Capítulo 141
Aquella sí que había sido una revelación. Por fortuna, mi silla tenía apoyabrazos, por lo que evité una tremenda caída que, sin dudas, habría aportado demasiado poco a la conversación.
—¿Entonces quieres decir que mi tío era hermano de mi madre? —le pregunté, intentando recalcar cada una de las palabras, para intentar convencerme a mí mismo de que nadie me estaba vacilando.
Nemo sonrió. Toda la situación le parecía tragicómica. Nathaniel seguía sin dejar de mirar el piso, como si no se atreviera a hacer contacto visual con su primo.
—En ese fue el único aspecto en el que se te dijo la verdad a medias. Ambos eran hermanos —me confirmó él.
Me detuve a pensar un momento. Supuse que Nemo respetaría mis cavilaciones y tendría la amabilidad de dejarme asimilar todo lo que acababa de revelarme. Si bien siempre me han recalcado que no despotrique contra los muertos, en esta ocasión me tomé una licencia, y clavando mis ojos en el suelo, como si quisiera ver, a millares y millares de kilómetros de profundidad, el rostro de mi madre, para musitarle una seguidilla de improperios de la que sería más que merecedora. Me había enseñado más que patrañas y me había lanzado a un universo peligrosísimo, desprovisto de su ayuda, sin advertirme sobre la calumnia de su esposo, de la suya, ni mucho menos la de toda la asociación.
—Eso es un asco —repuse, tratando de contener las náuseas.
No me costó demasiado trabajo imaginar a mi madre y mi padre de niños; de hecho, había cientos de imágenes enmarcadas en marcos brillantes sobre su niñez, que habían decorado la habitación de Esther hasta su muerte. Ambos esgrimían sus tímidas pero rimbombantes sonrisas prefabricadas cada vez que su madre los atacaba con los flashes. En aquellas épocas ya existía la cámara en color, aún así, la calidad era deplorable, y tenían que conformarse con las fotografías borrosas que la Kodak les permitía tomar. Aún así, se podía percibir que entre ellos había un amor, un cariño de hermanos, mas jamás sospeché que aquello fuera para tanto.
Sin embargo, la foto que más me había llamado la atención de todas fue una instantánea con fecha en el dorso de 1979, en donde podía vérseles tomados de las manos, él con un pequeño traje de cotillón y ella con un vestidito blanco que mi madre me confesaría que la abuela se lo había cosido para su casamiento. Esther adoraba contarme la historia de aquel instante; parecía recordarlo todo con lujo de detalles -y recién ahora comprendía el por qué-, contándome que Stuart le habría prometido que ella sería la única mujer de su vida y que, de alguna manera, había cumplido su promesa. Sólo que demasiado a rajatabla. Jamás había pensado en darle una doble interpretación a aquellas palabras. Piensa mal y acertarás.
—Si te miras el trasero, comprenderás que lo de la cola de cerdo es un bonito mito, mas que no se aplica a la realidad —prosiguió Nemo, como si nada, juzgando que aquel era el momento preciso para comenzar a bromear.
Eludí su comentario y me remití dieciséis años atrás, imaginándolos a ambos ya maduros, revolcándose en el hotelucho de mala muerte en donde mi madre siempre me recordaba que me habían engendrado, susurrándose al oído cuánto se amaban, sin importarles que lo suyo fuera prohibido y censurable, pasando por alto las malas miradas que tendrían que recibir ahora, pecadores de la lujuria, padres y hermanos incestuosos. Estarían recibiendo el castigo que se merecían por amor. No obstante, lo que más me enfadó fue pensar que había y no había conocido y tenido un padre presente en toda mi vida y que, cuando se me apareció, resulta que está muerto y con la bosta hasta el cogote. Menuda combinación, por cierto.
—Así que esta es la razón por la que fuiste a buscarme, ¿cierto? Quieres que continúe con el legado de mi padre. Lo hubieras manifestado un poco mejor, antes de arrastrarme contigo sin ton ni son por todo el país, soportando tus modales bruscos y tus reprimendas —le espeté, sin poder contener más tiempo mi desazón.
Estaba esperando el «Lo siento» que sería apropiado para la circunstancia el cual, denlo por hecho, jamás llegó. Por el contrario, la réplica de Nemo consistió en observar su reloj una vez más, como si el tiempo nos apremiara. Mi mundo se acababa de derrumbar y él se empeñaba en controlar cómo se movían las agujas de su reloj. Detestable, sin lugar a dudas, tanto como la verdad que estaba revelándome.
—Disculpa, pero el tiempo está ajustándonos la plática —verificó su reloj una vez más, aunque no hubieran pasado ni diez segundo—. Te contaré el resto de camino al automóvil.
—¿Vamos de paseo? —inquirió Nathaniel, con un destello de felicidad en sus ojos.
Nemo se apresuró a cortar su inspiración de raíz.
—Tú no, hijo. Hoy no —le aclaró, con algo de pesar en su voz.
Resulta que, si quieres demostrarle a alguien que su vida está construida sobre arenas movedizas, debes procurar que la avalancha que desencadenes no afecte a terceros. Muy racional de su parte.
Nos había llegado la información de que la mano derecha de Tumako Oko, Tim Park, aún había escapado a la prisión, huyendo de la policía a través del patio trasero, en donde otro colega lo había recogido. Tumako no había tenido la misma suerte, puesto que un policía le disparó en una de las piernas, inmovilizándolo por completo e impidiéndole avanzar. Asimismo, rodeado de todas las cadavéricas jóvenes que reflejaban marcas de abusos sexuales, golpes y hambruna, había sido atrapado in situ y ni el mejor abogado del mundo podría quitarle el privilegio de ocupar una plaza en San Quintín, mientras esperaba su destino letal. Sin embargo, esperaba no sería el verbo más indicado para definirlo, puesto a que el mafioso ya había tramado un desesperado plan de escape que ya había sido muy útil para cientos de malhechores que antes habían pasado por su misma situación. No obstante, el fin justificaría los medios y, por ende, este ya era el duodécimo día de trabajo arduo, en donde más de trescientos hombres agrupados en turnos de cuatro horas, se abrían paso bajo la tierra a pico y pala, trabajando en condiciones inhumanas para sacar a su jefe del hoyo de la prisión para luego colocarlo en otro, de un metro y medio de alto y dos de ancho, por el cual llegaría a una casa abandonada situada a unas pocas millas. La operación era demasiado ambiciosa, mas ya había comenzado a dar sus resultados, sobre todo desde que Tim anunció a sus amigos que el túnel habría de estar listo en tan sólo diez días más pero, gracias al esfuerzo de sus lacayos, el hoyo podría estar listo de la noche a la mañana.
Mónica se apresuró para desconectarse de aquella página de la Deep Web que anticipaba un escape perfecto. Varios usuarios comentaban las publicaciones; incluso algunos se tomaban la molestia de sumarse a los trabajos a cambio de una jugosa suma de dinero. La campaña era todo un éxito y algunos comenzaban a teorizar sobre los mejores métodos para salir de la prisión. También se habían filtrado un plano de la cárcel y algunos mensajes de voz del mismo Tumako en persona.
Por consiguiente, todo aquel entorno era tan peligroso que Clark, Matteo, Hellie y yo contribuimos a ayudarle a esconder su ubicación y datos personales con cientos de escudos que eran derribados por inteligentísimos y modernos bots los que, a su vez, respondían nuestros atrevimientos con fuertes virus que apenas eran detenidos por el cortafuegos que el doctor Helling había colocado en nuestros cerebros. A cambio, recibimos unos datos muy valiosos que servirían para localizar a Tim y sacarle provecho a toda la parranda que estaban por montar. Ya una vez fuera, el GPS nos indicó el camino más próximo para llegar a la prisión. El mismo también indicaba con un punto la casa abandonada la que, en verdad, era un hotel y había sido bastante reconocido en su época dorada. Pronto nos daríamos un paseo por allí para ponernos en ambientación.
Por lo pronto, decidimos dividirnos en pequeñas patrullas con las que viajaríamos por los suburbios de la ciudad, procurando localizar al mafioso el que, según nuestros sistemas, se encontraba en un radio de dos kilómetros con centro en el mismísimo hotel. Las grandes distancias nos impedían una localización certera, por lo que tendríamos que ponernos manos a la obra, pasándonos en grupo con un clon por equipo para identificar cualquier fuente calórica que se correspondiera con nuestro sujeto. En esta ocasión, decidí aventurarme junto con Lusmila y Hellie, las que deseaban involucrarse aún más en nuestra misión. Dejé a Clark y Matteo al cuidado de la pequeña, mientras que Thiago y Mónica se ofrecieron para acompañar a Virgine.
Mis dos amigas y yo exploramos la zona Norte la que, según las estadísticas, reclutaba a la creme de la creme de los mafiosos por aquellos días. En cuanto nos encontramos en las entradas del inmenso y oscuro barrio, aquello se transparentó con claridad. Unas grandes y lujosas casas podían verse detrás de unos grandes paredones que presentaban una fachada alternativa, a prueba de criminales estúpidos y policías demasiado curiosos. Nos paseamos entre los monumentos erguidos por y para los criminales más astutos y peligrosos de California, protegidos por las penumbras las que también eran sus mejores aliadas. No esperábamos encontrarnos con Tim de la manera en que lo hicimos. Habíamos imaginado que encontraríamos su vivienda media escondida entre el follaje, tocaríamos la aldaba y le lanzaríamos la primera excusa que se nos cruzara por la mente. Sin embargo, la realidad parecía empeñada en demostrarnos lo contrario.
Allí, con las manos en los bolsillos de su americana y protegido con unos lentes oscuros que ocultaban su identidad, vimos al gran súbdito Park, caminando delante de nosotros, con rumbo desconocido. Me apresuré en poner al tanto a mis amigos sobre esto. Nunca se sabe con qué truco sucio te puede salir un matón de segunda. Por lo pronto, no escatimaría en precauciones, sobre todo, cuando la fortuna nos sonreía de una manera tan especial como perversa.
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