❧ 21
Los muslos empezaron a arderme a causa de las largas horas en las que llevaba allí sentada, cambiando de ritmo conforme lo marcaban Ephoras y Altair. La posada y la aldea donde habíamos pernoctado habían quedado atrás hacía mucho tiempo, siendo el paisaje sustituido por una inabarcable extensión de terreno yermo, ocasionalmente salpicado por alguna mancha de verde en la lejanía.
El grupo permanecía en silencio desde hacía un buen rato. Las bromas, los comentarios mordaces o las insinuaciones se habían terminado kilómetros atrás; los miembros veteranos del Círculo de Hierro montaban casi apiñados a poca distancia de nosotros. Ephoras y Altair continuaban en cabeza, ambos con la mirada clavada al frente.
La ausencia de conversación hizo que mi mente volviera a retrotraerse a lo acontecido la noche anterior. Seguía aturdida por la inesperada confesión de mi amigo respecto a la treta de aquel compromiso falso; en los años que llevábamos juntos, nunca había dado muestras de que sus sentimientos hacia mí fueran tan... tan fuertes. Tan profundos.
Eché la vista atrás, a los recuerdos que guardaba después de que Altair lograra que fuera aceptada por el comandante Erelmus, quien había intercedido por mí frente al resto de superiores. ¿En qué momento había cambiado su percepción hacia mí?
¿Cómo había podido estar tan ciega, si hasta Greyjan había sido consciente de ello? Sostuve las riendas con más fuerza y traté de ignorar el dolor que me recorría desde el tobillo hasta la cadera mientras mi corazón se encogía. Si realmente Altair sentía algo, ¿por qué guardar silencio? ¿Por qué mantener en secreto sus sentimientos?
¿Y qué había de los míos? Me mentiría a mí misma si negara que no había nada, que no sentía nada. Desde la primera noche que pasamos juntos fui consciente de que no sería sencillo, que jamás podría aspirar a tener más que eso. Pero estaba conforme, sabía cuál era mi lugar y aceptaba que llegaría un momento en que todas esas noches que compartía con Altair se acabarían.
Quería a Altair. Le quería y eso nunca sería suficiente.
Siempre había sabido que otra mujer estaba destinada a estar con él. Alguien mucho más conveniente que yo; una joven doncella ruborosa y frágil de familia noble que necesitara de su protección.
Todo lo opuesto a mí.
Pero si Altair hubiera reunido el valor suficiente para hacerme la propuesta de convertirme en su esposa, ¿cuál habría sido mi respuesta...?
No lo sabía.
❧
Tal y como había prometido, Ephoras se encargó que lo sucedido en las caballerizas de la posada no cayera en el olvido. Cuando Altair nos dio el alto, tras haber caído el sol sin que se nos hubiera permitido hacer ni una sola parada, su segundo al mando se acercó a nuestro grupo con una expresión que no ocultaba su satisfacción; mientras que nos hacíamos a un lado del polvoriento camino y empezábamos a preparar un improvisado campamento donde pasar la noche, Ephoras se dirigió a Greyjan y a mí. Mi amigo se encontraba algo más despejado que cuando partimos de la aldea, aunque se había mantenido sumido en un extraño silencio que no había sido pasado por alto, en especial por Alousius, quien solía ser la diana habitual de Greyjan y su sentido del humor.
Bajé de la silla con esfuerzo, sintiendo cómo el ardor de las piernas empeoraba y convertía el simple acto de permanecer en pie en una lenta tortura. Me resultó complicado dejar mi expresión vacía ante la inquisitiva —y despiadada— mirada de Ephoras; a poca distancia, Greyjan tampoco perdía de vista al hombre.
—Vosotros dos —dijo, arrastrando las palabras—. Tenéis trabajo que hacer.
❧
A modo de represalia por nuestro altercado con Gwynedd, lord Ephoras nos designó, tanto a Greyjan como a mí, como responsables de prácticamente todas las tareas: la primera muestra de lo que nos esperaba de cara al futuro fue la ya familiar —al menos para mí— tarea de hacer toda la guardia; en mi cara estalló una oleada de calor por lo indignada que me encontraba ante tal decisión, pero conseguí mantener los labios sellados e impedir que mi impulsividad me granjeara un endurecimiento del castigo. Greyjan también llegó a la misma conclusión, por lo que se limitó a fulminar con la mirada a Ephoras.
