Capítulo 60
La conversación en la que se enfrascaron ambos hombres demostró que yo era un yermo en aquella materia. El reducidor hablaba con pasión, retornando en forma continua hacia el pasado y desviándose de tema con gran facilidad. Entre quilates, anillos de cuya preferencia era dudosa y preciosos diamantes giró toda la conversación de los hombres desde que ingresamos a aquella marranera. Nos vimos obligados a zangolotear en zigzag, esquivando un sinnúmero de estanterías recargadas hasta los tuétanos que el zángano se ocupaba de recibir tras importantes golpes. Las esquinas filosas, sumadas a una cuasi oscuridad, me imprimieron verdugones en el abdomen, a consecuencia de mi torpeza de adolescentes.
Una inmensa puerta nos vedaba el paso hacia una sala umbría. El criminal, sin preocuparse en absoluto por dicho obstáculo, consultó a su saco y extrajo una llave secreta de uno de sus bolsillos, no sin antes proferir un par de vituperios al no poder encontrarla a la primera vez. La puerta se abrió e ingresamos dentro de un ambiente mucho más privado y urente. Mis ojos, los cuales ya habían comenzado a atiborrarse frente a tanto egoísmo y riqueza, intentaban descubrir todos los secretos que existían en aquel tugurio, empapados en una fetidez a encierro y mugre acumulados. Nemo me recriminó mi transgresión de no seguir el camino que se nos era indicado con una poderosa mirada. El reducidor, con una sonrisa inusitada, sutilizó la situación con sus ademanes y me dedicó un giño de ojos.
Una vez aplacada la tensión entre los tres, Nemo y yo nos subyugamos ante el misterioso personaje, quien rebuscaba en sus cajones en búsqueda de la muestra por la cual habíamos asistido. En tono de broma, intentó sugestionarnos de que el desorden era la mejor manera para ocultar lo que nadie debería ver mas, en esta ocasión, su propia táctica se le estaba riendo en sus narices.
Tras una lacónica búsqueda, una enorme pila de objetos acabó sobre el piso, al tiempo que el perseverante hombre sujetaba entre sus manos una cajita transparente de vidrio que dentro contenía una plaquita. Con mucha delicadeza, y no sin antes colocarse unos guantes de quirurgo para no marcar la evidencia, tomó entre sus dedos índice y pulgar la muestra que se encontraba allí dentro. La inscripción, ininteligible desde donde me encontraba, se clarificó gracias a la oportuna intervención de una lupa de gran aumento. Sin embargo, lo que me encontré allí me dejó anonadado.
Agente: F471 - EEUU
Inmediatamente dirigí mis brazos hacia mi cuello para comprobar si aquello era real. La cadena de plata continuaba allí, mas el oneroso dije había sido reemplazado por una lámina de hojalata realizada en unos minutos por un símil herrero, al cual Nemo (tal como me confesaría más tarde, en privado) había cambiado con sutileza mientras yo dormía, asegurándose así el éxito y la confidencialidad de la misión que le había sido conferida. Aquellos arrabales se cruzaban cada vez más en mi vida, en una telaraña perfecta de cuya red yo era víctima.
—Discúlpanos por el engaño, David, pero era necesario —confesó Nemo, simulando arrepentimiento, aunque su curiosidad por llegar al fondo del asunto lo carcomía mucho más.
—Y ahora —nos interrumpió el ladrón, evitando rezagar la revelación de la verdad— demostrémosle de una vez por todas a nuestro indómito amigo que la reticencia es la mejor arma que una persona inteligente puede tener contra el mundo.
Avancé con cachaza y prudencia detrás de la joven clon, la cual había accedido a ser mi Virgilio en nuestra travesía. Sin perder nunca el pundonor, me arrastré, rasgué mis ropajes, soporté callos en manos y pies, caminé descalza sobre rocas afiladas y me vi obligada a contener mis gemidos de dolor cada vez que alguna herida tardaba demasiado tiempo en cicatrizar antes de continuar. Con decoro caminé, simulando siempre valentía y resistencia, convenciéndome a mí misma de que el tuétanos no era un problema en aquel momento, lo cual me recordó que debía encontrar la manera de desactivar de una vez por todas aquel maldito sistema preventivo que tantos traumas me había causado.
Sin dilapidar más tiempo, Mónica hackeó la base de datos del lugar en un santiamén, en una operación que a cualquier otro mortal le habría costado, por lo menos, cinco horas más, accediendo así a la información, la cual no dudó en transferirme. Si bien los datos se encontraban en un lenguaje extraño que mi sistema no alcanzaba a comprender en forma completa, el trabajo informático realizado dentro de mi cerebro me lo tradujo al inglés sin gran mora. La capitulación de energía eléctrica consumida en el último tiempo realizada por mi compañera me dejó anonadada.
—Iremos hacia donde creemos que están. Seguiremos las luces y el historial de consumo. Quizá así consigamos encontrarles —me indicó ella, tras voltearse unos instantes.
Amarré mi cabello en un rodete mal recogido y le sugerí a Mónica que me imitara. Ambas estábamos hartas de perder rebanadas enteras de pelo y tener que soportar el dolor que aquello conllevaba.
Si bien nunca antes en el desarrollo de esta historia le he dado las gracias al Doctor Helling por haberme convertido en algo más que una humana, es ahora el momento de realizarlo. Los comandos de gravedad cero y de respiración imperceptible nos fueron muy útiles a ambas pero, sobre todo, el sistema de comunicación radial que nos había sido implantado, el cual nos permitía comunicarnos sin vernos obligadas a pronunciar palabra alguna.
—El próximo cuarto ha permanecido iluminado durante las últimas cuarenta y ocho horas. Deberíamos probar con este sitio primero. No creo que se haya ocasionado por un descuido, pero ya sabes cómo son... —bromeó ella, para ablandar la situación.
—Inferiores y destinados al fracaso por toda la eternidad —acoté, mientras su risa interna empapaba mis oídos.
Y eso hicimos. Nos vimos obligadas a tramar un plan tan complejo como peligroso. Por fortuna para nosotras, aquellos sujetos creían demasiado en el poder de la seguridad informática. Ya era hora de demostrarles cuán equivocados estaban.
El sistema de seguridad cedió ante unos sencillos patrones repetidos por la joven durante unos cuantos milisegundos, tras los cuales la puerta se abrió ante nuestros pies. Permanecimos ocultas tras un pedestal, a la espera de algún guardia, reservándonos la precaución de desactivar las cámaras para evitar ser descubiertas. Permanecimos en posición de contorsionistas al tiempo que unas diminutas cámaras registraban signos de vidas humanas.
—El resultado de la identificación da positivo —exclamé, a través de nuestro radio— Aún nos queda una mínima esperanza.
—Es ahora o nunca —fue la contestación que recibí del otro lado de la línea.
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