello, de lo que Rhydderch no había sido capaz de admitir en voz alta.
Opté por acomodar mis brazos en el borde de la bañera, contemplando al príncipe mientras él ahogaba cualquier rastro delator en su expresión, adoptando otra vez esa máscara tras la que parecía haberse resguardado desde que Calais y los otros nos arrastraran hasta su hogar.
—¿Y bien, Alteza? —inquirí, pronunciando su título con suficiente desdén para que sonara ofensivo—. ¿Habéis venido hasta aquí para recordarme que soy vuestra prisionera y que en el pasillo aguardan vuestros hombres para conducirme a una celda...?
Los ojos ambarinos del príncipe relucieron ante mis osadas palabras, recordándome lo sencillo que le resultaría a Rhydderch chasquear los dedos... o hacer uso de su propia magia. En aquel lugar estaba en una posición muy precaria; en el Gran Bosque podría haber tenido una pequeña oportunidad de huir, pero allí...
Allí sería imposible.
—Ya oíste a Calais en el patio: dio su palabra —la escena volvió a repetirse en mi cabeza, rememorando la solemnidad que había envuelto a la fae al pronunciar aquellas palabras en las que me prometía que estaría relativamente a salvo—. Y para todos nosotros, una declaración de esa envergadura tiene un gran valor, sólo superado por un juramento de sangre.
Entrecerré los ojos, estudiando a Rhydderch.
—Estás bajo la protección de Calais y, por ende, de la Corona —me aseguró, atreviéndose a dar un paso hacia el umbral del baño. Al contemplar el recelo en mi expresión, agregó—: No estaba en mis planes que ellos me encontraran, Verine. Te juro que yo no formaba parte de la emboscada que nos tendieron.
Al parecer, el príncipe fae había decidido huir de su hogar, internándose en el Gran Bosque y cruzándose en nuestro camino, aunque consiguiera mantenerse oculto para preservar su anonimato frente a los secuaces de Morag y la propia fae. Volví a observarlo con atención, preguntándome qué motivos le habrían empujado a dejar toda su vida atrás...
«No tenía suficiente con desaparecer de nuevo...»
La chirriante voz de lady Llynora resonó en mis oídos, recuperando ese fragmento de su intensa verborrea de bienvenida. ¿No era la primera vez que Rhydderch optaba por abandonar el palacio? ¿Por qué darle la espalda a toda aquella estabilidad y lujo que traía consigo la corona?
¿Por qué huir...?
—Es complicado —me sobresalté al escuchar la respuesta del príncipe, desvelando que había formulado mi pregunta en voz alta y no en mis pensamientos.
Dejé escapar una risa seca.
—Vuestra vida debe haber sido muy complicada, Alteza —no oculté mi tono de burla, la rabia que latía en mi interior—. ¿No os ahuecaron lo suficiente las almohadas que decidisteis escaparos? ¿Quizá se equivocaron con vuestro plato favorito...?
Rhydderch controló su expresión y se apoyó en el quicio de la puerta, con una estudiada actitud de indiferencia.
—Es evidente que no lo entenderías —dijo a media voz, apartando la mirada y tomando una bocanada de aire—. No eres una prisionera, Verine —dejé pasar su hábil intento de reconducir la conversación de nuevo hacia mi papel allí, en aquel reino fae—. Los reyes están al corriente de tu presencia en palacio y tienen... curiosidad por conocerte. Mi hermano también. Quizá frente a ellos te muestres más comunicativa.
No pasé por alto la leve sombra de desdén en la parte referida a su familia, aunque pronto mi atención encontró un nuevo objetivo: el hecho de que Rhydderch no fuera el único vástago de los reyes de Qangoth. Aquello me recordó la incógnita sobre Calais y su papel dentro de la familia real.
—Teníamos un trato —le espeté, acusando el golpe bajo que me había lanzado al final—: te dije que hablaría si me ayudabas a encontrar a los humanos con los que viajaba.
Me callé el punto en el que le pedí que se ganara mi confianza, todo lo que vino después y que nos había conducido a ese mismo instante, conmigo metida en una bañera de los aposentos de una princesa fae mientras otro miembro real había sido desenmascarado, haciendo que su secreto saliera a la luz antes de lo planeado.
Rhydderch me observó con aire de misterio.
—Puede que los reyes tengan información que intercambiar al respecto.
Sentí mi corazón acelerándose dentro del pecho ante aquella posibilidad. No estaba preparada para enfrentarme a la realeza fae, pero si ellos tenían alguna pista sobre lo que había sucedido con Altair y los otros...
—Lo siento, Verine —la inesperada disculpa del príncipe fae me distrajo, haciendo que pestañeara para regresar al presente.
Abrí la boca para preguntar a qué se refería, pero mi voz murió al oír la puerta principal cerrándose con suficiente fuerza, como si la persona que había entrado lo hubiera hecho a propósito, anunciando de ese modo su presencia. Rhydderch dejó escapar otro suspiro antes de que la figura de Calais llenara el espacio vacío que había a su lado, bloqueando la entrada al baño. Sus ojos verdes alternaron entre el príncipe y mi rostro con un brillo especulativo.
—Gracias por darnos un momento a solas, Calais —dijo Rhydderch, desviando la mirada hacia ella—. Creo que Verine ha comprendido el riesgo que has corrido frente a todos al dar tu palabra de que se encuentra bajo tu protección. Le he hecho saber que los reyes y el príncipe están deseosos de conocerla personalmente.
La fae me miró, como si esperara que confirmara las palabras del príncipe. Aún no comprendía qué había empujado a Calais a comportarse de ese modo, a emplear algo tan importante como su palabra para protegerme, sin tan siquiera conocerme.
—Estoy... estoy agradecida por ello, lady Calais —le aseguré.
—En tal caso —empezó la aludida, dirigiéndome una sonrisa cómplice—, permitidme que os ayude a integraros en la corte durante el tiempo que dure vuestra estancia aquí, Verine. Ahora sois nuestra invitada.
—Ella quizá... —protestó Rhydderch.
—La celebración del cumpleaños de nuestro querido Máel Taranis será la ocasión perfecta para presentarla frente a la nobleza —le interrumpió Calais, ignorando la mirada molesta del príncipe— y hacerles saber que está bajo nuestra protección. Su aparición junto al resto de la familia lanzará un elocuente mensaje.
De nuevo se encendió mi curiosidad por conocer qué posición ocupaba la fae en la familia real, ya que hablaba con suficiente soltura sobre ella. Incluyéndose a sí misma como un miembro más. ¿Prima, quizá...?
—Además, yo estaré a su lado —agregó Calais, internándose en el baño y acercándose a mí con una expresión resplandeciente—: nadie se atreverá a contradecir o a ofender a tu prometida, Rhydderch.
Mis ojos salieron disparados hacia el príncipe fae, aturdida por aquella contundente revelación.
Misterio resuelto.
* * *
NO PODÍAMOS SABER QUE NANA PUDIERA JUGAR ESA BAZA
En el próximo capi conoceremos al resto de familia real y quizá tendremos un pequeño deja vu con cierta historia... (aviso: no es las cuatro cortes, al menos de forma directa)
(tengo unas ganitas tremendas de que conozcáis al hermano mayor de Rhy...)
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