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El áspero aire del desierto nocturno suele ser evitado por la mayoría de personas, pues los pequeños fragmentos de arena son difíciles de evitar en el rostro. Aunque para alguien que ya está completamente acostumbrado, hasta llega a disfrutarla.
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El deslumbrante brillo del sol se reflejaba en la arena de Egipto. El clima caluroso era algo de todos los días, algo a lo que los demás estaban acostumbrados y que aprovechaban para trabajar y realizar actividades.
Por el contrario, cuando kuk, el dios de la oscuridad salía a proteger a la humanidad, las personas se resguardaban, dejaban las arenas fuera del pueblo y se iban a sus hogares por varias razones.
La primera era por el frío y las pequeñas tormentas de arena, y la segunda razón por la cuál el chico de cabello platinado se enorgullecía, era él mismo.
Claro, era obvio pues él era el Rey de los Ladrones, era casi una deidad. Él no tenía reglas que lo ataran ni gobernantes que lo mandaran, o tal vez sí pero eso sólo lo sabía él.
Casualmente se encontraba, como era costumbre, escapando de los guardias que lo querían atrapar. Esta vez había decidido robar en la casa de un acendrado cercano al Faraón. Días antes había visto una pulsera que le resultaba familiar en posesión de ellos. Y qué mejor que tomar lo que le pertenecía para llevarlo a su lugar correspondiente?
Había entrado sigilosamente, quizá matando a algunos guardias y amenazando a algunas doncellas, pero al final había obtenido lo que quería. Si no se equivocaba, esa pulsera plateada era la de aquella vez.
Cuando la tomó de la habitación salió por la ventana y aterrizó a lado de su fiel corcel. Todo habría salido bien si aquella mocosa no hubiera abierto la boca y gritado como si fuese el fin del mundo.
Apenas había podido ver el brazalete, pero eso bastaba para reconocerlo. En el fondo no quería que fuese verdad, y el sólo pensarlo le entrecortaba la respiración.
Tal vez eso era lo único que quedaba de su pasado.
Sujetaba con fuerza y desesperación las riendas del caballo esperando con ansias el poder llegar a su hogar para observar mejor el artilugio.
Por suerte su corcel era bastante veloz y pudo despistar a los guardias mezclándose entre la oscuridad del borde del reino de Egipto. Salió de la gran ciudad con prisa, los pequeños fragmentos de arena que levantaba el aire impactaban contra su rostro, pero eso le importaba en lo más mínimo.
El galopar del caballo lo torturaba y la distancia parecía que no acababa. Llegó lo más rápido que pudo a las ruinas de lo que antes fue una aldea. Bajó de su caballo y bajó con rapidez unas escaleras subterráneas, pasó por su rústica bóveda de tesoros hasta llegar a su habitación.
En ella se encontraban los artículos más valiosos que había robado. En medio de la habitación estaba una cama con telas de terciopelo rojo. Había un agujero cerca del techo, en la pared por donde entraba la luz de la luna. El ladrón se apresuró a sacar la pulsera, la examinó con detenimiento y luego con nostalgia.
Era de ella, lo recordaba perfectamente. Aquella noche en la masacre ella la portaba en brazo izquierdo. Era un regalo que su padre le había dado a su madre el día de su cumpleaños. Aunque era de plata, ella lo cuidaba con la vida misma.
Akefia cerró los ojos, se dejó caer en la pared hasta sentarse en el frío suelo. Un nudo se formaba en su garganta, trataba de evitar que saliera un sollozo e incluso la más mínima lágrima.
Pero cómo evitarlo si cuando asesinaron a su madre lo único que habían guardado era su brazalete, un brazalete de plata y no a ella.
Abrazó sus piernas mientras se permitía llorar en silencio, sabía que no debía hacerlo pues eso sólo le daba más poder a aquella bestia que lo consumía, pero no podía parar.
Tenía clara la imagen de ella, tratando de esconderlo entre prendas diciéndole que todo estaría bien.
Había recuperado una mínima parte de lo antes era un hogar. Uno que ahora estaba destrozado e impregnado con la sangre del mismo pueblo.
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Parte 1
Canción: Thief - Imagine Dragons
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