Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 97

Los papeles se habían invertido. El temor de Themma se transparentaba en sus facciones y mi jefe no cabía en su felicidad. Gozaba del sufrimiento de su víctima y parecía agazapársele a ella como una presa. La migraña de Clary se intensificaba cada vez que el hombre le enviaba miles de bytes con virus informáticos diversos que debilitaron su sistema a la brevedad. Pude sentirme protegido por la asociación, no cabían dudas de que el temor les impediría acabar con mi vida. Me mantendría en una sola pieza por veinticuatro horas más. Themma había colocado los altavoces y sus orejas funcionaban a modo de parlantes.

—¿Qué quieres que haga? Hace cinco minutos que estoy viendo tu cara y no te dignas a abrir la boca —lo retó ella, hastiada por el incómodo silencio.

—Te encuentras demasiado ansiosa. Déjame que te aplaque los nervios.

Dicho esto, pude percibir como una gran cantidad de electricidad comenzó a recorrer su cuerpo de pies a cabeza, volviéndola endeble, una verdadera marioneta de trapo, a la merced del malvado. Me obligué a disfrutar de su sufrimiento, aunque no tardé demasiado tiempo en sentir compasión por ella; era mi enemiga, mas no se merecía aquello. Me habría gustado detener al jefe, quien parecía no caber en sí de felicidad; no obstante, permanecí en silencio. «El silencio es el arma del cobarde y el refugio del ignorante» supe leer un día en una tienda. Y tenían razón.

—¡Ya basta! ¡Detente ahora mismo!

El otro chico, Thiago, sin poder contener más su empatía por su novia, suplicó piedad. Sus facciones se habían desfigurado y su ceño hallábase fruncido en señal de desaprobación. No se atrevió a saltar encima de ella; la carga era mortal y él bien lo sabía.

—¿Así que tienes a tu aliado para impartir amenazas? —se burló desde el comando central el mandamás, cómodo y seguro desde su aterciopelado sofá.

—Por favor, detente —avancé, conciliador, tomando por fin la iniciativa de mediar entre dos polos opuestos entre sí.

El jefe se sorprendió y, si pudiera haber visto su rostro, habría notado un gesto de contrariedad. ¿Acaso ahora su protegido rogaba por misericordia? ¿A quién no le gusta regodearse de su propia porquería?

—David, ¿eres tú? —aquello era lo que le faltaba. Mil y un improperios debieron haber atravesado su mente.

Themma realizó su último esfuerzo en dirigir su mirada hacia mí. Una vez enfocado, hizo uso de sus cámaras oculares para responder a su agresor. Allí me encontraba yo, con los brazos en jarra. Clary me agradeció con la mejor sonrisa que pudo mi acto de piedad.

—Sí, aquí estoy. He sido yo quien te ha hablado. Te suplico que te detengas de inmediato.

Contra todo pronóstico, él cedió. Themma acabó tendida en el suelo tras el shock. Thiago se apresuró a dirigirse hacia ella y la cubrió con sus brazos. Una vez junto a ella comenzó a llorar sobre su regazo. Su pecho aún latía presuroso. Themma le agradecía en silencio. El jefe se había tomado un descanso. Disfrutaba de las pequeñas cosas y no le agradaba apresurar las cosas. Se regodeaba del sufrimiento de sus víctimas y le encantaba. Thiago posó sus labios sobre los de ella y le dio fuerzas. Por unos instantes permanecí invisible tanto para ellos como para el malvado sujeto del otro lado de la pantalla. Poco a poco ambos fueron recuperándose. Thiago asistió a su prometida y la ayudó a levantarse. Sentía que su mirada ahora se hallaba embebida en odio.

—Ahora bien, ya es tiempo de que acabemos esto. Mi paciencia está agotándose. Que la fiesta comience —anunció, con una risa demencial.

Suspiré. Más de quinientos voltios me habían azotado de golpe. Mi sistema no cesaba de parpadear una luz roja, que indicaba peligro. David nos miraba a ambos como idiota, compadeciente. El terror de que yo estuviera lisiada por su causa. «El muerto se asusta del degollado» pensé, irónica.

—Ya deja de agotar mi paciencia y ponte en marcha.

Sus ojos rasgados me miraban ahora con mayor odio. David no perdió el tiempo y, de inmediato, comenzó a remedar la actitud de su jefe, dejando de lado al corazón y permitiendo que el odio se llevara el resto de humanidad que le quedaba. De seguro habría de considerar de remilgada la actitud de Thiago; jamás en su vida había recibido tales muestras de afecto. En su rencilla de intereses el poder se había impuesto, involucrándose con verdaderos asesinos. Fue él quien, a la fuerza, nos obligó a replegarnos, sosteniendo la pistola que se me había caído durante el shock. La resonancia de mi rebeldía era aquella: caminar de espaldas a mi enemigo y con su arma en la mía, dirigiéndonos hacia un sitio de mala muerte en donde otros esbirros lo esperaban. El renegrecido cielo contribuía a infundir mayor temor en nuestros semblantes.

—Ahora escúchame bien, David. Recibirás mis instrucciones por aquí —le indicó, señalando mis orejas que ya servían como amplificadores, pese a mis respingos. Sus palabras tendrían una resonancia inmediata en el joven supeditado—. En marcha.

Mis oídos tardaron bastante a repantigarse a su nueva función; cada vez que el enmascarado se disponía a restallar sus dedos, cualquiera fuera su resquicio, los sentía explotar dentro de mí. David ejecutaba cada movimiento sin reticencia, cuidándose sólo de los socavones que abundaban en aquella zona campestre del medio de la ciudad. Subyugado por su jefe, caminaba sin titubeos pero con mucha torpeza sin poder controlar ni por un sucinto breve su aparato motor y apuntar el arma a su vez, llegando a tropezarse en varias ocasiones.

—Ten más cuidado, ¿quieres? —se quejó Thiago con temeridad siendo que no llevábamos ni diez metros de caminata.

—Una palabra más y quien atendrá tus quejas será el propio Satanás en persona cuando ardas en el tártaro —lo amenazó David, cambiando el arma hacia la espalda de él.

Su resilencia y su fe ciega en su jefe me despertaron una pequeña esperanza. Podría ejecutar una superchería de un instante al otro, sólo bastaba con conseguir la desconexión definitiva de aquella fuente invasora. Me dispuse a esperar el momento indicado, al tiempo que conseguía trasponer con mucha terneza y minuciosidad aquel umbral inexorable. Gracias a la colaboración de Thiago logramos ganar unos minutos, al tiempo que aquel muchacho, transido en su orgullo, no desconfiaba ni un segundo de nosotros. De hecho, había comenzado a recitar una de esas trovas alcoholizadas que solían cantar una turba de ancianos en los antiguos garitos de juegos. La letra era sin dudas truculenta y demasiado subida de tono. Aquello era por lo que nos habían cambiado al antiguo David.

Fue en el exacto momento en el que el enmascarado, cansado de tanto esperar, se puso de pie cuando pude hackear por completo su sistema y comenzar a tomar el mando de la situación con tal habilidad que David ni se percató de ello ni tampoco lo hizo su jefe, el cual continuaba dando órdenes que nunca llegaban, o peor, que acababan tergiversadas en un santiamén. Mi cerebro desempeñó un papel muy importante en todo el proceso, cuidándose de generar imágenes alternativas que reflejaban lo que aquel quería ver y escuchar, al tiempo que evitaba en su computadora cualquier aviso de un presunto error en la programación.

—Dirígete hacia la izquierda, camina veinte pasos y dobla hacia la derecha —el camino por el cual nos dirigía nos conduciría a una salida alternativa, en el punto opuesto del campo al que deberíamos haber llegado.

Thiago, quien había notado con rapidez el cambio en la dirección, se abstuvo de comentar nada que no fuera de utilidad, demostrando con sus ojos su complicidad con el plan. David, aunque algo confundido, obedecía sin chistar las órdenes de su líder, mostrando una madurez poco usual en él. La confianza es la peor enemiga de quien teme.

—¿Falta mucho para llegar? —le (me) preguntó David, cansado de tanto dar vueltas y nunca alcanzar el destino final.

—Tú calla de una vez por todas. Suficiente tengo que cuidar tu trasero como para que también deba manejar tu boca —fue mi única respuesta.

La salida se aproximaba y todas mis esperanzas estaban puestas en el momento en el que nos reencontráramos con nuestros amigos. Allí, equipados con armas y cuchillos, habían respondido a mi llamado Matteo y Estella quienes, cual fieles soldados, no habían abandonado sus posiciones. Era hora de dar el golpe de suerte que acabaría con mi más grande enemigo para siempre. Del resto de la humanidad no tardaría mucho tiempo en encargarme, me prometí.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro