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❛ 03 ❜

oo. EFÍMERO


Por los últimos cinco minutos he permanecido tan quieta contemplando cómo al frente de mi se encuentra una mujer con un estómago tan gigantesco que no puede ver ni sus pies. Pretendo pasar desapercibida pero he recibido más de una mirada curiosa de su parte que me hace meditar si realmente estoy cumpliendo mi cometido de ser discreta.

He procurado enfocar mi atención en otra cosa, sin embargo su inmensa panza es difícil de ignorar y Dean a mi lado tampoco contribuye mucho a mi distracción, pues está con la cabeza metida en su teléfono intentando pasar un nivel de aquel jueguito que le encanta.

En cuanto mi nombre es llamado por los altavoces, mi acompañante levanta la mirada de inmediato, aclara su garganta y salta de su asiento, tendiéndome su mano. Aún no me olvido de sus pasadas confesiones, siguen rondando mi mente al igual que los sentimientos que florecieron producto de sus palabras.

Vuelvo a caer en la realidad cuando Dean me arrastra por los pasillos en busca de la consulta. Entramos en la sala saludando al doctor, tomando asiento frente a él. Luego de efectuar todo el papeleo, aquel doctor cuyo nombre no recuerdo me hace pasar al otro lado de su consulta, en donde se encuentra una camilla con diversas máquinas a su lado.

—Uhm... ¿Estás segura de estar embarazada?

Mis sentidos se agudizan al escuchar sus recientes palabras. ¿De qué me habla? Acabo de mostrarle una pila de papeles que lo comprueban.

—¿De qué habla, doctor? —farfullo, nerviosa.

—No se puede distinguir ningún feto.

—¿Qué quiere decir? —vuelvo a cuestionar. No es necesario que le dé una mirada a Dean porque puedo escuchar el movimiento de su pierna que indica lo nervioso que se encuentra.

—Probablemente hubo un error en tus exámenes.

—¿Entonces no está embarazada? —Dean interviene, frunciendo el entrecejo.

—No, no lo está.

Aquella dura frase cala más hondo de lo previsto. Aclaro mi garganta, incómoda por el ambiente que se forma en esas cuatro paredes.

Salimos de la consulta en silencio, mi mente maquinando miles de pensamientos sin ser capaz de poder coordinar lo que siento y lo que pienso. Debería estar feliz porque esto es lo que quería, sacarme un peso de encima... pero lo que estoy sintiendo está lejos de ser felicidad.

—Leny, creo que deberíamos visitar otro doctor. —Dean irrumpe mis pensamientos, en camino al auto.

—No. Sólo... vamos a casa.

—Elaine hablo en serio. ¿Acaso tú quedaste tranquila? Porque yo no le cr- —prosigue, en un tono bastante serio.

—Dean, ya vamos a casa. —le pido, deteniendo sus próximas palabras. Las gotas se abultan en mis orbes, incapaces de poder aguantar un segundo más.

El me abraza cuando percibe mi voz tambalear y en ese segundo me desplomo como no pensé. Lloro por algunos minutos, adherida a su pecho cómo si aquello fuese a apaciguar el mar en el que me he ahogado. Y lo hace, con sus delicadas caricias en mi pelo, su brazo envuelto fuertemente en mi cintura y su exquisita fragancia finalmente consigue detener el espectáculo en donde la tristeza es la protagonista.

—¿En qué piensas, Leny? —susurra en mi oído.

—No lo sé, Dean. Creo que de cierto modo... me ilusioné.

—Deberíamos visitar otro doctor —Sigue parloteando, firme en su pensamiento. —En en serio, Elaine. Nada de esto tiene sentido.

Y es cierto, nada lo tenía.


...


Mi semana transcurre más deprimente de lo que alguna vez llegué a pensar. Cada día al despertar miraba mi estómago y en mi mente repetía "fue lo mejor que pudo pasar", porque no estaba preparada para ser madre, por mucho que tuviera una situación económica decente, no me sentía segura ni mucho menos preparada, sin embargo por más racional que pensara las cosas, lloraba con algo tan simple como verme al espejo y sobre todo al mirar a Dean.

Él estuvo actuando más interesado por mí de lo que acostumbra, probablemente esté preocupado al verme en este nuevo estado, porque yo era la clase de chica con quien pasaba todo el día bromeando y ahora cada vez que lo veo lo único que recibe de mi es un sollozo.

Vuelvo a la realidad cuando escucho unos golpecitos en la puerta de mi oficina. Es plena mitad de semana pero tengo la sensación que los días han transcurrido más lento de lo normal. Mi mente está en otro lugar y últimamente enfocarme me cuesta el doble.

Suspiro, cansada del revoltijo de sentimientos que ha decidido apoderarse de mi persona y articulo un "pase". Allí atrás estaba Hailee, una chica de último año.

—Hola, Hailee. ¿Qué sucede?

—Hola, Elaine... ¿Cree que pueda hablar con usted?

—Claro, siéntate aquí.

Hailee me cuenta sobre un par de problemas que han estado preocupándola con respecto a sus notas, además aprovecha de relatarme que también está mal con respecto a un chico de su curso con quien estaba "saliendo". El cual por cierto, yo también conocía muy bien.

De hecho, su curso es uno de los más cercanos a mí, por lo general suelen acudir hasta aquí para contarme todo tipo de cosas.

A pesar de la situación que ella me expone, me alegra demasiado que los alumnos tengan la confianza en mí como para contarme cosas personales de su vida. Sé muy bien lo difícil que es poner tu confianza en un adulto cuando tienes esa edad y el que me consideren una figura cercana de confidencialidad, —no solo su orientadora escolar—, me entusiasma demasiado, pues es lo que desde un inicio siempre anhelé.

Nuestra conversación se alarga un par de minutos pero ella termina diciéndome que luego de soltar todo aquello se siente mejor y que debe volver a clase. Me levanto de la silla para acompañarla hasta la puerta y antes de que se vaya, me abraza fuertemente, susurrando:

"Gracias, Elaine. Usted ha hecho mi estadía en ésta escuela mucho mejor".

Acto que por supuesto, hace que mis ojos se empapen de lágrimas y para cuando abandona la oficina, me tomó la libertad de ceder ante la tristeza nuevamente.

Suelto un largo suspiro, sorbiendo por mi nariz cuando la menor se retira de la sala. Nuevamente alguien da golpecitos a la puerta pero debido al nudo en mi garganta se me dificulta hablar. Charlie asoma su cabeza y al verme en este estado entra en la sala directamente a abrazarme.

—¿Qué sucede, Elaine? —no respondo en seguida, porque el nudo en la garganta se acrecienta con el pasar de los segundos.— ¿Por qué estás...

—Jamás estuve embarazada, Charlie. —señalo, pasando las manos por mi cabello suelto. Me separo de ella antes de no poder mantener la compostura y volver a sumirme en el mar de lágrimas por décima vez en el día.

—Oh... Elaine. —Por encima del escritorio, Charlie acuna mis manos suavemente, da pequeñas caricias que consiguen calmarme.— ¿Quieres hablar sobre eso?

—No puedo hacerlo ahora. —inquiero al instante, negando repetidas veces. —Cada vez que pienso en ello en mi mente se repiten las palabras que ese maldito doctor soltó en mi cara y... no puedo, lo lamento.

—Tranquila, no es problema. —Me sonríe, tierna.—Estaré aquí cuando te sientas lista, ¿Lo sabes, verdad? —asiento ante su respuesta, sintiendo mis latidos volver a la normalidad ante sus caricias confortadoras. —Oh, hablando de eso... ¿Sabías que Dean está aquí?

—¿Qué Dean qué? —repito nuevamente, confundida.

—Sí, lo que escuchaste...

—¿Hablamos del mismo Dean? —ella asiente.

—Según mi memoria, es el mismo chico que me has mostrado fotos, además tiene el mismo nombre...

—¿Pero qué hace aquí?

