❧ 43
Observé a Rhydderch con renovada desconfiada. El fae había sonado irritantemente sincero en el motivo que le había empujado a mantenerse al margen, permitiendo que Morag y sus mercenarios nos arrastraran a través del Gran Bosque como reses siendo conducidas al matadero. ¿Quién era en realidad el joven que estaba sentado frente a mí? ¿Algún hijo de una familia fae noble que hubiera escapado de ella, buscando un lugar donde estar a salvo? ¿O quizá aquellas prendas que vestía nunca habían sido suyas y no era más que un criminal que había huido de la justicia, encontrando en el Gran Bosque la promesa de no ser hallado? Las miles de preguntas que su inesperada confesión habían generado en mi cabeza no hicieron más que aumentar, trayendo consigo el ramalazo de la incertidumbre.
Aparté mis muñecas de su contacto y me arrastré sobre el suelo, marcando la distancia entre ambos; la expresión de Rhydderch se mantuvo inmóvil ante mi reacción, con sus ojos todavía fijos en los míos.
—¿Quién eres en realidad, Rhydderch? —le pregunté antes de caer en la cuenta: ¿acaso Rhydderch sería su verdadero nombre o quizá era la identidad que había creado para guardarse las espaldas?
El fae se cruzó de brazos, reclinándose.
—Me pides sinceridad cuando tú misma no eres capaz de darla —respondió con un deje de acusación.
Pestañeé con incredulidad, tratando de digerir el golpe bajo que Rhydderch había lanzado contra mí.
—¿La mereces, siquiera? —repliqué, fría como un témpano de hielo—. Los de tu especie no habéis hecho más que intentar acabar con mi vida. Discúlpame si guardo mis dudas al respecto.
Dos manchas de color rosáceo se formaron sobre las mejillas de Rhydderch ante la verdad que escondían mis palabras. A pesar de la extraña fascinación de Morag hacia mí, el resto de sus hombres no habían maquillado el desagrado que les producía el haber perdonado las vidas de mis amigos y la mía propia; de haber triunfado Faurak y su compinche, dudé de haber continuado con vida: el interés de los dos fae por una buena recompensa se había diluido ante el deseo de ver cómo derramaban nuestra sangre.
—Yo no... —Rhydderch se trabó consigo mismo—. Salvé tu vida... He estado... No soy como ellos —concluyó con una pizca de rabia.
Enarqué las cejas ante su torpe y débil discurso.
—Sigo siendo tu prisionera —remarqué la última palabra, mostrándole los dientes en una mueca feroz—. Aunque hayas mostrado bondad, eso no cambia nada.
—Tampoco lo hace que te niegues a darme las respuestas que necesito —me contradijo, aún a la defensiva—. ¿Quién eres en realidad, Verine? ¿Por qué viajabas con ellos...?
Rhydderch continuaba creyendo que mi apariencia humana era producto de un sortilegio que me había lanzado a mí misma con el propósito de confundirme entre mis supuestos enemigos, tal y como Orei había hecho en el pasado. Que no sospechara de mi naturaleza mestiza era un indicativo del desconocimiento del fae a las trasgresiones de sus congéneres, el resultado de aquellas uniones ilícitas entre los dos pueblos... O quizá del gran trabajo que habían hecho los reyes fae al eliminar a los mestizos.
Pensé en el sutil giro en la conversación, en cómo Rhydderch había intentado apelar a la frustración que sentíamos el uno con el otro para sonsacarme la información que necesitaba. Mi vida pendía de un fino hilo y el suelo sobre el que caminaba eran como arenas movedizas: un paso en falso y me ahogaría en ellas. ¿Qué sería de mí si confesaba mis verdaderos orígenes? No era capaz de prever la reacción de Rhydderch, y no podía permitirme correr riesgos: mi objetivo era saber qué había sucedido con Altair y el resto de mis amigos. Descubrir si habían logrado abandonar el Gran Bosque y se encontraban de camino hacia Merain.
