❛ 05 ❜
oo. GOLDEN BOY
De las grandes ventajas que he aprendido de la escuela en la que trabajo, es la cantidad de recursos con los que cuentan. Recientemente inauguraron dos talleres más, aparte del de danza moderna al cual Dean se incorporó; artes culinarias y boxeo.
Tuve la oportunidad de conocer a ambos profesores en la reunión de presentación, lucían jóvenes y un tanto ansiosos, es por eso que la directora Paisley sugirió que orientara a Félix, el profesor de boxeo. Le enseñé las instalaciones, le expliqué a grandes rasgos cómo funcionaba la escuela en términos administrativos y gracias a ese pequeño empujón él y yo logramos congeniar muy bien.
Otro quien también consiguió un nuevo compañero fue Wesley, el profesor de educación física que vuelve locas a las chicas de secundaria. Aparentemente tanto Félix como él estuvieron compartiendo mucho tiempo, hablando cosas de hombres que desconozco, pero gracias a eso surgió una complicidad en ambos y estoy segura de que una posible amistad.
Wesley me pidió que lo acompañara después de la salida, deseaba ver una de las clases del taller de Félix, así que aquí nos encontrábamos sentados en las gradas del gimnasio, siendo testigos de una de sus clases. Wesley a mi lado, imitando los golpes al aire que él les mostraba a sus alumnos y yo, comiendo un paquete de frituritas mientras observaba el espectáculo.
—¿Crees que algún día pueda tener los brazos de Félix? —pregunta Wesley, alzando su brazo y flexionándolo ante mis ojos.
—Bueno... —divago, ocasionando que ruede los ojos y robe una fritura de mi paquete. —No hay nada de malo en soñar.
—Eres cruel, Elaine —acusa, soltando una risita.
Félix para tener veintidós años era un chico bien dotado, demasiado diría yo. Además de ser altísimo, sus brazos eran gigantescos y sus facciones no representaban en nada lo infantil, por el contrario. Es un chico guapo, de eso no hay duda, sin embargo, por más que tenga un cuerpo fornido, su actitud complementa todo.
Es amable, preocupado y bastante tierno, sobre todo cuando sus mejillas toman color al recibir un cumplido de las osadas chicas que lo rodean cada vez que lo ven. Es bastante gracioso de ver, pero seguro algo incómodo para él.
—¡Eh! —escuchamos un llamado cerca de la puerta de entrada al gimnasio y ambos volteamos a ver. —Sabía que estarían aquí.
Charlie camina hasta nosotros, observando a la distancia la clase que nuestro nuevo compañero de trabajo estaba perpetrando.
—Están acosando al pobre Félix.
—Claro que no —contesto al instante —Wesley me dijo que él mismo lo invitó a participar.
—¿Crees que en algún momento pueda tener sus brazos? —cuestiona nuevamente Wes, ruedo los ojos ante su pregunta y Charlie le contesta con una sonora risa. —Las odio, definitivamente.
Esta vez acompaño la risa de Charlie ante el fastidio que expresa Wesley en su mirada, fastidio que se esfuma en cosa de segundos para reírse junto a nosotras.
—Hola chicos.
Nuestra risa cesa al oír como otra persona se suma a nuestra conversación. Frente a nosotros se encuentra la nueva y cotizada figura de la escuela. El pelinegro saca sus grandes guantes de las manos y revuelve su cabello, esbozando una gran sonrisa hacia nosotros.
—¿Crees que en algún momento pueda tener tus brazos?
Félix se queda mudo ante la reiterativa pregunta de nuestro compañero, volvemos a soltar una risita ante la insistencia de Wesley, quien nos contempla falsamente indignado.
—Claro que sí —contesta el moreno, sonriendo. —Iré por una botella de agua, ¿alguien quiere algo?
Todos niegan excepto yo, que comenzaba a pensar que necesitaba un bebestible.
—Leny, ¿quieres algo?
—Te acompañaré.
Ambos salimos del gimnasio con dirección al pequeño negocio que se encontraba en el patio principal. Hablamos sobre cosas sin sentido, la conversación se da espontáneamente hasta que empiezo a sentir algo de náuseas y las frituras que recientemente metí a mi boca me provocaron un asco tremendo.
Probablemente no debí haber mezclado el chocolate con relleno de fresas y luego unas papitas con sabor a jamón serrano, pero en su momento me pareció una idea tentadora, ahora me arrepiento del todo. Félix me mira curioso, seguro mi rostro es un poema en este momento.
Intento calmar mis ansias por regurgitar todo, pero no estaba funcionando, le extiendo el envase y en cosa de segundos corro al baño más cercano para expulsar todo por mi garganta. Dios, ¿Quién me manda a realizar esas extrañas mezclas? usualmente me sucede que después de comer algo dulce necesito comer algo salado... al parecer no fue mi idea más ocurrente hoy.
Salgo del baño después de enjuagar mi boca y secar un poco el sudor de mi frente, de pronto todo mi cuerpo pesa y creo necesitar recostarme para recomponerme.
—Leny... ¿estás bien? —la presencia de Félix fuera del baño me pilla desprevenida. Le sonrío a duras penas, asintiendo. Que gran mentira. Siento el cuerpo pesado, la garganta me duele y mis piernas tambalean. —Estás pálida... ¿s-segura que estás bien?
El pánico en sus ojos me hace pensar que debo lucir como la mierda y realmente me siento así. Estoy arrepintiéndome de haber saciado mi tentación con la comida, porque el malestar gracias a eso es desagradable.
—¿Q-quieres que te lleve?
—¿Qué? No, no es necesario. Además, no creo que puedas tomarme...
Mis piernas tambalean cuando doy los primeros pasos, pero procuro afirmarme de la pared a un lado. Félix traga saliva y sin decir nada, pasa sus brazos por debajo de mis piernas y mi cintura, cargándome completamente.
—¿Qué crees que haces? —murmuro prácticamente en su oído. Envuelvo mis brazos en su cuello para no caerme, sintiendo en mis fosas nasales el particular aroma a su cuerpo. Por cierto, huele de maravilla, no sé cómo la hace, pero aún puedo oler su fragancia.
—Sólo te llevaré a una banca, no quiero que te caigas y algo te suceda.
Trago saliva, recostando mi cabeza en su hombro. No sé qué me habrá sucedido, pero me siento del asco, quiero llegar a casa y recostarme en mi cama para siempre.
—No te desmayaste, ¿verdad?
—Claro que no —contesto en una risita. Sus brazos me ponen nuevamente en el suelo y al instante me siento en la banca frente a nuestros ojos, suspirando.
—¿Necesitas que te traiga algo? Una botella de agua o...
—No, tranquilo. Has hecho suficiente, no quiero seguir molestándote, tienes una clase que dar.
—No es molestia, Leny.
¿Por qué ese apodo suena tan distinto saliendo de su boca? Me hace sentir escalofríos.
—Creo que subiré a mi oficina para recolectar mis cosas, así que ve tranquilo.
—Te acompaño.
Blanqueo los ojos, pero en el fondo agradezco su atención y preocupación. Espero unos minutos para recuperar el aliento y luego ambos emprendemos rumbo hacia mi oficina en el segundo piso. En cuanto subimos las escaleras noto como pone una de sus manos tras mi espalda baja, sin tocarme del todo, en caso de que nuevamente me desequilibrara.
—¿Recuerdas cuando me trataste de usted? —cuestiono, recordando los pasados días en donde recién se integró al grupo.
—No me lo recuerdes —inquiere en una risita. Cuando recién nos conocimos Félix me trataba como si yo le doblara la edad. Por supuesto hizo que me sintiera extremadamente mayor y consideraba que no lucía así. —Casi se te salen los ojos ese día.
—¡Claro que sí! Sólo tengo tres años más que tú, no es tanto.
—De hecho... —hace una pausa cuando estamos frente a la puerta de la oficina. —Sólo son dos años, dentro de poco cumplo los veintitrés.
—¿Cuándo estás de cumpleaños?
—Mañana —me quedo boquiabierta, aquello provoca que sus mejillas tomen un poco de color y su mirada se desvíe al piso, sonriendo.
—Debí preguntarte antes —maldigo por lo bajo, ¿que podría regalarle? Si bien nos conocemos hace poco, me gustaría hacerle un pequeño presente. —¿Qué te gustaría de regalo?
—Oh, no. Tranquila, no hace falta. Con tu compañía está bien.
Mi lengua se enreda en mi boca al momento de responder, su respuesta me llega de sorpresa, tanto que puedo sentir el calor subiendo a mi rostro.
—B-bueno volveré a la clase, si necesitas algo me avisas. Adiós, Leny.
Me despido con la mano, sonriendo levemente. Félix es un chico muy simpático, me gustaría de alguna forma poder retribuir cómo ha sido conmigo desde su llegada.
...
Luego de salir de la escuela fui directamente a unas tiendas que estaban cerca de casa en busca de un regalo para el chico boxeador. Me entretuve un buen rato mirando otras cosas hasta que finalmente creí hallar algo perfecto para él, realmente espero que le guste porque no conozco demasiado sus gustos.
Volví a casa a eso de las nueve de la noche, en cuanto entré todo estaba vacío, las luces apagadas y un silencio sepulcral. No pasaron ni cinco segundos cuando Dean entra por la puerta vistiendo una camiseta sin mangas gris y un pantalón de buzo, empapado en sudor.
Me mira de arriba a abajo, sacando sus audífonos y sacudiendo su cabello.
—¿Por qué llegas a esta hora?
—¿Dónde estabas? —le pregunto al mismo tiempo.
—Abajo en el gimnasio —contesta, dejando su teléfono en la encimera, estirando su cuerpo. Con esa camiseta pegada puedo apreciar su atractivo cuerpo, los músculos de su brazo marcándose ante cualquier acción y los oblicuos de su torso cuando decide sacarse la camisa sin vergüenza alguna.
—¿Tenemos gimnasio?
—Leny, llevas viviendo aquí más de un año ¿y no tienes idea que hay un gimnasio? —cuestiona, burlesco. Con la camiseta en mano pasa por mi lado, no sin antes dejar un beso en mi mejilla.
—Pues no, no tenía idea —confieso.
—¿Fuiste de compras? —escucho su pregunta a lo lejos, ya que ahora se encuentra en su habitación.
—Sí, fui después de la escuela —camino por el pasillo para llegar a mi habitación y despojarme de mis prendas. —Me daré un baño.
—¿Puedo acompañarte?
Dean asoma su cabeza por la puerta, mirando como doy vueltas por la habitación en busca de las cosas.
—Ni en tus sueños.
—En mis sueños hacemos cosas muy sucias —comenta entrando de lleno, ahora sólo luciendo un bóxer. —Vamos, ahorremos agua.
—Ya te dije que no, quiero darme un baño tranquila.
—¿Puedo enjabonarte siquiera?
Lo miro incrédula, a lo que rueda sus ojos, elevando sus manos.
—Está bien —contesta, como niño pequeño a quien no le han dado su juguete. — Luego pediré algo para comer.
—¿Otra vez comida chatarra? ¿No puedes cocinar algo?
—Sí te bañas conmigo cocinaré —Ruedo los ojos divertida ante su intento de chantaje, pero niego con la cabeza. —Maldición, al menos lo intenté... además debo comer chatarra ya que debo aumentar mi masa muscular —toca sus brazos en cuanto los flexiona, dejándome ver la pequeña montaña que se forma en su antebrazo.
—No estoy segura de que funcione así pero bueno, como no hago ejercicio mejor no opino.
Decido darme un relajante baño con diversas sales frutales y mucha espuma. El día de hoy fue extraño, mi cuerpo sigue sintiéndose raro. No he tocado nuevamente algo para comer por temor a volver a regurgitar todo, es una sensación desagradable que odio.
Mis músculos se relajan al contacto con la tibieza del agua, además la vela con aroma a vainilla que ubiqué en un extremo antes de sumergirme hace que el ambiente mejore mucho más.
Cuando vuelvo a la habitación y chequeo la hora en el teléfono son las doce de la noche, la hora perfecta para saludar a Félix por su cumpleaños. Abro su chat en los mensajes y le escribo antes de caer en un profundo sueño.
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