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Capítulo 136

Para mi sorpresa, la bala no salió al cero ni mucho menos; por el contrario, pude escuchar el sonido el gatillo siendo apretado unas cuantas veces, con idénticos resultados. Por ende, y tratando de resucitar con la escasa valentía que aún me quedaba, llevé mis manos a la parte posterior de mi cabeza y luché para desajustarme el nudo y, aunque no me fue posible, éste cedió lo suficiente para poder bajarlo hasta la altura del cuello, dejándomelo como un collar. El profesor se acercó hacia mí y, con la ayuda de unas tijeras, me dejó libre. En cuanto me volteé noté que Anthony llevaba la mirada fija en mí y, en lugar de que sus ojos revelaran una rabia incontenida, se mostraba con una gran serenidad, lo que me hizo notar que el fallo había sido adrede. Un nuevo cotorreo tomó lugar, aún más fuerte que los anteriores; algunos se alegraban de verme con vida -en especial Nathaniel, quien emitió un suspiro de alivio que se escuchó en toda la sala-; otros, muy por el contrario, solicitaban mi cabeza en bandeja de plata, alzando sus voces para recibir las explicaciones pertinentes, las que creían merecer.

—¿Alguien me explica lo que acabamos de ver? —el profesor se dirigió hacia el auditorio.

Todos le devolvimos una mirada de asombro, incapaces de elucubrar cualquier teoría. El docente nos escrutó con la mirada, achinando los ojos en busca de una mano alzada en el aire, pensando que mientras menos viera más fácil la hallaría.

—¿Ninguna idea? —continuó, por fin.

Esta vez, la respuesta generalizada fueron unas enérgicas sacudidas de cabezas en sintonía, llevándolas de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Dado a que nuestros dotes de observación no habían pasado aquella prueba de fuego, Anthony se llevó la mano al bolsillo, extrayendo una tercera y diminuta bala cilíndrica, con una gran sonrisa. Aquello explicaba muchas cosas mas, sabiendo que nuestros intelectos no eran demasiado rápidos, el profesor se apresuró por aclarar las cosas.

—Como ya sabrán, él es Anthony —comenzó, entre varias miradas hastiadas que le gritaban «No me digas»— y debo confesarles que él no es un francotirador profesional, apenas es un alumno de cuarto año.

Un alumno de cuarto año con la puntería y la sangre fría como para acribillar a dos estudiantes principiantes sin oponer resistencia.

—Por ende —continuó—, y al verlo entaviado con ese traje y con su enorme arma, ustedes creyeron la primera y principal mentira: que podría acribillarnos a todos en cualquier momento y, por consiguiente, infudí el terror dentro de ustedes. Sin embargo, los más optimistas pensarían que no sería capaz de hacerles daño y quizá, sólo quizá, su arma no estuviera cargada con muerte en su interior. Para su sorpresa, no lo estaba. Había conseguido que creyeran que estaban a salvo. En cuanto algo nos provoca temor y luego descubres que no es capaz de hacerte daño, te sientes más fuerte —afirmó—. Y para plantar el miedo, primero es necesario hacerle creer a la víctima que está a salvo.

Los alumnos más aplicados tomaban notas en sus cuadernos a gran velocidad. Los bolígrafos rellenaban hojas y hojas con las nuevas enseñanzas, sin preocuparse por que no estuvieran aprendiendo Conocimientos y estrategias modernos para dominar el mundo.

—Sin dudas, el jueguito de la bolilla detuvo más de un corazón por unos segundos. ¿Les gustó el chascarrillo? —inquirió el profesor, entre risas—. Debo confesarles que, en verdad, les mostré unas bolillas que ya había preparado, las que cambié frente a sus ojos. Les enseñaré eso luego —se apresuró a adelantarnos, para que nadie le interrumpiera con una duda respecto a aquello.

»El punto es que Anthony también hizo una de las suyas al esconder un proyectil en su bolsillo justo cuando ustedes fijaron su vista en el bolillero. Es muy simple: nadie encontrará lo que no está buscando. De esta manera, y con un juego muy limpio de manos, se aseguró de cometer dos asesinatos, en lugar de tres. La técnica del empalme también es bastante simple y ahondaremos en ella en las siguientes lecciones —tomó una pausa y desenroscó su botellita azul, la que se encontraba sobre el escritorio pero que yo no había visto antes.

»Para el remate final fue necesario hacerles creer que las elecciones seguían un cierto patrón en particular. Esto permitió que aquellos que consideraban que se adecuaban a las características de los seleccionados se asustaran aún más, mientras que aquellos que no habían encontrado similitudes se aliviaran; después de todo, la posibilidad de ser elegidos en un sorteo real y honesto había sido mínima. Me sorprende que, conociendo los valores de nuestra organización, algunos confiaran en que todos tendrían iguales chances de pasar al frente.

Más silencio, interrumpido por nuevos jóvenes que colocaban los cuadernos sobre sus regazos y sacaban fuego en lugar de tinta. Decidí tomar mi anotador y apuntar algunas palabras clave. De todas maneras, había vivido la lección y no me hacía falta plasmarla en papel para recordarla. Tras un sonoro estornudo, el profesor continuó su monólogo.

»Apuesto a que más de uno se descolocó con la tercera elección. De hecho, aquella había sido nuestra intención desde el principio: romper sus esquemas y hacerlos sentirse vulnerables. Por quinta ocasión consecutiva, conseguía inocular terror en sus corazones jóvenes. Y entonces descubrieron que el temor es un mecanismo muy eficiente para controlar a las multitudes; sólo es necesario hacerles creer algo que no existe, para después rematarlo con pruebas irrefutables. Espero que esto les sirva siempre de lección para no sentirse demasiado seguros nunca en sus vidas. Somos víctimas de los deseos de los demás —finalizó él, recibiendo un sonoro y cálido aplauso como respuesta.

Me uní a la multitud algo más tarde, aún sin poder comprenderlo todo. De pronto, una bola de papel se interpuso entre mis dos manos, sorprendiéndome y obligándome a sujetarla con más fuerza para que no cayera en las manos equivocadas. Casi pude adivinar qué era lo que aquel trozo de papel contenía.

Durante mi pequeño descanso, desfilaron por mi mente las escenas de la carnicería que habíamos cometido. El mero hecho de saber que dormía junto a un muerto me hizo estremecer y no me dejó pegar un ojo. Una de las principales razones era la pestilencia que el cadáver desprendía, las demás, derivaban de ella. Aún con los ojos cerrados, comprobé si habían ingresado nuevos mensajes en nuestro chat. Matteo me informaba que nadie sospechaba nada y que me recomendaba no cometer ninguna imprudencia que pudiera llamar la atención de cualquiera de los guardas. Le aseguré que no lo haría y le envié una solicitud para iniciar una partida de damas que, para variar, acabó en un empate técnico, pero que nos sirvió a ambos para rellenar el largo tiempo de espera que teníamos por delante. Mónica y Hellie nos invitaron a jugar una partida de póker, alegando a que, al menos en este juego, no quedaríamos todos igualados dado a que dependíamos de los caprichos de una computadora. Entre partida y partida, se hicieron las dos y media de la mañana.

Mónica me envió las grabaciones en vivo de lo que estaba ocurriendo. En ese mismo instante, había una quietud que lo único que hacía era confirmar el éxito de nuestros planes. Me dirigí hacia el armario y hurgué entre las joyas de la familia, encontrando verdaderas y costosas reliquias, más que no cabrían en mis zapatos. Debí contentarme con seleccionar los objetos pequeños más brillantes que encontraba a mi paso, tratando de estimar el valor de cada uno con la ayuda de mi sistema, confiando en que el reducidor no se pasara de vivo al momento de cuidar su bolsillo. Acabé ocultando pequeñas gargantillas y todos los anillos que pude encontrar. Intenté caminar mas, al percibir que el sonido me delataba, acabé reduciendo mi cargamento a la mitad, buscando evitar caer en el juego de Midas y, en consecuencia, acabar en el calabozo del palacio por hurto.

A las tres menos un minuto, los otros guardas ya estaban frente a los anteriores, dirigiéndose una venia a modo de saludo. Uno a uno fueron cambiando sus posiciones, relevando a sus compañeros y deseándoles una buena noche. Mónica, Matteo y Hellie se dirigieron hacia la salida alternativa, alegando a que tenían algo de prisa de regresar a sus hogares. Se inventaron la historia de que sus familias se preocuparían ante su retraso y se tomaron la molestia de generar una falla técnica en las cámaras de seguridad, para que los cuatro desapareciéramos completamente de sus lentes, como si nos hubiéramos reducido a un polvillo invisible, lo que nos libraría de toda sospecha. Al día siguiente, el encargado vería a tres de sus fieles guardias de seguridad dirigiéndose campantes hacia la salida.

Me escurrí entre los objetos del armario, hallando la salida secreta que se me había indicado y me dirigí a gatas por el pequeño pasadizo, que me llevó a una de las puertas de servicio. Les envié mi ubicación actual a mis amigos y les rogué que se apresurasen. Activé los comandos que me harían invisible a todas las pantallas del castillo a excepción, claro estaba, de la de cualquier clon presente. Me alivié por el hecho de que la familia real hubiera optado por los siempre inferiores guardias humanos, lo que nos allanaría el camino. Agradecí a los humanos por ser tan inútiles en esas circunstancias y rogué para que mis amigos no tuvieran ningún contratiempo.
De repente, me llegó un mensaje de un remitente desconocido. «Ten cuidado» rezaba el texto. Intenté rastrear la fuente, mas acabé encontrándome con un escudo impenetrable que me llevaba en las direcciones incorrectas. Batallé un largo rato contra el código y se lo reenvíe a Mónica, la que obtuvo idénticos resultados. «Lo mismo que dijo el desconocido va por duplicado de mi parte» fue lo único que añadió. Su GPS indicaba que aún nos separaban unos cuantos metros de distancia.

De repente, el sonido de una puerta al abrirse llamó mi atención, dándome apenas el tiempo suficiente para esconderme detrás de una enorme maceta, esperando a que el intruso irrumpiera en la escena. Mi sistema ya había activado sus funciones y estaba en búsqueda de fuentes de calor humano las que, sin tardar demasiado, encontró. Ceñí mi mano alrededor de mi arma para asegurarme de que aún estaba allí, para protegerme. La brisa que entraba desde el exterior tenía la gelidez de aquella noche y la puerta de servicio abierta de par en par me invitaba a explorar. Coloqué todos mis sentidos alerta y activé aquellas funciones que me servirían durante mi expedición. Mis amigos aún no habían llegado, por lo que no tardé en advertirles, solicitándoles que me cubrieran la retaguardia por si alguien me agarraba de sorpresa. Esperé en vano el doble visto azul. Parecía que debería de enfrentarme sola a aquella fuerza desconocida.

Me puse de pie y comencé a dar pequeños pasos sobre la alfombra, teniendo la cautela de no hacer demasiado ruido, con tantas alhajas encima. Revisé una vez más las cámaras de seguridad del castillo, las que mostraban un pasillo inhóspito en su totalidad. Era imposible que alguien más estuviera allí dentro, por lo que el misterioso sujeto debía de encontrase afuera, a la espera. Caminar hacia allí sería ingresar en la mismísima boca del lobo. Sin embargo, y teniendo en cuenta que aquella era nuestra única vía de escape, comprendí que debería sacrificarme por el equipo, en pos de nuestro éxito. La noche era silenciosa y mi misterioso amigo no daba señales de vida. Supuse que se hallaba oculto entre los matorrales y que se había mostrado bastante cauto al momento de burlar todos mis trucos.

Puse pie en la hierba, la cual ya se había humedecido a consecuencia de un suave rocío que azotaba el cielo nocturno y miré de un lado al otro, al tiempo que me enfocaba en ciertos puntos en particular. Por fin, identifiqué una fuente de calor detrás de una columna. Además, percibí un fuerte olor a pólvora que pedía a gritos ser quemada. Me coloqué a una distancia prudencial antes de elevar mi voz en un tono que no deseaba que llamara tanto la atención.

—David, sé que estás allí. Sal de una vez, cobarde —lo desafié.




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