Capítulo 1
Lleva tres días seguidos de tormenta cuando por fin regresa de una reunión con el líder de la manada de Big Bend. Dos de sus comandantes ya están dentro de su casa, esperándola con expresión recelosa.
—La mujer vampiro se echó atrás.
Gruñe mientras se limpia la cara. Inteligente por su parte, piensa ella.
—Pero han encontrado una sustituta —añade Mingi, deslizando una carpeta manila sobre el mostrador—. Aquí está todo. Quieren saber si tiene tu aprobación.
—Procedemos según lo planeado.
Mingi suelta una carcajada. Elkie frunce el ceño.
—¿No quieres mirar...?
—No. Esto no cambia nada.
Son todos iguales.
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Seis semanas antes de la ceremonia.
Ella aparece en la compañía independiente en la que trabajo un jueves por la tarde, cuando el sol ya se ha puesto y todo el personal está pensando en infligir graves lesiones.
Contra mí.
Dudo merecer este nivel de odio, pero lo comprendo. Y por eso no armo un escándalo cuando vuelvo a mi mesa tras una breve reunión con mi jefe y me doy cuenta del estado de mi grapadora. Sinceramente, no pasa nada. Trabajo desde casa el 90% del tiempo y casi nunca imprimo nada. ¿A quién le importa si alguien la ha embarrado con caca de pájaro?
—No te lo tomes como algo personal, Rosana. —Yun se apoya en el tabique de nuestro cubículo. Su sonrisa es menos de amigo preocupado y más de vendedor de coches de segunda mano; incluso su sangre huele a aceite.
—No lo haré. —La aprobación de los demás es una droga poderosa. Por suerte, nunca tuve la oportunidad de desarrollar una adicción. Si hay algo que se me da bien es racionalizar el desprecio de mis compañeros hacia mí. He entrenado como los prodigios del piano: incansablemente y desde la más tierna infancia.
—No hay necesidad de preocuparse hasta sudar.
—No lo hago. —Literalmente. Apenas tengo las glándulas necesarias para ello.
—Y no escuches a Mark. No dijo lo que crees que dijo.
Estoy bastante segura de que fue «zorra asquerosa» y no «fresa sabrosa» lo que gritó en la sala de conferencias, pero ¿quién sabe?
—Viene con el territorio. Tú también te enfadarías si alguien hiciera una prueba de penetración contra un cortafuegos en el que llevas semanas trabajando y lo vulnerara en cuánto, ¿una hora?
Fue tal vez un tercio de eso, incluso contando el descanso que me tomé en el medio después de darme cuenta de lo rápido que estaba destrozando a través del sistema. Me lo gasté comprando por Internet un nuevo cesto de ropa, ya que el maldito gato de Momo parece dormirse en el viejo cada vez que tengo que lavar la ropa. Le envié una foto del recibo, seguida de: Tú y tu gato me deben dieciséis dólares. Luego me senté a esperar una respuesta, como hago siempre.
No llegó. Ni supuse que lo hiciera.
—La gente lo superará —continúa Yun—. Y oye, tú nunca traes la comida, así que no tienes por qué preocuparte de que alguien escupa en tu contenedor. —Se echa a reír. Me vuelvo hacia el monitor del ordenador, esperando que se calme. Vaya si me equivoco—. Y para ser sincero, es culpa tuya. Si intentaras mezclarte más... Personalmente, entiendo tu aire solitario, misterioso y tranquilo. Pero algunos te ven como distante, como si pensaras que eres mejor que nosotros. Si hicieras un esfuerzo para...
—Sana.
Cuando oigo que dicen mi nombre —el verdadero—, por un instante, excepcionalmente tonto, siento alivio de que esta conversación vaya a terminar. Entonces estiro el cuello y me fijo en la mujer que está al otro lado de la mampara. Su cara me parece lejanamente familiar, al igual que su cabello negro, pero hasta que no me fijo en los latidos de su corazón no consigo ubicarla. Es lento, como solo puede serlo el de un vampiro, y...
Bien.
Mierda.
—¿Yeonhe?
—Eres difícil de encontrar —me dice, con voz melódica y grave. Me planteo golpearme la cabeza contra el teclado. Luego me conformo con responder con calma:
—Ese era el punto.
—Me lo imaginaba.
Me masajeo la sien.
Qué día. Qué puto día.
—Y, sin embargo, aquí estás.
—Y, sin embargo, aquí estoy.
—Vaya, hola. —La sonrisa de Yun se hace más viscosa cuando se vuelve para mirar lascivamente a Yeonhe. Sus ojos empiezan en sus tacones, suben por las líneas rectas de su traje oscuro y se detienen en sus pechos. No leo la mente, pero está pensando en mamacita con tanta fuerza que casi puedo oírlo—. ¿Eres amiga de Rosana?
—Se podría decir que sí. Desde que era una niña.
—Dios mío. Cuéntame, ¿cómo era la pequeña Sha?
La comisura de los labios de Yeonhe se tuerce.
—Era... rara y difícil. Aunque a menudo útil.
—Espera, ¿Son familia?
—No. Soy la mano derecha de su padre, jefa de su guardia —dice, mirándome—. Y ha sido convocada.
Me enderezo en la silla.
—¿A dónde?
