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Prólogo

El ambiente era tenso e insoportable. La tristeza que todos emanaban era sumamente notoria. El día que temían que llegara finalmente había llegado.

Desde que Yumi nació, se le diagnosticó con insuficiencia cardíaca. Ese padecimiento ha hecho que en numerosas ocasiones aya tenido que visitar el hospital.

En esta ocasión, Yumi llegó con síntomas de pre-infarto. Y sinceramente Yugi temía lo peor.

 — ¿Cómo está?— preguntó el angustiado padre al oji-amatista.

— No sé, lo siguen atendiendo.

— ¿Pero qué pasó?

— Yo... No lo sé, él... Estaba jugando en su habitación y de repente colapsó. Los para-médicos dijeron que posiblemente se trataba de un pre-infarto.— los ojos de Yugi se humedecieron. El instinto maternal afloró en su corazón preparándolo para lo que vendría o podría venir. Yami atrajo a Yugi hacia su pecho e intentó reconfortarlo al abrazarlo— Tengo miedo. Me duele el corazón como si tuviera el presentimiento de que algo horrible está por pasar...

— No logras nada angustiandote. Cálmate y piensa en que todo estará bien.

Yami podía llegar a ser un idiota. Pero eso no quita el que sea el padre de su hijo y la persona de la que alguna vez estuvo enamorado. Ese oji-carmín había sido su esposo y sabía perfectamente que en estas situaciones no había mejor apoyo y compañía que él.

— Señor Muto, Señor Sennen. 

— Doctor.— respondió Yugi separándose de Yami— ¿Cómo está mi pequeño?

— Ya pudimos estabilizarlo. Lo dejaremos en observación por esta noche y si todo va bien, podrán llevárselo mañana a medio día. Pero antes de eso, quisiera hablar algo importante con ambos. Por favor, acompáñenme a mi consultorio.

Un poco más aliviados, los tricolores fueron guiados por el doctor. Sin embargo, el instinto maternal de Yugi le decía que algo andaba muy mal.

— Tomen asiento.— indicó el doctor.— Como médico de su hijo es mi deber informarles todo relacionado a su salud. Debo decirles que Yumi está estable pero no está bien.— a Yugi le temblaba la respiración y Yami casi podía escuchar el latir de su corazón— Lamento ser yo quien diga esto pero... Debo decirles que la hora se acerca— ambos padres cayeron por un agujero negro e infinito. Oscuro y frío. No podían hablar, ni siquiera ponerse de pie. Su cuerpo se había congelado.— Lo lamento mucho.

Con los ojos cristalinos y el corazón oprimido, Yugi miraba el suelo en busca de una respuesta. Una escapatoria desesperada de la realidad.

Por el contrario, Yami miraba fijamente al doctor con los ojos muy abiertos y el corazón sumamente entristecido.

— Por favor, díganos que es mentira... Se lo suplico, diga eso.

— Lo lamento señor Sennen— respondió el médico retirándose los anteojos— Pero me temo que no es mentira.

— No... Me niego a creer eso— hablaba Yugi con voz temblorosa— no es cierto, ¡Mi pequeño está bien!.

— Señor Muto, lamento ser yo el que se lo diga. Pero es mejor decirle la verdad y no darle falsas esperanzas. Comenzaremos los estudios de inmediato para calcular el tiempo restante. No será exacto pero es un aproximado.

— ¿Hay alguna esperanza?

— Usted sabe que sí— le respondió a Yugi— Pero por desgracia aún no hay donador para él. Por el momento, el corazón de su hijo se está apagando y no podemos hacer más que mantenerlo activo mediante medicamentos y vida artificial como último recurso.— ambos padres estaban atónitos. El doctor sabía que era algo difícil de asimilar—  Debo ir a hacerle más estudios a Yumi. Les daré un poco de privacidad para asimilar todo esto. Con permiso.

El doctor salió del consultorio, dejando a ambos ex esposos en ese frío y doloroso ambiente.

Ninguno quería ni podía hablar. No podían verse. Simplemente era como si sus cuerpos hubieran dejado de funcionar.

— Perdón.— Habló Yugi rompiendo el deprimente silencio.

— ¿Porqué... pides perdón?

— Por no ser... Lo suficientemente fuerte para haberle dado salud a nuestro pequeño— hablaba con la voz temblorosa, derramando lágrimas y deseando morirse en lugar de su pequeño— Era mi responsabilidad cuando estaba en mi vientre y yo... Fallé.

— Yugi... Nada es tu culpa. No es culpa de nadie.

— Debí gestar un corazón más fuerte para él...— se reclamó mientras se ponía de pie.

— Yugi...— reaccionó el oji-carmesí mirándolo detenidamente.

— Yo... Yo...

— ¡Doctor!

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