Capítulo 23
Esperé detrás de la puerta por demasiado tiempo, hasta el punto de que por poco hundo el timbre de la residencia. Sentía demasiado movimiento allí dentro, mas los gruesos cortinales me impedían observar, sin importar el ángulo por donde escrutara.
Pulsé el timbre por tercera vez, aperreado. Me acerqué a la puerta justo cuando la señora abre la puerta de la casa, provocando que caiga de bruces sobre el suelo. Ella, aupando a su felino, reprimió una sonrisa con un tinte sarcástico.
—Buenos días —le extendí el brazo una vez que logré plisiar mi ropa y acomodar mi cabello. Oculté toda mi rabia y me reservé unas cuantas réplicas, a fines de amistarme con la anciana—. Encantado de conocerla.
—¿Qué quiere? —respondió ella, con frialdad.
—Ejemmm... —carraspeé—. Me ha llegado el dato de que usted podría tener, cómo decirlo —bajé el tono, para que adoptara un aire confidencial—, cierta información acerca de un par de fugitivos que incendiaron una vivienda. ¿No es así?
—Disculpe, señorito, no tengo idea de lo que me está hablando —en sus ojos pude percibir un miedo intenso, como el de alguien que no soporta guardar un secreto—. Ahora, si me disculpa —sus ojos volvieron a su gris normal tras un largo suspiro—, tengo un pastel de fresa que gratinar.
—¿E... Está segura? —no podía dejar que mi presa se me escapase—. Tal vez, una buena suma puede ayudarle a hablar.
Coloqué sobre su mano quince mil dólares en efectivo, ansioso por corromper lo incorrompible. La anciana —Susana, conforme a lo que había averiguado— observó el dinero con calma y debatió un par de segundos antes de decidirse.
—¿Acaso no le vendría mal para refaccionar su vivienda? Está un poco echada a menos —procuré convencerla.
Su rostro se transformó de repente. Apisonó la montaña de dinero con su mano hábil y me observó con expresión amenazante.
—Tu cara está demasiado venida a menos. Deberías dejar de chantajear a humildes ancianas e invertir tu absurda cantidad de dinero (la cual por ciento, les pertenece a tus padres y no a ti) en comprarte un buen exfoliante para esos granos —me atacó—. Y gracias por el dinero, me vendrá bien para comprarme una cerca eléctrica para la próxima vez que se te digne entrar aquí —guardó la inmensa suma en el bolsillo de su delantal.
Susana irradiaba una furia poco frecuente en personas de la tercera edad. Temí, por un momento, que a la vieja zorra le diera un paro cardíaco de tantas emociones juntas. Después de todo, no sería tan malo, no sin antes escupir la información que yo buscaba.
—Esto es un robo —me defendí—. Llamaré a la policía.
—¿En serio crees que estás lo suficientemente libre de culpas como para hacerlo? Tratar de allanar una vivienda y de chantajear a quien vive en ella es aún más grave.
No me cupo la menor duda de que Clary había influido demasiado en aquella mujer. Su sarcasmo, tan a la altura de su protegida, la enaltecía y la incentivaba a seguir atacando.
—Toma —me extendió un billete de cinco dólares— y ve a la verdulería a comprarle a mami todo lo que necesites. Y no te olvides del choclo, no vaya a ser cosa que cueza tu cabeza en su lugar por error.
Me cerró la puerta en la cara, no sin antes arrojarme un buen beso. Luego, más bullicio comenzó a escucharse por todo el monoambiente, lo cual no hizo más que confirmar la verosimilitud de mi teoría.
Me senté en un banco blanco, similar a aquel en donde estaba Sophie la vez que se decidió por romperme el corazón, y esperé sin saber bien qué. Escruté hacia los lados, a la espera de alguien o algo que me sirviera para mi investigación.
Me llamó mucho la atención una señora que se encaminaba hacia allí, canosa, cargando un canasto de compras, como quien acaba de correr una maratón para salir a buscar precios. Sus ojos, más grisáceos que celestes, se cruzaron conmigo. Era la copia perfecta de aquella mujer que me había rechazado hacía unos minutos.
Me acerqué hacia ella y le ayudé a cargar sus compras, preguntándole su nombre, con fines de derribar cualquier atisbo de desconfianza. Susana, me dijo, sin dudarlo demasiado. Sentí cómo todo volvía a encauzarse, tal y como lo planeé.
—No sé si me pregunta le parecerá demasiado desubicada, dado a que recién nos conocemos, pero usted, por casualidad, ¿no tiene una hermana gemela?
La expresión de desconcierto de la verdadera Susana me dijo todo.
Luego de mi actuación estelar me sentí mucho mejor. Thiago me alcanzó un pañuelo justo cuando cerré la puerta, con el cual sequé el mar de sudor salado que corría por mi cuerpo. Lo habíamos logrado: David estaba devastado y mi espectacular remate final lo había dejado boquiabierto y consiguió menoscabar su alma narcisista.
Sin embargo, nuestra alegría se borró a los pocos segundos, al ver a mi exnovio esperando en el parque de enfrente, pispeando a su alrededor, a fin de encontar el punto débil de nuestros planes. Nos miramos aterrados al contemplar la posibilidad de que la verdadera Susana se apareciese en ese preciso instante y se cruzara con David. Temía demasiado a la inteligencia de aquel joven.
Y, tal como ocurre en las películas, lo inevitable se vuelve realidad: allí, a menos de veinte metros de la casa, se apareció la mujer. David se acercó a ella y comenzó a fingir que la ayudaba. Deposité toda mi confianza en la agilidad y la rapidez mental de la anciana para protegernos. No tenía dudas de que sabría resolver la situación con éxito.
LA VISIÓN Y LA AUDICIÓN PUEDEN AMPLIARSE. ¿DESEA HACERLO?
Acepté y comencé a observar su conversación como si estuviera junto a ellos. En mis ojos se dibujaban sus diálogos, cual guión de película subtitulada.
—Debe ser muy complicado para usted cargar estas bolsas sin la ayuda de su nieto y su hermana gemela —David hablaba con elocuencia, como si aquel fuese el tema más trivial del mundo.
—¿Disculpe? —dijo ella, acercándose a él para simular sordera.
—Que debe ser muy difícil cargar esto sin su hermana gemela —le repitió, casi gritando.
Susana se sacudió las orejas con los meñiques y comenzó a articular una respuesta. Y fiel a la frase «La vieja sabe más por zorra que por vieja», ella supo salir adelante con toda la seguridad del mundo, depositando mi confianza en mí, una desconocida que dormía en la habitación de su nieto.
—¿No me diga que está aquí? No me lo creo —su voz denotaba una emoción genuina y un entusiasmo difícil de superar—. Esto debe ser una broma —lo miró con disgusto—. Por favor, con eso no se juega, señorito.
David se mordió el labio, reconociendo la hábil manera de la vieja de escapar de una situación tan apretada. Pero se dispuso a continuar el cuento hasta el final.
—Yo la llevaré con ella. Me insistió en que no le dijera nada pero, conociéndola a usted y a sus problemas cardíacos decidí alertarla. Hasta las buenas sorpresas pueden ser fatales.
—¿Se puede saber con quien tengo el gusto? —lo escrutó ella, con sangre fría.
—Soy el sobrino de su gemela.
—¿Eres Nicholas?
La actuación de Susana me hacía descostillar de risa. Thiago, ajeno a todo, tampoco se quedaba atrás.
—Ese mismo —le mintió, a la vez que le daba un beso.
—Qué extraño —se acarició la barbilla—, la última vez que te vi tenías ocho años y eso fue... déjame pensar... ¡anteayer!
Su engaño apocó a David hasta el punto de mascullar una excusa ininteligible que no hacía más que confirmar su derrota. De haber estado todos juntos, le habríamos chocado las palmas con vigor.
Susana culminó el trayecto y entró en la casa, previendo que yo había sido la causante de todo. Cuando me vio, realizó el último acto.
—¡¡Vivian!! Querida, qué sorpresa. No puedo creer que estés aquí.
Se limpió con un pañuelo sus lágrimas de triunfo y me abrazó, a la vista de nuestro enemigo. De no haber sido por ella, nuestro alocado plan se habría caído por la borda tan rápido como había aparecido.
Una vez ya encerrados, comenzamos a saltar en una ronda, para celebrar nuestro éxito. Le agradecí a mi nueva abuela todo lo que había arriesgado por nosotros con un cálido y extenso abrazo.
—Fue una idea osada, querida. Debo admitir que nada de esto hubiera salido bien si no hubiera sido por mis dotes actorales y mi conocimiento sobre rostros.
—Pensé que no lo conocías —confesó Thiago.
—Thiu, tu abuela es mucho más astuta de lo que te imaginas. Mejor ténme de aliada que de enemiga.
Y eso era demasiado cierto. Por fortuna, ella estaba de mi lado. Al menos, por ahora.
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