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#1. M

       

¡Mierda, mierda y más mierda! Esto no puede estar pasándome a mí... no, si ya lo sabía que hoy no sería mi día. Ya me había parecido leerlo en el horóscopo: "abstenerse de ver ex novios y salir de fiesta"... puede que no tan literal, pero el concepto estaba allí. ¿Y qué he hecho yo? Pues pasármelo por el puñetero forro.

                Las sirenas de los coches de los polis se oyen aquí al lado y rezo para que no pasen por ésta calle, no puedo con mi alma de lo que he llegado a correr para salvar mi bonito culo y el de mi amiga. Borracha perdida, para hacerlo más interesante. Creo que tienen que darme un premio por lo que he hecho ésta noche.

                —Venga, Coraline, un par de calles más y llegamos a tu casa —le ruego a mi amiga.

                —No. Déjame aquí —me dice sorbiéndose los mocos de lo que está llegando a llorar—. No quiero volver a casa, quiero morirme.

                —Muy bien, pues te mueres tu solita, yo aún soy demasiado joven.

                —¡Joder, Mer, pero consuélame!

                —¿Y qué crees que estaba haciendo en la disco?

Bueno, más que consolarla, estaba protegiéndola y defendiéndola delante de su estúpido y engreído novio. Gilipollas, por cierto. Y que gustazo cuando he notado su nariz partiéndose contra mis nudillos. Y la guarra con la que estaba ha tenido suerte de salir pitando, porque tampoco se salvaba. Pero claro, aquí miss imprudente de Inglaterra no ha pensado en las consecuencias  y he tenido que salir cagando leches al trote para no ir al cuartelillo. ¿Quién le había pedido a ése segurata que se pusiera en medio?

                Yo qué sé, tal vez le haya cogido el gusto a ostiar a los chicos. Hoy me han expulsado de mi instituto por haber "agredido" a un compañero. Me da igual... porque se lo merecía, se lo merecía a base de bien...

                —¡Odio a Wybie! —chilla Coraline a pleno pulmón—. ¡Lo odio, lo odio, lo odio! ¿Cómo ha podido hacerme esto a mi? Grandísimo hijo de la gran...

                —Vale, lo querías mucho y te ha puesto los cuernos delante de tus narices... pero no te puedes quedar aquí toda la maldita noche.

                —Sí que puedo.

                Y acto seguido, se pone a potar en una esquina. Genial... es lo último que faltaba. Esto es un auténtico suplicio. Me acerco a ella para quitarle su flequillo azabache con reflejos azules de delante de la cara. Normalmente es un pivón que quita el hipo hasta a la chicas, pero ahora mismo está hecha un verdadero cromo con todo el rímel corrido y las mejillas subiditas de color por la borrachera y el frío. Ahora sí que no puedo llevarla a casa, sus padres la castigarían de por vida. Resoplo... una noche más tendré que recorrer a mi as en la manga. Saco el móvil de dentro mi bolso y pulso marcación rápida.

                —Mmm... ¿Diga? —oigo una voz soñolienta al otro lado de la línea.

                —Soy yo... ¿estabas durmiendo?

                —Más o menos. ¿Qué ocurre?

                —Tengo una chica con el corazón partido y echando hasta su primera papilla. ¿Puedes venir a salvarme?

                —Mérida, no me jorobes, en serio. ¿Otra vez? —me encanta como suenan las palabras malsonantes con su acento australiano.

                —Por favor, mañana a primera hora me la llevo. Porfa, porfa, porfa...

                —Está bien, está bien. ¿Dónde estáis?

                ¡Bien! Me encanta mi gran capacidad de convicción. Esto y que Aster es mi ángel de la guarda. Mi vida sería una auténtica mierda si él no estuviera en ella. Ya he perdido la cuenta de las veces que me ha salvado el culo, el pobre.

                Lo conozco des de que me parieron. Fue uno de los mejores amigos de mi madre en sus años mozos y es mi padrino. Cuando era pequeña me enseñó a montar a caballo y el tiro con arco, además de artes marciales. La verdad es que ahora mismo eso ya no me interesa, pero es como un tío molón para mí. Se lo puedo contar todo y siempre me defiende delante de mis padres cuando la lio bastante. Que es... casi siempre.

                Mientras espero a que Aster llegue, le cojo el bolso a Coraline y empiezo a sacar cosas hasta que encuentro su teléfono móvil. Un mensaje a su madre conforme se queda a dormir en mi casa y listos.

                Al cabo de un rato, Aster llega con su panda azul del año de la prehistoria, baja y me ayuda a subir a la morena en el asiento de atrás.

                —Como me eche a perder la tapicería otra vez, lo vas a limpiar tú —me amenaza.

                —Tranquilo, macho, que aquí estoy yo para controlarlo todo —bromeo para sacar hierro al asunto.

                —Sí, pues ya me contarás tu lo que has hecho ésta vez, doña "lo tengo todo controlado".

                —Pues... Le metí una paliza al capullo de su ex con tan mala pata que pegué al segurata de la disco.

                —¡Dioses! ¿Es que no tienes nada en la cabeza, aparte de pelo? Que por cierto cielo, lo llevas horrible...

                —¡Fue sin querer! —respondo a la defensiva mientras me recojo el pelo pelirrojo para que no se mete más con él—. Si no se hubiera puesto en medio, no hubiera recibido.

                Aster resopla mientras niega con la cabeza. Sí, soy un caso perdido, pero me quiere tanto que no me podría dejar en la estacada. Aprovecho para ver cómo va Coraline. La muy guarra ya está durmiendo... estoy tentada a gritarle a pulmón abierto en la oreja, pero mejor que duerma y no ponga el asiento todo perdido. La última vez fui yo la que estaba en ésas condiciones. Y en el mismo coche.

                Cuando llegamos, entre Aster y yo conseguimos subir a Coraline hasta el piso.

                —Ya no tengo edad para éstas movidas... —suspira Aster mientras abre la puerta—. Como si estuvierais en vuestra casa. Ya no sé ni porque lo digo, si es vuestra segunda residencia.

                Y tiene razón, en gran parte. La de veces que éste piso me ha salvado el pellejo. Mis amigas siempre me han dicho que es una suerte de que mis padres estén todo el tiempo fuera de casa y que me dejen al cargo de amigos como Aster. Yo al principio no lo veía así, pero me he ido acostumbrando.

                Con gran esfuerzo, consigo llevar a Coraline hasta la habitación de invitados y la estiro en la cama. Tiene todas las mejillas negras por el rímel y la sombra de ojos. Le saco la cazadora como puedo, las botas y los pitillos y la meto dentro de la cama.

                Estoy para darme una ducha, pero el cansancio me puede y ponerme a dormir me tienta más.

                —¿Sabes? Tu padre me ha llamado esta tarde —oigo la voz de Aster en la puerta de la habitación.

                Gruño por lo bajo. Quiero dormir, pero sé que no puedo rehuir más esta conversación. Envidio a Coraline por estar durmiendo ya...

                Me levanto de la cama y salgo al pasillo, donde se encuentra Aster apoyado en la pared con los brazos cruzados. Para tener cuarenta y poco años, aún tiene facciones de crío en su rostro. Siempre me ha parecido muy atractivo. Se pasa la mano por el pelo y se despeina, parece cansado.

                —Hoy me han expulsado del instituto —digo al fin.

                —Eso me han dicho.

                —Es definitivo.

                Aster clava sus ojos oscuros en mí. Sé que está decepcionado, es lo que suelo hacer; decepcionar a todo el mundo. Pero me da igual, porque hay muchas personas que también me han decepcionado a mí. ¿Eso justifica mis actos? Seguramente no, pero estoy harta.

                Muy harta.

                —Cielo, que vamos a hacer contigo...

                —Estoy cansada —le corto antes de que se ponga en plan sensiblón y empiece a decir que desaprovecho todo el talento que tengo—. Gracias por recogerme, en serio, pero mejor hablamos mañana.

                Dañar. Ya sea físicamente o con las palabras. Eso sí se me da de fábula.

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