—Al parecer es el nuevo profesor de danza moderna —Señala, encogiéndose de hombros.—Escuché a la directora hablar con él en la entrada.

—¿Dónde está ahora ?

—Recorriendo los pasillos junto a ella... ¿quieres ver?

—Claro.

Ambas salimos de mi oficina, bajamos hasta el primer piso observando los desolados pasillos —puesto que los estudiantes estaban en horario de clases—, buscando el cuerpo de ambas personas. ¿Por qué Dean no lo mencionó antes? ¿Qué trabajaríamos juntos? Creo que no es un hecho menor.

Vemos tanto a la directora Paisley como a Dean transitar mientras ésta le habla respecto a la distribución del lugar y con sus manos le enseña cosas que supongo tienen que ver con esto último.

—¡Dean! —le llamo, lo suficientemente alto como para que gire a verme. Me sonríe ampliamente cuando nota mi presencia, haciendo que sus ojos se vuelvan chiquitos.

Una de las cosas que más me gustan de él es su sentido de la moda. No todos los hombres lo poseen, o se atreven a salir de la zona de confort y Dean desde que tengo memoria ha sido la clase de chico arriesgado.

Me detengo en su vestimenta por efímeros segundos, observando con detención su elección de outfit; pantalones holgados grisáceos, camiseta con estampado en tonos chocolate oscuro, un blazer semi formal un par de tonos más claro que la camiseta, zapatillas —por supuesto—, y uno de sus bolsitos a juego con el blazer. Todo acompañado con un gorro color caramelo con letras escritas que no distingo desde mi distancia y sus infaltables accesorios.

—¡Leny! —grita emocionado, trotando hasta mi con una de esas grandes sonrisas que aunque no quiera admitirlo, me encantan. La directora nos ve algo confundida pero manteniendo una cordial sonrisa. —Estaba a punto de decirle a la señorita directora que me llevara hasta tu oficina.

—¿Qué haces aquí? —inquiero, confundida.

—Te dije que tenía un nuevo trabajo. —advierte, alegre. Mira sobre mis espaldas con grandes ojos curiosos, en donde se encuentra Charlie.

—Es Charlie. —señalo, ella le saluda con la mano, sonriente y Dean devuelve el saludo de la misma forma.

—¿Se conocen?

La directora Paisley ahora forma parte de nuestra conversación, esperando pacientemente saber por qué tanta confianza entre nosotros. Dean se encarga de explicarle que nos conocemos hace mucho, sin despegarse de mi lado.

—Entonces Elaine puede llevarte a la sala que hemos destinado para el taller de danza, ¿no es así?

—Sí, no es problema. —respondo, sin despegar la mirada del chico. Tengo muchas preguntas ahora mismo.

Todos nos despedimos entre sí, Charlie debe volver a su trabajo en la oficina y yo debo hacer el tour a Dean hasta aquel salón que me indicaron.

—No puedo creer que conseguiste trabajo justo en esta escuela, es increíble —inquiero, en medio de la caminata.—Nos vemos todos los días en casa ¿Y ahora también nos veremos aquí?

—Oh Leny, que ruda eres conmigo.—Dean sostiene su corazón dramáticamente, haciéndome rodar los ojos.—No serán todos los días, por el momento son sólo dos y tengo entendido que es después de tu horario de salida... así que técnicamente ni siquiera nos veremos.

Me detengo afuera de la sala, cruzándome de brazos. Dean imita mi postura, sonriendo levemente. ¿Cómo este chico siempre irradia energía? Es como un sol andante, un potente y energético sol.

—¿Te quedarás a ver mi primera clase?

Sus orbes chocolate me observan con detenimiento, esbozando una sutil sonrisa que pretender ser de convencimiento. El destello de sus ojos me impide concentrar mi atención, además el toque de sus yemas en mi brazo, dando suaves caricias con el propósito de persuadir mi respuesta provoca que pierda el contacto con la realidad.

—No, no puedo quedarme.

Aunque en el fondo sí lo haría.

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