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Jueves

—Y le dije que en realidad no entiendo porque su fascinación por el alcohol, es como...tenemos dieciséis años, tienes toda una vida para beber, ¿porque quieres tener cirrosis a los veinticinco?—murmuró la menor, mientras pateaba una piedra.

—¿Y que te dijo?—preguntó Aramis, mientras miraba hacia el cielo.

Le encantaba cuando se teñía de colores, amaba la combinación del rosado con el azul y naranja, le ocasionaba una sensación casi celestial.

—Que no me metiera en sus problemas, que debía de aprender a divertirme.—murmuró mientras rodaba los ojos.

—Suena como a una auténtica idiota.—dijo sincero, mirándola de nuevo.

—Un poco.—respondió con una pequeña mueca de disgusto.—Espero que no sea así todo el tiempo y solo se comporte de esa forma por haber ingresado a la preparatoria y notar que todos enloquecen en las fiestas.

—¿Que es lo qué pasa con la mayoría de las personas que quieren hacer todas las cosas solo porque los demás lo hacen?—preguntó intrigado.

La chica bicolor se levantó de hombros.

—¿Presión social? Yo que sé.—respondió con una pequeña sonrisa ladina.

Y después de eso se formó un silencio entre ambos adolescentes en lo que recorrían el camino hacia casa de Séraphine de la que Aramis volvía después de dejarla.

Llevaban haciendo eso por dos semanas, ahora era muchísimo más cómodo, ella había dejado de sonrojarse todo el tiempo y comenzaba a soltarse a la hora de hablar, mientras Aramis había empezado a prestarle atención cuando hablaba.

Pues además del hecho de que la menor tenía temas de conversación interesantes, ese había sido uno de los reclamos de su ex novia, así que a la lista agregó el número 4.

4.-Escucharla cuando hable, no fingir hacerlo.

En realidad eso le había ayudado demasiado para, al fin,  poder encontrarla atractiva, atractiva para una amistad.

Y esperaba poder cambiar eso pronto, pues no buscaba una amiga, buscaba a una chica que lo devolviera al camino correcto.

Pobre Aramis, de verdad pensaba que sus sentimientos eran incorrectos y se desagradaba a sí mismo.

Tenía vergüenza de su persona, no se gustaba en absoluto.

Y no tenía a nadie con quien hablar del tema, no tenía a nadie que le dijera que estaba bien.

Ni siquiera había querido hablar con Milo, no le había mandado ni un solo mensaje, lo evitaba durante la escuela, no era muy difícil pues solamente compartían clase de biología.

El pelinegro había intentado acercarse a él el jueves y nuevamente el lunes, pero Aramis salía corriendo del aula hasta los baños, para esconderse ahí hasta que la campana sonase de nuevo.

Sabía que no le iba a servir de mucho, después de todo, había aceptado hacer un proyecto de cuatro semanas con él.

Sinceramente comenzaba a arrepentirse de haberlo hecho.

De tanto pensar, no se dio cuenta de que habían llegado a casa de Séraphine hasta que chocó de frente contra el cuerpo de la chica, que casi salió volando.

—Lo siento.—se disculpó apenado, ayudándola a estabilizarse de nuevo sobre el suelo.

—No te preocupes, te veías muy entretenido con la película que se reproducía en tu cabeza.—respondió divertida, haciendo que Aramis sonriera ladinamente.

—De tanto ver Shrek 2 puedo mirarla mentalmente, con sonido incluido.—ambos rieron levemente ante el comentario del castaño.

Sus miradas se cruzaron entre risas, se miraron fijamente, mientras sus sonrisas desaparecían poco a poco, hasta quedar en una línea recta.

Aramis estudió detenidamente el rostro de Séraphine.

Era bonita, de verdad muy bonita, con esas cejas tupidas y definidas, sus largas pestañas rizadas y sus ojos de un tono marrón claro, labios rellenos y rosados.

Séraphine Dumont era de las chicas más bellas que había visto en su vida.

Entonces, ¿porque no le gustaba?

¿Por qué su estómago no se revolvía ni sentía su corazón acelerarse?

¿Porque no sentía como si su cuerpo comenzara a quemar desde adentro, mostrándose solo en su cara, en forma de sonrojo?

¿Por qué no sentía nada de eso al mirarla de tan cerca pero si lo hacía con cierto chico de cabellos negros?

Intentó no pensarlo demasiado, solo contó mentalmente hasta el número tres.

Y al llegar a el, la tomó por las mejillas y unió sus labios en un beso que parecía necesitado.

Y si que lo estaba, necesitado de sentir algo por ella, urgentemente.

Séraphine enredó sus brazos detrás del cuello del castaño mientras se acercaba más a él.

Y todo lo que Aramis quería hacer, era llorar.

Porque mientras ella disfrutaba ese beso, manteniendo sus ojos cerrados con gusto, él solamente deseaba terminarlo.

Lo intentó por los primeros seis segundos, pero no pudo hacerlo, terminó por abrir los ojos y mover los labios durante un poco más.

Finalmente, cuando la menor dió por terminado el beso y dejó sus frentes pegadas, manteniendo una pequeña sonrisa en los labios y los ojos cerrados.

Aramis la miró con tristeza pura.

Ese fue el momento exacto en el que dejó de pensar en Séraphine como una esperanza para ser heterosexual.

Mirándola como la única forma en que podría ocultarse.

No estaba orgulloso de sus pensamientos sobre usarla como tapadera, pero según él, no tenia más opciones.

—¿Phine?—preguntó en un susurro, ocasionando que la chica lo mirara finalmente.

Aramis fingió una hermosa sonrisa.

—¿Si?

—Me gustas mucho.—claramente mintió.—¿Te gustaría ser mi novia?

La chica bicolor asintió, sonriente, dejando un pequeño beso sobre sus labios.

Y Aramis no pudo evitar sentirse la peor persona del mundo por jugar de esa forma con los sentimientos de alguien tan dulce como su vecina.

Al volver a su casa, ni siquiera saludó a su madre, no le reclamó a su hermano por tener puesto su hoodie favorito.

Solo caminó directamente a su habitación, cerró la puerta delicadamente, intentando hacer el menor ruido posible, colocó el seguro y suspiró.

Sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas, con molestia se deshizo de la mochila sobre sus hombros, lanzándola con furia sobre la cama, para que nadie subiera a ver que pasaba.

Tomó la almohada, mordiéndola con fuerza mientras enterraba su cara en ella, entonces solo gritó, ahogando el sonido contra su almohada.

No paró de gritar mientras se dejaba caer sobre el piso, llorando.

¿Por qué él?

¿Por qué no podía ser normal?

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