Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❧ 28

Pasar la primera noche en el Gran Bosque sin sufrir ninguna emboscada o ataque ayudó a que el nerviosismo generalizado que se había instalado en el grupo disminuyera, al contrario que mi propia agitación. Mi decisión de estar dispuesta a robarle el arcano a Altair me mantenía en un constante estado de alerta; las sospechas que lord Ephoras guardaba sobre mí tampoco eran de mucha ayuda.

Dejé que el sonido de la conversación de mis compañeros me envolviera, distrayéndome lo suficiente del caos que se había desatado en mi mente. Una tímida cortina de luz se colaba a través del follaje sobre nuestras cabezas; Greyjan estaba agradeciendo a los antiguos elementos el haberle permitido seguir respirando en aquella trampa mortal. La escena había arrancado un par de risas entre Alousius, Vako y Dex, quienes estaban apiñados, recogiendo las mantas y devolviéndolas a las alforjas.

Altair continuaba apartado y lord Ephoras parecía haberse tragado su orgullo, sometiéndose a la autoridad del otro. En aquel momento estaba cerca de mi amigo, gesticulando con aire casi sumiso; a través de la distancia que me separa de tan extraña pareja pude ver cómo Altair fruncía el ceño ante lo que fuera que su segundo estuviera diciéndole.

—Verine.

El vello se me puso de punta al escuchar el tono cortante con el que mi amigo pronunció mi nombre, la orden subyacente. Consciente de que todas las miradas del grupo se habían desviado en mi dirección, baje la cabeza y crucé los metros que me separaba de lord Ephoras y Altair; el soldado del Círculo de Hierro torció los labios ante mi llegada, recordándome que no le resultaba del todo grata. Mi amigo, por el contrario, se limitó a señalarme con un aspaviento que acelerara el paso.

Una vez llegué a su altura, incliné mi cabeza con deferencia.

—Lord Altair —saludé con voz impersonal, luego disparé mis ojos hacia el otro hombre—. Lord Ephoras.

Procuré mostrarme lo más entera posible, fingiendo no estar al corriente de la animadversión que sentía lord Ephoras hacia mi persona por creer que era una farsante y haber mentido con el propósito de desestabilizar al sobrino del rey. Alterné mi mirada entre ambos, a la espera de que me indicaran para qué me necesitaban.

—Como os comenté, lord Ephoras —empezó mi amigo, cruzando los brazos contra su pecho—, Verine nos servirá de guía.

Las dudas y los recelos cubrieron los ojos negros del lord, que me observó fijamente.

—Una extraña habilidad —repuso su segundo al mando, sin preocuparse en ocultar su sospecha— el saber orientarte por un lugar tan peligroso como éste, soldado.

Dudé entre si debía hablar sobre mis orígenes o, por el contrario, mantenerme en silencio al respecto. Si lord Ephoras ya tenía sus creencias sobre mi supuesta naturaleza sobrenatural, confesarle que aquel había sido mi patio de juegos y mi hogar no haría más que avivar el fuego de sus acusaciones.

—No todo el bosque es peligroso, lord Ephoras —repliqué con tono comedido—: solamente los lugares cercanos a la frontera que separa los dos Grandes Reinos.

—Verine —intervino Altair, de nuevo haciendo uso de su recién recuperada confianza en sí mismo y autoridad—. Necesitamos que nos conduzcas hasta ese lugar que has mencionado.

Un escalofrío recorrió mi espalda al oír la orden camuflada en amable petición de mi amigo. Estaba exponiendo parte de sus intenciones al querer ir allí, a ese rincón donde las criaturas más terribles solían rondar en busca de inocentes y despistadas presas... como nosotros.

La mirada de lord Ephoras se tiñó de exasperación y apartó los ojos de mí para poder observar a su protegido. A juzgar por cómo apretó el puño derecho, no era la primera vez que escuchaba la idea de Altair de internarnos a tanta profundidad del bosque, aumentando el riesgo a ser atacados por las bestias que moraban entre la espesura.

—Me veo en la obligación de recordaros mi postura respecto a eso, mi señor —dijo con voz ronca.

—Tenemos una misión, lord Ephoras —contrapuso Altair.

El interpelado enarcó ambas cejas.

—De la que os habéis estado callando detalles, milord —señaló, triunfal por haber llegado a un punto de la conversación que parecía resultarle de sumo interés—. Os hemos seguido a ciegas y hemos perdido a uno de los nuestros en el camino. Decís querer descubrir las maquinaciones de los fae pero ¿cómo? Estáis conduciéndonos a una muerte más que segura...

Altair se irguió, echando los hombros hacia atrás.

—La muerte de Gwynedd, como bien apuntasteis, no será olvidada —respondió con firmeza—. Tengo un plan para poder internarnos en alguno de los Reinos Fae sin ser descubiertos, pero necesito que confiéis en mí, lord Ephoras.

Un nudo de temor empezó a retorcerse en la boca de mi estómago. Sabía que ese plan del que había hecho mención estaba directamente relacionado con el arcano y no podía permitirme que nadie más supiera de su existencia; si Altair decidía compartir la carga del secreto, desvelándoselo a lord Ephoras... Eso sería un auténtico problema para mis propios planes. El hecho de que llevábamos con nosotros aquel artefacto mágico debía continuar siendo un secreto entre mi amigo y yo.

De lo contrario, me resultaría mucho más complicado robarlo.

Lord Ephoras se mostró ligeramente reacio a ceder parte de su confianza a mi amigo, continuando con aquella venda situada sobre sus ojos, limitándose a tratar de cumplir con la promesa que le había hecho al rey de proteger a su sobrino y potencial heredero.

—Me lo ponéis muy complicado, mi señor —suspiró con derrota, como si el cansancio de tener que enfrentarse a Altair en algunos momentos estuviera pasándole factura.

—Os entiendo —reconoció mi amigo—. Por supuesto que os entiendo, Ephoras, pero no puedo hablar todavía.

La mirada del otro se desvió en mi dirección, malinterpretando el motivo por el que Altair prefería guardar silencio respecto a cómo iba a conseguir que pusiéramos un pie en territorio enemigo sin que se nos echaran encima.

—Verine —repitió mi amigo y yo me concentré en su voz, en su mirada donde, para mi propia sorpresa, encontré un poso de férrea confianza—. ¿Podrás conducirnos hasta allí?

El sonido ahogado que pertenecía a la voz de mi padre repitió en mis oídos viejas advertencias sobre internarme demasiado en el bosque. Unas advertencias que él nunca había parecido seguir pues, en ocasiones, había visto desde mis escondites preferidos cómo su figura se confundía en la oscuridad como un ladrón, desapareciendo entre las sombras en dirección al corazón del Gran Bosque. Hacia la frontera.

Ahondé en aquellos desgastados recuerdos que parecían haber salido de la nada, notando una presión en las sienes debido al esfuerzo.

—Sí, mi señor —contesté sin atisbo de dudas.

Mi compromiso a guiarlos hacia la frontera me catapultó a la cabeza del grupo. Aquella jornada de viaje, después de retirarme para poder recoger mis pocas pertenencias, Altair había vuelto a llamarme; sin embargo, en aquella ocasión me indicó que condujera mi montura hacia el visible espacio que había entre mi amigo y su segundo al mando.

Tiré de las riendas de mi caballo para que trotara en esa dirección, con el estómago levemente acalambrado a causa de los nervios de tener que viajar en aquella privilegiada posición... Aunque lord Ephoras no pareciera demasiado convencido con la decisión de Altair y sintiera el calor de la mirada grupal clavada en mi nuca.

—¿Sabéis la distancia que existe, soldado? —me preguntó con brusquedad.

Mi montura se agitó un poco entre mis piernas al percibir mi fluctuante estado de ánimo.

—No sé el punto exacto por el que entramos al Gran Bosque, milord —respondí con entereza, sin dejarme amilanar por su descomunal presencia a mi lado—. Dadme un pequeño margen de actuación y os podré dar una respuesta.

