3. Y si el lobo aparece
Lucy se enterró sobre sus rodillas recordando, aún con miedo, a aquel hombre lobo que había llegado la semana pasada para atraparla. Esa noche, él simplemente se había encerrado con ella en otra habitación más grande y sin ventanas mientras se desnudaba y se metía en la cama roja que ahora estaba vacía frente a ella.
La pelirroja tembló de nuevo al evocar cómo lo había pillado en la oscuridad mirándola de arriba abajo.
Parpadeó cansada sabiendo que no había dormido bien desde entonces. Siempre que llegaba Valeria o Lonan para asegurarse de que comiera, ella no había hecho más que pegarse a las esquinas del cuarto dispuesta a fundirse con la madera si era necesario. No había visto a Ruby ni Jack desde aquella noche, pero no era como si deseará hablarles.
Había entendido, a lo largo de esos siete días, que todos los que habitaban en esa casa eran unos fenómenos de la naturaleza. Unos monstruos que seguramente le daban de comer para engordarla y engullirla cuando estuviera lista para el banquete.
Tembló de nuevo al saber que esa noche él volvería, se desnudaría y tendrían juntos esa larga sesión de miradas nocturnas que nunca la dejaban descansar.
No había hablado con él pero sentía un tremendo pánico el solo pensar en cruzar palabras con ese engendro.
«¿Por qué no puedo ser libre?». Era en lo único que podía meditar en los ratos que estaba lúcida. Dormía cuando él se iba pero se despertaba siempre que escuchaba el picaporte moverse y eso eran bastantes veces al día.
Esta vez, cuando Valeria entró, supo que era de noche al ver la cena repetida que habían traído a lo largo de los días. Tragó saliva estando harta del pescado pero no se quejó cuando ella se fue. Estaba preparándose mentalmente desde el mediodía para enfrentar a ese hombre. Le daría lo que fuera. Prefería estar a merced del frío invierno que pasar un día más encerrada en aquella cabaña.
—Dile a Darren que recoja más y que no dormirá hasta que vea el refrigerador lleno de bayas. —Lucy tembló al escuchar esa voz fuera. Tragó saliva preparándose.
La puerta se abrió lentamente. Jayden entró ignorándola. Jack no pasó del umbral de la entrada.
—Solo se ha pasado el día de vago, ¿verdad? —Se quitó el saco negro que estaba lleno de nieve y, sentándose en su cama, miró a Jack con una dura mirada—. El omega debe aprender y si eso significa que pasará dos días en vela, bien por mí.
Jack observó a Lucy solo un segundo antes de volver a Jayden y acceder mientras cerraba la puerta tras él.
La pelirroja volvió a sentir que su corazón enloquecía al ver aquellos ojos verdes que ahora parecían fastidiados y que pasaban de ella por primera vez. El hombre, que no podía pasar de sus treinta años, simplemente le dio la espalda y desabotonándose la camisa blanca, se fue desvistiendo como todas las noches.
Lucy sintió arder su rostro, no solo por lo que hacía aquel lobo frente a ella, sino por furia de no preguntar por qué la retenían. Lo odiaba simplemente por limitarse a mirarla antes de que se durmiera y no explicarle nada.
Observó a Jayden bajarse los pantalones y quedarse en ropa interior. Abrió la boca para decir algo pero cuando lo vio moverse al cordón que colgaba del techo para apagar las luces, Lucy se movió.
—Espera —tartamudeó.
Jayden volteó a verla, con una sonrisa amplia que le hizo callarse.
—Ya te habías tardado mucho, ¿no crees?
Mordió sus labios tratando de no gritarle.
—Yo...
—Siéntate.
Lucy le miró algo confundida, pero en su lugar y para no hacerle enojar, se fue haciendo hacia abajo.
—Ahí no. —La detuvo—. Ahí.
Observó como apuntaba a la cama, ese lugar al que él iría cuando apagara las luces.
—¿Para qué?
—¿Tú qué crees?
—Espera, no me acostaré contigo.
—¿Por qué no? He sido muy paciente y necesito desahogarme. He tenido un día largo y merezco un premio.
¿Qué se había creído éste?
—¿Qué?
—La pasarás bien, lo prometo.
Lucy no hizo más que soltar una risa nerviosa, corta y seca.
—Mira, sé que eres algo que puede entenderme a la perfección. En serio agradezco su hospitalidad y todo eso pero realmente pienso que... —Miró como Jayden se cruzaba de brazos, algo molesto por tanta palabrería—. Bien, quiero irme.
Lo había dicho.
—¿Irte? —El hombre de ojos verdes se fue acercando a la par en que ella se iba haciendo hacia atrás.
—Sí, yo...
—¿Después de darte alojo y comida? —Uno de sus brazos golpeó una de las paredes, dejándolos tan cerca que ella no pudo evitar temblar—. ¿Quieres irte así y ya?
La pelirroja lo estaba oliendo. ¿Esto era un chantaje?
—¿Qué quieres?
Jayden se sonrió.
—Al fin estamos hablando en mi idioma. ¿Qué quiero? Te quiero a ti.
Lucy no pudo evitar mirar los musculosos brazos que la aprisionaban y aquellos labios carnosos que le sonreían de una manera prepotente por lo que acababa de decir.
¿Tenía siquiera una escapatoria? Fijó sus ojos cafés en aquellos verdes que esperaban una respuesta. ¿Qué debía hacer? Nada le aseguraba que él la dejaría ir tras ello a menos que...
—Hagamos un trato. —soltó su macabra idea al aire.
Jayden levantó una de sus pobladas cejas en modo de interés.
—¿Un trato? —Se volvió a cruzar de brazos.
—Si no puedes darme el placer que tanto dices poder darme, me dejarás libre —dijo, ya resignada—. Es más, me escoltarás a donde yo desee y desaparecerás de mi vida para siempre.
—¿Y qué si yo te hago tener un orgasmo?
Quiso reírse.
—Me quedaré aquí para lo que sea que me retengas. —Escupió su respuesta tan confiada de sí misma que hasta Jayden no pude evitar mirarle sorprendido.
Lucy sabía que no conseguiría satisfacerla. Nunca había llegado al clímax y vaya que se había acostado con unos cuantos. Un bastardo más no sería la gran cosa pero si acostarse con él era la respuesta para ser libre, entonces lo haría.
—¿Y no volverás a escapar? —Cuestionó el hombre.
—No volveré a escapar.
Jay se lo pensó muy poco antes de acceder.
—Bien, ve a la cama.
Lucy suspiró aliviada cuando se separó de ella. Le tenía miedo pero solo era cuestión de volver a ser Alexa por una última noche.
Cerró los ojos tratando de imaginarse de nuevo en el prostíbulo y, acercándose a la grande cama, comenzó a desvestirse en silencio.
—¿Qué haces?
La pelirroja paró de inmediato, girándose a ver a Jayden con una cara confundida.
—¿Me quito la ropa?
Escuchó una carcajada que le hizo ruborizarse sin saber realmente por qué. ¿Es que ahora no quería coger con ella?
—Súbete ahí y no te muevas. —Ordenó con una voz ronca—. Limítate a cerrar los ojos.
«¿Así que era del tipo dominante?», pensó dejando de moverse. Si realmente creía que eso la excitaría, ya tenía ganado un boleto directo a Nebraska.
Cerró los ojos como le había dicho pero cuando escuchó el clic de las luces apagarse, no pudo evitar volver a abrirlos. Oscuridad total.
—Cierra los ojos.
Apretó sus dientes. No sabía en dónde estaba o que es lo que le haría. Se dijo a si misma que debía aguantar. Era solo un hombre... uno que podía matarla si quería. Pero debía ser un perro de palabra, ¿o no? Se sonrió confiada pero dejó de hacerlo cuando sintió una respiración en su oreja. ¿Cuándo había llegado ahí?
—Puedo verte, ¿lo sabías? —Soltó aquello erizándole el vello de su piel—. Así que cierra los ojos de una vez.
Hinchó su pecho haciendo caso a su mandato y sintiendo entonces unos fríos dedos restregándose en sus brazos, no pudo evitar ponerse tensa al saber que no podría observarle. Lucy siempre había visto a sus violadores mientras la empapaban de semen, así que esta nueva situación la hacía sentirse extrañamente pequeña e intranquila.
Las acaricias en sus brazos continuaron por unos minutos, antes de que él se separara de ella y Lucy no pudiera evitar preguntarse qué hacía. Los hombres del burdel prácticamente le saltaban encima y la penetraban sin fijarse si a ella le gustaba o no.
Ahora, ese tal Jayden, simplemente estaba ahí respirándole y haciéndole tener, irremediablemente, un escalofrío que le recorrió entera.
Trató de decir algo para que se apurara o la desnudara, pero él la silenció con el ruido de su camisa desgarrándose lentamente.
Lucy se sintió desnuda y supo que lo estaba cuando percibió una mano tocándole los senos y una lengua lamiendo el lóbulo de su oreja.
Abrió los ojos por la impresión; sin embargo, una mano la instó para que volviera a cerrarlos.
—¿Qué estás...?
La mandó callar con un suave sonido.
Las maniobras se fueron haciendo increíblemente más sutiles y lentas que antes. Mordió sus labios cuando Jayden jugó con sus pezones. Se regañó en silencio al saber que se estaba sintiendo tan bien como cuando lograba masturbarse en su cama.
—¿Te gusta?
Lucy lo negó como pudo con la boca cerrada.
Una de sus manos se posó sobre sus pantaletas y junto algunas caricias similares a las que había sentido antes en sus brazos, le hicieron soltar un profundo suspiro que hizo que el lobo sonriera.
—¿Te gusta ahora?
Cerró su boca tratando de ser fuerte incluso cuando sus bragas quedaron sobre aquella mano que ahora la palpaba directamente.
—Oh por Dios...
—Estás tan mojada.
Aquella voz en su oreja se había vuelto algo ronca y eso simplemente la volvió loca. Se dijo que debía aguantarse. Trató de pensar en Mike cuando la había desvirgado o a Leo cuando la había intentado asfixiar mientras le daba penetraba, pero no pudo evitar volver a la realidad y enfocarse en aquellas manos que la exploraban.
Se sentía tan diferente.
—Acuéstate.
Obedeció sin saber realmente por qué. Se sentía mal por saber que perdería si no se lo quitaba de encima pero increíblemente, no deseaba hacerlo. Nunca, en sus veinticuatro años de vida, había sentido aquello que ahora le hacía un hombre lobo.
Aguantó las lamidas en su cara, en sus pechos e incluso más abajo pero no pudo evitar tocar el paraíso cuando Jayden entró en ella dispuesto a no salirse de ahí. Quiso chillar en voz alta pero mordió sus labios al saberse explotando. Apretó las sábanas que tenía bajo ella, aún y aunque él le preguntaba de nuevo si le había gustado.
No quiso contestar ni una sola vez al saber que gemiría si abría su boca, pero Jayden, al saberla terca y orgullosa, se lo preguntó siempre que pudo.
Al final, ganada por el placer, no pudo evitar gemir durante lo que quedó de la noche dispuesta a satisfacer al maldito libido que había jugado en su contra.
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