Al no haber ningún asentamiento de árboles cerca, no contábamos con leña con la que poder prender un fuego; vi la resignación en los rostros del resto del grupo cuando empezaron a sacar de sus alforjas las pesadas mantas sabiendo que ellas serían con lo único que contarían contra las bajas temperaturas. Retiré la silla y el resto de equipaje de mi montura para brindarle un merecido descanso tras aquella larga caminata; aproveché el calor que desprendía y monté mi improvisado nido de mantas a su lado, dejando todas mis pertenencias cerca, preparada para mantenerme toda la noche en vela.
Observé a mis compañeros. Ninguno de ellos parecía propenso a iniciar una conversación, a juzgar por lo concentrados que estaban en sus propios asuntos.
La brecha que separaba al grupo se hizo visible de nuevo: a un lado se reunieron Gwynedd y sus amigos, incluyendo a Ephoras y Altair; a unos metros de distancia de mí se instalaron Dex, Vako, Alousius y un huraño Greyjan.
El ambiente pareció enrarecerse a causa del pesado silencio que nos acompañaba. El buen humor del que habían hecho gala en la posada antes de marcharnos se había evaporado; me fijé en lo pensativos que parecían encontrarse... a excepción de uno de ellos. La intensa —y cargada de odio— mirada de Gwynedd estaba posada en mí a pesar de la distancia que nos separaba al uno del otro; sabía que no podía bajar la guardia de ahora en adelante, que la promesa de lord Ephoras de hacernos pagar por lo sucedido no iba a satisfacerle. No le conocía, pero tenía la intuición de que sería un hombre al que le gustaba arreglar sus propios asuntos.
Le sostuve la mirada por una cuestión de orgullo. Él me veía como una criatura débil, un bonito juguete que Altair había decidido unir a la expedición para su propio disfrute; tenía presente la velada amenaza que había susurrado cerca de mi oído antes de volver al camino.
Tenía que guardar mis espaldas porque Gwynedd estaba maquinando algo, de eso estaba segura.
❧
Estaba rodeada de oscuridad. Mirara donde mirase, lo único que veía era un vasto telón de color negro; el corazón arrancó a latirme con violencia. ¿Dónde estaba...? Un fuerte aroma de envolvió, haciendo que mi nariz comenzara a picarme debido a su intensidad; traté de moverme, pero mi cuerpo no parecía responder a mis órdenes. Mis piernas... mis brazos... Ninguno de ellos funcionaba.
El pánico se disparó en mi interior y todo lo que me habían enseñado sobre él pareció quedar olvidado por completo: la confusión, la negrura y la parálisis a la que mi cuerpo estaba sometido me transformaron en una criatura que solamente era capaz de actuar conforme a sus instintos. Un grito se formó en mi garganta, reptando por ella para tratar de escapar entre mis labios; un ardor se extendió por mi esófago cuando el aullido logró huir.
Entonces la oscuridad se disolvió, como si alguien me hubiese quitado de golpe la venda o capucha que cubría mis ojos.
El corazón se me detuvo cuando reconocí el entorno. Los grandes árboles que extendían sus copas hacia el cielo, intentando alcanzar a las estrellas; yo había crecido en aquel lugar, había trepado por esos rugosos troncos. Una luz brillante atrajo mi atención y otro grito brotó de mi garganta, resintiendo sus paredes debido a la rabia y al dolor que envolvían a aquel sonido casi animal que había soltado: la cabaña donde vivía con mi padre. Mi hogar. Toda ella era pasto de las llamas, que se alimentaban de su madera para poder destruirlo todo a su paso.
Recordé el cuerpo de mi padre tendido en el suelo de la estancia central, la rigidez de sus músculos... Su pecho inmóvil. Apenas pude distinguir las extrañas voces que me rodeaban más allá del pitido que se había instalado en mis oídos; en mi mente no paraba de repetirme una y otra vez que tenía que ayudar a mi padre. Que debía sacarlo de aquel infierno antes de que fuera demasiado tarde.
En esa segunda ocasión mis extremidades respondieron cuando traté de ir hasta la cabaña ardiendo. Mis piernas parecían encontrarse débiles, casi sin fuerza para sostenerme; me tambaleé como un bebé dando sus primeros pasos, con la firme determinación de salvarle.
El calor que desprendía la enorme pira en la que se había transformado mi hogar me obligó a reducir la velocidad. Los ojos se me llenaron de lágrimas y empecé a llamar a mi padre a gritos, sin importarme lo doloroso que resultaba para mi resentida garganta.
—¡Papá...!
Alguien me aferró por la espalda, haciendo que mi lengua se trabara. El olor intenso que antes había sentido en mi nariz —y que ahora reconocía: madera quemada— se entremezcló con otro completamente distinto, casi metálico; dejé escapar una exclamación ahogada cuando la persona que me retenía me obligó a dar media vuelta. Un dolor incendiario se extendió por mis muñecas y antebrazos, haciéndome volver a gritar... esta vez de dolor. Era como si el fuego que ardía a mi espalda, destruyendo la cabaña, me hubiera alcanzado y estuviera carbonizando mi carne del mismo modo que lo estaba haciendo con la madera.
A través de las lágrimas que cubría mi mirada pude distinguir el reluciente brillo de una armadura. El estómago me dio un violento vuelco cuando vi unas salpicaduras oscuras frente a mis ojos; el aire dejó de entrar en mis pulmones y mis rodillas empezaron a entrechocar la una contra la otra a causa de los temblores que sacudían mi cuerpo.
Sangre.
Mis desesperados intentos por soltarme del férreo agarre no dieron sus frutos, provocándome otra oleada de ardiente agonía. Sollocé con fuerza, con la vista nublada a causa de las lágrimas; oí cómo alguien gritaba algo y el temor hizo que convulsionara de pies a cabeza. Me vi envuelta en una cacofonía de voces que apenas conseguía entender; disparé mi mirada hacia nuestro alrededor, desesperada por encontrar una vía de escape.
Una sensación amarga y ácida ascendió por mi garganta al distinguir otra armadura a un par de pasos de distancia. Llevaba un extraño blasón grabado en el centro...
Un sencillo círculo.
❧
—¡Verine!
El grito hizo que volviera en mí, abriendo los ojos con fuerza. El rostro pálido de Dex me observaba mientras sus manos me sostenían por los hombros, clavándome los dedos de manera inconsciente; jadeé al comprender que sólo había sido un sueño... una pesadilla. Tuve que empujar a mi amigo en el pecho para que retrocediera y me soltara, permitiéndome apartarme lo suficiente de ellos y dejar que la bilis saliera a borbotones a través de mi garganta.
—Por los antiguos elementos, es una perturbada... —escuché una voz que se asemejaba demasiado a la de Gwynedd.
Un molesto pitido se instaló en mis oídos, ahogando lo que fuera que estuviera diciendo. Unas manos amables salieron de la nada, retirándome el cabello con cuidado; cerré los ojos un instante, tratando de alejar las terribles imágenes de mi pesadilla... De mi pasado.
Una vez las náuseas se apaciguaron y lo único que quedó de ellas fue un sabor amargo en mi boca, tomé una temblorosa bocanada de aire. Descubrí que la persona que me había ayudado —y que aún continuaba sosteniendo mi cabello— era Alousius; sus ojos castaños me observaban con una pizca de compasión, tal y como había temido.
Altair era el único que había estado al corriente de mis problemas, de las pesadillas que ocasionalmente me asolaban. ¿Cómo había sido tan estúpida de no tener en cuenta la que tuve hacía apenas tres noches, el día antes de partir? A modo de precaución había decidido llevar, entre otras cosas, algunas hierbas que me ayudarían a lidiar con ello... y que continuaban convenientemente guardadas.
El resto del grupo se había reunido a nuestro alrededor. Sus expresiones oscilaban entre el desconcierto, la condescendencia y la lástima; Gwynedd, por el contrario, me observaba con un brillo de retorcida satisfacción en la mirada, como si aquel descubrimiento hubiera sido un regalo de los antiguos elementos.
Altair, junto a un contrito Ephoras, no era capaz de ocultar su preocupación. ¿Cuántas noches no había sido testigo de los terrores que rondaban mi mente? Aparté la mirada con vergüenza y me fijé en que mis amigos también compartían las mismas expresiones que el lord.
—Ha... ha sido... una pesadilla —balbuceé, notando el calor agolpándose en mi rostro.
Ephoras frunció los labios.
—Te has quedado dormida en mitad de tu guardia —dijo con un leve tono de acusación.
No sabía siquiera cómo había sucedido. Las largas horas que había pasado sobre la silla de mi montura, sin hacer una mísera parada, me habían dejado exhausta; inocente de mí, creí tener la energía suficiente para llevar a cabo toda la guardia.
Bajé la mirada y mascullé una disculpa.
—Además de violenta, ha resultado ser una joven algo inestable —apreté los dientes al volver a escuchar la irritante voz de Gwynedd—. Es evidente que...
—Ya es suficiente.
Mi corazón dio un vuelco cuando la orden de Altair se interpuso, interrumpiendo al soldado. Al mirar a mi amigo le descubrí encarándose a un suspicaz Gwynedd, quien estaba haciendo un gran esfuerzo por no sonreír; los miembros más veteranos del grupo observaron al lord del mismo modo que su compañero. Altair siempre se había mantenido al margen de los conflictos que habían surgido, que hubiera decidido intervenir... intercediendo por mí... No era algo que ninguno de ellos dejaría pasar por alto, en especial tras los rumores que Gwynedd se había encargado de esparcir tras nuestro altercado en las caballerizas.
—Por supuesto... milord —canturreó el soldado.
La mandíbula de Altair se tensó al intuir el leve tono de burla que recubrían sus palabras. Ephoras, advirtiendo que el hombre quizá estaba yendo demasiado lejos, dio un paso en dirección a Gwynedd.
—Veo que tienes energía suficiente para sustituir a tu compañera y hacer lo que resta de guardia —dijo con voz gélida.
Gwynedd apretó los labios con gesto contrariado, pero no replicó a su superior. Se limitó a llevarse el puño al pecho y después dio media vuelta para cumplir con su nuevo cometido; Ephoras paseó su mirada por el resto de nosotros hasta que sus ojos se detuvieron en mí. Alousius continuaba sosteniéndome el cabello, aunque ya no fuera necesario; había recuperado el control y lo único que quedaba de la horrible pesadilla era un deje amargo. Además de una oleada de vergüenza por haberme puesto en evidencia delante de todos ellos.
El lord me estudió con una expresión inquisitiva.
—Os recuerdo que reanudaremos nuestro camino al despuntar el alba —anunció con firmeza, sin apartar la mirada—. Quizá querríais apurar las pocas horas que quedan para descansar.
Los miembros más veteranos se apresuraron a regresar a sus maltrechas mantas para tratar de volver a conciliar el sueño. Ephoras apartó la mirada y la dirigió hacia Altair; el joven lord no había vuelto a dedicarme un solo vistazo después de haber salido en mi defensa y fingía tener su atención puesta en algún punto perdido del horizonte. Vi a su segundo al mando inclinarse.
—Mi señor...
No pude oír más, ya que Ephoras bajó el tono hasta que su voz fue apenas un susurro y guió a Altair lejos de allí.
Tragué saliva y mi rostro se torció en una mueca al percibir aún el sabor amargo que inundaba toda mi boca. Me liberé de las amables manos de Alousius, cuyas mejillas enrojecieron mientras daba un paso atrás, y busqué una de las cantimploras llenas de agua que había guardado en las alforjas.
—Verine...
Dejé en suspenso mi búsqueda y me giré hacia Alousius. Por encima de su hombro descubrí que el resto de nuestros amigos aún continuaban allí, visiblemente preocupados por lo que debían haber presenciado mientras estaba atrapada en mi pesadilla; me emocionó descubrir que Greyjan, con quien las cosas aún seguían estando estancadas, también lo estaba a pesar de todo.
—¿Estás bien?
Devolví la atención al más joven, cuya mirada delataba lo impresionado que se encontraba todavía. Dudé unos segundos, sin saber qué decir: sentía la cabeza embotada por las imágenes de mi turbulento sueño y no sabía cómo gestionar el hecho de que Altair hubiera salido en mi defensa frente a Gwynedd.
—Estoy bien.
Sus ojos se mostraron escépticos y se inclinó hacia mí.
—Gritabas... gritabas... —su nuez subió y bajó con fuerza cuando tragó saliva, el sonrojo que antes había coloreado sus mejillas se desvaneció, haciendo que su tez se pusiera pálida—. Gritabas como los hombres a los que mi padre tenía que interrogar...
* * *
¡FELIZ SAMHAIN / HALLOWEEN, PEQUEÑAS CALABACITAS!
Con motivo de tal día, ¿qué mejor que una buena dosis no solamente de Thorns, si no de todas mis obras? No, no estoy hablando sólo de Daughter of Ruins, Vástago de Hielo o Dama de Invierno...
¡TAMBIÉN HABLO DE LA NIGROMANTE, REINO DE NIEBLA O PEEK A BOO (que viene de lujo para estas fechas)! Si no las seguís, os invito a que paséis por mi perfil y les echéis un vistazo.
Tras hacer una pequeña encuesta a través de Twitter (donde ganó la opción bruja /Peek a Boo vibes/ por cierto) no quise comportarme como un duendecillo travieso, por lo que he decidido traeros un pack de actualizaciones de 10
Cuidaos mucho... y no olvidéis poneros la mascarilla
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro