Capítulo 80
El lugar estaba repleto. Ni bien llegué me asaltaron más de diez vendedores ambulantes, ofreciendo todo tipo de productos, desde calcetines con luces hasta botanas con personajes animados de moda. Los guardias de seguridad no tardaron en correrlos, y la gente regresó a la calma que tanto merecía. Algunos arribaban resollando a la puerta, pidiendo permiso a empujones para no perder su vuelo; otros, ingresaban dando grandes bostezos, abriendo sus fauces y amenazando con devorarnos. Por mi parte, no me encontraba cansado ni apurado, por lo que pude disfrutar del paseo.
Retiré mis boletos -la aerolínea me permitía ir y volver a mitad de precio--y me senté a esperar a que mi vuelo fuera llamado para embarcar. Mientras tanto, ingresé a una casa de comida china para almorzar, mas tras sentirme demasiado observado por el dueño, que miraba a todo el mundo con un gesto chivato, me puse de pie y me retiré, dejándolo con la charada de mi desaparición. Me compré unas camperas para el viaje e hice embalar mi maleta para evitar extravíos. Después, comí unos tostados de jamón y queso, que supieron deliciosos.
Al horario pactado, todos los pasajeros fuimos llamados al túnel correspondiente. Como ya es costumbre, muchas personas llegaban tarde, en especial aquellas que vestían ropa chic y mascaban chicle de tutti fruti. Uno por uno fuimos atendidos y pasé sin inconvenientes. Una vez ya en el avión, me dispuse a relajarme y a disfrutar de la experiencia. Sería mi primera vez en aquel país, tierra en donde había nacido uno de mis cantantes favoritos, y no cabía en mi emoción. Algunas muchachas se quejaban de la cochambre de sus asientos -alguna que otra pelusa, nada más- llamando a aplausos a las azafatas, creyéndolas mucamas. Los muchachos tampoco se quedaban atrás, llamándolas para que reclinaran sus asientos, justificando con la inapetencia, sus deseos de mirarlas más de cerca.
A mi lado se sentó un grupo de adolescentes y, unos asientos más allá, dos hombres rudos. Lo que más me llamó la atención fue que uno de ellos, que había comenzado a desembaular canciones de piratas, llevaba, como para reafirmar la caracterización, una verdadera pata de palo. Los adolescentes se dieron cuenta poco tiempo después de mí, y nos convertimos en cómplices a la hora de reír. Una de las muchachas me preguntó si viajaba solo y se interesó por mí, más que por el chico de cabello desgreñado que tenía a su lado, empeñado en dilapidar su comida, seleccionando sólo la carne.
-¿Viajas solo? -se animó, por fin, a preguntarme.
-En efecto -respondí, con total seriedad.
-¿También irás al concierto de Justin Bieber? -continuó, emocionada.
-Claro que sí -le dije, con tal de que dejaran de atosigarme con tantas preguntas.
En contrapartida, me encontré con que él era su cantante dilecto y comenzaron a entonar el estribillo de uno de sus temas, dejándome sordo del oído izquierdo. El tipo con pata de palo profirió algunas invectivas, que le fueron correspondidas en otros sitios por personas de todas las edades y colores. Su estratagema de llamar la atención provocó que dos azafatas pidieran explicaciones de qué era lo que estaba ocurriendo, para acabar rogándoles a los jóvenes por silencio, sosteniendo que sabía cuán aburrida podía llegar a ser la encerrona pero que aquello no los eximía de las normas de deferencia. Su tono fue férreo y causó los efectos buscados. La mayoría de los pasajeros se lo agradecimos, en silencio.
Y de esa manera concluía un viaje placentero, sin contratiempos ni daños significativos al avión. Lo único que todavía no se iba de mi cabeza era aquella maldita canción. Sin embargo, era hora de reemplazar la inocente felonía adolescente por una maldad adulta, mucho más insolente y para nada compadeciente.
El panorama no había cambiado demasiado: Mónica seguía perdida en la ciudad y yo no podía sacar a mis amigos de la coraza de ensimismamiento que habían desarrollado. Tras proferir un par de dicterios en voz baja, decidí convocar una reunión general para levantar los ánimos, destacando el carácter irrisorio de la apatía, que los estaba carcomiendo por dentro.
Comencé por Thiago. Noté que estaba rubicundo y algo curado, ahora parecía querer canalizar sus emociones a través del ejercicio físico. Disfruté de observar a escondidas el momento en que sus bíceps levantaban unas mancuernas caseras y su sesión de doscientos abdominales, interrumpida al notar mi presencia. Me invitó a pasar con un gesto amable. Sus atisbos de joven medroso se habían ido, y parecía estar recuperado. Él aceptó mi propuesta y me anunció que estaría en el comedor ni bien acabara su rutina.
Con Sebastian fue más duro ya que se encontraba algo odre y se negaba a abandonar sus botellas de cerveza. Lusmila fue quien intercedió a mi favor, cansada de una estrechez económica y sentimental, quitándole la bebida de la mano y rellenando esa ausencia con sus propios labios, gesto que le fue correspondido.
-Parece que no estoy al tanto de todo -anuncié, en broma, como prefacio a la invitación.
Clark no estaba en su habitación. Estella, Virgine y él se habían reunido en la habitación de la primera y jugaban con las muñecas. Ellos tampoco se opusieron, agregando que ya los extrañaba el hecho de no recibir un sermón de mi parte tan pronto nos notara decaídos.
-Todas las personas tienen altibajos -fue lo único que me limité a decirles.
La reunión fue todo un éxito y pudimos congregarnos todos a la hora pactada. Estella ya se había colocado frente a Virgine para traducirle todo lo que yo diría. El último en llegar fue Thiago, llevando una camiseta sudada, cuyo aroma era aplacado por un desodorante en aerosol. El principal problema -y el primero que expuse- era la ausencia de Mónica. Todos confesaron no haber tenido contacto alguno con ella. Por mi parte, había notado que realizaba un recorrido similar cada día, en forma de rombo, bordeando las calles principales, deteniéndose durante horas en un punto determinado. Acordamos que nuestra primera medida sería buscarla por cuadrillas, mientras el resto buscaba algún que otro puesto laboral disponible.
Sin embargo, tanta planificación no fue necesaria. De hecho, justo en el momento en el que Clark, Estella y yo nos alistábamos para ir a buscarla, ella nos ahorró el trabajo. Se apareció vestida con ropas formales, que había quitado de mi guardarropa. Su sorpresa fue grande al vernos todos congregados, fijando nuestra atención en ella. Parecía bastante cambiada, a decir verdad. Mi primera hipótesis fue que tenía un cortocircuito, sobre todo desde que comenzó a hablarnos.
-Hola, querides amigues. Es una sorpresa encontrarles a todes reunidos.
-¿Qué bicho te picó? -le inquirió Clark, a quemarropa.
Estella había trastabillada durante su traducción y Virgine parecía no poder comprenderle. Thiago, quien no esperaba aquello, frunció el seño.
-No habría de picarme nada, amigues. Me limito a incluirles a todes para no oferderles.
-¿Desde cuándo hablas francés? -Thiago arrojó su típico comentario mordaz, muy apropiado para la ocasión.
-¿Dónde estuviste todo este tiempo? -intenté canalizar la pregunta hacia el quiz de la cuestión.
-Unes muchaches me dieron trabajo en un taller mecánico. Ahora trabajo como secretaria de unes muchaches que andan arreglando aparatos que a la gente se les descompone. He recaudado un buen dinero -añadió, mostrando con gozo una buena pila de dinero.
-¿Y qué te han hecho que estás tan cambiada a la hora de hablar? -insistió Estella, una vez que el enigma principal tenía ya una respuesta.
-Durante el tiempo en el que estuve con elles me enseñaron acerca de la importancia de incluir a todes al hablar. Por ejemplo -ilustró-, si yo les digo «Hola, amigos» estaría saludando sólo a Thiago, Clark y Sebastian.
-Pero todos te entenderíamos -le recriminó Estella-. Esto es lo que los expertos llaman economía del lenguaje -repuso la niña.
-Son pequeños cambios que ayudan a construir un mundo mejor -le retrucó la aludida.
-¿A cuántos salvaste hoy? ¿A cuántos excluidos incorporaste a tu listado de amigos? -la niña se mostraba implacable.
-Todavía a ningune -aceptó ella-. Pero estoy segura de que hablar así es la mejor forma para eliminar todo tipo de discriminación hacia quien es distinte a nosotres.
-Si de verdad quieres salvar al mundo e incluir a todos, aprende el lenguaje de señas y comienza a hacer aportes a caridad. ¿Obtuviste algo positivo después de todo? Hablando como antes te comprendíamos; ahora, ni siquiera yo soy capaz de comprenderte para traducirle lo que dices a Virgine. ¿En serio crees que esa invención servirá para salvar el mundo? La inclusión se hace con acciones, no con palabras -concluyó ella, roja de ira.
-Tienes razón -reconoció Mónica.
Y a partir de entonces, nunca jamás volvió a meter una e donde no correspondía.
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