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❧ 11

La sombra de Brianna pareció oscurecer la atmósfera... y mis pensamientos. Sabía que debía centrarme en el plan, en obligar a mi mente en concentrarse en la dificultosa noche que nos esperaba, pero no podía dejar de pensar en ella; en aquella chica que quizá había significado más para Altair de lo que quería reconocer.

Brianna.

Aquel nombre taladró mi mente conforme avanzábamos por el ala real del castillo, empleando las zonas menos concurridas para alcanzar el salón donde iba a tener lugar la mascarada del rey. La tensión empezó a embargar cada centímetro de mi cuerpo, haciendo que la titánica tarea de moverme con aquel vestido prestado se volviera más complicada aún; Altair, por el contrario, lo hacía con una familiaridad que delataba las veces que debía haber hecho ese trayecto a lo largo de los años.

Aún me resultaba extraño ver a mi amigo comportándose de ese modo, mostrándome esa faceta suya: la de lord.

La de futuro rey.

En lo que llevábamos recorrido desde que abandonáramos su dormitorio no habíamos pronunciado palabra alguna. Supuse que Altair estaría preocupado repasando una y otra vez el plan que habíamos trazado para encontrar el arcano que, según habíamos logrado sonsacarle a aquella fae, estaba allí, en Merain; pensar en ello, en lo que estábamos a punto de hacer...

Aparté esos pensamientos, recogí un poco más las faldas de mi vestido y procuré no quedarme atrás.

Altair me condujo hacia una entrada un poco más discreta y alejada de la que debían emplear el resto de invitados para acceder a la fiesta. Ambos nos quedamos detenidos frente a las puertas, haciendo que el silencio que reinaba en aquel corredor nos envolviera; contemplé por el rabillo del ojo a mi acompañante.

Una vez atravesáramos aquel umbral me convertiría en la mentira que habíamos ideado para que mi presencia en palacio no llamara la atención y pudiera vagar por allí libremente. A excepción del rey Aloct, quien dudaba que pudiera recordarme siquiera, nadie sabría quién era Verine; podría pasar por hija de una familia no de sangre noble, pero casi pudiente.

Lady Laeris había caído en mi ficticia historia cuando mi amigo me había dejado en sus manos, pidiéndome que confiara en él. Las marcas, producto de mi dura instrucción junto a otros miembros del Círculo de Hierro, habían ayudado a brindar mayor dramatismo y a hacer que la mujer sintiera una dolorosa empatía que había beneficiado a continuar con la mentira.

Tomé una bocanada de aire, mentalizándome para lo que nos aguardaba al otro lado. Ese apagado murmullo de miles de conversaciones que nos llegaban a través de los huecos de la madera.

—¿Estás preparado?

Altair no había pronunciado palabra desde que dejáramos atrás sus aposentos, se había sumido en sus propios pensamientos. Quizá la mención de Brianna había contribuido a ese silencio...

—No lo sé, Verine —su respuesta me tomó por sorpresa—. Si encontramos el arcano... Si podemos utilizarlo para encontrar a Gareth... Para impedir que personas inocentes sigan desapareciendo inexplicablemente...

El aire se me quedó atascado en mitad de la garganta al comprender la intención que guardaba mi amigo al haber elegido esas precisas palabras. Giré la cabeza en su dirección, topándome con su perfil; la línea de su mandíbula estaba tensa y su intensa mirada parecía estar deseando abrir un agujero en el punto de la puerta en la que estaba clavada.

—¿Crees que... crees que a Brianna —mi lengua tropezó con el nombre de la hija de lady Laeris— se la llevaron los fae?

Mi pregunta hizo que los ojos de Altair dejaran de taladrar la madera y se clavaran en mi rostro.

—Si hubiera sido un secuestro, habrían enviado algún mensaje... hubieran pedido algún rescate —no dudó en aquella ocasión y yo me pregunté cuántas veces habría dado vueltas a aquella teoría—. Pero no hubo nada, Verine.

»Fue como si se desvaneciera en el aire.

Mis intentos de encontrar la respuesta idónea para aquel desgarrador comentario sobre el funesto destino de la joven fueron infructuosos, por lo que no pude hacer otra cosa que quedarme en silencio.

Las dudas volvieron a martillear mis sienes; mi mente empezó a crear esbozos de aquella desconocida. ¿Cómo habría sido Brianna? Imaginé a una jovencita sonriente de apariencia completamente opuesta a la mía: cabellos ensortijados rubios, facciones suaves y redondeadas... Ojos azules.

Dulce. Tierna. Encantadora.

La pieza perfecta que encajaría con Altair, tal y como habían deseado sus madres cuando eran niños.

Aquellos pensamientos me afectaron más de lo que querría admitir; sin embargo, no podía permitirme dejar envolverme por ellos. Teníamos una misión que cumplir y eso debía ser mi prioridad en aquellos instantes; por eso mismo bajé la mirada para comprobar mi aspecto antes de que Altair abriera las puertas y ambos nos coláramos discretamente para unirnos a la mascarada.

—Que los antiguos elementos estén de nuestra parte esta noche —murmuré.

Altair empujó una de las hojas de la puerta y la luz de las arañas del techo me cegó.

Traté de convertirme en una más de ellos. Era la primera vez que formaba parte de algo tan exclusivo y lejano para mi posición que lo primero que hice fue quedarme detenida para poder abarcar con mi mirada todo lo que me rodeaba; Altair tuvo que darme un discreto empujoncito en la espalda para sacarme de mi ensoñación y recordarme que debía centrarnos en el plan.

Y eso era lo que había tratado de hacer a lo largo de la velada.

Después de llegar a la conclusión de que ni uno solo de los nombres que salieron a relucir en la conversación en la que casi por un milagro logré integrarme me resultaba remotamente familiar, esbocé una comedida sonrisa y puse pies en polvorosa. Aquella primera parte del plan era sencilla: Altair se dejaría ver —y agasajar— por los invitados a la mascarada, haciendo que no hubieran dudas de su presencia allí; yo me mantendría en un segundo plano, a la espera de que llegara el momento idóneo para poner en marcha la siguiente parte.

El rincón que encontré resultó ser perfecto para cumplir con mi cometido, por lo que permití dejar a un lado la máscara de sonriente y silenciosa joven, que había funcionado mejor de lo que había esperado; busqué apoyo en la columna que había elegido para pasar desapercibida y permití que mi mirada volviera a vagar por el interior de aquella enorme sala. Aún me costaba no sorprenderme por aquel despliegue de lujo, aquel abanico de colores que las mujeres lucían en maravillosos vestidos que nunca habría llegado siquiera a imaginar; aquel lugar, que parecía sacado de otro mundo, era al que realmente pertenecía Altair.

Mi amigo se había criado en aquel ambiente, rodeado de todas esas personas que conversaban, reían y bailaban.

Hundí mis uñas en la carne que quedaba al aire mientras mis ojos recorrían las faldas ondulantes de algunas invitadas que daban vueltas en brazos de sus acompañantes por la improvisada pista de baile; el rey Aloct se encontraba un poco más allá de la marea de bailarines, contemplando cómo se desarrollaba la velada junto a los que, supuse, serían algunos de sus hombres de mayor confianza.

De la reina Iassen no había ni rastro.

Estaba al tanto de los rumores que corrían sobre ella, de cómo se apartó de la vida pública tras la desaparición de su único hijo. El dolor de la pérdida la había sumido en un estado delicado, haciendo que prefiriera quedarse encerrada a cal y canto en sus propios aposentos, intentando sobrellevar la ausencia y la ausencia de respuestas a lo que sucedió aquel día, cuando encontró la cuna vacía; todo el mundo pensó que, transcurridos unos años, si el niño no aparecía, la opción más recomendable para el futuro del reino sería la concepción de otro heredero.

Sin embargo, las malas lenguas decían que el rey no había buscado a su esposa en todo aquel tiempo... y que Iassen tampoco parecía encontrarse muy a favor de volver a quedarse embarazada. De ahí que hubieran escogido a Altair como futuro sucesor de su tío.

No tardé mucho en encontrar al susodicho entre la multitud. A pesar de cubrir su rostro con una máscara, no parecía haber servido para mucho: un corro de jovencitas de ojos relucientes lo tenía acorralado cerca de la zona donde algunas parejas se movían al son de la música. Atisbé su educada sonrisa y casi pude imaginar la situación en la que estaba inmerso, tratando de mostrarse atento a todas ellas; cerca de allí me topé con una mujer que tampoco perdía detalle de mi amigo y su séquito de encandiladas admiradoras.

Aunque no la conocía personalmente, y aún no había surgido mi oportunidad de hacerlo, la reconocí sin problemas: el parecido con su hijo resultaba innegable, en especial con aquellos ojos azules que compartían. Lady Elleyre también parecía encontrar cierta comodidad en estar en un segundo plano, en compañía de algunas mujeres; una de ellas, lady Laeris.

Mientras lady Elleyre continuaba espiando a su hijo pude entender los reparos que solía mostrar Altair cuando hablaba de las presiones que recibía por su parte para que escogiera y tomara una esposa: había un leve brillo de intensidad en los ojos de la hermana del rey.

Una esperanza de que alguna de las jóvenes que rodeaban a Altair fuera la escogida que me provocó un malestar generalizado.

Mordí mi labio inferior, ignorando la capa de cosmético que lady Laeris había puesto, al pensar en la mentira que mi amigo había contado para colarme a aquel lugar. Si ella había hablado con la madre de Altair... ¿Sería por eso que lady Elleyre observaba con tanta fijación aquel grupo, intentando descubrir cuál de ellas era la misteriosa joven con la que finalmente su hijo había decidido escoger?

—¿Milady...?

La desconocida voz masculina hizo que saliera de mi estupor, obligándome a apartar la mirada de lady Elleyre para descubrir a un joven de cabellos castaños y chispeantes ojos a conjunto que me sonreía amablemente. Estuve a punto de creer que se trataba de un error, que no podía estar dirigiéndose a , pero no había equivocación alguna: el noble, al ver que había captado mi atención, se dobló en una educada reverencia.

Muda de la impresión, de que aquel joven estuviera inclinándose, haciéndome saber que mi mentira continuaba surtiendo efecto, lo único que pude hacer fue observar cómo se erguía.

—No he podido apartar la mirada de vos en toda la noche —un cosquilleo desagradable se extendió por todo mi cuerpo ante la posibilidad de haber sido espiada, aunque hubiera sido por llamar la atención de un pomposo noble como aquél— y me entristece veros en este rincón, tan sola...

Continué sin decir ni una palabra, temiendo cometer un error garrafal que pudiera ponerme al descubierto. Esperé que aquel tipo confundiera mi silencio con timidez, tomándome por otra jovencita como las que me había cruzado a lo largo de la noche: de labios sellados y sonrisa amable.

Mis ojos se desviaron de golpe hacia su mano cuando la alzó en mi dirección en una clara invitación.

—Concededme al menos un baile —me pidió con voz melosa— y permitidme que os aleje al menos unos minutos de vuestra soledad.

Lamentablemente no estaba allí para socializar con la nobleza. A pesar de no tener ningún reloj cerca con el que medir el paso del tiempo, mi intuición parecía estar segura de que el momento estaba cerca; no sabía cómo rechazar de forma educada a aquel joven para quedarme en aquel rincón, a la espera de que Altair se reuniera conmigo para poner en marcha la segunda parte de nuestro plan.

Sospechando sobre mi respuesta, al ver que no respondía inmediatamente, el noble se inclinó en mi dirección.

—Creo que debido a la máscara no me habéis reconocido todavía —dijo en actitud casi confidencial—, pero soy lord Evallion. Mi padre, como bien sabéis, es uno de los consejeros del rey...

Apreté mis labios, obligándome en aquella ocasión a guardar silencio de manera forzosa. No era la primera vez que me topaba con personas como él; las noches que solíamos tener libres y se nos permitía abandonar los barracones, mis compañeros y yo siempre terminábamos en cualquier taberna, disfrutando de nuestras —pocas— horas de libertad. En mi camino se me habían cruzado hombres de ese tipo: personas que no dudaban en coaccionarte de ese modo para obtener lo que querían de ti.

—No soy muy buena bailarina —repuse, controlando mi propia furia.

Lord Evallion estrechó la distancia que nos separaba, aún con la mano en alto. Yo entrecerré los ojos mientras todos mis músculos se ponían en tensión ante la posible amenaza; el vestido sería un obstáculo, lo mismo que la multitud que nos rodeaba. Un factor que ese maldito canalla parecía haber tenido en cuenta para su propio beneficio.

—¿Aceptaríais un humilde consejo, milady...?

—Ella quizá no esté interesada en escucharlo, pero yo soy todo oídos, Evallion.

El interpelado y yo miramos en la dirección de la que había provenido la respuesta. Mi corazón dio un pequeño vuelco al descubrir a Altair frente a nosotros, con sus ojos clavados en el joven lord; el ambiente pareció enrarecerse cuando mi amigo se nos acercó más, situándose discretamente a mi lado.

Lord Evallion se dobló en una nueva reverencia.

—Alteza...

Sentí el calor que desprendía Altair mucho más cerca de mi costado antes de que pasara un brazo por mi espalda. Un gesto que no pasó desapercibido para el muchacho, que nos observó con un brillo de cautela.

—Veo que habéis tenido el placer de conocer a mi acompañante, Evallion —dijo entonces Altair con un tono afable.

El interpelado enarcó una ceja al escucharle.

—La habéis tenido abandonada toda la velada, milord —replicó con osadía—, mientras vos estabais ocupado con todas vuestras... admiradoras.

Altair esbozó una sonrisa, pero pude advertir su incomodidad ante la mención de esas seguidoras que le habían estado avasallando desde que nos separamos al entrar al salón.

—Por eso mismo estoy aquí: para centrarme en ella lo que resta de la noche.

Tras aquella declaración de intenciones, Evallion pareció llegar a la conclusión de que no valía la pena continuar con ello. Nos lanzó una sonrisa antes de despedirse con una inclinación de cabeza y desaparecer de nuestra vista; no obstante, Altair no apartó la mirada de la espalda del lord hasta que se fundió con la multitud de invitados.

—Es la hora.

Conseguimos escabullirnos del salón fingiendo ser una más de las parejas que buscaban algo de intimidad para disfrutar del resto de la noche. En el camino no pude evitar otear mi alrededor, intentando encontrar entre los invitados la mirada cerúlea de lady Elleyre; sin embargo, Altair aceleró el paso, deseoso de abandonar la sala.

Nuestros pasos resonaron contra las paredes de piedra cuando atravesamos el palacio, internándonos en las zonas menos concurridas y profundas de aquel enorme edificio. La temperatura fue descendiendo paulatinamente conforme nos adentrábamos más en las entrañas del castillo; Altair caminaba a un par de pasos de distancia de mí, guiándome a través de aquellos corredores vacíos de tapices o cuadros.

Tragué saliva cuando alcanzamos un largo corredor iluminado únicamente por una hilera de antorchas fijas en la pared de piedra. La seguridad que mi amigo había mostrado mientras me conducía hasta aquel recóndito lugar desierto; procuré ponerme a su misma altura y recorrimos los metros que nos separaban de la bifurcación que había al final del pasillo.

El poco contenido de mi estómago se agitó cuando nos asomamos con discreción por la esquina, descubriendo una puerta de doble hoja enorme custodiada por dos guardias. Volvimos a ocultarnos antes de que alguno de ellos pudiera vernos, echando por tierra lo que restaba del plan ahora que estábamos tan cerca de conseguirlo; Altair tenía el ceño fruncido y contemplaba la pared de piedra con fijeza.

—Deberíamos quitarnos las máscaras —dije en un susurro.

La idea era sencilla, en realidad: Altair debía ser reconocible, ya que usaríamos su posición para intentar acceder a la cámara. Estaba segura que ninguno de los dos guardias se resistiría a cumplir con los deseos de su futuro rey, en especial si era tan inofensivo como el intentar impresionar a la joven con la que había decidido divertirse aquella noche.

—Tú no —me respondió Altair en el mismo tono—. No podemos arriesgarnos a que puedan reconocerte fuera de estos muros.

Aquellos guardias rotaban continuamente de posiciones, lo que implicaba la posibilidad de que nuestros caminos volvieran a cruzarse. Mi amigo trataba de protegerme de los rumores que aparecerían si alguno de esos dos me reconocía, descubriendo que no era una más de ellos... y que disfrutaba de las atenciones del futuro rey.

Asentí.