—Al Nido.
Esto no solo es raro, no tiene precedentes. Excluyendo esporádicas llamadas telefónicas y aún más esporádicos encuentros con Ryota, no he hablado con otro vampiro en años. Porque nadie se ha acercado.
Debería mandar a Yeonhe a la mierda. Ya no soy una niña atrapada en una misión inútil: volver con mi padre con la esperanza de que él y el resto de mi gente no sean unos completos idiotas es un ejercicio inútil, y soy muy consciente de ello. Pero, al parecer, esta obertura a medias me está haciendo olvidar, porque me oigo preguntar:
—¿Por qué?
—Tendrás que venir a descubrirlo. —La sonrisa de Yeonhe no llega a sus ojos. Entrecierro los ojos, como si la respuesta estuviera tatuada en su rostro. Mientras tanto, Yun nos recuerda su desafortunada existencia.
—Señoritas más despacio. ¿Mano derecha? ¿Convocada? —Se ríe, fuerte y chirriante. Quiero darle un golpe en la frente y hacerle daño, pero empiezo a sentir un escalofrío de preocupación por este tonto—. ¿Hacen juegos de roles medievales o...?
Por fin se calla. Porque cuando Yeonhe se vuelve hacia él, ningún truco de luz puede ocultar el tono púrpura de sus ojos. Ni sus largos y blancos colmillos, brillantes bajo la luz eléctrica.
—T-tú... —Yun mira entre nosotras durante varios segundos, murmurando algo incoherente.
Y es entonces cuando Yeonhe decide arruinarme la vida y chasquearle los dientes.
Suspiro, pellizcándome el puente de la nariz.
Yun gira sobre sus talones y pasa corriendo por delante de mí cubículo, atropellando una higuera benjamina en maceta.
—¡Vampira! ¡Una vampira nos está atacando, que alguien llame al FBI! ¡Que alguien llame al...!
Yeonhe saca una tarjeta plastificada con el logotipo de la Oficina de Relaciones Humano-Vampíricas, que le concede inmunidad diplomática en territorio humano. Pero no hay nadie para mirarla: toda la oficina ha estallado en un pequeño pánico, y la mayoría de mis compañeros gritan y se tropiezan los unos con los otros mientras intentan llegar a la salida más cercana. Veo a Mark salir corriendo del baño, con una tira de papel higiénico colgando de sus pantalones, y siento que se me caen los hombros.
—Me gustaba este trabajo —le digo a Yeonhe, recogiendo la Polaroid enmarcada de Momo y yo y metiéndola resignadamente en mi bolso—. Era fácil. Se tragaron mi excusa del trastorno del ritmo circadiano y me dejaban venir por la noche.
—Mis disculpas —dice. Poco convincente—. Ven conmigo.
Debería mandarla a la mierda, y lo haré. Mientras tanto, cedo a mi curiosidad y la sigo, enderezando la pobre higuera benjamina que estos desquiciados pisaron al salir.
El Nido sigue siendo el edificio más alto del norte de La Ciudad, y quizá el más característico: un podio rojo sangre que se extiende bajo tierra cientos de metros, coronado por un rascacielos de espejos que cobra vida al atardecer y vuelve a dormirse de madrugada.
Una vez traje aquí a Momo, cuando me pidió ver cómo era el corazón del territorio vampiro, y se quedó boquiabierta, sorprendida por las líneas elegantes y el diseño ultramoderno. Esperaba candelabros, pesadas cortinas de terciopelo para bloquear el sol asesino y los cadáveres de nuestros enemigos colgando del techo, con la sangre extraída de sus venas hasta la última gota. Obras de arte de murciélagos, en honor de nuestros antepasados alados y quirópteros. Ataúdes, porque sí.
«Es bonito. Pensé que sería más... ¿gótico?» reflexionó, para nada intimidada por la idea de ser la única humana en un ascensor lleno de vampiros. El recuerdo aún me hace sonreír años después.
Espacios flexibles, sistemas automatizados, herramientas integradas: eso es el Nido. No solo la joya de la corona de nuestro territorio, sino también el centro de nuestra comunidad. Un lugar para tiendas y oficinas y recados, donde se puede obtener fácilmente cualquier cosa que uno de nosotros pueda necesitar, desde atención médica no urgente hasta un permiso de zonificación o cinco litros de AB positivo. Y luego, en los pisos superiores, los constructores hicieron sitio para algunas habitaciones privadas, algunas de las cuales han sido adquiridas por las familias más influyentes de nuestra sociedad.
Sobre todo, mi familia.
—Sígueme —dice Yeonhe cuando se abren las puertas, y lo hago, flanqueada por dos guardias uniformados del consejo que, desde luego, no están aquí para protegerme. Es un poco ofensivo que me traten como a una intrusa en el lugar donde nací, sobre todo cuando caminamos en paralelo a una pared llena de retratos de mis antepasados. Han cambiado a lo largo de los siglos, de óleos a acrílicos y a fotografías, de grises a Kodachrome y a digitales. Lo que no cambia son las expresiones: distantes, arrogantes y, francamente, infelices. No es algo saludable, el poder.
El único Minatozaki que reconozco por experiencia personal es el que está más cerca del despacho de mi padre. Mi abuelo ya era viejo y estaba un poco demente cuando Ryota y yo nacimos, y mi recuerdo más vívido de él es de aquella vez que me desperté en mitad de la noche y lo encontré en mi dormitorio, señalándome con manos temblorosas y gritando en nuestra lengua, algo sobre que yo estaba destinada a una muerte espeluznante.
Para ser justos, no se equivocaba.
—Aquí —dice Yeonhe llamando suavemente a la puerta—. El concejal te está esperando.
Examino su rostro. Los vampiros no somos inmortales; envejecemos igual que las demás especies, pero... maldita sea. Parece que no ha envejecido ni un día desde que me acompañó a la ceremonia de intercambio de Colaterales. Hace diecisiete años.
—¿Necesitas algo?
—No. —Me giro y busco el pomo de la puerta. Dudo—. ¿Está enfermo?
Yeonhe parece divertida.
—¿Crees que te llamaría para eso?
Me encojo de hombros. No se me ocurre ninguna otra razón por la que querría verme.
—¿Para qué? ¿Para compadecerte? ¿O encontrar consuelo en tu afecto filial? Llevas demasiado tiempo entre los humanos.
—Pensaba más bien que necesitaba un riñón.
—Somos vampiros, Sana. Actuamos por el bien de la mayoría, o no actuamos.
Se ha ido antes de que pueda poner los ojos en blanco o decirle ese "vete a la mierda" que tanto he deseado. Suspiro, miro a los guardias con cara de piedra que ha dejado atrás y entro en el despacho de mi padre.
Lo primero que noto son las dos paredes de ventanas, que es exactamente lo que padre quiere. Todos los humanos con los que he hablado suponen que los vampiros odian la luz y disfrutan de la oscuridad, pero no podrían estar más equivocados. El sol puede estar prohibido para nosotros, ser tóxico siempre y mortal en grandes cantidades, pero precisamente por eso lo codiciamos con tanta intensidad. Las ventanas son un lujo, porque hay que tratarlas con materiales absurdamente caros que filtren todo lo que pueda perjudicarnos. Y unas ventanas así de grandes son el más ostentoso de los símbolos de estatus, en plena exhibición de poder dinástico y riqueza obscena. Y más allá de ellas...
El río que divide la ciudad en norte y sur: nosotros y ellos. Solo unos cientos de metros separan el Nido del territorio de los licántropos, pero la orilla del río está plagada de torres de vigilancia, puestos de control y puestos de guardia, fuertemente vigilados las veinticuatro horas del día. Existe un único puente, pero el acceso a él está estrechamente vigilado en ambas direcciones y, que yo sepa, ningún vehículo lo ha cruzado desde mucho antes de que yo naciera. Más allá hay algunas zonas de seguridad y el verde profundo de un bosque de robles que se extiende kilómetros hacia el sur.
Siempre me pareció inteligente por su parte no construir asentamientos civiles junto a una de las fronteras más sanguinarias del Suroeste. Cuando Ryota y yo éramos niños, antes de que me enviaran lejos, Padre nos sorprendió preguntándonos por qué el cuartel general de los vampiros se había situado tan cerca de nuestros enemigos más letales. «Para recordar» explicó.
No sé. Veinte años después, me sigue pareciendo bastante jodido.
—Sana. —Padre termina de dar golpecitos en el monitor de pantalla táctil y se levanta de su lujoso escritorio de caoba, sin sonreír, pero no frío—. Me da tanto gusto volverte a ver por aquí.
—No sé si gusto sea la palabra adecuada. —Los últimos años han sido buenos para Minatozaki Kenji. Examino su alta estatura, su cara triangular y sus ojos muy abiertos, y me acuerdo de lo mucho que me parezco a él. Su cabello castaño está un poco más canoso, pero sigue perfectamente peinado hacia atrás. Nunca lo he visto de otra forma, nunca he visto a mi padre menos que impecablemente arreglado. Esta noche, las mangas de su camisa blanca abotonada están remangadas, pero meticulosamente. Si lo que pretenden es hacerme creer que se trata de una reunión informal, han fracasado.
Y por eso, cuando me señala la silla de cuero que hay frente a su escritorio y me dice:
—Siéntate. —Decido recostarme contra la puerta.
—Yeonhe dice que no te estás muriendo. —Estoy apuntando a grosera. Desafortunadamente, creo que solo sueno curiosa.
—Confío en que tú también estés sana. —Sonríe débilmente—. ¿Cómo te han tratado los últimos siete años?
Detrás de su cabeza hay un precioso reloj de época. Lo miro hacer tictac ocho segundos antes de decir:
—Simplemente genial.
—¿Sí? —Me echa un vistazo—. Será mejor que te los quites, Sana. Alguien podría confundirte con una humana.
Se refiere a mis lentillas marrones. Que consideré quitarme en el coche, antes de decidir no molestarme. El problema es que hay muchos otros signos de que he estado viviendo entre los humanos, la mayoría no tan rápidamente reversibles. Por ejemplo, los colmillos que me limo todas las semanas hasta dejarlos sin filo son difíciles de pasar desapercibidos.
—Estaba trabajando.
—Ah, sí. Yeonhe mencionó que tienes un trabajo. ¿Algo con ordenadores, conociéndote?
—Algo así.
Asiente.
