CAPÍTULO 11
Yo ya me olvidé del nombre de tu perro y de esa despedida en la estación - Morat
Finn
27 de enero, 2022
—No lo sé, Finn, por mí no hay inconveniente alguno —escucho atento a Nick—. No hay mucho movimiento, dudo que te nieguen el permiso. Háblalo con Benjamin, de igual manera.
—Vale, es lo que haré.
Él solo asiente y yo me retiro al interior de la casa. Adara salió temprano hoy y está sentada en el sofá viendo una película, me dedica una mirada cuando nota mi presencia y palmea a su lado invitándome a acompañarla. No la rechazo.
Se mete un puñado de palomitas a la boca antes de ofrecerme el cuenco.
—¿Qué tienes? —indaga.
—¿Yo?
—Ajá, estás raro.
—Quiero hablar con el señor Benjamin, es todo.
Hace una mueca de disgusto.
—Lo haces sonar viejo, llámalo solo Benjamin, joder.
—Vale, Benjamin.
Asiente y mueve el cuenco frente a mí.
—¿Vas a tomarlas? Se me adormece la mano.
Sonrío y cojo unas cuantas.
—Gracias.
—No hay de qué. —Abraza el depósito contra su pecho y vuelve la mirada al televisor, pero no tarda mucho en regresar los ojos a mí. Es igual de chismosa que Lexie—. ¿Qué es lo que quieres hablar con Benja?
La miro de reojo y me aguanto la risa al verla tan atenta a mi respuesta. Debo admitir que ahora el ambiente es menos incómodo, puedo bromear con ella, tratarla con confianza y poder relacionarnos sin las formalidades que su antigua manager había establecido.
»Ahórrate lo que ya sé y cuéntame.
Esta vez sí rio e intento tomar más palomitas, pero le da un golpecito a mi mano antes de argumentar que, si quiero más, debo contarle el tema de mi conversación.
—Quiero pedir un par de días libres —respondo.
—Oh, vale, pues los tienes. Eso podías hablarlo conmigo, tonto —resopla—. ¿Cuándo?
—¿En serio?
—Sip, todo está tranquilo, tengo a Ivar y Daven, además de Nick —se encoge de hombros—. ¿Irás a Italia?
Asiento.
—Es el cumpleaños de mi abuela.
—¡De la nonna!
—Gracias por el permiso, Ada.
—Tranquilo, si tuviera a mis abuelos vivos también haría lo posible por pasar los cumpleaños con ellos —me sonríe—. No te preocupes, yo hablaré con Benja, ve comprando ese boleto, la abuela se pondrá feliz de verte.
Le sonrío en respuesta. Yo también seré feliz de verla.
3 de febrero, 2022
Camino por las calles de Voghera, el pueblo que me vio nacer y crecer. Me aferro a la mochila que me cuelga de los hombros mientras avanzo hacia la casa de mi familia, no he avisado que vendría, así que será una sorpresa para todos. La fiesta será por la tarde, salí de Londres por la madrugada, dos horas de vuelo hasta Milán y treinta minutos en el tren hasta la estación de Pavía, luego tomé un taxi que me acercara al lugar y aquí estoy.
Toco la puerta, apuesto a que Minnie va a abrir, odia hacerlo, pero siempre la envían a averiguar quién viene de visita. Soy insistente porque sé que la irrita y confirmo mi teoría cuando oigo el grito de frustración.
—¡Que ya voy! —grita, tras eso la madera desaparece de mi vista para dejar a mi hermanita menor frente a mí.
—¡Sorpresa! —hago manos de jazz, ella abre y cierra la boca sin saber que decir—. Vamos, ¿no me darás siquiera un abracito?
Sonríe y se cuelga de mi cuello, no sin antes proferir un sonoro grito que alerta a toda mi familia de mi llegada.
—Menudo idiota —murmura contra mi cuello—. Pensé que faltaría mucho para volver a verte.
Me apretuja mucho, solo me libera cuando Cristina grita al verme y la empuja para ser ella quien me asfixie ahora.
—¡Estás aquí! —Besa mi mejilla numerosas veces.
Sí, tengo una familia muy cariñosa.
La apretujo contra mí y la dejo hacerme mimos hasta que mamá hace su aparición y tal como sus hijas, suelta una exclamación, pero ella libera un par de lágrimas antes de quitarme a Cristina de encima. Sostiene mi rostro frente al suyo y me sonríe.
—Mi bebé —susurra—. ¡Oh, mi niño!
Veo a Enzo asomándose y sonriendo al verme, pero él no echa a mamá, espera a que termine de abrazarme para acercarse y envolverme en sus brazos.
—Es bueno verte otra vez, hermanito.
Me deja para que papá será quien me apapache ahora. Es el último, creo. Papá me da dos palmadas en la espalda y besa mi sien antes de liberarme.
—Me alegra mucho que estés aquí, hijo.
Le sonrío, les sonrío a todos y cada uno de los rostros alegres que me rodean y abro los brazos. Todos se acercan y nos sumimos en un abrazo familiar que le da el toque faltante a mi tranquilidad mental.
—Los extrañé mucho —les hago saber.
—Nosotros a ti —responden al unísono.
Poco a poco nos separamos, pregunto por la abuela y me responden que salió a visitar a una amiga, que vendrá pronto, antes de la fiesta. Vuelven a dispersarse y es Cristina quien me acompaña a mi habitación, probablemente sea porque quiere ver que traje para que me arme el outfit o como sea que se llame.
—Creo que esta camiseta está perfecta con el pantalón de cuadros negro —señala cuando me quita la mochila y vacía el contenido sobre la cama—. Te verás guapísimo, hermanito. Carl...
Se calla de inmediato y cubre su boca con una de sus manos.
—¿Cris?
—La abuela la invitó —masculla rápido, le pido que sea clara—. La nonna no sabe lo que sucedió, ¿recuerdas? Entonces la invitó, la ha visto crecer y quiso tenerla aquí hoy. Carla no sabe que vendrás, ¿debo decírselo?
Carla.
—Si es por mí, no hay problema, Cris, lo sabes y ella también. Conversamos luego de lo que sucedió y todo quedó solucionado. No me incomoda verla, si es lo que te preocupa.
—Quizá debería avisarle, por si a ella si le incomoda compartir espacio, ya sabes...
La noto nerviosa y le aseguro que no hay nada por lo qué angustiarse.
—Habla con ella si lo crees conveniente, pero hazle saber que yo no tengo problemas con que venga, ¿vale?
Asiente y me abraza brevemente antes de salir.
Me dejo caer en el colchón cuando la puerta de cierra. No le he mentido, de verdad lo he superado; sin embargo, las cosas no volvieron a ser igual tras el final de nuestra relación... y qué final.
Conozco a Carla desde que tengo uso de memoria, cada recuerdo de mi infancia lo he compartido con ella, la cercanía hizo que los sentimientos se desarrollaran y para cuando estábamos terminando la secundaria nos resultó imposible seguir reprimiéndolos. La amé, me gusta pensar que ella sintió lo mismo, pero éramos demasiado jóvenes como para saber manejar la magnitud de las emociones en situaciones críticas, entonces todo se fue al demonio. Nos lastimamos y no elegimos los mejores escenarios para darle fin a algo que inició de forma inocente.
Enfoco mi mirada en la puerta cuando esta se abre otra vez y no puedo evitar sonreír cuando mi nonna se asoma buscando alrededor hasta dar conmigo. Sus pequeños ojos se enlagunan y abre los brazos para mí. Me pongo de pie, camino hasta dónde está y me dejo rodear.
—Oh, Finnito —solloza—. Pensé que tardaría otros cinco meses en verte.
—Pues sorpresa, abuelita —la apretujo contra mi pecho con cuidado de no lastimarla—. Te eché de menos.
Me asegura que ella también, luego toma mi rostro entre sus manos y besa mi frente, debo inclinarme para quedar a su altura. Palmea mi mejilla con suavidad y me pide que le cuente lo que hice en el último mes. Lo hago, ella igual me pone al tanto de los preparativos para su fiesta, luce muy emocionada.
—Iré a preparar esa salsa que te encanta, voy a incluirla en el menú de la cena ¿bien?
—Me encantaría eso, nonna.
—Todo para mi Finnito —besa mi mejilla—. Te dejo para que sigas alistando tu ropa, la gente empezará a llegar dentro de unas tres horas, no olvides bajar a comer.
Asiento. Dejo la ropa lista sobre el colchón, es lo que eligió Cristina, prefiero ahorrarme el drama. Bajo a la cocina por mi almuerzo y encuentro a mi hermano moviendo condimentos en una sartén.
—Pensé que ustedes ya habían almorzado —comento.
—Esto es para ti —responde sin dejar que la salsa se queme.
—¿Vas a complacerme con tu deliciosa sazón? —indago bromeando.
Desde pequeños se nos enseñó a cocinar, mamá siempre fue fiel partidaria de la idea de criar hijos autosuficientes, por eso es que tanto Enzo como yo sabemos realizar las tareas básicas del hogar. Sin embargo, incluso si su comida es riquísima, mi hermano no es muy fan de la cocina así como yo no lo soy de lavar la ropa; Enzo pide comida y yo envío la ropa a la lavandería. Perfectos no podíamos ser tampoco.
—Mamá no acepta un "no" por respuesta —se queja—. Sabe que a mí me sale este plato mejor que a Cristina y Minerva está ocupada encargándose del salón.
—Lástima que te disgusta cocinar, tienes unas manos benditas para la comida —suspiro.
—Mis manos benditas prefieren ser usadas para comer, no para preparar lo que va a comerse.
Termina de remover y sirve todo en un plato que pone frente a mí, me relamo los labios porque ¡joder! extrañé incluso la comida malhumorada de Enzo.
—Buen provecho.
—Tú rompes el mito de que el amor es el ingrediente secreto para que la comida tenga buen sabor.
Empiezo a comer, deleitándome con la delicia que explota en mi boca. Me comenta un poco sobre el trabajo, él es arquitecto, Enzo sí continuó con la universidad, por el contrario de mí, que la abandoné cuando noté que eso no iba a hacerme feliz. Estaba estudiando Ingeniería Civil, me llamaba muchísimo la atención cuando estaba en la escuela, pero una vez en el campo terminé aburriéndome. Se lo comenté a mis padres apenas sentí la sensación de vacío, tuve la suerte de que ellos escucharan y me respaldaran cuando elegí dejarla para ir en busca de algo que llenara ese hueco, de algo que me hiciera feliz.
No tardé mucho en descubrir que ser guardaespaldas era lo que quería. Fue un momento de iluminación, estaba mirando una película con mamá sobre una actriz de Hollywood y fue como un clic en el cual fue sencillo imaginarme como el escolta que la resguardaba. Tener la responsabilidad de velar por su seguridad, de ser en quien ella confía para salvaguardar su vida... todo encajaba perfecto con mi tendencia a cuidar de los demás. Se lo dije, puede que quizá haya alzado la voz por la emoción, mi momento Eureka. Papá me ayudó a buscar agencias para que pudiera entrenarme, pasé meses y meses ejercitándome, aprendiendo lo necesario para poder entrar al campo. Postulaba a distintos empleos alrededor del mundo, pero mi meta eran actores de Hollywood. Cuando lo conseguí y logré ejercer lo que había aprendido sentí que el vacío era inexistente, el resto es historia.
—¿Todo bien por América? —pregunta mi hermano—. Ya no he oído mucho sobre Adara, salvo por las entrevistas.
—Ha parado el acoso, pero no nos confiamos —respondo—. Es extraño, ¿sabes? No es una conducta habitual en ellos.
—Ya desarrollaste el instinto, ¿eh? —sonríe—. Estoy orgulloso de ti, Finnito.
Pongo los ojos en blanco, ese es el apodo de la abuela, pero de igual modo le sonrío. Termino mi almuerzo y me levanto para lavar el servicio que se ensució, como mamá vea este desastre... uf. Enzo ya hizo mucho cocinando, me toca limpiar.
Cuando la cocina vuelve a estar impecable nos movemos al salón para ayudar con lo que falta para que la fiesta de la abuela sea tan increíble como ella espera.
—¡Cristina, te he dicho que no! ¡A la derecha! —grita Minerva.
—¿Aquí? —inquiere la aludida moviendo el adorno a la izquierda. Cómo le encanta joder.
—Muévete, ya lo hago yo —se queja mi hermanita menor, la empuja con la cadera y debo sostener a Cristina para que no se vaya de bruces contra el suelo.
—¡Cuánto amor! —exclamo.
—¡Amor! —grita Cris y me jala con ella hacia otra habitación—. ¡Lexie dijo que hablaría conmigo!
Oh, vale, es cierto. Lo había olvidado.
—Está bien, pero vas a esperarte a la noche —su sonrisa se transforma en un puchero—. Cris, el cambio de horario.
—¡Por eso! Allá deben ser las ocho de la mañana, es una hora muy conveniente para llamar.
Parece una nena de cinco, no una chica de veinticuatro, pienso en decírselo, pero luego recuerdo que solo se comporta así con nosotros, en realidad es mucho más madura que la mayoría de sus amigos.
—Le enviaré un mensaje —cedo—. Si no responde, te esperas a la noche.
—Hecho.
Hago lo que me pide y tiene una suerte infinita porque al minuto ya tengo a Lexie frente a mí con la cámara encendida.
—Buenos días, señor formal —saluda—. Un placer saludarlo hoy, pero no es usted con quien quiero hablar, ¿está Cristina ahí?
Ella suelta un gritito y se inclina para que la cámara la enfoque. La dejo tener su momento de niña conociendo a su ídola, les doy un poco de privacidad para que conversen y solo vuelvo a ver a mi amiga cuando mi hermana se digna a devolverme el teléfono.
—Ella es genial —me sonríe Lexie—. Tienes a una hermana maravillosa, Finn. Imagino que Minerva es igual de asombrosa.
—Minerva es un poco más seria, pero apuesto a que también se llevarían bien.
—Yo soy más genial que Minnie —se queja Cristina, le doy una mala mirada—. Ay, vale, me voy.
Y lo hace, tararea en el camino hasta cerrar la puerta de su habitación, me quedo solo. Enfoco mi atención en Lexie, no tiene una pizca de maquillaje, lo que me hace suponer que acaba de despertar, quizá no tiene rodaje hoy o lo tiene más tarde que de costumbre. La falta de correctores y bases me permite ver los estragos del mal rato que está pasando, finjo que no lo noto, no quiero que se incomode.
—¿No grabas hoy?
Niega.
—Es mi día libre. ¿La abuela se alegró de verte?
—Muchísimo, está emocionada por su fiesta.
—Puedo imaginarlo, espero que te diviertas mucho hoy.
—Gracias, Lex y gracias por lo de Cristina.
Le resta importancia y me asegura que le encantó conversar con ella.
—¿Cómo estás tú? —indago.
Su sonrisa flaquea por un microsegundo, pero logro percibir el cambio. Joder, gente de mierda, no comprendo la necesidad de arruinar el disfrute de alguien durante su tiempo de trabajo. Ya me ha contado de los cuchicheos, también de su conversación con quienes hablaban a su espalda, pero si sigue así es porque de igual modo hay algo que aún le impide vivir esta experiencia como debería.
—Ya no son ellos —dice en voz baja, su mirada se desvía de la cámara—. El problema soy yo, Finn.
Una pequeña lágrima se le escapa, la seca con rapidez. Guardo silencio, me gustaría decirle muchas cosas; sin embargo, por primera vez no sé cómo hacerlo. No quiero presionarla.
—Lex, cierra los ojos.
—¿Qué?
—Anda, ciérralos —vuelvo a pedir, esta vez obedece—. Quiero que te grabes bien lo que voy a decir, ¿vale?
Asiente. Tomo aire y elijo las palabras adecuadas para que guarde el mensaje y empiece a asimilarlo.
»Lexie Jones, eres una persona maravillosa, con un aura preciosa que llama a envolverse en ella. Eres luz, Lex, sin importar lo que digan, eres luz; una luz dorada que ilumina el camino de quienes se complacen teniéndote cerca y poder contar con tus abrazos, con tus chistes y el cariño que eres capaz de brindar sin esperar algo a cambio —suspiro, sus mejillas está húmedas, decido ir por aquello que está causándole inseguridades—. Si has llegado a donde estás ahora, no ha sido por suerte, Lexie, mereces estar ahí, eres digna del reconocimiento que tienes. Sé que puede resultar difícil ignorar lo que nuestra propia mente nos dice, pero, Lex, intenta recordar el esfuerzo que pusiste en cada película, el desborde de talento que mostraste a quienes te eligieron de entre centenares de muchachas. Ellos vieron algo en ti: talento; es hora de que tú lo hagas también.
Tarda unos segundos en volver a mirarme, me alivia encontrar esperanza en sus ojos y la sonrisa nostálgica que dibuja en los labios es suficiente para saber que necesitaba oír lo que le dije. Sus lágrimas salen a borbotones, pero no deja de sonreír. No mentí ni exageré cuando dije que era luz, ella es luz, a veces titilante, otras tan brillante que enceguece, pero siempre es luz.
—Oh, Finn —solloza—. Mierda, gracias.
Deja el teléfono sobre la cama, enfocando al techo de la habitación, escucho sus pasos y un minuto después está frente a la cámara otra vez. Fue por pañuelos que utiliza para limpiarse las mejillas.
—Quiero que sepas que todo lo que dije es cierto, Lex, ni una sola palabra es mentira.
—Jamás asumiría que es falso, no de ti, Finn —responde y vuelve a esbozar esa bonita sonrisa—. Creo que es por eso que estoy lloriqueando tanto, porque sé que no me estás mintiendo, solo duele no ser capaz de verlo con tanta claridad como lo haces tú.
—Confío en que algún día lo harás y ¡joder, Lex! Ese día serás la estrella más brillante del universo entero.
Su nariz se arruga ligeramente cuando ríe, creo que ansía eso, vaya que sí y yo muero por poder ser testigo de ese suceso. Se despide de mí unos minutos después, argumentando que debe ir a desayunar, le digo que se cuide y ella me guiña un ojo prometiendo que lo hará.
El fin de la llamada coincide con el grito de Minerva que me proclama como la próxima víctima de sus órdenes. Me guardo el móvil en el pantalón y salgo en busca del origen de su voz. La encuentro mirando seria a Cristina que se encoge un poco donde está.
—Si no vas a ayudar, entonces vete a tu habitación, pero no me alteres los nervios —la regaña.
Me acerco lento a mi hermano que observa divertido la escena.
—¿Se han cambiado los papeles? —indago.
—Cris ya agotó su paciencia, Minnie ha explotado.
Rio y me acerco por detrás para rodear a la más pequeña de mis hermanas. Ella se tensa por un segundo, pero de inmediato se relaja al ver que soy yo, extiendo uno de mis brazos hacia Cristina que no duda mucho en acercarse. Es el mismo procedimiento que vengo haciendo desde que somos pequeños porque ellas siempre han discutido, Cris hacía llorar a Minerva, luego se resentían y yo tenía que intervenir para que hicieran las paces.
—¿Cristina? —la invito a hablar.
—Sabes que me gusta joderte, Minnie, pero yo te quiero.
La aludida alza la barbilla y le gira el rostro.
—¿Minnie? —insisto, ella guarda silencio—. Cris dice que lo siente.
—No ha dicho eso —se queja.
—Es su manera de decírtelo.
Cristina me observa y con la mirada la insto a decirlo, Minerva no dará el brazo a torcer si no lo dice tal cual.
—Lo siento, Minnie —cede y besa su mejilla.
La más pequeña resopla y se gira para abrazarme, Cristina la rodea a ella para abrazarnos a ambos y hago lo mismo rodeando a mis hermanas. Enzo no tarde en unirse también.
—Te haces extrañar, imbécil —masculla mi hermanita.
—La boca —la regaña Enzo.
—Tengo veinte años, puedo decir palabrotas.
Mamá y papá no opinan igual, pero mientras no las diga en su delante todo bien con la lengua suelta. Rio cuando Minerva nos obliga a separarnos para que, en su lugar, hagamos algo productivo, o sea, ayudemos con la decoración del salón. Cristina está en falta así que se mueve de forma ágil colocando los adornos que viene paseando desde hace rato. Trabajando en equipo logramos dejar todo impecable, Minnie nos da el visto bueno y se desaparece para ir a vestirse. Cris me abraza y arruga la nariz.
—Ve a ducharte, apestas —me da un suave empujón, yo rio.
Levanto un mechón de su cabello e imito su gesto.
—Tú también, enana.
Vuelvo los pasos hacia mi habitación y me alisto para la fiesta de la abuela, me pongo la ropa que eligió mi hermana y vuelvo a bajar, los invitados han empezado a llegar, la casa empieza a llenarse de gente, la nonna es muy querida; me sorprendería ver el salón vacío.
Saludo a algunos conocidos, abrazos, apretones de mano y asentimientos de cabeza, entonces la veo. Si hay una cualidad que no pueda definir a Carla, esa es la puntualidad, suele llegar tarde a todos lados, me sorprende verla aquí tan temprano. La reparo de manera rápida, no ha cambiado mucho desde la última vez que la vi, desde esa última conversación. Sus mejillas se encienden cuando nota mi presencia y el saludo que escojo para ella es un simple asentimiento de cabeza. Decido salir de ahí cuando detrás de ella se asoma mi ex mejor amigo, su nuevo novio. No tengo sentimientos por Carla, hace mucho que dejé de tenerlos, pensé que no me afectaría verlos, pero no duele que esté con alguien más, duele que para eso haya tenido que traicionar mi confianza.
—Espera —su delgada mano se aferra a mi muñeca.
—Ve con Andrea —le pido.
—Quiero hablar contigo, Finn —insiste—. Joder, sé que es mi culpa, pero déjame intentar siquiera solucionar esto.
No quiero que se arme una escena en la fiesta de mi abuela, es por eso que subo a la azotea con ella siguiéndome. Cuando volteo para enfrentarla me encuentro con sus ojos enlagunados.
—La última vez dejé que te culparas porque yo no podía con ese peso —me dice con la cabeza baja, no me agrada verla así—. No fue tu culpa, Finn, nunca lo fue.
—Lo sé.
En ese momento no lo sabía y me culpé por no haberle dado lo que ella necesitaba para que fuese feliz, me sentí insuficiente, como si no tuviera la capacidad de hacer feliz a la persona que amaba. Me estaba destruyendo a mí mismo y ella lo permitió.
—Yo debí decírtelo, debí terminar nuestra relación, yo no podía tener una relación a distancia y lo sabía, tuve que haber sido sincera contigo y no lo fui.
—Debimos ser sinceros, Carla. También fue egoísta de mi parte pedirte algo que sabía que no estabas dispuesta a dar, en el fondo supongo que lo sabía, pero te quería tanto que no podía solo terminar.
—No hay justificación, te engañé y debí asumir la culpa cuando nos descubriste, pero no lo hice. Tú eras perfecto, Finn, me hacías tan feliz... pero no tenerte cerca...
—Déjalo, Carla —pongo una mano sobre su hombro.
Quiero dejar ir el tema, hace años que lo superé, ¿necesité ayuda profesional? Sí, él me ayudó a tejer los hilos que quedaron sueltos, me devolvió la confianza y me respaldó para que me convirtiera en una mejor versión de mí mismo, una con menos inseguridades y sin miedos al amar, si es que en algún momento decidía volver a hacerlo.
—Pero... yo...
—Carla, lo digo en serio, déjalo, está bien. Quizá esto fue lo que no dijimos ese día, está cerrado, no vuelvas a abrirlo.
Asiente, retiro mi mano de su hombro.
—¿Es mucho pedir... ser amigos?
—Lo es —respondo, no pretendo ser brusco, pero creo que lo soy—. Los respeto, a ambos y guardo aún los recuerdos que compartimos, pero volver a ser amigos no es algo que pueda permitirme.
—Está bien, yo... gracias por escuchar.
Le doy un asentimiento, esta vez se va, dejándome solo en la azotea de mi casa. Está empezando a ocultarse el sol, los colores que tiñen el cielo me impiden dejar de contemplarlo, el paisaje es precioso.
Unos brazos delgados me rodean el torso y no necesito voltear para saber que es Cristina.
—¿Te encuentras bien? Vi a Carla bajando.
—Todo está bien, Cris, no te preocupes —respondo—. Sabes que lo superé hace mucho.
Me apretuja fuerte.
—Te amo mucho, me alegra que vinieras —murmura.
Acaricio sus manos que están contra mi abdomen.
—También te amo, Cristi —replico—. Vamos ya, la abuela debe estar por salir.
Giro y rodeo sus hombros, ella mantiene uno de sus brazos aún alrededor de mi cintura.
—Si te sientes incómodo solo me lo dices, ¿vale?
—Vale.
Se relaja y me acompaña durante toda la reunión, no se me despega, está como garrapata prendida de mi brazo y lo agradezco. Mi nonna nos mantiene a su lado desde el inicio hasta el final, soy su invitado de honor y me pide que incluso sople las velas con ella. Está feliz y agradezco haber solicitado ese permiso. La hago bailar, cantar y apoyo cada chiste que decide contar. Me robo la mayor cantidad de sonrisas suyas que puedo, disfruto con mi familia y no permito que fantasmas viejos vengan a arruinar la nueva persona en la que me convertí.
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No sé ustedes, pero yo amo a la familia de Finn 🥺
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