El caballo de Altair relinchó.

—Todos confiamos en ti, Verine —declaró, rotundo.

Yo también quería hacerlo, pero las dudas lo empañaban. El Gran Bosque parecía haber tenido un efecto inmediato en mis recuerdos, ayudándome a recuperar viejos recuerdos de mi vida allí; me aferré a ese pequeño resquicio de esperanza, rezando para que fuera suficiente.

A la señal de Altair, todos picamos espuelas y nos lanzamos de lleno a la espesura que nos esperaba más adelante.

No tardamos mucho en toparnos con el primer retraso: la densa vegetación que fue creciendo a nuestro paso. Las monturas no eran capaces de atravesar con facilidad algunos puntos de nuestro camino, obligándonos a descender de las sillas y guiarlos con cuidado a través del verdor creciente, procurando que las raíces prominentes o los hoyos inesperados no se convirtieran en una trampa fatal donde los caballos pudieran correr el riesgo de partirse o lastimarse alguna pata.

Consciente de mi papel dentro del grupo, tuve que hacer acopio de energías para adoptar una postura cargada de una seguridad que no sentía en absoluto. Entre mi padre y yo habíamos ideado un modo de poder guiarnos por el bosque en caso de que alguno de nosotros se perdiera y necesitara encontrar el camino de regreso; aún recordaba la sonrisa que me dedicó cuando le pregunté por qué llevaba consigo uno de sus cuchillos, que siempre tenía celosamente escondidos para que no corriera el riesgo de herirme con ellos. Tomó mi mano y me condujo hacia el tronco más cercano.

«Verine, presta mucha atención —me dijo en aquel entonces—: cuando creas estar perdida, busca en los árboles y ellos te indicarán el camino a casa...»

No había mentido al decirle a lord Ephoras que necesitaba conocer el punto exacto de nuestra entrada para poder intentar buscar las señales que mi padre había tallado con tanto esmero para darme aquella inesperada herramienta para el caso de que no supiera cómo volver.

Solamente necesitaba tiempo y que el tiempo transcurrido no hubiera borrado mi única esperanza de poder cumplir con mi misión.

Pasé mis ásperas palmas por los troncos mientras avanzábamos, sintiendo cómo la luz se desvanecía poco a poco sobre nuestras cabezas, anunciando la llegada de la noche. Podía percibir la mirada de interés de Altair... y la de desdén de lord Ephoras; el segundo al mando no había vuelto a dirigirse a mí, pero la tensión que emanaba de su cuerpo era indicativo de lo poco confiado que era a mis habilidades para guiarnos a través del bosque.

—Quizá deberíamos detenernos —habló el lord con voz firme—. Apenas hay visibilidad y las monturas podrían herirse.

Altair tuvo que darle la razón: sería arriesgado continuar, sabiendo que la ausencia de luz podría jugarnos malas pasadas. En especial con nuestros caballos si no apreciábamos cualquier peligro en el suelo.

Mi amigo alzó el puño.

—Debemos buscar un lugar lo suficientemente despejado para poder pasar la noche —anunció en voz alta, levantando una oleada de murmullos entre los miembros del grupo—. No nos arriesgaremos a encender un fuego.

Una oleada de descontento se expandió a nuestras espaldas ante la noticia de que aquella noche no tendríamos más que nuestras mantas para combatir las bajas temperaturas que traía la oscuridad. Sin embargo, nadie se atrevió a contradecir las órdenes de Altair: intentar prender una hoguera en aquel espacio tan cubierto por la vegetación podría desembocar en un incendio descontrolado...

Apreté los dientes con fuerza, forzándome a sobreponerme a la oleada de recuerdos que me sobrevino al formar esa funesta imagen dentro de mi cabeza, empujando a que otros recuerdos salieran a flote. Durante unos segundos casi pude percibir de nuevo el olor a humo y a madera quemada; los bordes de mi visión se ennegrecieron y temí desplomarme cuando noté un ligero temblor en las rodillas.

«Focalízate, Verine», me ordené mentalmente.

No podía permitirme ceder otra vez a la debilidad de mi pasado, a dejar que las pesadillas se hicieran con el control, dejándome en evidencia frente al grupo y generando aún más habladurías sobre mi cordura. Tras aquel primer odioso momento donde me había visto atrapada en mis viejas enemigas, había decidido no seguir posponiendo más lo inevitable: tomar los remedios que había conseguido en una de las boticas de Merain para poder dormir sin sueños. Mi discreta bolsita con aquellas hierbas, y otras con diferente uso, que la amable propietaria me había vendido estaba escondida entre mis pertenencias, a la espera de que volviera a recurrir a su contenido.

—Reanudaremos la marcha al amanecer —habló lord Ephoras—. Las guardias se mantendrán como hasta el momento.

Mi rostro se contrajo en una mueca. Eso suponía que quedaría en manos de Greyjan y en las mías; aún teníamos que cumplir con nuestra pequeña penitencia por lo sucedido con Gwynedd. Me acerqué hacia mi compañero y ambos acordamos el orden: él haría el primer turno y yo el siguiente.

El resto del grupo tomó posiciones en un rincón lo suficientemente despejado para que pudiéramos instalarnos con cierta libertad. Algunos hombres empezaron a extender sus mantas mientras los otros se encargaban de las monturas, que relinchaban y pateaban el suelo con impaciencia. Compartí a duras penas el agua con mi propio caballo y acaricié su poderoso cuello; nuestras provisiones no eran infinitas, por lo que pronto tendríamos que encontrar un riachuelo o corriente, por leve que fuera, de agua para poder sustituir las reservas que ya hubiéramos consumido.

Necesitaba encontrar las señales que mi padre había dejado por el bosque...

Necesitaba regresar a mi hogar, o lo que quedara de él, para contemplarlo por última vez.

Quería cumplir con las expectativas que Altair había puesto sobre mis hombros y el tiempo no era ningún aliado. Quizá por eso aguardé a que todo el mundo se deslizara en sus respectivos nidos de mantas y que Greyjan eligiera dónde empezar a hacer su turno de guardia antes de ponerme en pie con el propósito de investigar por mi cuenta.

Me deslicé como una sombra entre los árboles, tanteando en mi camino. Buscando cualquier relieve que resultara ajeno en los troncos, pero que a mí me fuera dolorosamente familiar; cuando era niña, ni mi padre ni yo requerimos de ningún tipo de mapa, pues las marcas servían para distintas funciones: encontrar nuestra casa, conducirnos hacia el tramo del río más cercano... Cada vez me resultaba más sencillo recordar pequeños detalles de mi pasado, detalles que creí haber olvidado por el tiempo que había transcurrido. Por la nueva vida que me había creado en Merain.

Procuré que mis botas no aplastaran con demasiada fuerza la hojarasca que cubría el suelo y rodeé el asentamiento donde el grupo trataba de conciliar el sueño. Sabía que tenía que correr el riesgo de alejarme lo suficiente de allí si quería tener una oportunidad real de encontrar algún rastro de los caminos que mi padre había marcado para mí. Saqué una pequeña daga de la caña de mi bota —una decisión de última hora, tomada después de la muerte de Gwynedd— y empecé a hacer mi propia hilera de discretas muescas en los troncos frente a los que pasaba.

—Tu extraño comportamiento podría levantar ciertas suspicacias en algunos miembros, Verine.

Una ramita crujió bajo el peso de mi talón cuando escuché aquella voz masculina saliendo de alguna parte. Mis pies se quedaron clavados en el sitio y una sensación fría se extendió por mis venas al ver una figura emerger de la oscuridad.

—Altair —suspiré, recuperándome de la sorpresa de haberme visto al descubierto.

Mi amigo atravesó la poca distancia que nos separaba, permitiéndome ver su ceño fruncido al detenerse frente a mí.

—No deberías separarte del grupo, no después de lo que sucedió con Gwynedd.

¿Acaso estaba mostrando preocupación por lo que pudiera pasarme...? Algo se agitó dentro de mi pecho al querer creer que, a pesar de que me había asegurado que las cosas seguían estando en el mismo punto en que lo dejamos en Merain, mi amigo estaba cambiando poco a poco de parecer.

Pero la presencia fantasma de lord Ephoras y sus prejuicios opacó levemente la esperanza que notaba encendida en mi interior ante una cercana reconciliación con Altair. Había entendido el mensaje implícito en sus palabras al advertirme sobre mi comportamiento.

—Sé que lord Ephoras guarda sus dudas conmigo —desvelé y una sombra de culpabilidad atravesó sus ojos azules, delatándose y confirmando mis palabras.

Pero Altair no las compartía. Mi amigo me había defendido con vehemencia frente a su segundo al mando, llegando hasta el punto de lanzarle una clara advertencia al soldado si se atrevía a hacer alguna insinuación sobre mí.

—Verine...

Me encogí de hombros, sacudiéndome de encima la incómoda sensación que parecía haber aparecido de repente.

—Mi padre y yo teníamos un método para movernos por aquí —actué de manera inconsciente, abriéndome de nuevo a él como en el pasado—. Estoy intentando encontrar alguna pista...

Altair era el único que conocía toda mi historia, mis orígenes. Lo había compartido a algunos de nuestros amigos, sin pensar en mis sentimientos, pero no lo había hecho con lord Ephoras cuando anunció que yo les guiaría hacia la frontera; el estómago se me retorció al creer ver en ello otra tenue señal de que la resistencia de mi amigo estaba cediendo poco a poco.

Apoyé una mano sobre el tronco que quedaba a mi derecha.

—Él marcaba los árboles —dije a media voz— para mí, para que yo pudiera utilizarlos de guía por si acaso algún día lo necesitaba.

Altair dio un paso hacia mí.

—Necesito saber si serás capaz, Verine —sus enérgicas palabras me dejaron momentáneamente confundida—. Este lugar debe guardar buenos y malos recuerdos para ti, después de lo que sucedió. Necesito saber si puedes hacerlo.

Algo desagradable empezó a burbujear a fuego lento en mi interior. ¿Estaba insinuando que no estaba preparada para cumplir con la misión que se me había encomendado? ¿Toda su actitud no era más que una fachada con la que esconder las dudas que guardaba respecto a mi implicación...?

Retrocedí, alejándome de su lado. Rehuyéndole para que no fuera capaz de ver el dolor que mi mirada mostraba ante su dura declaración.

—¿No estoy haciéndolo, milord? —le espeté, tiñendo de desdén su título—. Regresa junto al resto y déjame demostrarte si puedo hacerlo o no.

Altair alzó el brazo, como si quisiera aferrarme, pero yo no le di oportunidad porque di un par de pasos hacia atrás, creando una mayor distancia.

—Me sentiría mucho más tranquilo si...

La rabia bullía en mi sangre, en mis oídos.

—Y yo me sentiría mucho más tranquila sabiendo que no tengo que cargar con nadie mientras exploro por mi cuenta.

Luego di media vuelta y me alejé de allí, procurando marcar cada uno de los árboles para mi regreso.

* * *

¡ESTO NO ES NINGÚN SIMULACRO... HE REGRESADO! 

Este meme nos representa porque casi han sido 84 años desde que tuviera que entrar en hiatus porque mi vida no daba para más... pero, como mi tierna abueltia suele decir: mala hierba nunca muere

Ahora que estoy en horario verano, con las tardes libres, puedo volver a la escrituras y a las actualizaciones.

Así que, tal y como prometí, la historia que ganara sería la primera en actualizarse con motivo del comeback del verano (?) y esta ha sido Thorns (no sabía que tuviera tanto seguimiento, but mil gracias por lo que toca)

Y quiero añadir, antes de marcharme, que la historia ya va llegando al punto al que tantas ganitas tenía de llegar

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro