Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❧ 109

—Os estoy muy agradecido por la hospitalidad que he recibido, Majestad, pero me temo que no puedo seguir esquivando mis responsabilidades como príncipe —la voz de Rhydderch no titubeó cuando hizo el anuncio durante el desayuno, en el que nos habíamos reunido de nuevo con la reina. Lord Ardbraccan estaba ausente, gracias a los antiguos elementos—. Debo regresar a mi hogar.

Pese a que era lo que habíamos acordado, sus palabras se me clavaron en lo más hondo, obligándome a que no desviara la vista de mi plato lleno de fruta recién cortada que había perdido todo su atractivo. El silencio que se instaló en el comedor tras la declaración de intenciones de Rhydderch fue casi tangible; por el rabillo del ojo vi que la reina tenía su atención puesta en el príncipe fae, como si aquel asunto le hubiera tomado de improviso.

Mis brazos se tensaron y apreté con más fuerza de la necesaria los cubiertos de plata que sostenía en las manos. Rhydderch y yo habíamos repasado una y otra vez aquel momento antes de que el amanecer me arrastrara de nuevo a mis aposentos, con una sensación agridulce retorciéndose en mi estómago; habíamos acordado actuar con normalidad, fingir que lo sucedido en el despacho no había tenido lugar y mostrar una actitud inocente. Por mi parte, yo mantendría un perfil bajo y trataría de permanecer alejada de lord Ardbraccan.

Y acabábamos de llegar a un punto crítico dentro de nuestros plantes, un momento de inflexión que marcaría el rumbo de nuestras acciones. Porque mi madre no podría negarse a concederle el deseo a Rhydderch de regresar a Qangoth, permitiéndole que se marchara de Elphane. No, la reina no se negaría porque hacerlo supondría desvelar los planes que su consejero tan amablemente le había ofrecido.

Tanto el príncipe fae como yo aguardamos a la respuesta de Nicnevin con el mismo interés disimulado.

—Entiendo vuestra añoranza, Alteza —le dio la razón con un tono lleno de comprensión—. Aunque lamento que tengáis que partir tan pronto. Espero que sepáis que las puertas de Elphane siempre estarán abiertas para vos... y para vuestra familia.

Rhydderch se acomodó en su silla, la misma que llevaba ocupando desde que llegamos al palacio. Su actitud era la misma que le había visto usar, la máscara perfecta de cortesano; el papel de príncipe ignorante y servicial que, después de haber cumplido con su misión, estaba deseando regresar a su hogar.

—Vuestra generosidad no os hace justicia, Majestad —le halagó con una sonrisa educada—. Tened por seguro que transmitiré vuestra oferta al rey.

Observé el intercambio entre la reina y el príncipe con un nudo en el estómago, recordándome mi poca habilidad para afrontar situaciones de ese estilo; lo sencillo que le había resultado a lord Ardbraccan arrastrarme a su terreno de juego.

—¿Os quedaréis...? —empezó a preguntarle mi madre, dejando el resto de la frase en el aire, dubitativa.

—Lamentablemente, me gustaría partir lo antes posible —fue la respuesta de Rhydderch, pronunciada con templanza. Sin permitirse apartar la vista del rostro de Nicnevin que pudiera ponerlo en evidencia.

Mi madre no se mostró del todo conforme al saber que el príncipe estaba deseoso de huir de inmediato, sin darle un pequeño margen para que pudiera maniobrar y tratar de ofrecerle una alianza por medio de un compromiso.

Eso me hizo que añadiera, con cierta acidez dirigida a Nicnevin:

—Su prometida estará deseando tenerlo de regreso.

Al igual que había sucedido hacía unos instantes, estudié la reacción de la reina a mis palabras con sumo interés. Y ésta no se hizo esperar: mi madre entrecerró los ojos en dirección al príncipe fae, observándolo con aire calculador; al parecer, la noticia de su compromiso con Calais la había cogido desprevenida. Sus labios se torcieron en una sonrisa que pretendía ser amable.

—Al igual que el príncipe —repuso con dulzura—. Ahora veo por qué tanto interés por dejarnos.

Rhydderch bajó la cabeza, pretendiendo parecer azorado por el pícaro comentario de la reina.

—Pediré que lo preparen todo para vuestro viaje, Alteza —se comprometió mi madre.

Me froté el pecho con la palma de la mano, intentando deshacer el nudo que sentía bajo la piel. Nuestro plan parecía haber ido a la perfección durante el desayuno, gracias, en parte, a la visible ausencia del consejero; Nicnevin había cumplido su palabra, siendo la primera en abandonar el comedor familiar para repartir las órdenes pertinentes al servicio y que todo estuviera dispuesto para la marcha de Rhydderch.

Al pensar en el príncipe desvié la mirada automáticamente hacia el ventanal donde Faye reposaba, con la cabeza escondida bajo el ala. El fae no había dudado un segundo en ofrecerme a su compañera para que no me quedara sola en Elphane; para que tuviéramos una vía de comunicación. La fénix se había mostrado obediente desde que Rhydderch la había dejado a mi cargo, indicándome que no debía preocuparme por ella... Que Faye podía ocuparse por sí misma de buscar alimento. Además de enseñarme el silbido que solía emplear para llamarla.

Quise convencerme a mí misma de que estaba empezando a gustarle a la fénix, ya que no había intentado picarme en los dedos cuando los acerqué a sus plumas.

—¿Vesperine...?

Apenas tuve tiempo de incorporarme —y Faye de reaccionar, echando a volar— antes de que la puerta principal se abriera y mi madre apareciera en el umbral, contemplándome con gesto serio.

Mam —dije automáticamente, tensándome de pies a cabeza.

Mi actuación a la hora de fingir demencia sobre cómo su magia me había inmovilizado para que no tuviera tantos problemas a la hora de introducirse en mi mente sin mi permiso había funcionado durante la hora del desayuno. Ninguno de los tres habíamos tocado ese tema en cuestión, contentándonos con otros temas mucho más banales.

Vi a la reina alisarse la falda de su vestido con aire nervioso, un gesto que contrastaba visiblemente con su aparente imagen de tranquilidad y calma.

—Pensé que querrías acompañarme para despedir de manera apropiada al príncipe de Qangoth —me explicó, sin atreverse a dar un paso al interior de mis aposentos, como si hubiera una barrera que se lo impidiera—. Y luego me gustaría... me gustaría enseñarte algo.

Mi primer impulso fue negarme, temerosa de su compañía. De estar a solas con ella, después del modo en que había intentado asaltarme en su despacho. Sin embargo, de haberlo hecho, habrían saltado las alarmas de la reina, quien parecía no recordar nada de esa noche... o fingía no hacerlo con una facilidad pasmosa.

Incliné la cabeza con obediencia.

—Es lo que se espera de mí, ¿no? —fue lo que dije.

Una sombra cruzó la expresión de mi madre tan rápido que no fui capaz de discernir qué era exactamente lo que significaba. Mi cuerpo se tensó otra vez al ver cómo la mirada de Nicnevin se apartaba de mi rostro para fijarse en algo que había a mi espalda; tardé un segundo en caer en la cuenta de que debía estar mirando en dirección a los ventanales. Donde había aguardado Faye como una centinela desde que quedó a mi cargo.

Miré por encima del hombro, con miedo de que la reina pudiera haber descubierto a la fénix, pero allí no había ni rastro de la esplendorosa ave del príncipe fae. Mi pecho se estremeció a causa del alivio y me obligué a devolver mi atención a la mujer que aún continuaba detenida en el umbral de mis aposentos.

Sus ojos grises estaban cansados, las sombras que había bajo ellos eran más profundas. La niña que agonizaba en mi interior, la princesa Vesperine, no pudo evitar sentir preocupación por ella. Por esa imagen, por lo que parecía representar: una mujer que había tenido que sufrir un revés tras otro de la vida; a una superviviente que estaba tratando de no romperse en mil pedazos.

O una cuidada fachada que pretendía enmascarar todos los horrores que había desatado, en pos de continuar con el legado familiar.

Nos sostuvimos la mirada en silencio y no pude evitar revivir la sensación que siempre me asaltaba cuando estaba en su presencia, en la que parecía estar lidiando con varias personas con su mismo rostro. Como si, en su interior, hubiera varias versiones de sí misma.

—Ven conmigo, Vesperine —fue la reina quien habló, haciéndome un gesto para que la siguiera fuera de mi dormitorio.

Me mantuve un paso por detrás de la reina. Nadie más estaba allí, contemplando cómo un par de mozos de cuadra se encargaban de comprobar que la silla y las riendas de Gwyar estuvieran en perfecto estado, recolocando las alforjas, que parecían más llenas que cuando llegamos, mientras Rhydderch seguía cada uno de sus movimientos, acariciando el hocico de la yegua.

Mi madre le había proporcionado nuevas prendas con las que viajar, mucho más cómodas que las piezas que le había visto usar los días pasados. Tanto el príncipe como yo habíamos mantenido las distancias, procurando dirigirnos al otro cuando era estrictamente necesario. La inminente marcha de Rhydderch hacía que las palabras que no había llegado a pronunciar la noche anterior me pesaran en el pecho, impidiéndome respirar con normalidad.

No nos habíamos despedido, había dejado que fuera la reina quien llevara las riendas en la situación, sabiendo que, si hablaba, podría echarlo todo a perder. Porque una parte de mí estaba agonizando al ver cómo el momento se acercaba inexorablemente; aun sabiendo que no era algo definitivo, que pronto —si todo salía conforme mis planes— volveríamos a vernos, la idea de verle alejarse de allí, sin que tuviéramos la libertad suficiente para poder comportarnos como deseábamos, no como dos extraños, hizo que tuviera que un nudo se estrechara alrededor de mi garganta.

Recordé el eco de su voz junto a mi oído la noche anterior, mientras me acurrucaba contra su costado y Rhydderch me rodeaba con un brazo, acercándome hasta que mi cabeza acabó reposando contra su pecho.

—¿Por qué siento que es una despedida? —había dicho, después de que hubiéramos repetido nuestro plan, intentando encontrar, de nuevo, algún cabo suelto.

Recordé el modo en que moví mi cabeza, alzando la vista hacia sus ojos ambarinos, que estaban perdidos en algún punto de la habitación. Después de prometerle que tendría cuidado con lord Ardbraccan, le había arrastrado a la cama conmigo, consciente de la reticencia que se adivinaba en su gesto. De lo mucho que estaba costándole hacerse a la idea de que tendría que dejarme en Elphane.

—Temporal —le corregí, tomando una gran bocanada de aire y empapándome de su aroma. Grabándomelo en lo más profundo de mi mente para cuando él ya no estuviera a mi lado—. Es una despedida temporal, Rhy.

La mirada que me dirigió entonces el príncipe hizo que el pensamiento de convertir aquel tipo de momentos en una rutina entre los dos volviera a instalarse dentro de mi mente. Porque podría acostumbrarme a ello, pese a que apenas habíamos compartido ese tipo de encuentros tan... normales.

Sus dedos acariciándome el costado provocaron que cerrara los ojos un instante para disfrutar de la sensación.

—Me gusta cuando me llamas así, «Rhy» —me confesó y un adorable sonrojo se extendió por sus mejillas, como si le avergonzara reconocérmelo.

Una sonrisa traviesa se formó en mis labios.

—Y yo que creía que te gustaba más cuando me refería a ti como príncipe... u orejas puntiagudas —murmuré.

Una risa sincera hizo vibrar el pecho de Rhydderch bajo mi mejilla y quise embotellar ese sonido, guardándolo a buen recaudo cerca de mí.

El ligero golpecito que noté en el hombro me hizo abandonar los recuerdos de la noche anterior, devolviéndome a aquel discreto patio donde, al parecer, todo estaba preparado para que el príncipe pudiera partir.

Los ojos grises de mi madre estaban fijos en mí, con atención. De manera inconsciente retrocedí un paso, alejándome de su contacto, temiendo que con aquel simple —y en apariencia genuino— gesto pudiera haberse colado dentro de mi mente mientras estaba despistada.

—El príncipe de Qangoth está listo para irse —me indicó, pero su mirada continuaba escrutándome—. ¿No vas a dedicarle unas últimas palabras a tu salvador, a la persona que te trajo de regreso a mí?

Miré más allá de la reina, hacia Gwyar, que piafaba. Los mozos que la atendían se habían desvanecido en algún momento de mi ensimismamiento, dejándonos a los tres a solas en el patio; Rhydderch ya se encontraba encaramado sobre la silla, aferrado a las riendas. A pesar de la distancia, sus ojos apuntaban en nuestra dirección; fijos en mí.

Tragué saliva con esfuerzo, intentando aliviar la repentina sequedad de mi garganta.

—No —respondí a media voz.

No podía hacerlo porque fallaría y lo echaría todo a perder.

No cuando la presencia de mi madre me impedía poder pronunciar todo lo que quería decirle, lo que debería haberle dicho cuando tuve la oportunidad y que no haría más que complicar las cosas.

Rhydderch había confiado lo suficiente en mí para obedecerme cuando le pedí que se marchara de Elphane. No me presionó al no arrancarme las respuestas que necesitaba, se limitó a aceptarlas; se limitó a aceptar lo poco que le había ofrecido y a hacerme prometer que tendría cuidado cuando no estuviera a mi lado, lidiando con la culpa de creer que estaba abandonándome.

Pero, lo que no sabía, es que estaba poniendo su vida a salvo.

Alejándole de la amenaza de lord Ardbraccan.

La reina asintió y pude ver un rastro de decepción en su gesto antes de girar su cuello hacia donde aguardaba el príncipe fae, inmóvil sobre su montura. Yo permanecí a la espalda de mi madre, observándolo por encima de su hombro; procurando mantener una expresión indescifrable.

—Elphane siempre tendrá una deuda con vos, príncipe de Qangoth —declaró Nicnevin en tono ominoso—. Os deseo un feliz viaje de regreso a casa. Que los antiguos elementos os velen y cuiden, haciéndoos llegar sano y salvo junto a vuestra prometida y familia.

Un pellizco en el pecho hizo que me removiera con incomodidad al pensar en Calais, en lo que había sucedido entre Rhydderch y yo. En el hecho de que aún seguían comprometidos, si bien sabía la verdad tras aquella futura unión.

El fae asintió ante los buenos deseos de la reina y le dedicó una última reverencia desde Gwyar antes de tomar las riendas e instar a la yegua que se dirigiera hacia las puertas abiertas. Un acceso lateral y discreto que le haría escabullirse del palacio de modo que no llamara la atención de la corte.

Contemplé su rígida espalda mientras se alejaba, notando cómo cada paso de Gwyar parecía tirar dolorosamente de mi pecho. Apreté las manos con fuerza, intentando deshacerme de la aciaga sensación que parecía haberse instalado en el hueco que la partida de Rhydderch había abierto en mi interior.

«Él está a salvo —me dije con un suspiro—. Él está bien.»

No nos movimos hasta que jinete y montura desaparecieron de nuestra vista. El hilo que parecía unirme a Rhy dio un último tirón; la reina se giró entonces hacia mí con una expresión sombría.

—Ahora que el príncipe ya no está —sus palabras resonaron con fuerza, recordándome que estaba sola en aquel nido de monstruos—, quiero que veas algo que debería haberte mostrado mucho antes.

Por unos segundos el pánico a que la reina pudiera estar conducirme hacia una trampa hizo que mis pasos fueran rígidos y desconfiados. Mi madre me había llevado de regreso al interior del palacio, dirigiéndonos hacia una zona alejada de las concurridas estancias y pasillos que solían llenarse con los miembros de la corte; no recordaba de mi niñez aquellas puertas oscuras y viejas, tampoco el pasillo que descendía hacia la más completa oscuridad.

Con un simple chasquido de dedos, Nicnevin invocó una trémula llama en su palma que luego hizo extenderse a lo largo de las antorchas que estaban colgadas de las paredes de piedra. Me fijé en los escalones, algunos más desgastados que otros; el miedo y la desconfianza hacia mi propia madre me impidieron preguntarle abiertamente a dónde estaba llevándome. Qué escondía aquel rincón del palacio.

En silencio, las dos descendimos hasta lo que parecían ser las profundidades del edificio. Mi pulso se aceleró al preguntarme si Rhydderch habría investigado allí... Si mis amigos estarían atrapados en alguna parte de aquel oscuro lugar.

Desembocados en un amplio corredor que parecía bifurcarse en varias direcciones. Contemplé cada una de las opciones, elucubrando a qué conducirían cada una de ellas... No tuve oportunidad de seguir con mis pensamientos, ya que la reina tomó la puerta que estaba más alejada y la cruzó sin asegurarse siquiera de que la siguiera; con el corazón en un puño, imité sus pasos y atravesé el umbral, quedándome fugazmente con la visión del escudo que había sobre el dintel, y que se asemejaba al blasón de la familia real, topándome con otras escaleras que también descendían.

—Las criptas —la voz de mi madre resonó en el tétrico silencio que imperaba en aquel estrecho pasillo—. Aquí es donde reposan todos los antiguos reyes de Elphane.

El pulso me trastabilló cuando acabamos en una amplia estancia que parecía estar dividida en varias cámaras. La postura de la reina pareció vacilar unos segundos antes de guiarme hacia una de ellas; contemplé con estupor cómo empujaba la puerta de madera, haciendo que ésta se deslizara sobre la piedra sin hacer ni un solo sonido. Delatando que las bisagras estaban bien cuidadas... o aquella estancia solía ser visitada a menudo.

Seguí a mi madre en silencio, notando cómo mi corazón golpeaba con violencia contra mis costillas. Ella se hizo a un lado, permitiéndome ver qué contenía aquella cámara en particular. Un sonido inarticulado brotó de mi garganta al contemplar el gran sarcófago instalado en mitad de la habitación, la imagen que representaba la piedra. Un trabajo tan laborioso que daba la sensación de estar viéndolo realmente.

Al rey durmiente.

Reconocí el rostro cincelado de mi padre en la piedra. Las suaves facciones del rey Malmin, cuya expresión era la de un hombre que dormía en paz, en calma; como si no hubiera nada que pudiera atormentarlo. Pero había algo que lo había hecho, al menos hasta que murió; algo que le condujo hasta ese funesto destino.

Porque mi padre había muerto de pena.

Pena al saber que su hija había sido finalmente asesinada, después de haberse separado de ella para protegerla de ese mismo destino.

No me atreví a acercarme más. Con la visión borrosa a causa de las lágrimas, contemplé la tumba de mi padre con un sollozo atrapado en mi pecho; contemplé el lugar donde reposaba su cuerpo.

El rey jamás descubriría la verdad.

Nunca sabría que seguía con vida.

Su muerte me había arrebatado la oportunidad de reencontrarnos.

Apenas fui consciente de la presencia de la reina acercándose hasta estar a mi lado. Sus ojos plateados también estaban fijos en la tumba; la emoción por la pérdida de su esposo llenaba su mirada, volviéndola tan acuosa como la mía. La reina todavía sufría la pérdida de su compañero; era una herida abierta que no había logrado cicatrizar, que no sabía si lo haría en algún punto del futuro. En aquel momento, supe que no era posible que mi madre pudiera haber caído en las redes de lord Ardbraccan, que no se había dejado seducir por aquel fae, permitiéndole colarse en su cama y ocupar el lugar que mi padre había dejado al morir.

No. El poder que parecía ostentar el consejero de la reina parecía provenir de otra fuente que todavía desconocía, pero que estaba dispuesta a descubrir a cualquier precio.

Temblé cuando su brazo me rodeó, pegándome a su pecho. Su corazón traqueteaba bajo mi mejilla, a un ritmo que parecía laborioso, como si cada respiración le supusiera un esfuerzo.

—Estaba a su lado cuando se fue —me confesó en voz baja, con la vista aún clavada en el rostro de piedra de su rey—. Fui testigo de cómo iba desgastándose poco a poco, apagándose como una vela. Contacté con los mejores sanadores del reino, les ofrecí todo lo que pudieran desear a cambio de que le salvaran la vida... Pero nada funcionó. Nada consiguió mantenerlo a mi lado. Sé que Malmin intentó luchar por sí mismo, sé que se esforzó por intentar cumplir su promesa de estar a mi lado siempre... Pero el dolor de perderte... Ah, Vesperine. Eso es algo que no pudo soportar. Puede que me amara, pero tú eras su luz. Al igual que la mía —hizo una pausa y noté caer algo húmedo en mi mejilla. Una lágrima, pero no mía: de la reina. Era la primera vez que la veía llorar—. Tú representas el fruto de lo que muy pocos son capaces de encontrar en la vida, Vesperine: el amor. Un amor sincero que soy consciente de que no volveré a encontrar, al menos en esta vida. Un amor que sé que está aguardándome al Otro Lado, a la espera de reunirse conmigo.

»Malmin se llevó una parte de mí cuando murió, una parte que no voy a recuperar hasta que volvamos a encontrarnos. Pero tú, Vesperine, me has devuelto el trozo que te pertenecía y que creí también haber perdido; tú me has devuelto las fuerzas de flaqueza que necesitaba para seguir adelante, para retrasar lo que empezaba a anhelar con demasiada frecuencia —sus brazos me estrecharon mientras yo me tragaba mis propias lágrimas, preguntándome de nuevo cómo era posible que la misma mujer que ahora estaba abriéndome su corazón de ese modo hubiera estado a punto de atacarme hacía dos noches—. Tu luz me ilumina, Vesperine, alejando las sombras que llevan acompañándome demasiado tiempo.

El silencio que siguió a esa confesión hizo que sintiera que no conseguía respirar bien, que el aire que pasaba a mis pulmones no era suficiente.

—Ojalá Malmin hubiera aguantado un poco más —añadió casi para sí misma—. Ojalá hubiera podido verte de nuevo. Su pequeña luz, convertida en todo un resplandor; su pequeña espina, convertida en una futura reina.

* * * 

Pido piedad porque hoy terminó Arcane y me rompió el corazón, el alma, el espíritu y casi mi quintaesencia

(quizá por eso me gusta volcar parte de ello y hacer sufrir a mis inocentes, y no tan inocentes, personajes)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro