Capítulo 101
Aquellas palabras trastornaron hasta a los vericuetos más rígidos de mi alma. El rostro de Nemo, saturnino, era insinuante; mi corazón me incitaba a seguir sus pasos, mas mi cerebro quería remar a contracorriente. Sus nervios no le impedían juguetear con la cubetería, pasando de una mano a otra el cuchillo y el tenedor con una habilidad admirable. Su noticia me había ensañado, es más, me había enfurecido.
—¿Acaso creíste que una penuria de esta talla se me podría ocultar tan fácil? —estallé, abandonando mi ostracismo. Por primera vez, podría recriminarle algo a aquel y no viceversa.
Nemo había comenzado a caminar de reversa, dando pasos cautelosos, con una precisión que revelaba que conocía a la perfección cada recoveco de aquella pocilga, pudiendo andar a ciegas desde el sofá hasta la pérgola sin tropezarse. Sin embargo yo, orate como me encontraba, no pude apreciar aquella pasmosa habilidad. Un cuchillo tramontina bastante filoso constituía mi única y palurda astillería. Nemo se negaba a dirigirme la palabra, comenzaba a comprender cuán peligroso podría ser aquel rorro con su arma blanca.
—Te he hecho una pregunta. Contéstame —le ordené, remitiéndome al interrogante que otrora le había realizado.
—Fueron las órdenes del jefe. Aquí nadie mantiene contacto con su familia. Aquí nadie se torna débil ante el dolor ajeno —contraatacó, palpando bien el rumbo que podría ir encaminándose en la conversación, cual cauto viandante.
—Me robaron mi mocedad, me hurtaron mi libertad y para mal de males tienen la osadía de cumplir las minucias de mi madre sin explicar el porqué. Pongo las manos en el fuego de que ustedes son los legítimos herederos de su testamento.
—Te equivocas. No dejaré que este coloquio continúe de esta manera. Te equivocas una y mil veces si sostienes eso. Esther se ha manumitido de nosotros por un tiempo, nadie se quedará con su dinero. Tú tampoco lo harás. Al llegar, cada miembro entrega sus bienes y se realiza una minuta para detallar sus aportes. Te sorprendería saber las cosas que tu madre nos ha cedido. No todas las historias son nacaradas, algunas son muy oscuraaaaaaaasss...
De pronto, lo impensado ocurrió. Nemo, enfrascado en nuestra discusión y acompañado por la lisura del piso recién encerado y la oportuna intervención de unos granos de arroz, cayó de bruces al suelo, desluciendo la magnífica actuación que había estado desempeñando hasta entonces. No desaproveché la oportunidad y me abalancé sobre él, depositando con fuerza mi cuchillo contra su sien. Un hilo largo de sangre comenzó a serpentear por su rostro, explorando nuevos lindes. Así permanecimos durante un tiempo. Cualquier persona que se hubiera asomado por la lumbrera se habría creído que se aquello era un latrocinio. En parte lo era, aquellos hombres me habían robado hasta el sueño.
—Llévame con mi madre ya mismo —le ordené.
—Primero debes dejar que me levante y para ello debes quitarme el cuchillo de la cabeza o no podré hacerlo —se justificó él, arrojando un verdadero manotazo de ahogado.
—No, señor. Te postrarás primero de rodillas y acabarás de pie en más tiempo de lo que sueles hacerlo. No tomaré ningún riesgo contigo -le aclaré, a la vez que giraba mi arma sobre su sien cual destornillador, disfrutando de ver cómo su cuerpo emanaba más y más cantidad de aquel líquido color pardo.
Nos pusimos en marcha de inmediato. Nemo no se alteró ningún momento al sentir tan cerca mi presencia; por el contrario, realizó su rutina como si un objeto punzante no estuviera atentando contra su cuerpo. De hecho, me atrevería a decir que él esperaba aquello. Mostróse poco sorprendido durante todo el rato y no dejó traslucir su temor, si acaso lo sentía. A mí no me temblaba el pulso, mas él en cualquier momento podría, mediante alguna poderosa llave, retorcer mi muñeca, doblegarme e invertir los roles. Parecía encontrarse demasiado generoso conmigo, a decir verdad. Quizá el cargo de conciencia podía más que él. O tal vez sólo estaba haciéndole un favor a este desventurado jovenzuelo.
Contuve mis nervios y mi ira durante el escaso tiempo en el que alcancé la manija de la puerta. Sebastian me observaba con ojos fijos, atento a lo que podría ocurrir, consciente de que había arrojado una bomba que no debería. Me coloqué junto a la puerta y con un ademán lo invité a que saliera de la habitación antes que yo. Thiago y Matteo aún descansaban, no podía generar barullo a su alrededor aunque pareciera que ya hubieran comenzado a hibernar. Sebastian se encaminó, temeroso hacia la salida, sin perderme nunca de vista, sacudiendo sus ojos de un lado al otro, expectante. Aquella era la personificación del miedo.
—Recoge tus cosas y vete de aquí —le ordené, tratando de contener mis incontrolables ganas de estrujar su garganta con mis manos.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué hay tanto barullo?
Mónica, presintiendo que algo malo había ocurrido, no había tardado demasiado en entrar en acción; estaba seguro de que rodaría una cabeza en cualquier momento. En un instante, realizó un análisis certero de la situación y determinó el peligro de la misma. Se apresuró a colocarse delante mío, impidiendo que yo tuviera contacto alguno con quien me acababa de traicionar.
Mientras tanto, Sebastian rearmaba su bolso improvisado y se preparaba para partir. Mónica suplicaba que se apresurara, no por mucho más tiempo habría de poder contenerme de no asesinarlo. En ese momento, Thiago comenzó a despabilarse. Primero abrió los ojos, sobresaltado por el escándalo y nos miró uno a uno con extrañeza, como si tratara de recordar nuestros nombres. «Te remodelamos los testículos, no la cabeza» le habría dicho, si la situación me hubiera acompañado.
Thiago se puso de pie con dificultad y unos gemidos de dolor, advertido por el teatro que se estaba montando a su alrededor. Sin pudor, y tras juzgar la situación de la manera más objetiva que le fue posible, se levantó de su cama, sin importarle siquiera el hecho de encontraste en el estado en el que Dios lo trajo al mundo, acercándose hacia mí. Con un gesto, le indicó a Mónica de que lo tenía todo bajo control. Ella se apartó sin chistar, mas se mantuvo siempre a unos pocos metros, convencida de que las palabras no serían suficientes para tranquilizarme y, ante el caso de que las mismas no funcionaran, ella era la única capaz de detener a un arriete humano. Thiago se mostraba todavía muy debilitado como para realizar una mejor actuación de la que ya estaba desempeñando.
Sebastian colocó el último pantalón en su maleta colorada y se despidió de mis amigos con la mirada. Aquella reflejaba encontrarse demasiado avergonzada. Mónica y Thiago le correspondieron el saludo con parpadeos al unísono; Matteo le daba el adiós desde sus sueños. Sebastian ignoró olímpicamente al resto de sus compañeros, los cuales se le acercaron, curiosos, ignorantes de lo que acababa de ocurrir.
—¿Te vas? —Estella, con la inocencia de una niña de su edad, fue la única capaz de dirigirle la palabra.
Sebastian asintió con la cabeza con timidez, ocultando tras sus mejillas sonrojadas la desazón que le sacudía el pecho. Se negó a enjuagar las lágrimas de sus ojos con el puño de su chaqueta y se dirigió hacia la puerta.
—See you soon —lo despidió Lusmila quien, al igual que la niña, tenía la esperanza, aunque diminuta, de que el joven permaneciera junto a nosotros.
Mi ira se convirtió en tristeza al sentir el sonido de la cerradura al abrirse de un lado y al dejar de ver la figura de mi examigo. Todos los presentes sintieron cómo su corazón se les resquebrajaba en mil pedazos. Mi sistema había catalogado a aquella situación como «CRISIS DE GRUPO». Rogué a los cielos de que a ningún otro se le ocurriera la genial idea de abandonarnos a la intemperie. Suficientes problemas teníamos ya con la gente de afuera como para tener que estar mediando entre los deseos y los caprichos de los de adentro.
«A partir de ahora, seré implacable» me prometí, al tiempo que observaba cómo la sombra de Sebastian se desdibujaba para siempre del cortinal de enfrente de la casa. Lamenté haberlo perdido, mas le juré jamás olvidar aquella traición.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro