CAPÍTULO 20
And in the end you're still my friend at least we did intend for us to work we didn't break, we didn't burn - Jason Mraz
3 de mayo, 2022
Vale. Es Finn.
Sí, es Finn. No comprendo el nerviosismo que me embarga al pensar que estaré a solas con él, lo he estado en más de una ocasión y me siento cómoda, muy cómoda.
Es una cita. ¿En qué carajos consiste una cita? Dios, de verdad parezco una nena cambiando mi ropa una y otra vez. He intercambiado mi suéter más de tres veces y mis pantalones están amontonados sobre la cama. Me quedan veinte minutos, ¿debo usar maquillaje? A Finn no parece molestarle ver mis ojeras y a mí no me apena que las vea tampoco. Creo que descarto el maquillaje, aunque de igual modo ya no me alcanza el tiempo para utilizarlo.
Repaso mi reflejo nuevamente. El suéter azul de cuello alto va a ser finalista, me agrada como luce en mí, pero los pantalones no terminan de convencerme, mi trasero no luce bien, no luce nada, mejor dicho. Desabrocho el botón, decidida a cambiarlo por otro que arme mejor, pero el timbre suena.
Me gusta la puntualidad, pero vaya que estoy odiándola ahora mismo.
Le abro a Finn que cubre su rostro con un girasol, no puedo evitar sonreír, me enseña uno de sus ojos saliendo por un costado y poco a poco va revelando el resto de sus facciones. Me gustan los ojos de Finn, me encanta lo transparentes que son.
Es fascinante poder encontrar cosas tan bonitas en un par de orbes, me hace sentir linda y por un segundo olvido el lío con mi pantalón. Baja la mirada por mi cuerpo, en ningún instante el aparente embrujo encantador flaquea, mantiene constante la admiración y esta se incrementa cuando llega a mis ojos. Sus rayitos de sol se encuentran con mi café amargo y un vacío se instala en mi estómago porque siento, ya no es "nada" lo que percibo cuando lo veo, Finn no provoca nada, él es el causante de algo y me preocupa, me aterra incluso si no es la gran cosa.
—Es para ti —me entrega el girasol y noto que no es natural, es tejido—. Uno natural se marchitaría con el tiempo, este lo tendrás por cuanto tiempo gustes.
Asiento y tomo la flor entre mis dedos. Él da un paso hacia adelante, acortando la distancia para posar sus labios sobre mi frente, cierro los ojos y no los abro hasta que vuelve a alejarse. Podría acostumbrarme a la calidez que me envuelve cuando tiene gestos como ese, podría hacerlo si no tuviera esa soga invisible reteniéndome. Es un dilema interno, una pelea infinita con distintas partes de mí, las dañadas llevan ventaja, pero las buenas quieren dar batalla.
—Iré... iré a cambiarme el pantalón —le aviso, me sigue—. No tardo.
—Te espero aquí, no hay apuro.
Vuelvo a la habitación y nuevamente veo mi reflejo. No está desastroso, sé que si le pregunto me dirá que es perfecto, lástima que no es por él que estoy en esta indecisión. Al final cambio mi pantalón, escojo un jean menos ajustado y que le da volumen a esa zona que tanto me acompleja.
Salgo nuevamente, él está sentado en el sillón, con la mirada perdida en un libro que no he leído, pero que me resulta familiar.
—¿Y eso? —inquiero.
—Lo leí recién —se pone de pie nervioso y me lo tiende—. Creo que podría gustarte.
—Pensé que no leías —reparo cuando tomo el libro.
—No lo hacía, pero... tiene su encanto supongo —se encoge de hombros—. Le hice anotaciones, podría salir otra canción de ahí.
—Aún tenemos pendiente la de Love Maze —recuerdo.
—Cuando gustes —me sonríe.
Le sonrío también y le pido que me espere mientras voy a dejar el libro a mi habitación. No tardo mucho, cuando regreso él sigue de pie, se ha colgado la mochila en los hombros y recién me tomo la libertad de detallarlo. Me gustan sus pantalones, el color de su suéter contrasta muy bien con su piel y el abrigo que trae encima lo hace lucir más alto de lo que es.
Me ofrece la mano, pero casi de inmediato cambia el gesto por su brazo que tomo sin darle a mi mente la oportunidad de pensarlo demasiado. Le pregunto por los planes, él solo sonríe divertido, insisto y me responde con otra duda.
—¿Me prestas tu libertad para que podamos improvisar algo?
Frunzo el ceño y rio confundida.
—¿Qué?
—Tengo un plan, pero mi plan se termina con el destino, luego pensé que podríamos dejar que todo siguiera su curso, dejar que el día nos sorprenda, a veces surgen bonitas anécdotas así. Piénsalo.
Lo pienso mientras bajamos por la salida trasera, hay algún que otro paparazzi en la puerta principal y no me apetece que nos sigan, capturen fotos y empiecen los rumores. Finn también pensó en ello, es por eso que encontramos su moto estacionada justo frente a la puerta que da a un callejón que no permite la entrada de autos.
—¿Entonces, Lexie? ¿Me cedes un poco de tu libertad?
Me aferro a su antebrazo, dándole pase a mi pequeña parte valiente, a esa que quiere tener protagonismo hoy.
—Te cedo mi confianza, Finn —pellizco la tela de su abrigo—. Aunque ya la tienes desde hace mucho.
—Bueno, señorita... —sonríe moviéndose para quedar frente a mí, elevo la mirada para no perderlo de vista—. Perdámonos en la Gran Manzana.
Me guiña arrancándome una sonrisa. Es encantador. Trae consigo uno de los cascos y se asegura de colocármelo dejando la pantalla arriba, me detalla con el aparato puesto.
—He de parecer Arenita de Bob Esponja —me quejo.
—Más guapa, claro —replica y, sin que lo espere, se agacha a besar mi nariz ¡otra vez!
Abro apenas la boca y entrecierro los ojos para verlo.
—¿Ya no te derrites? —ríe.
—Serás imbécil —bufo y camino hacia la moto esperando a que suba—. Venga, Finn.
Se pone el casco y trepa al vehículo de dos ruedas, me observa invitándome a subir detrás; me indica donde poner las piernas y me pide que me sujete.
—Súper conveniente —mascullo, su espalda vibra contra mi pecho.
—¿Para ti? Por supuesto —responde coqueto prendiendo el motor, mis mejillas se encienden.
—Andas muy graciosito —señalo.
—Es para que te relajes, Lex —avanza lento hasta llegar a la entrada que nos permite entrar a la pista—. Ahora sí sujétate, no iré a paso tortuga.
Me aferro a su torso, mis dedos se extienden contra su abdomen y bueno, puede que sí sea conveniente para mí porque puedo palpar el músculo trabajado que esconde el suéter casual que trae puesto. Hago mi mayor esfuerzo para ignorar el hecho de que, físicamente hablando, Finn sí es la clase de hombre que capta mi atención, eso lo sé desde que lo conocí, y qué decir de todo lo demás, quizá por eso tengo tanto miedo, porque sé que Finn no tiene que esforzarse mucho para gustarme.
Veo como las calles se pierden conforme nos movemos a través de la ciudad. Personas, autos, mascotas, el mundo, todo queda atrás. Solo percibo las luces alrededor y el leve movimiento del cuerpo que se encuentra delante de mí. No sé a dónde vamos, no sé si él lo sabrá, pero el no saber por primera vez resulta emocionante y no inquietante.
No sabría decir cuánto tiempo transcurre hasta que estacionamos, no tengo idea de cómo se llama el lugar en el que estamos. Nunca había venido a esta zona. Finn me ayuda a bajar de la moto para que no me vaya de bruces contra el suelo. No podemos dejar la moto aquí sin arriesgarnos a que la roben así que vamos a una tienda donde los dueños, personas de edad, aceptan guardarla a cambio de dinero, dejamos los cascos también.
—¿Cómo sabes que no se quedarán con la moto? —le pregunto.
—No lucen como la clase de personas que harían eso.
—No deberías fiarte tanto de las apariencias —le aconsejo.
—No me fío de las apariencias, me fio de mi instinto —se detiene a mirarme, me coloco frente a él—. Ese no me falla, por él es que estamos aquí.
Frunzo el ceño, dejé de entender.
—¿De qué hablas?
—Mi instinto me guio cuando te vi esa noche en el bar —me explica y toma mi mano para enroscarla en su brazo. Avanza, lo hago a su lado—. Dudaba entre si eras o no tú, me arriesgué de igual modo y mira como acabó.
—¿Entonces debo agradecerle a tu instinto que seas mi mejor amigo?
—Quizá.
—Vale, gracias instinto de Finn —de reojo veo como sonríe.
Continuamos caminando, no hay mucha gente por aquí y esta zona no es de las que los paparazzi suelen frecuentar, así que me siento a salvo. Le cuento a Finn sobre lo que estuve haciendo los últimos días, nada muy interesante, pero se lo digo de igual modo, él escucha. Parloteo sobre la serie que vi con Ada y Lois, este último porque lo molestamos tanto que acabó cediendo, él sigue escuchando y me pregunta algunas cosas que no me incomoda responder.
Yo hago interrogantes sobre su familia, él me narra anécdotas de cuando era pequeño. Me alegra muchísimo escucharlo contar historias que arrancan sonrisas, travesuras que acababan en risas y abrazos, me encanta que seamos tan distintos, que él haya tenido una niñez feliz con padres que lo adoran.
Rio con él con cada final gracioso, con cada frase que al parecer se ha grabado, quizá de tanto repetirla en su memoria. Me habla también de su amistad con Taylor, cómo es que decidieron mudarse juntos, lo bien que se llevan y lo importante que es para él.
—Cristina me ha preguntado por ti —me dice.
—Yo creo que ya deberías darme su número, ella me cae genial —me quejo.
—Va a volverte loca —me advierte.
Sin embargo, siento que conecto muy bien con Cristina, quizá sea porque, según lo que me dice Finn, tenemos la misma edad o porque ambas nos dedicamos a rubros similares.
—Creo que puedo correr el riesgo —sonrío.
—Un par de semanas para que lo pienses, si aún persiste esa idea te daré su número —asegura—. Le dará un infarto y volverá loca a Minnie.
—Eres más cercano con Cristina, ¿verdad?
Se encoge de hombros.
—Amo a mis dos hermanas, pero soy más contemporáneo con Cris, Minnie vino después; además, es más parecida a Enzo que a mí. Me quejo de Cristina, pero la verdad es que somos muy similares en personalidad.
—Debe ser lindo eso de tener hermanos.
—Tiene sus puntos fuertes —simplifica, creo que no quiere que me sienta mal al respecto.
Gira hacia la izquierda en una esquina, realmente espero que Finn tenga buen sentido de orientación porque yo ya me perdí, hemos avanzado unas seis o siete cuadras desde donde dejamos la moto, menos mal traigo zapatillas cómodas.
—¿A dónde vamos?
—Dijimos que nos perderíamos en la Gran Manzana, Lex —voltea a mirarme como si su respuesta fuese obvia.
—Vale, pero no esperaba que fuese así de literal —me pego más a él porque la luz empieza a escasear por esta zona—. No me da buena espina esto.
Incluso con la oscuridad, consigo ver su sonrisa. Está disfrutándolo.
—Sé a dónde vamos, no te preocupes —me asegura, pero me aparta un poco para acomodarse de forma que su brazo, al que me aferré todo el camino, acaba por rodearme los hombros—. ¿Así te sientes más a salvo?
—¿Mi caballero en armadura? —me mofo.
—En pantalones, suéter y abrigo, tampoco traigo la armadura hoy —responde el listillo.
Probablemente no lo admita en voz alta, pero se está cómoda así, en ese espacio cálido, y sí, vaya que me siento más a salvo; sin embargo, en la misma magnitud percibo como los riesgos acechan. Es frustrante no tener el control de mis emociones, no poder sentirme libre de disfrutar esto sin pensar en finales precipitados y desagradables. Seguimos caminando, esta vez en silencio y no me molesta, Finn tararea una canción mientras avanzamos, sus dedos en mi hombro tamborilean, como si tocase las teclas de un piano.
—¿Qué melodía es?
—¿Cuál? —me mira.
—La que tocas en mi brazo —respondo.
Me sonríe.
—La de alguna canción que quizá escriba algún día —contesta él—. ¿Sigues escuchando a Morat?
Asiento.
—¿Cuál te va gustando más?
Intento pensar en las palabras en español, pero fallo, el idioma nunca se me ha dado bien. Es por ello que elegí francés en su lugar cuando Catalina me pidió que estudiara uno.
—Aprender a quererte —le digo en inglés, él sonríe—. No me pidas más, hace mucho me di por vencida con el español.
—No te pido más —cede. El camino empieza a iluminarse, puedo vislumbrar lo que parece un parque a la distancia.
Entonces cambia la melodía inicial que cantaba y lo hace por la de la canción que mencioné, no sé la letra, pero si recuerdo el ritmo así que lo ayudo con eso, mis "lalala" desafinan un poco, Finn no lo resalta y no me avergüenza a pesar de saber que no soy la mejor cantante. De pronto nuestros sonidos sincronizados son aplacados por el sonido de una guitarra, busco el origen y veo a los músicos rodeados de gente a unos metros de nosotros.
—¿Quieres ir a mirar?
Asiento, pero no tardo en dudar.
—¿Crees que me reconozcan?
Se detiene y me mira, alza un poco el cuello de mi suéter y cierra mi abrigo. Ve detrás de mí.
—Esperemos que no —Besa mi frente, evito derretirme, aunque lo hago un poquito—. Intentaré cubrirte de igual modo.
Y lo hace, me abraza de modo que esconde algunas de mis facciones conforme nos acercamos. Cuando estamos por llegar la voz de un joven acompaña la dulce melodía de la guitarra. Conozco la canción.
—Tú la cantaste —le digo bajito a Finn—. Ese día, tú la cantaste.
—Escucha la letra, Lex —me pide.
No miro al chico que canta, miro la barbilla de quien me acompaña, analizo las palabras de la composición que me ayudó a distraer a mis demonios cuando estos se esforzaban por empujarme al abismo sin nada que me salvara, Finn lo hizo.
Lágrimas silenciosas se deslizan por mis mejillas, tengo miedo, tengo mucho miedo de arruinar esto. Me pego más a su cuerpo, intentando huir de su mirada para que no note que estoy llorando, pero joder, ¿esconderme de Finn? Esa es misión imposible porque me atrapa sin esforzarse siquiera, tiene un talento natural para ver a través de mí.
Desliza las yemas de sus dedos por mi rostro, discreto porque no queremos llamar la atención, se lleva consigo la humedad dejando a su paso el rastro de una caricia acogedora, reparadora. No me reprocha el que llore, nunca lo hace, me deja soltar y me ayuda a limpiar el desastre. Ese es Finn y empieza a pesarme el hecho de que siempre sea quien tenga que embarrarse con la mierda que me cargo encima, pero él no parece apesadumbrado por ello, está ahí, dispuesto a seguir ensuciándose con tal de que yo esté bien.
El espectáculo improvisado continúa y los músicos nos invitan a bailar alrededor, empiezan a sonar los acordes de otra canción. Miro a Finn en señal de auxilio porque no sé bailar este tipo de música.
—Esta música no se baila, Lex, se siente —posa una mano en mi cintura y me atrae a su cuerpo, por inercia mis manos van a parar a sus brazos—. Cierra los ojos, yo te guío.
Su otra mano se encuentra en mi rostro, sostiene mi barbilla entre sus dedos inclinándola hacia arriba, nuestras miradas se encuentran, él guiña.
»Confía en mí, ciérralos.
Acabo cediendo, curiosa por lo que sea que quiera intentar. Mis parpados caen, prohibiéndome la vista, bloqueando cualquier cosa que me distraiga de sentir. Y Finn tiene razón, se puede percibir cada cuerda rasgada para provocar un sonido, cada cambio de nota, cada grave y agudo, todo se desliza entre mis vellos erizándolos. Me aferro a los hombros de quien me sostiene y nos balancea de un lado a otro. Soy consciente de la cercanía, de lo seguro que se siente su toque en mi cintura, de la ternura con la cual continúa acariciando mi rostro y lo disfruto por unos instantes antes de que el miedo vuelva a aparecer, porque así es nuestra relación: se va, me deja disfrutar y vuelve para opacar todo otra vez.
Lo oculto o lo intento hacer, pero sé que mi cuerpo no está tan relajado como al inicio, sé también que el toque de Finn ya no se siente tan seguro porque recaigo en el pensamiento de que los contactos podrían ser cada vez más limitados porque, cuando lo arruine, todo se irá al carajo. Estoy dañada, lo estoy tanto que mi vida ya no es mía, sino de los temores que cada día se hacen más grandes.
—¿Vamos por algo de comer? —me susurra Finn al oído, ha de haber notado que estoy tensa, me gustaría decirle que el problema no es él, pero lo guardo porque no quiero que toquemos el tema.
—Vale —me coloco a su costado y vuelvo a rodear su brazo.
Les dejo un billete a los músicos que tocaban, Finn repite la acción; ellos agradecen con un asentimiento de cabeza y siguen endulzando los oídos de quienes se quedan a disfrutar. Ya no pregunto a donde nos dirigimos, al parecer Finn conoce la zona, por más desolada que luzca.
—¿Te apetece algo en especial?
—No quiero pollo frito —sonrío queriendo relajar el ambiente—. Ada come mucho de eso y ha empezado a hastiarme.
Ríe.
—Vale, entonces iremos por algo que no sea pollo... ¿pizza? ¿Tailandesa?
—Creo que iremos por la tailandesa —respondo—. ¿Te gusta?
—Es de mis favoritas.
—Te confío mi cena entonces —sonrío—. No soy muy buena con los menús.
Acepta encantado. Regresamos por donde veníamos, hago preguntas, muchas preguntas y él las responde todas, sin tapujos. Conoce esta zona porque cuando llegó se dedicó a explorar la ciudad, en caso de que algún día necesitara de algún lugar tranquilo, esta área parece haberse ganado el premio. No hay tanto movimiento como en el centro y resulta reconfortante luego de estar en medio de todo. Me siento normal, sin cámaras siguiéndome, sin cuestionamientos, sin pensar en que mi foto puede estar mañana en una revista, me siento invisible y no sabía lo agradable que eso podría llegar a ser.
—¿Cómo te sientes, Lex? —pregunta de repente, me tenso, por supuesto que se da cuenta—. Hey, no es un interrogatorio.
Se detiene para ponerme frente a él.
»Venga, Lexie, soy yo —toma mi rostro entre sus manos—. Sigo siendo el mismo Finn, ¿vale? Puedes seguir diciéndome si estás cómoda o no, no he cambiado por el simple hecho de que me gustes. Chismoso y confidente, ¿lo recuerdas?
Sonrío, lo veo borroso, imagino que son las estúpidas lágrimas que salen sin permiso, ya no puedo controlarlas, se escapan hasta en momentos donde no las requiero.
—Me siento bien —aseguro, pero pienso en agregar el otro pensamiento, no quiero empezar a mentirle, a esconderme de él—, aunque...
Él asiente, invitándome a continuar.
»Me da miedo arruinar esto, me gusta esto que tenemos, Finn, no quiero... joder, no quiero arruinarlo.
Deja de mirarme para acoger mi cuerpo entre sus brazos, me rodea con fuerza, inspirándome la seguridad de la cual carezco en este momento y odio que mi inconsciente los compare, lo detesto porque Finn jamás será como John, nunca y yo lo sé. Lo sé por la manera en cómo los veo a ambos, John era una especie de héroe para mí, un dios inalcanzable que se apiadó de una simple mortal para hacerla parte de su vida. Con Finn somos iguales y está a mi lado, no por encima de mí, me ayuda como otro mortal con problemas, su resguardo no es con el propósito de que yo luego se lo agradezca... son diferentes, opuestos totales, pero el jodido miedo sigue ahí.
—No tengo nada, Finn —suspiro contra su pecho—, nada para ofrecerte, nada que te haga crecer... Soy un cuenco vacío, sin nada y con agujeros, todo lo que consigue llenarme se va, no quiero que tú lo hagas también.
—No necesito que me des algo más, Lexie —responde sin disminuir la fuerza con la cual me apretuja—. Te quiero a ti, incluso con los agujeros que mencionas, aunque yo no los veo. ¿Sabías que a veces distorsionamos la manera en cómo nos vemos a nosotros mismos? Cuando te veo no veo agujeros, no veo vacíos, por el contrario, te veo llena, llena de amor para dar, llena de cariño, de talento; veo también costras de heridas que están sanando; yo te veo a ti, Lexie, tal cual eres y no pienso solicitar algo más.
No quiero pensar más, quiero quedarme con su voz en mi mente, con solo eso. Ansío huir de cada vocecilla cruel que me repite lo mal que puede terminar esto que intento disfrutar. Yo quiero a Finn, sería correcto no pensar en algo adicional a eso. Hago el intento de concentrarme en él, mientras sigo abrazándolo, durante la cena, con cada sonrisa que me regala, cada caricia sutil, cada mirada. Me concentro en él incluso cuando volvemos a casa y debo despedirme, cuando vuelve a plantar los labios en mi frente, pero esta vez los pasea por mis pómulos dejando a su paso el rastro de su cariño. Pienso en Finn antes de dormir, porque no quiero dudar, no quiero hacerlo...
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¿Triple actualización hoy? Sipi.
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