—¿Y cómo está tu amiguita? Una vez más sana y salva, espero.
Me pongo rígida.
—¿Cómo sabes que ella...?
—Oh, Sana. No pensarías realmente que tus comunicaciones con Ryota no estaban vigiladas, ¿verdad?
Aprieto los puños a la espalda y me planteo seriamente dar un portazo y volver a casa. Pero tiene que haber una razón para que me haya traído aquí, y necesito conocerla. Así que saco mi teléfono del bolsillo y, una vez sentada frente a mi padre, lo pongo boca arriba sobre su escritorio.
Pulso la aplicación del temporizador, lo programo para diez minutos exactos y lo giro hacia él. Luego me reclino en la silla.
—¿Por qué estoy aquí?
—Han pasado años desde la última vez que vi a mi única hija. —Aprieta los labios—. ¿No es razón suficiente?
—Quedan nueve minutos y cuarenta y tres segundos.
—Sana. Mi niña. —Nuestra lengua—. ¿Por qué estás enojada conmigo?
Levanto una ceja.
—No hay que sentir ira, sino orgullo. — Vuelve a hablar — La elección correcta es la que garantiza la felicidad al mayor número de personas. Y tú fuiste el medio para esa elección.
Lo estudio con calma. Estoy segura de que realmente cree esta mierda. Que piensa que es un buen tipo.
—Nueve minutos y veintidós segundos.
Mira brevemente, genuinamente triste. Luego dice:
—Va a haber una boda.
Echo la cabeza hacia atrás.
—¿Una boda? ¿Como... como hacen los humanos?
—Una ceremonia de matrimonio. Como los vampiros solían tener.
—¿De quién? ¿La tuya? ¿Vas a...? —No me molesto en terminar la frase, la sola idea es ridícula. No solo las bodas pasaron de moda hace cientos de años, sino toda la idea de las relaciones duraderas. Resulta que, cuando tu especie es pésima produciendo hijos, el fomento de los paseos sexuales y la búsqueda de parejas reproductivamente compatibles tiene prioridad sobre el romance. Dudo que los vampiros hayan sido alguna vez particularmente románticos, de todos modos—. ¿De quién?
Padre suspira.
—Aún está por decidirse.
Esto no me gusta, nada de esto, pero aún no sé por qué. Algo me punza en el oído, un susurro de que debería largarme ya mismo, pero cuando estoy a punto de levantarme, padre dice:
—Ya que elegiste vivir entre los humanos, debes haber estado siguiendo sus noticias.
—Algo de eso —miento. Podríamos estar en guerra con Eurasia y a punto de clonar unicornios, y no tendría ni idea. He estado ocupada. Buscando. Investigando—. ¿Por qué?
—Los humanos tuvieron elecciones hace poco.
No tenía ni idea, pero asiento.
—Me pregunto cómo será. —Una estructura de liderazgo que no sea un consejo inalcanzable cuya pertenencia esté restringida a un puñado de familias, transmitida de generación en generación como un juego de porcelana desconchada.
—No es lo ideal. Ya que Arthur Davenport no fue reelegido.
—¿El gobernador Davenport? —La ciudad está dividida entre la manada local de licántropos y los vampiros, pero el resto de la región suroeste es casi exclusivamente humana. Y durante las últimas décadas, han elegido a Arthur Davenport para que los represente... que yo recuerde, con pocas dudas. Ese imbécil—. ¿Quién es el nuevo?
—Una mujer. Maddie García es la gobernadora electa, y su mandato empezará en unos meses.
—¿Y tu opinión sobre ella es...? —Debe tener una. La colaboración de mi padre con el gobernador Davenport es el motor de la relación amistosa entre nuestros dos pueblos.
Bien. Amistosa podría ser una palabra demasiado fuerte. El humano promedio sigue pensando que nos morimos de ganas de chuparles el ganado y revolverles la mente a sus seres queridos; el vampiro promedio sigue pensando que los humanos son astutos pero insensatos, y que su principal talento es procrear y llenar el universo de más humanos. No es que nuestras especies se reúnan, aparte de eventos diplomáticos muy limitados y altamente artificiales. Pero hace tiempo que no nos asesinamos a sangre fría y somos aliados contra los licántropos. Una victoria es una victoria, ¿no?
—No tengo opinión —me dice, impasible—. Ni tendré ocasión de formarme una pronto, ya que la señora García ha rechazado todas mis peticiones de reunión.
—Ah. —La Sra. García debe ser más sabia que yo.
—Sin embargo, todavía tengo la tarea de garantizar la seguridad de mi pueblo. Y una vez que el gobernador Davenport se haya ido, además de la amenaza licántropo a la que nos enfrentamos constantemente en la frontera sur, podría haber una en el norte. De los humanos.
—Dudo que quiera problemas, padre. —Me rasco el esmalte de uñas—. Probablemente dejará la alianza actual como está y reducirá las tonterías ceremoniales...
—Su equipo nos ha informado de que, en cuanto tome posesión, el programa Colateral dejará de existir.
Me congelo. Y luego levanto lentamente la vista.
—¿Qué?
—Nos han pedido formalmente que devolvamos a la Colateral humana. Y enviarán de vuelta a la chica que actualmente sirve como Colateral vampira...
—Chico —le corrijo automáticamente. Siento los dedos entumecidos—. El actual vampiro Colateral es un chico. —Lo conocí una vez. Tenía el cabello oscuro, fruncía el ceño constantemente y dijo «No, gracias» cuando le pregunté si necesitaba ayuda para llevar una pila de libros. Ahora podría ser tan alto como yo.
—Sea lo que sea, el regreso se producirá la semana que viene. Los humanos han decidido no esperar a que Maddie García tome posesión.
—No veo... —Trago saliva. Me repongo—. Es lo mejor. Ese programa es una práctica estúpida.
—Lleva más de cien años garantizando la paz entre los vampiros y los humanos.
—Me parece un poco cruel —respondo con calma—. Pedirle a un niño de ocho años que se traslade solo a territorio enemigo para jugar a los rehenes.
—"Rehenes" es una palabra tan burda y simplista.
—Ustedes retienen a un niño humano como disuasión durante diez años, con el entendimiento mutuo de que si los humanos violan los términos de nuestra alianza, los vampiros asesinarán instantáneamente al niño. Eso también parece burdo y simplista.
Los ojos del padre se entrecierran.
—No es unilateral. —Su voz se endurece—. Los humanos retienen a un niño vampiro por la misma razón...
—Lo sé, padre. —Me inclino hacia delante—. Fui el anterior vampiro Colateral, por si lo has olvidado.
No me extrañaría, pero no. Puede que no recuerde cómo intenté aferrarme a su mano mientras el sedán blindado nos llevaba hacia el norte, o cómo intenté esconderme detrás del muslo de Yeonhe cuando vi por primera vez los ojos de color extraño de los humanos. Puede que no sepa lo que sentí al crecer sabiendo que si se rompía el alto el fuego entre nosotros y los humanos, los mismos cuidadores que me enseñaron a montar en bicicleta entrarían en mi habitación y me clavarían un cuchillo en el corazón. Puede que no insista en el hecho de que envió a su hija a ser la undécima Colateral, diez años prisionera entre gente que odiaba a los de su especie.
Pero lo recuerda. Porque la primera regla de los Colaterales, por supuesto, es que tienen que estar estrechamente ligados a los que están en el poder. Los que toman las decisiones sobre la paz y la guerra. Y si Maddie García no quiere tirar a un miembro de su familia debajo del autobús en nombre de la seguridad pública, eso solo hace que la respete más. El chico que me sustituyó cuando cumplí dieciocho años es nieto de la concejala Ewing. Y cuando serví como vampira Colateral, mi homólogo humano era el nieto del gobernador Davenport. Solía preguntarme si él se sentía como yo: a veces enfadado, a veces resignado. Mayormente prescindible. Me encantaría saber si, ahora que han pasado los años, se lleva mejor con su familia que yo con la mía.
—Hwang Yeji. ¿Te acuerdas de ella? —El tono del padre vuelve a ser conversacional—. Nacieron el mismo año.
Me siento de nuevo en la silla, sin sorprenderme por el brusco cambio de tema.
—¿Cabello rojo?
Asiente.
—Hace poco más de una semana, su hermano pequeño, Hyunjin, cumplió quince años. Esa noche, él y tres amigos estaban de fiesta y se encontraron cerca del río. Envalentonados por su juventud y debilidad mental, se retaron a cruzarlo nadando, tocar la orilla del río que pertenece al territorio de licántropo y luego volver nadando. Una muestra de valentía, se podría decir.
No me interesa el destino del hermano mocoso de Hwang Yeji, pero aun así se me hiela el cuerpo. A todos los niños vampiros se les enseña el peligro de la frontera sur. Todos aprendemos dónde acaba nuestro territorio y empieza el de los licántropos antes de poder hablar. Y todos sabemos que no debemos meternos con los licántropos.
Excepto estos cuatro idiotas, claramente.
—Están muertos —murmuro.
Los labios de mi padre se curvan en un gesto que se parece muy poco a la compasión y mucho al enfado.
—Es lo que se merecían, en mi franca opinión. Por supuesto, cuando no se pudo encontrar a los chicos, se supuso lo peor. Hwang Junho, el padre del chico, tiene fuertes lazos con varias familias del consejo, y solicitó un acto de represalia. Argumentó que su desaparición lo justificaría. Le recordaron que el bien de nuestro pueblo en su conjunto está por encima del bien de uno solo, el principio básico en el que se basa la sociedad vampírica. Las tasas de natalidad son en nuestro punto más bajo, y nos enfrentamos a la extinción. Este no es el momento de avivar el conflicto. Y aun así, en una muestra de debilidad impropia, continuó suplicando.
—Qué repugnante. Cómo se atreve a llorar por su hijo. — expreso irónica.
Padre me lanza una mirada mordaz.
—Debido a su relación con el consejo, estuvo a punto de salirse con la suya. Justo la semana pasada, mientras estabas ocupada fingiendo ser humana, estuvimos más cerca de una guerra entre especies de lo que hemos estado en un siglo. Y entonces, dos días después de su tonta maniobra... —Padre se levanta. Camina alrededor del escritorio y luego se reclina contra su borde, la imagen de la relajación—. Los chicos reaparecieron. Intactos.
Parpadeo, un hábito que adquirí fingiendo ser humana.
—¿Sus cadáveres?
—Están vivos. Asustados, por supuesto. Fueron interrogados por los guardias licántropos, tratados como espías, al principio, y luego como molestias indisciplinadas. Pero finalmente fueron devueltos a casa, sanos y salvos.
—¿Cómo? —Se me ocurren media docena de incidentes en los últimos veinte años en los que se traspasaron las fronteras y lo que quedó de los infractores fue devuelto en pedazos. Ocurre sobre todo fuera de los límites de la ciudad, en los bosques desmilitarizados. En cualquier caso, los licántropos han sido despiadados con nuestra gente, y nosotros hemos sido despiadados con los licántropos. Lo que significa que—. ¿Qué ha cambiado?
—Una pregunta inteligente. Verás, la mayoría del consejo asumió que Roscoe se estaba volviendo tierno en su vejez. —Roscoe. El Alfa de la manada Suroeste. He oído a mi padre hablar de él desde que era niña—. Pero he visto a Roscoe una vez. Solo una vez. Siempre fue claro sobre su desinterés por la diplomacia, y la gente como él es como los huesos de un cráneo. Solo se endurecen con el tiempo. —Se vuelve hacia la ventana—. Los licántropos son tan reservados como siempre sobre su sociedad. Pero tenemos algunas formas de obtener información, y después de enviar algunas preguntas...
—Hubo un cambio en su estructura de liderazgo.
—Muy bien. —Parece satisfecho, como si yo fuera una alumna que domina la propiedad transitiva mucho antes de lo esperado—. Quizá debería haberte elegido como mi sucesora. Ryota ha mostrado poco compromiso con el papel. Parece más interesado en socializar.
Hago un gesto con la mano.
—Seguro que cuando anuncies tu jubilación dejará de juerguear con sus amigos concejales herederos y se convertirá en el perfecto político vampiro que siempre soñaste que sería. —No—. Los licántropos. ¿Qué clase de cambio?
—Parece que hace unos meses, alguien... desafió a Roscoe.
—¿Qué?
—Su sucesión de poder no es particularmente sofisticada. Después de todo, los licántropos están más estrechamente relacionados con los perros. Basta con decir que Roscoe está muerto.
Me abstengo de señalar que nuestras oligarquías dinásticas y hereditarias parecen aún más primitivas, y que los perros son universalmente amados.
—¿Lo conoces? ¿Al nuevo Alfa?
—Después de que los chicos regresaran sanos y salvos, solicité una reunión con él. Para mi sorpresa, aceptó.
—¿Lo hizo? —Odio que me interese el tema—. ¿Y?
—Tenía curiosidad. La piedad no siempre es un signo de debilidad, pero puede serlo. —Sus ojos se desvían repentinamente hacia una obra de arte en la pared oriental: un sencillo lienzo pintado de morado oscuro para conmemorar la sangre derramada durante el Áster. Arte similar puede encontrarse en la mayoría de los espacios públicos—. Y la traición nace de la debilidad, Sana.
—¿Lo es, ahora? —Siempre pensé que la traición era solo traición, pero ¿qué sé yo?
—No es débil, el nuevo Alfa. Al contrario. Es... —Padre se retrae en sí mismo—. Algo más. Algo nuevo. Resulta que no es el Alfa. Sino la. —Sus ojos se posan en mí, expectantes, pacientes, y sacudo la cabeza, porque no puedo imaginar qué razón podría tener para contarme todo esto. Dónde podría entrar yo en juego.
Hasta que algo se abre camino por la parte de atrás de mi cabeza.
—¿Por qué mencionaste una boda? —pregunto, sin molestarme en ocultar la sospecha en mi voz.
Padre asiente. Creo que debo de haber hecho la pregunta correcta, sobre todo porque no responde.
—Creciste entre los humanos y no tuviste la ventaja de una educación vampírica, así que quizá no conozcas toda la historia de nuestro conflicto con los licántropos. Sí, hemos estado enfrentados durante siglos, pero se hicieron intentos de diálogo. Ha habido cinco matrimonios inter-especies entre nosotros y los licántropos, durante los cuales no se registraron escaramuzas fronterizas, ni muertes de vampiros a manos de licántropos. El último tuvo lugar hace doscientos años: un matrimonio de quince años entre un vampiro y su novia licántropo. Cuando ella murió, se organizó otra unión, que no acabó bien.
—El Áster.
—El Áster, sí. —La sexta ceremonia de boda terminó en una carnicería cuando los licántropos atacaron a los vampiros, quienes, después de décadas de paz, se habían vuelto un poco confiados, y cometieron el error de presentarse a una boda mayormente desarmados. Entre la fuerza superior de los licántropos y el elemento sorpresa, fue un baño de sangre, la mayoría nuestra. Púrpura, con una pizca de verde. Como la flor áster—. No sabemos por qué los licántropos decidieron volverse contra nosotros, pero desde que nuestra relación con ellos se rompió irreparablemente, ha habido una constante: nosotros teníamos una alianza con los humanos, y los licántropos no. Hay diez licántropos por cada vampiro, y cientos de humanos para nuestras dos especies combinadas. Sí, puede que los humanos carezcan del talento de los vampiros, o de la velocidad y la fuerza de los licántropos, pero la unión hace la fuerza. Tenerlos de nuestro lado fue... tranquilizador. —Padre aprieta la mandíbula. Luego, tras un largo rato, se relaja—. Ciertamente, puedes ver por qué la negativa de Maddie García a reunirse conmigo es una preocupación. Más aún por su relativa cordialidad hacia los licántropos.
Mis ojos se abren de par en par. Puede que esté un poco al margen del panorama cultural humano, pero no creía que las relaciones diplomáticas con los licántropos estuvieran en su lista de tareas del año. Por lo que sé, siempre se han ignorado mutuamente, lo cual no es demasiado difícil, ya que no comparten fronteras importantes.
—Los humanos y los licántropos. En conversaciones diplomáticas.
—Correcto.
Sigo escéptica.
—¿Te dijo esto la Alfa cuando se conocieron?
—No. Esto es información que obtuvimos por separado. La Alfa me dijo otras cosas.
—¿Cómo qué?
—Es joven, ya ves. Más o menos de tu edad y de una estirpe diferente. Tan salvaje como Roscoe, tal vez, pero de mente más abierta. Cree que la paz en la región es posible. Que las alianzas entre las tres especies deben ser cultivadas.
Resoplo una carcajada.
—Buena suerte con eso.
La cabeza de mi padre se inclina hacia un lado y sus ojos se centran en mí, evaluándome.
—¿Sabes por qué te elegí a ti para ser el Colateral? ¿Y no a tu hermano?
Oh, no. No esta conversación.
—¿Lanzaste una moneda al azar o decidiste jugar al Tin Marín?
—Eras una niña tan peculiar, Sana. Siempre desinteresada por lo que ocurría a tu alrededor, encerrada en una cámara acorazada dentro de tu cabeza, difícil de alcanzar. Retraída. Los otros niños intentaban ser tus amigos, y tú los dejabas colgados obstinadamente...
—Los otros niños sabían que yo sería la enviada a los humanos, y empezaron a llamarme traidora sin colmillos en cuanto pudieron formar frases completas. ¿O has olvidado cuando tenía siete años y los hijos e hijas de tus compañeros del consejo me robaron la ropa y me sacaron al sol justo antes del mediodía? Y esa misma gente me escupió y se burló de mí cuando volví de diez años sirviendo como su Colateral, así que no soy... —Exhalo lentamente, y me recuerdo a mí misma que esto está bien. Estoy bien. Intocable. Tengo veinticinco años y mis identificaciones falsas de humano, mi apartamento, mi gato (que te den, Momo), mi... okey, probablemente no tenga trabajo ahora mismo, pero encontraré otro pronto, con un cien por ciento menos de Yuns. Tengo amigos, un amigo. Probablemente.
Por encima de todo, me he enseñado a mí misma a no preocuparme. Por nada.
—La boda que mencionaste. ¿De quién es?
Mi padre aprieta los labios. Pasan unos instantes antes de que vuelva a hablar.
—Cuando un licántropo y un vampiro están uno frente al otro, todo lo que ven es...
—El Áster. —Miro mi teléfono, impaciente—. Tres minutos y cuarenta y siete segundos...
—Ven una boda entre un vampiro y un Alfa que se suponía que iba a negociar la paz, pero terminó en muerte. Los licántropos son animales, y siempre lo serán, pero estamos en vías de extinción, y el bien de la mayoría debe ser considerado. Si dejamos que los humanos y los licántropos formen una alianza que nos excluya, podrían aniquilarnos por completo...
—Dios mío. —De repente me doy cuenta de la locura y el ridículo al que se dirige y me tapo los ojos—. Estás bromeando, ¿verdad?
—Sana.
—No. —Suelto una carcajada—. Tú... Padre, no podemos casarnos para salir de esta guerra. —No sé por qué he cambiado a nuestra lengua, pero le sorprende. Y tal vez eso es bueno, tal vez esto es lo que necesita. Un momento para pensar en esta locura—. ¿Quién estaría de acuerdo con esto?
Padre me mira tan fijamente, que lo sé. Simplemente lo sé.
Y me echo a reír.
Solo me he reído a carcajadas con Momo, lo que significa que hace más de un mes que no lo hago. El cerebro casi se me paraliza, asustado por los nuevos y misteriosos sonidos que produce mi laringe.
—¿Has bebido sangre podrida? Porque estás desquiciado.
—Mi misión es velar por el bien de la mayoría, y el bien de la mayoría es el progreso de nuestro pueblo. —Parece algo ofendido por mi reacción, pero no puedo evitar que la risa burbujee en mi garganta—. Sería un trabajo, Sana. Compensado.
Esto es... Dios, esto es gracioso. Y desquiciado.
—Ninguna cantidad de moneda de curso legal me convencería de... ¿Vas a pagarme diez mil millones de dólares?
—No.
—Bueno, ninguna cantidad menor de diez mil millones de dólares me convencería de casarme con una licántropa.
—Financieramente, estarás bien para toda la vida. Sabes que los bolsillos del consejo son profundos. Y no hay ninguna expectativa de un matrimonio real. Estarías con ella solo de nombre. Estarás en territorio licántropo por un año, lo que enviará el mensaje de que los vampiros pueden estar seguros con los licántropos...