Altair se retiró con cuidado la máscara del rostro y dejó que colgara de su cuello. Nos miramos el uno al otro, usando esos segundos para mentalizarnos y preparar nuestro cebo; inspiré hondo, inicié una rápida cuenta atrás y luego uní mis brazos en la nuca de Altair, adoptando una posición mucho más íntima.

El pulso se me disparó cuando noté sus brazos rodeando mi cintura, pegándome todavía más a su cuerpo. Volvimos a compartir una mirada de circunstancias antes de que mi amigo hiciera descender su rostro hasta dejarlo a pocos centímetros del mío; a través de la tela de su jubón pude percibir el desenfrenado latido de su corazón y acaricié de manera inconsciente la piel de su nuca, tratando de tranquilizarle.

—Todo va a salir bien —le prometí.

—Eso espero.

Porque, de lo contrario, estaríamos perdidos.

Altair eliminó la casi inexistente distancia y yo recibí sus labios con una pizca más de entusiasmo de lo que hubiera haber sentido en aquel momento, en aquella peligrosa situación. Me aferré a él mientras fingíamos tambalearnos y salíamos de nuestro escondite, quedando a la vista de aquellos dos guardias.

Emití un convincente sonidito similar a un gruñido cuando los dientes de mi amigo pellizcaron mi labio inferior y me obligué a romper el beso, dejando escapar una carcajada que pretendía pasar por ebria. Sin soltarnos el uno del otro, Altair y yo continuamos bamboleándonos ante la mirada de los dos hombres que custodiaban las puertas que conducían a la cámara donde la familia real guardaba su generoso tesoro privado.

A ninguno de ellos se le pasó por alto la identidad de mi acompañante, ya que ambos se tensaron como si estuvieran delante del mismísimo rey.

Altair les dedicó una media sonrisa mientras que yo quedaba apoyada sobre su costado, acariciando distraídamente su pecho y fingiendo ser una apabullada jovencita que había tenido el innegable placer de ser la elegida de aquella noche para pasar un buen momento con el sobrino del rey Aloct.

—Ah, amigos —Altair arrastró las palabras y forzó la «s» para darle mayor veracidad a nuestra actuación.

—Alteza —dijo a modo de saludo uno de los guardias, con la vista clavada respetuosamente en algún punto de la pared que había a nuestra espalda.

Mi amigo alzó un brazo y señaló de manera alternativa a los dos, como si estuviera dejando al azar a quién de ellos escoger para lo que tenía en mente.

—Esta noche he prometido a esta hermosa dama mostrarle los más maravillosos objetos con los que contamos aquí, en Merain —para apostillar sus intenciones, tuvo el descaro de guiñarles un ojo de manera cómplice.

Vi a los dos guardias cruzar una mirada, dejando caer parte de sus férreas murallas y acercándonos un poco más a nuestro objetivo. Uno de ellos esbozó una sonrisita lasciva al permitir que su imaginación fuera más allá de por qué el sobrino del rey había optado por enseñarme lo que había al otro lado de las puertas; reprimí una mueca de disgusto y me conminé a ceñirme al plan.

Procuré que mis pensamientos no se reflejaran en mi expresión cuando los dos guardias me convirtieron en la diana de sus miradas. Me recorrieron de pies a cabeza con meticulosidad, disfrutando al parecer de lo que estaban viendo; el que había sonreído de aquel desagradable modo incluso se entretuvo unos segundos más de lo que hubiera sido cortés en el escote del vestido.

Fingí rodear la cintura de Altair con uno de mis brazos para que ninguno de ellos dos babosos pudiera ver cómo cerraba el puño con fuerza.

—Supongo que no habrá ningún problema para que pueda cumplir con mi palabra, ¿verdad, caballeros? —intervino entonces mi acompañante, percibiendo la tensión de mi cuerpo.

Tal y como habíamos previsto, no encontró ningún problema. Los dos guardias le abrieron un resquicio de tamaño suficiente para que pudiésemos colarnos por él y le dedicaron idénticas sonrisas con las que pretendían desearle la mejor de las suertes para lo que restaba de noche; Altair se lo agradeció con un asentimiento de cabeza y me hizo ir en primer lugar, haciéndome atravesar aquel hueco lo antes posible para alejarme de la vista de aquellos tipos.

Se me escapó un gemido ahogado cuando me vi deslumbrada por segunda vez en lo que llevábamos de velada. Tuve que pestañear hasta que la vista se me acostumbró a aquella ingente cantidad de color dorado; el tesoro de la familia de Altair, incrementado generación tras generación, era desproporcionado y hacía parecer diminuta la sala en la que se encontraba.

Apenas escuché el sonido que produjo la puerta al cerrarse desde fuera, brindándonos algo de intimidad, mientras continuaba atrapada por aquella visión que se extendía por cada rincón de la cámara.

Habíamos llegado a la conclusión de que, si queríamos encontrar el arcano, debíamos buscar cualquier cosa que pudiera tener magia. Lo que complicaba un poco las cosas, ya que nunca la había visto antes...

Respiré hondo, me sacudí de encima la impresión de estar rodeada de tanto oro y me giré hacia Altair, quien no parecía en absoluto asombrado por aquella visión dorada. No sabía con cuánto tiempo contábamos, pero no podíamos quedarnos allí lo que quedaba de noche; eso levantaría las sospechas de los dos guardias que esperaban fuera, lo que les arrastraría a husmear aquí dentro, descubriéndonos.

—Quizá deberíamos separarnos —opinó Altair.

Así podríamos abarcar más terreno, haciendo que el tiempo no se nos convirtiera en nuestro enemigo. Dirigí una mirada a mi amigo y asentí, sabiendo que era una de las mejores opciones con las que contábamos.

Paseé por los pasillos que formaban las pilas de objetos que el rey y su familia mantenían allí escondidos. Observé montañas de cofres llenos de oro, estatuas bañadas en láminas del mismo llamativo color, cajas que mostraban relucientes joyas; todo aquello permanecía oculto, a espaldas del resto del reino.

El rey Aloct había sido un buen gobernante, había permitido que las gentes de Merahedd prosperaran y mantuvieran un nivel de vida que les ayudara a seguir adelante. Sin embargo, no siempre había sido así: hubo tiempos de hambruna, de inviernos difíciles y malas cosechas que empujaron al reino casi hasta su límite; pese a ello, pese a ver cómo sus súbditos morían, los antepasados de nuestro actual monarca no habían decidido compartir aquel pequeño secreto con el resto de nosotros.

Movidos por su codicia, por su egoísmo, ellos habían permitido que la gente muriera de inanición, de frío... de enfermedades sin que optaran por emplear una pequeña parte de todo lo que había aquí escondido para poner remedio a las desgracias que asolaban Merahedd.

No, ellos habían preferido guardar silencio y observar, impasibles, hasta que las cosas volvieron a su cauce.

Alejé esos turbulentos pensamientos de mi mente y me centré en estudiar todos y cada uno de los objetos que me rodeaban. ¿Cómo sería aquel misterioso arcano? ¿Qué forma tendría...?

Orei se había mostrado muy segura de sí misma al afirmar que aquel artefacto se encontraba en Merain; su señor también parecía haber estado en la férrea convicción de lo mismo, ya que había enviado a un grupo de fae, entre los que se encontraba la propia Orei, para encontrarlo y devolverlo a su legítimo lugar. Si aquella historia era cierta, ¿en qué otro lugar podría encontrarse el arcano?

El antepasado de Altair que lo robara seguramente decidiera unirlo a su colección privada y esconderlo en aquella cámara en la que nos hallábamos en ese preciso instante.

Continué vagando entre aquellas montañas de oro amontonadas a lo largo de los años hasta que algo hizo que me quedara clavada en el sitio. Un extraño cosquilleo se extendió desde mi nuca, deslizándose a lo largo de mi espina dorsal; paralizada por esa sensación, lo único que pude hacer fue buscar su origen.

Escaneé los objetos que me rodeaban hasta que mis ojos se toparon con una caja con un grabado extraño sobre la tapa. Movida por un impulso, salí de mi estupor y crucé la distancia que me separaba de ella; alcé una mano, titubeando.

Noté la rugosidad de la madera bajo las yemas de mis dedos y reseguí aquel símbolo que había llamado mi atención: eran tres círculos y tres... tres rayos. Ladeé la cabeza al pensar en que aquella imagen parecía representar tres soles y sus tres respectivos rayos de luz.

El cosquilleo volvió a repetirse y las sienes empezaron a punzarme de manera dolorosa mientras continuaba contemplando el grabado. Mis dedos se deslizaron por sí solos por la superficie de la tapa, alcanzando el discreto cierre con el que contaba en el frontal; no me costó mucho esfuerzo empujar el gancho fuera de su lugar con un discreto chasquido.

Mi corazón aumentó el ritmo de sus latidos cuando abrí poco a poco la tapa, desvelando su contenido: una esfera de cristal envuelta en un protector y mullido nido de terciopelo negro. Aquel objeto parecía ordinario en comparación con el resto de maravillas que me rodeaban, pero había algo que tiraba de lo más profundo de mis entrañas, instándome a que lo tocara; el vello se me erizó cuando apoyé un solo dedo en la superficie de cristal y en el interior de la bola —en apariencia vacío— empezaron a condensarse finos hilos de lo que parecía ser luz de distintos colores.

Contemplé con asombro ese extraño espectáculo mientras una llamarada de calor se extendía desde el dedo que continuaba apoyado sobre la esfera hacia el resto de mi cuerpo; observé a los haces entrelazarse, como si estuvieran jugueteando entre ellos. ¿Sería posible...?

—¡Altair!

Mi amigo estudió en silencio el interior de la caja. Alertado por mi grito, no había dudado un segundo en echar a correr en mi búsqueda, descubriéndome minutos después con ella entre las manos, tratando de recuperarme de lo que acababa de ver; le expliqué lo sucedido y luego señalé el extraño símbolo con el que estaba marcada la madera.

—Lo hemos encontrado —insistí ante su silencio—. Esto es el arcano del que Orei nos habló...

Antes de que Altair decidiera que su utilidad había llegado a su fin. No dije esas palabras en voz alta, pero no fue necesario: él se removió con cierta incomodidad, reconociendo con aquel gesto por primera vez que no parecía del todo conforme con la precipitada decisión que había tomado respecto a la prisionera fae.

Mi amigo entrecerró los ojos, contemplando la esfera que reposaba en el interior de la caja que sostenía.

—Parece... —dudó unos segundos—. No tiene el aspecto que yo esperaba.

Di un paso adelante.

—Tócalo.

Necesitaba comprobar si el arcano reaccionaba del mismo modo ante el contacto de Altair.

Titubeó antes de alzar el brazo y acercar la palma a la superficie de la esfera. Contuve la respiración mientras la distancia entre la mano de Altair y el arcano disminuía hasta que la piel entró en contacto con el objeto; noté aquel familiar tirón en el vientre y contemplé el despertar de la magia que contenía aquel objeto. Los haces de luz volvieron a aparecer, acercándose a la palma de Altair como antes lo habían hecho con la yema de mi dedo.

Los ojos azules de mi amigo se iluminaron por un resplandor sobrenatural, dándole un aspecto inhumano.

—Verine...

Un escalofrío bajó por mi espalda al escuchar el tono ronco de Altair.

Algo no marchaba como debía. La expresión del lord se ensombreció y le vi apretar los dientes, como si sintiera dolor; ninguno de los dos sabíamos el funcionamiento del arcano, lo que desembocaría la magia en personas como nosotros... que no teníamos ni una gota de poder en nuestras venas. Un nudo de preocupación empezó a formarse en mitad de mi garganta al contemplar a Altair.

Eso no estaba bien.

Retrocedí un paso y cerré la tapa de golpe, obligándole a que apartara la mano antes de que fuera demasiado tarde. Una vez la conexión se hubo roto, la luz sobrenatural de la mirada se apagó, haciendo que sus ojos volvieran a la normalidad; Altair dejó escapar un sonido ahogado, como si estuviera asfixiándose tras perder aquel punto de unión.

Estuve a punto de dejar caer la caja cuando vi que se inclinaba hacia delante, tratando de recuperar el resuello. Los segundos que transcurrieron hasta que vi a Altair erguirse, conmocionado pero lejos del aspecto que había mostrado momentos antes, hicieron que sintiera como si alguien hubiera hundido su puño en mi pecho, apresando mi corazón hasta casi aplastarlo.

—¿Altair? —mi voz salió como un trémulo susurro.

—Tenemos... tenemos que sacarlo de aquí —jadeó con esfuerzo.

* * *

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