1.
Llevabas seis meses saliendo con Bakugou. Al principio, todo parecía ir bien, pero en el último mes, la relación se había convertido en un ciclo de orgullo, discusiones y reclamos. Lo que antes era amor ahora se sentía como una guerra sin tregua. Siempre comenzaban peleando y terminaban en la cama, como si el deseo pudiera reparar las grietas que se abrían entre ustedes. No sabías exactamente cuándo ni cómo comenzó esta catástrofe, pero Bakugou parecía no preocuparse por nada más que por satisfacer sus propias necesidades. Una vez conseguía lo que quería, se vestía y se iba sin decir una palabra. Tú solo quedabas ahí, acostada en la cama, con lágrimas silenciosas que te acompañaban hasta el día siguiente.
En la escuela, su actitud no era diferente. Seguía siendo el mismo de siempre: indiferente, distante, rodeado de sus amigos mientras tú te convertías en una sombra invisible en su mundo.
Aquella tarde, la ciudad seguía su rutina caótica: bocinas, pasos apresurados, conversaciones dispersas. Pero dentro de tu casa, el silencio se rompía con otra discusión.
—¡Eres un mentiroso! —gritaste con el rostro empapado en lágrimas, arrojándole un jarrón con desesperación. Bakugou lo esquivó con facilidad, su expresión llena de fastidio.
Le reclamabas por no haber ido a verte la noche anterior. Te había prometido que lo haría, pero cuando revisaste sus redes sociales, lo viste cenando con sus amigos en un restaurante. Ni siquiera se molestó en avisarte.
De repente, con un movimiento brusco, te sujetó la muñeca con fuerza, su agarre dolía. Intentaste zafarte.
—Suéltame, me estás lastimando.
Bakugou te miró fijamente antes de soltar tu mano con brusquedad. Desvió la mirada, pero cuando volvió a verte, su expresión había cambiado. Su típico aire de arrogancia se desvaneció por un instante, dejando en su lugar una máscara de arrepentimiento, mezclada con algo más oscuro.
—Está bien… Perdóname. Sé que soy un asco, ni siquiera debería estar contigo… No te merezco —murmuró con la voz entrecortada, como si estuviera a punto de llorar.
Sus dedos limpiaron las lágrimas de tu rostro antes de envolverte en un abrazo. Te quedaste inmóvil, sin saber qué hacer. Sus palabras eran las mismas de siempre, la misma disculpa envuelta en tristeza falsa, la misma promesa que nunca cumplía. Y, como siempre, caíste en su trampa.
—Tranquilo, cariño… No te preocupes, te perdono. Solo… por favor, al menos dime si no vas a venir. Sabes que eres mi única compañía… —susurraste contra su pecho.
Bakugou sonrió con satisfacción.
—Lo haré, te lo prometo. Pero prométeme algo tú también: no necesitas amigos, me tienes a mí, ¿no es suficiente? Anda, vamos a tu cuarto, pongamos una película.
Tomó tu mano con dulzura y te guió hasta la habitación. Se sentaron en la cama, y por un rato todo pareció estar bien. Su brazo te rodeaba con familiaridad mientras la pantalla iluminaba la oscuridad de la habitación. Pero entonces, como siempre, llegó el momento en el que él se aburría.
Sus manos comenzaron a deslizarse bajo tu ropa. Sus labios buscaron los tuyos, pero cuando intentaste apartarte, él se detuvo en seco.
—¿Acaso no me amas? —su voz sonaba herida, pero sus ojos reflejaban otra cosa.
—Claro que te amo, pero…
—No, no lo haces. Si me amaras, confiarías en mí. Pero no lo haces, ¿verdad? Crees que te haría daño… —sus palabras eran un dardo envenenado que se clavaba en lo más profundo de tu culpa.
Sabías lo que vendría después. Sabías que, al final, cederías. No porque quisieras, sino porque temías perderlo. Cerraste los ojos y esperaste a que todo pasara.
Cuando todo terminó, Bakugou se dejó caer en la cama, exhalando con satisfacción. Tú, en cambio, solo sentías vacío.
—¿Has estado planificando, verdad? —preguntó entre jadeos.
Asentiste, fingiendo cansancio. La verdad era que ya no sentías nada. Desde que él te obligaba a estar con él, solo experimentabas asco por tu propio cuerpo.
—Sí… con la inyección. Pero quería pedirte que me ayudes a pagarla. Es una responsabilidad de ambos… —dijiste con voz temblorosa.
Bakugou se incorporó bruscamente, molesto. Se puso de pie y comenzó a vestirse sin mirarte.
—Eso es problema tuyo, no mío. Si te embarazas, asegúrate de no arruinarme la vida.
—Pero…
—Si quieres mi ayuda, ya sabes cómo puedes pagarme —dijo con una sonrisa torcida, sus ojos brillando con lujuria.
Desviaste la mirada y apretaste los labios.
—No te preocupes, la pagaré yo sola.
Bakugou sonrió, satisfecho con tu respuesta. Se puso la chaqueta, tomó sus cosas y salió, dejándote sola en la cama.
Minutos después, estabas en la ducha, tallando tu piel con desesperación, intentando borrar el asco que sentías por ti misma. Pero el agua caliente no podía limpiar lo que se había impregnado en lo más profundo de tu ser. Lloraste en el baño, y después en la cama, hasta que finalmente el cansancio te venció.
Llevabas un mes soportando estos abusos, pero aún así, no podías dejarlo. Seguías aferrada a la esperanza de que algún día cambiaría.
Lo que no sabías era que, para tu mala suerte, eso nunca sucedería.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro