CAPÍTULO 10
Everybody thinks that you're somebody else, you even convince yourself - Hailee Steinfeld
9 de enero, 2022
El set de grabación no es el más colorido, no es algo a lo que esté adecuada. Las películas de romance tienen en su mayoría un ambiente que proporciona calma, cálido a la vista. Me encuentro en una escuela; Hannah, mi personaje, sufre de alucinaciones, lo que es el punto central de la trama. Ha pasado de orfanato en orfanato, en busca de calor de hogar, pero no lo ha encontrado; los estigmas le han impedido hallar una familia que pueda acogerla, sin embargo, asiste a la escuela, se rodea de gente que, de igual modo, ha puesto una barrera con ella. Su personaje es complejo y me intimida un poco, pero hago lo posible para encarnarla cuando el director da la orden de empezar a grabar.
Cabeza gacha, hombros encorvados, ojos tristes y estudiantes chocando contra mí, por un segundo alzo la mirada perdida a la cámara y dejo de caminar.
—¡Corte!
Vuelvo a enderezarme y espero las quejas, no llegan.
—Tenemos la toma final, estuviste bien, Lexie.
Me acerco a donde se encuentran las cámaras y me sobresalto cuando la mano de James, el director, se posa en mi hombro. Su sonrisa de satisfacción logra acariciar mi confianza que en los últimos días no ha querido mostrarse. Me señala los puntos fuertes de mi actuación, el cómo logro expresar el vacío que tiene Hannah en su interior...
—Tenía muchas expectativas con esta toma y has conseguido cumplirlas, felicidades.
Logro esbozar una sonrisa tímida, muy atípica en mí, soy más de sonrisas amplias, orgullosas. No sé qué está sucediéndome últimamente. Nos dan un descanso de treinta minutos y abandono el frío escenario, decido salir al patio de la escuela. Está todo cubierto de nieve, cierro los ojos disfrutando de la helada brisa que choca contra mi rostro.
—No termina de cuadrarme —consigo escuchar—, ella no me convence.
Ni durante el jodido descanso puedo dejar de escucharlas cuchichear, mis manos se convierten en puños y no logro guardarme más el resentimiento que me corroe por dentro. Me estoy destruyendo a mí misma con cada pensamiento intrusivo, pero no permitiré que ellas colaboren en el daño que estoy causándome. No puedo callar a mis voces, las suyas sí.
Doy la vuelta y las enfrento. Sus ojos se encuentran con los míos y ellas giran, intentan irse; sin embargo, soy más rápida al caminar hasta dejar que solo unos pocos metros nos separen.
—Esperen.
La duda se hace presente en sus pasos lentos que retroceden. La cabecilla del pequeño grupo es la primera en dar la cara. Es fácil acosar a un pajarillo asustado, intentar acosar a un águila no resulta tan poco intimidante. Así que porto la máscara de águila, el pajarillo asustado, que soy en realidad, necesita un poco de apoyo.
—Las dudas que tengan pueden venir y conversarlas conmigo —inicio—, no he venido aquí a convencerlas. Fui elegida y no fue por mi cara bonita. No sé qué demonios tienen en mi contra, pero les pido, por favor, que dejen de murmurar, eso es de cobardes.
La abeja reina frunce los labios, lo piensa, tras eso, extiende la mano.
—Soy Melanie —se presenta.
—Vale, Melanie —extiendo la mía—. Espero esta sea alguna alianza de paz, porque realmente la necesito si voy a trabajar aquí. No me agradan los ambientes hostiles.
Asiente y da un apretón.
—No quiero volver a escucharlas hablando a mis espaldas, porque intento ser amable, pero no toleraré más la incomodidad de verlas cuchicheando.
—Llevaremos la fiesta en paz.
Esta vez soy yo quien asiente. Las dejo atrás para ir a tomar aire a algún otro lado. Es probable que no vayan a dejar de hablar, pero al menos ya no lo harán en mi presencia. Veo a Alex, él me ve a mí y sé que sabe que no me encuentro al cien hoy, que no me he sentido del todo bien en las últimas semanas.
—Iré a hablar con los directores, esto no puede seguir así —me dice en cuanto llega a donde estoy—. Necesitas un entorno tranquilo para que puedas rendir.
—No te preocupes, ya lo hablé con ellas, van a parar.
Escruta mi rostro, sus ojitos grises intentan buscar el motivo de mi desgano, pero no creo que pueda encontrarlo, ni siquiera yo termino de comprender por qué me siento tan mal.
—Lexie, necesitas...
—Necesito seguir, Alex —lo corto antes de que insista con lo de la terapia.
—Pero Lex.
—Pero nada, estaré bien, solo necesito tiempo.
Suspira y me atrae a su pecho, recuesto mi mejilla contra su hombro y le permito apretujarme entre sus brazos. Quiero llorar, no lo hago. Lo llaman, veo la duda en sus ojos, pero insisto en que puede ir, que no sucederá nada en estos diez minutos conmigo misma. Diego llega a mi lado, dibujo mi mejor sonrisa para él y escucho lo que me cuenta aunque quizá no estoy prestándole demasiada atención.
—¿Grabarás el grito hoy, verdad?
—¿Uh?
—No estás escuchándome, Lexie.
Le sonrío a modo de disculpa.
—Lo siento, estoy un poco distraída.
—Lo he notado, ¿está todo bien?
Asiento y le doy un apretón a su mano cuando ésta toma la mía.
—Todo está perfecto, creo que estoy metida aún en el personaje.
—Miedo —se estremece, yo rio—, mientras no me envenenes en la vida real, todo bien.
Le aseguro que nada de eso sucederá, seguimos conversando —ahora sí presto atención— hasta que nos llaman para continuar con el rodaje. Recibo las indicaciones respectivas para la toma que sigue y en eso se resume mi día; el grito no resulta tan sencillo como supuse, debe ser desgarrador, mis niveles de desgarro van en aumento conforme volvemos a grabar hasta que conseguimos la toma que convence al director. Para el final de la tarde estoy exhausta, mi garganta duele y mis rodillas también.
Mi mente continúa poniéndome trampas que intento evadir, pero que no siempre consigo ignorar. Me fijo de más en las reacciones del equipo de grabación, requiero de su constante aprobación y es agotador tener que esperar siempre por un "Lo hiciste bien". E incluso escuchándolo, no puedo evitar considerar la idea de que lo dicen solo por compromiso y no porque realmente lo haya hecho bien. Sería agradable que la confianza que aparenté al hablar con esas chicas, fuese la confianza que poseo a diario, sin embargo, no lo es. Es solo una máscara, un escudo que me protege del daño exterior, pero que no puede resguardarme del peligro al que me someto cuando me enfrento a mí misma.
23 de enero, 2022
Sentir, quiero sentir.
Ansío sentir algo más que dolor, algo que me distraiga de lo rota que estoy. Esto consigue difuminar la sensación de que estoy perdiéndome, la ola de placer físico me abraza por completo y olvido por unos segundos cada inseguridad, cada miedo.
Unas manos que no son familiares me recorren el cuerpo, acarician erizándome los vellos; la excitación nubla mi mente, la calla, la silencia. Sus labios besan mi cuello, su lengua humedece mi piel y sus dedos se pierden en mi interior. Me retuerzo, gimoteo y me aferro a las sábanas.
No hay conexión, pero si el grito que anuncia la llegada de mi orgasmo. No recuerdo lo que era tener sexo con amor, hace años que no lo he experimentado, ni siquiera sé si lo que sentía con John era siquiera amor, él nunca lo sintió, eso puedo asegurarlo.
Me levanto, tomo mi ropa y me despido del hombre con el que compartí placer, no recuerdo su nombre, pero creo que merece un adiós, todos lo merecemos.
Hoy no he bebido, así que pude traer el auto por mí misma, aunque sé que Batman debe estar por ahí vigilándome. Cierro mi abrigo, cubro mi cabello con un gorro y protejo mis manos con los guantes de lana. Me monto en el vehículo y huyo de la zona, no hay paparazzi, lo agradezco. Conduzco alrededor de la ciudad, pongo algo de música para no ir en silencio y me muevo por las calles de Toronto. Mi teléfono suena, es Alex.
—Ya estoy volviendo —anuncio.
—Lexie...
—Lo sé, pero necesitaba salir, nadie me ha visto.
—Batman viene detrás de ti, vuelve al hotel, por favor.
—Estaré ahí en unos minutos, promesa.
Doy la vuelta, esta vez sí tomo el camino que me llevará al hotel. Beso la mejilla de Alex cuando lo encuentro en el estacionamiento y camino de frente, no quiero escuchar su regaño, me apetece una ducha; pero me llama, pronuncia mi nombre con la voz de alguien que se preocupa, no soy capaz de ignorarlo, es por ello que me detengo antes de subir al ascensor.
Giro el rostro y no espero mucho hasta que él llega y me abraza, lo hace tan fuerte que logra mover los cimientos de mis muros lo suficiente para que un par de lágrimas caigan. Joder, odio lo frágil que me siento, detesto que mis piezas se aflojen con tanta facilidad.
—Nena, necesitamos ayuda.
—Yo puedo —insisto.
—Lexie...
—Alex, por favor.
Me cubro, me cierro, bloqueo mi dolor otra vez. Es increíble cómo puedo maquillar todo de un momento a otro. Alex toma mi rostro entre sus manos, he conseguido que mis ojos dejen de llorar, vuelvo a asegurarle que todo estará bien. No sé si seguirá creyéndome, pero me deja ir, tal y como se lo pido.
Enciendo la televisión cuando llego a mi habitación y lo que veo me lleva a alcanzar la botella que acabará con mi sobriedad. John posa frente a las cámaras con una sonrisa llena de vida, de gracia, de alegría. Luce mayor, pero es como el vino que estoy bebiendo, con la edad se pone más bueno. No siento más que rechazo, pero este sentimiento se enfoca en mí también por haber sido tan ilusa al creerle, al abrirme para él, al exponerle mis miedos. Me disgusta saber que fui a quien utilizó, a quien desechó como un pedazo de mierda.
Mi teléfono vuelve a sonar, esta vez es Finn. Apago el televisor y le contesto.
—Buenas noches, señor formal —saludo.
—Buenas noches, señorita achispada —responde—, ¿qué es eso que estás bebiendo?
Suelto una risa tonta.
—Un poco de vinito.
—Vale, cuéntame, ¿cómo ha estado tu día?
—Hoy no tuve que ir al set, así que me divertí. Salí a bailar, fui con un chico a su hotel y ya estoy de regreso en el mío. Fue un buen día.
Se queda en silencio, está esperando la versión real, no la que me invento para no sonar tan mal. Suspiro.
—Puedes decírmelo, Lex.
—Ha sido un día de mierda, están siendo días de mierda, pero estoy haciendo lo posible por que mejoren.
El alcohol, como siempre, me afloja la lengua y termino preguntándole si le parezco una mala persona.
—Claro que no, no eres una mala persona, si ellos no saben ver lo valiosa que eres, ese no es problema tuyo, Lexie. Quienes te vemos de verdad, podemos conocer a la chica que realmente se esconde detrás de todas esas capas.
—No sé si merezco este papel, Finn —balbuceo.
—¿Pagaste para que eligieran? —inquiere.
—¿Qué? No, por supuesto que no —me indigno.
—¿Entonces? ¿Qué te hace suponer eso? Si no lo merecieras, no te habrían elegido, Lex, es así de sencillo.
Intento que sus palabras calen en mí, porque Finn siempre consigue decir lo que necesito escuchar, lo que mi pajarillo asustadizo interior requiere para armarse de valor e ir a enfrentar al mundo cruel.
—¿Te he dicho ya que te quiero?
Ríe. Me acomodo en el colchón, dejando de lado la botella de vino.
—Creo que no, pero el cariño es mutuo, señorita.
—Lo aguantaré solo porque ya eres mi amigo, pero no le digas eso a Alex porque se pondrá celoso.
—Vale, esconderé mi título de honor.
Ahora soy yo quien ríe.
—Perdón por entristecer tu día con mis tonterías —sorbo—. ¿Cómo te fue a ti hoy?
—Déjame aclarar lo primero antes de responderte —me dice—. Lexie, una amistad no se basa solo en compartir alegrías y logros, también se está para el otro en los momentos difíciles; es como un matrimonio, en las buenas y en las malas, así es la dinámica. Lo que te suceda no es una tontería, es igual de importante que cualquier otro tema que quieras contarme. ¿Vale?
Suspiro, no le respondo, estoy interiorizando eso.
»¿Vale, Lex?
—Sí, vale. Lo capto.
—Bueno, mi día estuvo normal, llevé a Adara a las entrevistas que tenía programadas para hoy. Admito que es más tranquilo ahora que los paparazzi no se asoman, pero sigo desconfiando, es extraño que hayan desaparecido porque sí. Ella está tranquila, en la medida de lo posible, la veo algo inquieta; escuché que pidió seguridad extra para su hermana en Miami, supongo que es por eso.
—A Kiara no le agrada lo de la seguridad, eso fue lo que me contó, está esperando que ella no se dé cuenta.
—No creo que tarde mucho en hacerlo, es muy astuta como para no notarlo.
Mi amiga se encuentra en líos que no deberían involucrarla, me preocupa toda la carga que está llevando sobre los hombros.
—¿Has hablado con Adara? —me pregunta.
—Solo por mensaje, nuestros horarios se estaban cruzando —respondo y creo que sé a dónde quiere ir—. Si hablo con ella es para escucharla, Finn, Ada tiene suficiente con sus problemas como para que lidie también con los míos.
—Sería bueno que conversen, ambas lo necesitan.
—Intentaré llamarla más seguido. ¿Te está gustando Londres? —indago para cambiar el tema, no quiero discutir con él.
—No es la primera vez que vengo, pero sí en invierno y la ciudad luce hermosa. Estuve pensando en acumular un par de días libres para ir a ver a mi familia, la otra semana es el cumpleaños de mi abuela.
Eso último me hace sonreír, sé lo feliz que lo hará ver a sus hermanos, a sus padres y al resto de su familia.
—Es una idea genial, Finn.
—Voy a preguntar si es posible, hace mucho que no estoy para el cumpleaños de mi nonna.
—Yo creo que si te darán permiso, Italia no está muy lejos de ahí. Déjame mover unos hilitos por ahí, voy a conversar con Benja.
—No es necesario, Lex —se apresura a agregar.
—Oh, déjame ser cómplice en esto, por fi.
Estoy más que segura de que Benjamin no va a negarse, como un cien por ciento segura, pero de igual modo voy a tener una charla sobre la importancia de la familia y de los abuelos. Infalible.
—¿Será tu regalo para mi nonna? —bromea.
—Eso me sumaría puntos, así que sí —respondo divertida, recuerdo a su hermana y añado—: No olvides llamarme cuando estés con Cristina, creo que merece algo más que un audio de WhatsApp.
—Casi se infarta cuando le hice escuchar el audio, una llamada va a matarla, esta vez de verdad.
Rio. Su familia se oye como la clase de gente que es agradable conocer, con quienes no da miedo ser quien eres y te resguardan en los malos ratos.
—Tienes más hermanos, ¿verdad? Solo los mencionaste, ¿Cómo se llaman?
—Enzo es el mayor, luego estoy yo, después viene Cristina y la última es Minerva.
—Entonces son cuatro, tu infancia debe haber sido de lo más divertida.
—De todo un poco, discutíamos seguido, pero nos reconciliábamos rápido también, era una dinámica familiar de lo más interesante.
Sonrío, no puedo evitar imaginar a cuatro pequeños retándose entre sí, corriendo por algún patio, divirtiéndose juntos. Ser hija única en una familia como la mía no ha sido precisamente algo que pueda disfrutarse.
—¿Me regalas un recuerdo de tu niñez?
—Puedo regalarte más de uno, ¿lista para reír?
—Por supuesto que sí.
Cierro los ojos y escucho cada memoria, dibujo el escenario en mi mente e intento transportarme a ese momento que tanta felicidad le ha traído a mi amigo, puede que quiera apropiarme de la alegría que denotan sus palabras, del goce que lo invade cuando ríe narrando conversaciones, travesuras y amonestaciones que acababan en abrazos familiares. Olvido el envase del vino, las vocecillas crueles se callan y anclo mi paz mental a los relatos que inundan la habitación del hotel.
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