—Los vampiros no pueden. —Me pongo en pie y empiezo a alejarme de él, masajeándome la sien—. ¿Por qué me lo preguntas? No puedo ser tu primera opción.
—No lo eres —dice rotundamente. Tiene muchos defectos, pero la falta de honestidad nunca ha estado entre ellos.— Ni nuestra segunda. El consejo está de acuerdo en que debemos actuar, y varios miembros han ofrecido a sus familiares. Originalmente, la hija del concejal Essen estaba de acuerdo. Pero cambió de opinión...
—Oh, Dios. —Dejo de pasearme—. Estás tratando esto como un intercambio colateral.
—Por supuesto. Y también los licántropos. La Alfa nos enviará un licántropo. Alguien importante para ella. La chica a la que enviarán estará con nosotros mientras tú estés con la Alfa. Garantizando su seguridad recíproca.
De locos. Esto es una locura.
Tomo aire.
—Bueno... —Piensa que todos los involucrados han perdido la cabeza, y que quienquiera que se presente a esa boda va a ser masacrado, y no puedo creer tu pura presunción al pedirme esto—, me honra que al final hayas pensado en mí, pero no. Gracias.
—Sana.
Me dirijo al escritorio para recoger el teléfono —me queda un minuto y trece segundos— y, por un instante, estoy tan cerca de mi padre que siento el ritmo de su sangre en mis huesos. Lento, constante, dolorosamente familiar.
Los latidos del corazón son como las huellas dactilares, únicas, inconfundibles, la forma más fácil de distinguir a las personas. El de mi padre se grabó en mi carne el día que nací, cuando fue la primera persona que me abrazó, la primera que me cuidó, la primera que me conoció.
Y luego se lavó las manos.
—No —le digo. A él. A mí misma.
—La muerte de Roscoe es una oportunidad.
—La muerte de Roscoe fue un asesinato —señalo uniformemente—. Por la mano de la mujer con la que querías que me casara.
—¿Sabes cuántos niños vampiros nacieron este año en el suroeste?
—No me importa.
—Menos de trescientos. Si los licántropos y los humanos unen sus fuerzas para arrebatarnos nuestra tierra, nos aniquilarán. Completamente. El bien de la mayoría...
—... es una causa a la que ya he donado, y nadie me muestra mucha gratitud. —Lo miro directamente a los ojos. Deslizo mi teléfono en el bolsillo con determinación—. Ya he hecho bastante. Tengo una vida y voy a volver a ella.
—¿La tienes?
Me detengo a mitad de camino para darme la vuelta.
—¿Perdón?
—¿Tienes una vida, Sana? —Me mira cuando lo dice, puntiagudo, cuidadoso, como si me clavara un arma afilada un milímetro en el cuello.
«Necesito que te importe una sola puta cosa, Sana, una cosa que no sea yo.»
Aparto el recuerdo y trago saliva.
—Buena suerte encontrando a alguien más.
—Te sientes rechazada entre los tuyos. Esto podría hacer que te vieran de otra manera.
Una oleada de ira recorre mi espina dorsal.
—Creo que de momento paso, padre. Al menos hasta que consigan que yo los vea a ellos de otra manera. —Doy unos pasos hacia atrás, agitando alegremente la mano—. Me marcho.
—Mis diez minutos no han terminado todavía.
Mi teléfono elige ese preciso momento para pitar.
—Ah mira, por hablador. —Le dirijo una sonrisa. Si le molestan mis colmillos limados, es su problema—. Puedo decir con seguridad que ninguna cantidad de tiempo cambiará el resultado de esta conversación.
—Sana. —Un borde suplicante se arrastra en su tono, que es casi divertido.
Qué triste. Muy triste.
—¿Nos vemos en... siete años? O cuando decidas que la clave de la paz es un plan conjunto licántropo-vampiro de multi-marketing y trates de venderme suplementos dietéticos. Pero haz que Yeonhe me busque en casa. No tengo ganas de reorganizar mi currículum. —Me doy la vuelta para encontrar el pomo de la puerta.
—No habrá otra oportunidad en siete años, Sana.
Pongo los ojos en blanco y abro la puerta.
—Adiós, padre.
—Chou es la primera Alfa que...
Cierro la puerta de un portazo, sin salir antes del despacho, y me doy la vuelta, de espaldas a padre. El corazón se me acelera y me golpea el pecho.
—¿Qué acabas de decir?
Se levanta del escritorio, lleno de confusión y algo que podría ser esperanza.
—No hay otra Alfa licántropa...
—El nombre. Dijiste un nombre. ¿Quién...?
—¿Chou? —repite.
—Su nombre completo, ¿cuál es su nombre de pila?
Los ojos de padre se entrecierran sospechosamente, pero tras unos segundos, dice:
—Tzuyu. Chou Tzuyu.
Miro al suelo, que parece temblar. Luego al techo. Respiro profundamente una serie de veces, cada una más despacio que la otra, y luego me paso una mano temblorosa por el cabello, a pesar de que el brazo me pesa mil kilos.
Me pregunto si el vestido azul que llevé en la graduación universitaria de Momo sería demasiado informal para una ceremonia de boda entre especies. Porque, sí.
Supongo que me voy a casar.
Gente, si no me insisten en actualizar, se me va el rollo.
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