Y quizá el fae que estaba ante mí podría ser una pieza indispensable para saber sobre el destino de mis amigos.
—Si quieres que hable —le ofrecí a Rhydderch tentativamente, rezando para que mi idea funcionara... y tuviera tiempo suficiente antes de que mi secreto saliera a la luz—, primero ayúdame a conocer el paradero de los humanos con los que viajaba...
Observé cómo el interés del fae emergía con una chispa de esperanza iluminando sus inquietantes ojos de color ámbar, pero yo aún no había terminado de exponer los términos del acuerdo que estaba dispuesta a alcanzar con él.
—Y luego demuéstrame que puedo confiar en ti —Rhydderch se tensó visiblemente, la línea de sus hombros se puso recta mientras su mirada se nublaba por el recelo y la confusión—. Demuéstrame que esto no es ningún sucio truco por tu parte para después deshacerte de mí.
❧
Rhydderch no respondió a la mano que había alargado hacia él la noche anterior, buscando una alianza... o algo similar. El fae se limitó a contemplarme en silencio, diseccionando todas y cada una de mis palabras, evaluándolas mientras me tendía la pila de cálidas mantas y me indicaba con un movimiento de cabeza que me tendiera cerca del fuego, marchándose para ocupar su habitual puesto de vigía.
A la mañana siguiente no pude evitar estudiar a Rhydderch, intentando descubrir si el fae había tomado una decisión al respecto o mi esperanza de descubrir lo sucedido con Altair y el resto se habría marchitado junto al frío de la otra noche. Tampoco había presionado con un interrogatorio sobre su extraña confesión respecto a por qué había optado por quedarse al margen, dejando que las teorías continuaran dando vueltas dentro de mi cabeza.
Al amanecer Rhydderch me despertó como de costumbre y yo doblé de nuevo las mantas antes de tendérselas. Faye se limpiaba las plumas con el pico a unas ramas de distancia mientras nosotros apagábamos la hoguera que todavía ardía, quizá gracias a la magia del joven fae. Espié por el rabillo del ojo a mi acompañante, pensando en nuestra conversación. En el silencio por su parte...
Un silencio que se alargó durante aquella jornada de viaje, atravesando el bosque hacia un destino desconocido. Rhydderch caminaba a mi lado, acechándome con su mirada ambarina, haciendo que mis dudas resurgieran del oscuro rincón de mi mente donde las había encerrado. ¿Habrían conseguido escapar Altair y el resto de las garras de aquel grupo de fae que nos habían acechado como una manada de lobos hambrientos? Les imaginé logrando alcanzar la frontera, volviendo a la inestable seguridad del terreno del Gran Bosque que pertenecía a la zona humana; allí solamente tendrían que deshacer el camino hasta encontrar las lindes, regresando hacia las protecciones de hierro de Merain.
En mi fuero interno recé para que aquella visión se hiciera realidad y que Altair hubiera conseguido ponerse a salvo. Pero necesitaba pruebas de ello, no simples fantasías conjuradas por mi esperanza.
Salí abruptamente de mis pensamientos cuando el inconfundible sonido del discurrir de una corriente de agua llegó a mis oídos. Traté de localizar la fuente de la que procedía, sintiendo un extraño revoloteo en el estómago; mis planes de fuga habían quedado en suspenso después de valorar la idea de intentar alcanzar una tregua con Rhydderch que me permitiera un conducto seguro a través de los Reinos Fae.
El fae ya me observaba de reojo, consciente de cómo había perdido el ritmo de nuestra caminata.
—Los dos necesitamos asearnos un poco —me explicó Rhydderch por toda respuesta.
Tragué saliva antes de seguirle, desembocando en una orilla mucho más amplia que donde nos habíamos detenido junto con Morag y los suyos. El fae me condujo hacia el agua, que resplandecía bajo los tímidos rayos del sol; Faye sobrevoló sobre nuestras cabezas antes de posarse sobre los cantos, con sus ojos dorados fijos en nosotros.
Rhydderch hizo un aspaviento hacia el curso del río, indicándome que me cedía el primer turno.
—No pienso desnudarme frente a ti —le advertí con voz gélida.
La dulce promesa de aquella agua limpia tiraba de mis entrañas con fuerza, tan melodiosa como las notas que había escuchado de Faye. Sabía, no obstante, que mi baño tendría que ser controlado al milímetro por parte del fae, quien no se arriesgaría a perderme de vista bajo ningún concepto.
Rhydderch enarcó una ceja ante mis palabras, como si se sintiera ofendido.
—Faye se encargará de vigilarte —me aclaró, señalando a su fénix—. Como ya adivinarás, te recomendaría que no hicieras nada... sospechoso. Supongo que delante de ella no tendrás tantos reparos —apostillo con un brillo malévolo en sus ojos ámbar.
Le sostuve la mirada, sintiendo la rabia despertando en mi interior. No había hecho alusión todavía a la oferta que le había lanzado la noche anterior y yo no podía evitar preguntarme qué significaba eso. ¿Sería un sutil y educado rechazo...?
—Tendremos que ser rápidos —continuó hablando el fae, obligándome a prestarle de nuevo toda mi atención—. Se avecina una tormenta.
Alcé los ojos de manera inconsciente hacia el poco cielo que lograba atisbarse entre el follaje. De un cerúleo intenso, sin nubes a la vista, parecía burlarse de las palabras de Rhydderch.
En aquella ocasión fui yo quien enarcó una ceja de manera burlona... hasta que su irritante voz resonó en mis oídos, haciendo hincapié en la primera parte de su mensaje. El extraño plural que había empleado, como si... Una sonrisa socarrona se formó en los labios del fae, haciéndome temer que se hubiera introducido en mis pensamientos, leyéndomelos tal y como lo haría con un libro abierto.
—Eres muy perspicaz, fierecilla: si no queremos perder ni un valioso segundo de nuestro tiempo, tendremos que bañarnos a la vez y ser eficientes, ya que no sé cuándo nos toparemos con otra fuente de agua de este tamaño.
Mi rostro perdió color por las implicaciones de lo que suponía su plan de asearnos a la par. Rhydderch tuvo el descaro de guiñarme un ojo antes de señalar a Faye con un gesto de su barbilla.
—Ella te vigilará —me recordó con perversa diversión—. Procura no darle motivos para que use sus afiladas garras.
❧
Puse todo mi empeño en no hacerlo. Tras su burlona despedida, Rhydderch se había apartado unos buenos metros para brindarme algo de intimidad, situándose cerca de la curva natural que formaba el lecho del río; una generosa capa de vegetación servía de barrera, protegiéndome de su inquisitiva mirada... pero no a él de la mía.
Faye había adoptado gustosa su papel de vigía, acercándose hacia donde su amo me había dejado muda de la impresión. Podía sentir su afilada mirada clavada en mi nuca mientras yo buscaba una excusa en el bosque que nos rodeaba para alejar mis ojos de la figura del fae.
Fracasé estrepitosamente.
Siguiendo el impulso que había despertado mi propia intriga, me entretuve unos segundos, fingiendo juguetear con los cordones de la chaqueta de mi desastrado uniforme, cuando en realidad no podía cesar con mi escrutinio. El corazón se me aceleró cuando le vi llevarse los dedos al dobladillo de sus prendas, resiguiendo el rico tejido de forma casi ausente.
Con una lentitud que parecía premeditada, como si supiera que había un par de ojos acechando, Rhydderch empezó a desvestirse, dejando caer sobre la orilla del río cada pieza de ropa. Mi boca se secó al contemplar su piel inmaculada, libre de cualquier imperfección o cicatriz; mis ojos se deslizaron sobre las curvas de sus músculos, ligeramente definidos y que delataban cierto entrenamiento físico.
Pensé en lo impropio de mi comportamiento, en mi propia hipocresía, pero quise justificarlo diciéndome a mí misma que se trataba de otro truco fae. Del encanto mágico que parecía rodearlos, convirtiéndolos en unas criaturas que atraían todas las miradas aunque no fueran conscientes de ello.
Mi mirada continuó fija en la espalda de Rhydderch, en todos y cada uno de sus movimientos; en las prendas que se acumulaban a sus pies. Su piel ligeramente bronceada delataba una vida acomodada, sin complicaciones; de nuevo las dudas sobre la verdadera identidad del fae resurgieron. Pensé en aquel torrente de agua que me había separado de Altair; mi primer pensamiento fue que los fae que lo provocaron estaban tras nuestra pista pero ahora... ¿Y si en realidad perseguían a Rhydderch quien, a su vez, había estado siguiéndonos a nosotros la pista?
Un sonido ahogado se quedó atascado en mitad de mi garganta cuando descubrí que el joven estaba dirigiéndose hacia el río, dejándose los pantalones puestos. Faye dejó escapar un airado chillido, agitando las alas y haciendo que desviara la atención hacia la fénix.
—¡El tiempo corre en tu contra, fierecilla! —escuché el grito cargado de diversión seguido de un chapoteo.
Sacudí la cabeza, avergonzada con mi comportamiento, y empecé a desvestirme a toda prisa, cuidándome en dejarme puesta la camisa interior y los pantalones, como Rhydderch. Dirigí mis pasos hacia el agua, sintiendo la mirada del ave controlar cada uno de ellos; comprobé que la temperatura del líquido era tolerable antes de introducirme aún más en el interior del río.
Contuve un suspiro cuando el nivel me llegó hasta la cintura. Rhydderch permanecía en su trecho, acicalándose; consciente de su última advertencia, me hundí en el agua, deseando eliminar de mi mente cada una de las imágenes de los últimos días con la misma facilidad con la que la suciedad que llevaba adherida a mi piel se limpiaba.
Traté de frotar cada centímetro de mi piel, viendo cómo la tierra y la sangre reseca desaparecían con la corriente. Faye seguía en la orilla, monitoreándome con aquellos inquietantes ojos dorados; no quise descubrir dónde estaba el fae, aún ligeramente arrepentida por mi espionaje.
Me apresuré en terminar con mi baño y regresé hacia donde la fénix me esperaba. Aprovechando que aún parecía quedarme algo de tiempo, tomé las prendas de los cantos y empecé a intentar adecentarlas, eliminando toda la suciedad posible del casi destrozado tejido.
Una sombra alargada indicó la llegada de Rhydderch, sorprendiéndome del sigilo con el que los de su clase eran capaces de moverse. Alcé la mirada hacia él, con el corazón latiéndome a toda velocidad; mis ojos recorrieron su cabello húmedo, las gotas que se deslizaban por sus mechones... el arco puntiagudo de sus orejas. Un rápido vistazo a la parte inferior de su cuerpo me desveló que había vuelto a vestirse.
Y me recordó que yo solamente llevaba mi camisa interior, mojada todavía por algunas partes.
—Tenemos que movernos, fierecilla —inspiró hondo antes de echar el cuello hacia atrás para contemplar la pequeña porción de cielo visible a través de las ramas de los árboles—. Puedo oler la tormenta.
Contuve mi propia curiosidad y me mordí la lengua, sin preguntarle respecto a su desarrollado sentido del olfato. Procurando mantener una actitud relajada, me incorporé hasta que quedamos frente a frente; Rhydderch bajó la mirada hacia mi rostro. Su atención apenas duró unos segundos, ya que observé cómo sus ojos se apartaban de los míos, tomando un rumbo descendente.
—Vístete, fierecilla —me instó, aún concentrado en su escrutinio—. El tiempo no juega a nuestro favor.
❧
Los presagios del fae terminaron por cumplirse mientras buscábamos un lugar donde resguardarnos. El cielo empezó a nublarse sobre nuestras cabezas mientras avanzábamos en silencio, con Faye planeando a unos metros de distancia, guiándonos con su dulce melodía; una solitaria gota cayó sobre mi mejilla, haciendo que alzara la mirada y me topara con un cúmulo de nubes oscuras que traían consigo la tormenta que Rhydderch había mencionado en el río, antes de azuzarme para que nos pusiéramos en movimiento.
El sonido lejano de un trueno hizo que todo mi cuerpo se tensara, deteniéndome en seco. El fae, que caminaba unos pasos por delante de mí, también lo hizo al no escuchar el sonido de mis botas tras su estela; frunció el ceño al seguir la dirección de mi mirada, contemplando con preocupación la masa nubosa de color gris plomizo.
—La tormenta ya está aquí.
Como si sus palabras —o su magia— la hubiera conjurado, un nuevo trueno sacudió el bosque antes de que una cortina de agua cayera sobre nosotros con rabia, calándonos hasta los huesos. Ahogué una exclamación de frustración mientras la lluvia continuaba descargando sin piedad. Rhydderch no titubeó al hacerme una seña, indicándome que me pusiera en marcha y yo no dudé un segundo en obedecer, acercándome hasta donde el fae estaba detenido.
A unos metros creí distinguir a través del sonido de la tormenta la familiar canción de Faye; el brillo rojizo de sus alas al planear anunció su llegada. La fénix agitó su poderosa cola con nerviosismo, llamando la atención de Rhydderch.
—Ha encontrado algo —me tradujo el fae.
De nuevo obedecí sin protestar. Atravesamos el bosque en silencio, acompañados únicamente por el sonido de la tormenta a nuestro alrededor, mientras Faye nos dirigía a través de la cortina de lluvia. Las ropas empezaron a pesar sobre mi congelado cuerpo, entorpeciendo mis pasos; mi mirada buscó a Rhydderch, quien parecía caminar con mucha más soltura que yo, a pesar de estar calado hasta los huesos.
La fénix nos condujo hasta una pared de piedra con un prometedor agujero horadado. Aceleré de manera inconsciente, pero la mano de Rhydderch me detuvo cuando intenté rebasarlo, deseando guarnecerme bajo el techo; sus ojos ambarinos me contemplaron con un brillo de advertencia.
—Quédate aquí.
No entendí su orden, pero un segundo vistazo a su mirada hizo que mis pies se quedaran clavados en el suelo, bajo un endeble tejado natural formado por algunas ramas. No pude hacer otra cosa que observar cómo Rhydderch se apartaba de mi lado, desenfundando en su camino hacia la entrada la daga que siempre procuraba mantener lejos de mi alcance. Faye se posó con suavidad sobre una de las ramas cercanas, adoptando su papel de guardiana otra vez, sustituyendo a su amo, cada paso más cerca de la cueva.
El corazón se me aceleró ante la estupidez de su decisión de dejarme sola, sin más ojos acechándome que los de su fénix. Sabía que Faye podía llegar a ser una criatura peligrosa, pero me sorprendía la fe que Rhydderch siempre depositaba en ella; me crucé de brazos, ignorando la sensación húmeda y pegajosa de las mangas al adherirse aún más a la piel, y opté por no hacer ninguna tontería, por muy tentadora que resultara la idea de aprovechar aquella oportunidad para perderme en el bosque, bajo aquella lluvia torrencial.
Minutos después, Rhydderch emergió de la cueva, alzando los brazos para indicarme que me reuniera con él en la entrada. Aterida por el agua que las nubes continuaban descargando, me tambaleé hasta donde el fae aguardaba, en esta ocasión con las manos vacías; Rhydderch me acompañó hasta el interior de la cueva en silencio, dejando que los truenos llenaran el espacio entre los dos.
Estudié el entorno, consciente de lo reducido que era en comparación con la otra. El fae se adelantó unos pasos para dejar caer al suelo la pesada bolsa donde transportaba sus efectos personales.
—Necesitamos un fuego —señalé estúpidamente.
Nuestras prendas estaban empapadas y el frío ya empezaba a colarse a través de la humedad del tejido. Mi cuerpo tembló mientras dirigía mi mirada hacia la cortina que caía al otro lado de la entrada, difuminándolo todo; necesitábamos madera para poder preparar una hoguera que nos permitiera secar la ropa y hacer que entráramos en calor, hecho que resultaba cuanto menos imposible teniendo en cuenta que la lluvia habría echado a perder cualquier leña útil para encender fuego.
Observé los hombros de Rhydderch rotar antes de que alzara su mirada hacia la mía. Sus extraños ojos ambarinos parecieron relucir con vida propia, en especial el anillo dorado que rodeaba su pupila; una sonrisa divertida se formó en sus labios, haciendo que me estremeciera, antes de incorporarse con aquella fluida gracia que parecía compartir todos los de su clase. Mi repentina inmovilidad no hizo más que acrecentar su fanfarronería cuando se inclinó hacia la bolsa y empezó a indagar en su contenido sin apartar la mirada de mis ojos.
Una de las pesadas mantas en las que me envolvía durante las noches impactó contra mi pecho con suavidad cuando Rhydderch la lanzó en mi dirección. Me aferré a su grueso tejido, tiritando de pies a cabeza.
—Deberías quitártelas —con unos segundos de retraso entendí que estaba refiriéndose a mis ropas mojadas.
Tensé la mandíbula al ver cómo decidía aplicar de nuevo esa forma de dirigirse a mí mediante escuetas frases que se asemejaban más a tajantes órdenes. Tras la conversación que habíamos mantenido aquella noche, Rhydderch se había sumido en un profundo silencio que únicamente rompía para hacer ese tipo de comentarios.
—No soy un maldito fénix al que puedas dar órdenes —le gruñí.
—Es verdad —coincidió conmigo en tono sarcástico—: Faye al menos no replica.
Mi boca se abrió y cerró varias veces mientras mi cerebro trataba de hallar una respuesta. Rhydderch enarcó una ceja de manera burlesca al descubrir que había conseguido dejarme sin palabras; el gorjeo de la fénix se asemejó a una risa desde el rincón desde el que nos contemplaba.
—Tu terquedad no hará más que traerte problemas, fierecilla.
Decidí cambiar de tema, inesperadamente dolida por su acertada observación.
—El único problema que veo ahora mismo es que necesitamos fuego.
Los ojos ambarinos del fae parecieron relucir, destacando el fino círculo dorado que bordeaba su pupila. Ahogué una exclamación cuando una trémula llama chisporroteó en la palma de una de sus manos, arrancándole un brillo aún más sobrenatural a su mirada.
—Problema solucionado.
❧
Busqué refugio en uno de los rincones oscuros de la cueva para retirarme las prendas mojadas y cubrirme con la manta que el fae había tenido el detalle de pasarme antes de regresar hasta donde Rhydderch se había sentado, también protegido con otra gruesa manta. El fae tenía los brazos extendidos, con ambas manos envueltas en un poderoso fuego que formaba un generoso círculo de luz y proporcionaba calor suficiente para que las prendas colocadas sobre las piedras empezaran a secarse.
Tras colocar las mías, me quedé plantada cerca de donde Rhydderch se encontraba, sin saber muy bien dónde situarme. La magia del fae seguía alimentando el fuego que había conjurado, haciendo que la temperatura fuera perdiendo parte de su gélida mordida; mis dedos se aferraron al grueso tejido mientras continuaba observando aquella pequeña muestra del poder que corría en las venas de Rhydderch.
—Acércate y siéntate a mi lado, fierecilla —la voz del fae sonó casi divertida—. Por muy romántica que pueda resultar la tormenta y la cueva, digna de una historia de amor... Mis intenciones están lejos de tratar de seducirte.
Mis labios se fruncieron de manera inconsciente ante el tono jocoso, pero me dejé caer pesadamente hacia el hueco vacío que había a su izquierda. Por el rabillo del ojo vi cómo se elevaba la comisura de su boca, quizá con un leve aire de victoria por mi ausencia de réplica en aquella ocasión.
Obligué a mi mirada a centrarse en el fuego que ardía en sus manos sin herirle, notando ese débil tirón en mi interior, atraído por la magia que emanaba del fae. Un pobre eco de mi propio poder, si de verdad lo poseía, hacia la desbordante fuente que parecía atesorar Rhydderch.
—¿Dónde está el límite a vuestra... a eso? —me corregí automáticamente, señalando con un gesto de barbilla la llama.
—¿A nuestra magia? —me preguntó, flexionando los dedos y haciendo que el fuego chisporroteara sobre ellos. Asentí—. Depende, la magia no se manifiesta de igual modo en todos los fae.
Aparté la mirada, desviándola hasta su rostro, presa de una súbita curiosidad. El ambiente parecía haberse relajado gracias al calor que emitía su propio fuego, haciendo que la tensión que había acompañado al muchacho se disipara en apariencia; los Reinos Fae —y sus moradores— eran un completo misterio más allá de los rumores y habladurías que corrían sobre ellos, casi todas escuchadas a escondidas en los antros de mala muerte a los que Greyjan nos arrastraba en la ciudad cuando teníamos un respiro de la instrucción. ¿Por qué no emplear a mi favor aquel inusual estado comunicativo por parte de Rhydderch para obtener más información?
—Pero Morag y los suyos...
Recordaba con claridad cómo Faurak y el resto de fae habían hecho un aterrador despliegue de su magia, canalizándola en distintos elementos que habían empleado como mortíferas armas los unos contra los otros.
La risa de Rhydderch ahogó mi frase.
—Los humanos no tenéis idea de nada —dijo casi para sí mismo, antes de ladear su rostro en mi dirección y hacer que sus ojos conectaran con los míos, provocándome un escalofrío de anticipación y cierto temor—. Los Reinos Fae no somos los únicos territorios, fierecilla. Hay muchos más ahí fuera.
* * *
ALOOOOOO No sé si os lo esperabais (quizá sí, ya que he avisado esta tarde, jeje) pero aquí estoy de nuevoooooo.
Tal y como prometí, este agosto estoy tratando de ponerme las pilas con la escritura. Aún avanzo un poco lento para lo que era, pero voy poquito a poco; lo que quiero decir es que es muy posible que actualice en días dispersos, en parte para compensaros por estos meses de absoluto caos.
Y ahora, ronda de preguntas (os podréis quejar, este capi ha sido laaaargo, pero agarraos la ropa interior porque se vienen curvitas y reencuentros con personajes que ya vimos de pasada en Vástago de Hielo, je):
No comentarios sobre Verine jugando la baza de que Rhydderch sobre la confianza, apuestas sobre cómo le saldrá el asunto :)
No podéis verlo, pero tengo mis ojitos aguados por el momento del río porque recuerdos de Vietnam casi (momento The Summer Court pleno apogeo de TSNR y qué traviesa nuestra pequeña Verine que no puede resistirse a los encantos de un apuesto príncipe fae aunque, entre nosotres, ella no se lo imagina todavía!)
Y siguiendo con el momento emotivo de antes, hay cierto guiño en una de las frases de Rhydderch a las L4C (a ver quién lo encuentra, que lo señale porfi)
por último: RHYDDERCH CONFIRMANDO EL FAENANAVERSO
(y con esto y un bizcocho... nos vemos en la próxima actualización sorpresa)
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