Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

| ❅ | Capítulo 4.


Las semanas siguientes antes de nuestra partida hacia la Corte de Verano, me vi obligada a compartir parte de mi tiempo libre con el príncipe de Verano. Como nunca antes había tenido que hacer algo así con alguien que no pertenecía a mi corte, no sabía cómo defenderme; intenté mostrarle algunas salas del castillo, como las bibliotecas, rezando para que Atticus fuera un erudito amante de los libros.

Por suerte para mí, el príncipe de Verano se quedó prendado de una de las bibliotecas, así que pasábamos largos períodos de tiempo allí encerrados; mientras Atticus se sumergía en alguna interesante novela histórica, yo me limitaba a mirar por la ventana. Las vistas de aquella biblioteca daban a la porción de terreno donde estaban situados los soldados de Verano, lo que me permitía una bonita panorámica de todos aquellos hombres yendo de un lado a otro sin tener nada más que hacer mientras que esperaban con cierta impaciencia el regreso a su hogar.

Entrecerré los ojos al divisar a un grupo de soldados corriendo cerca del campamento. A la cabeza del grupo reconocí a Kavanagh, quien parecía animar a sus compañeros a mantener el ritmo. No había vuelto a ir al bosque cuando no podía dormir por temor a reencontrarme con aquel soldado tan metiche que era incapaz de mantener sus narices alejadas de problemas ajenos.

Se me escapó un respingo involuntario cuando el príncipe de Verano carraspeó a mi lado, con la vista clavada en la visión de todos aquellos soldados ejercitándose sin apenas ropa en aquellos terrenos helados.

Atticus me miró de reojo.

—Lamento haberte asustado —se disculpó.

Me recompuse sin apartar la mirada de la ventana. Con el paso de los días y de tantas horas juntos, me había acostumbrado a la casi silenciosa presencia del príncipe de Verano, quien había empezado a tratarme con más cercanía y se había vuelto menos tímido a mi lado.

—Me sorprende que vuestros hombres sean capaces de hacer... eso —comenté, intentando deshacer el nudo de mi garganta—. Hace demasiado frío para las gentes de Verano, estos meses son más duros debido a cuestiones personales de la reina.

Era la propia reina Mab quien se encargaba de modificar a su gusto el frío, o incluso la nieve, de nuestros territorios. No le había mentido a Atticus cuando había afirmado que estaba desconcertada por las agallas que mostraban los soldados que le habían acompañado por atreverse a enfrentarse a las gélidas temperaturas de allá fuera con tan pocas prendas de abrigo.

—Nuestros soldados son hombres valientes —respondió el príncipe, desviando la mirada hacia mi perfil.

—O unos auténticos lunáticos —apostillé.

También desvié la mirada para comprobar si mi comentario le había resultado molesto. Sin embargo, Atticus rompió a reír, era la primera vez que escuchaba ese sonido, similar al de unas campanillas, pero me quedé muda de asombro. La Corte de Invierno no se definía, precisamente, por ser una corte tan alegre y desinhibida como las Cortes Seelie. Que el príncipe de Verano se hubiera reído a causa de uno de mis comentarios me hizo sentir... extraña.

—La Corte de Verano tiene unas vistas espléndidas —dijo entonces, cambiando de tema—. Espero poder mostrároslas personalmente muy pronto.

Lo único que pude hacer, tras aquel extraño instante de complicidad, era asentir rígidamente con la cabeza.

Los preparativos de la idea ya estaban poniéndose en marcha. En apenas unos días tendríamos que partir hacia la Corte de Verano y mis doncellas estaban inquietas ante tantas cosas que hacer: mi equipaje estaba siendo estudiado cuidadosamente debido a las diferentes costumbres con las que tendríamos que enfrentarnos una vez abandonáramos nuestro hogar.

Sinéad también parecía haberse contagiado de lo que sucedía dentro de los muros del castillo. Su aspecto físico parecía haber empeorado, perdiendo la ligera mejoría que había tenido al llegar a casa; se pasaba demasiadas horas encerrado en su despacho personal, enviando y recibiendo cartas. La reina, aunque mantenía una postura fría y estudiada, estaba siguiendo los mismos pasos que mi hermano mayor.

Sospechaba que se traían algo entre manos.

El día de la partida llegó acompañado de una gélida bruma rodeando el castillo y parte de Oryth, la ciudad nevada, capital de la Corte de Invierno. Sabía de antemano que aquel extraño tiempo atmosférico era obra de mi madre, un poderoso sortilegio de defensa que había colocado en los puntos estratégicos para evitar que nuestras gentes pudieran ser víctimas de ataques de cualquier tipo mientras nosotros estuviésemos fuera. Además, como medida adicional, había dejado al mando a un grupo de sus hombres de mayor confianza para que pudieran mantener el reino en orden en nuestra ausencia.

Nyeel, a quien había cogido como dama de compañía para que pudiera viajar con nosotros para ver el Torneo, ya se encontraba en mi dormitorio, ayudando a empaquetar las últimas cosas que quedaban pendientes. No podía ocultar su nerviosismo y emoción, lo que estaba empezando a irritarme ligeramente.

El resto de mis damas ya se encontraban en dirección a la Corte de Verano, adelantándose a nosotros para poder preparar mi llegada. Observé a Nyeel desdoblar uno de mis vestidos que ya se encontraba listo para guardar en mi equipaje y solté un bufido.

—Nyeel, ¿podrías parar un solo segundo? —le pedí.

Ella me miró con culpabilidad y soltó la prenda. Una de mis doncellas se apresuró a cogerla para poder volverla a doblar, guardándola después en el último baúl que quedaba por llenar. Mi amiga se acercó tímidamente hasta donde me encontraba, mirando por una de las ventanas.

—¿No estás nerviosa? —me cuchicheó, retorciéndose las manos.

La miré de soslayo.

Por supuesto que estaba nerviosa. Nyeel no tenía ni idea de que mi papel dentro de la Corte de Verano sería esencial, mi madre aún no me había desvelado qué tendría que hacer para poner en marcha nuestro plan para derrotar a la Corte de Verano, pero sabía que iba a ser arriesgado para todos nosotros. Mi hermano había trabajado muy duro mientras viajaba por todas las cortes, recaudando todo tipo de información que pudiera haber obtenido sobre nuestro destino.

En aquel Torneo nos estábamos jugando mucho si queríamos ganar y salir victoriosos.

—No, por supuesto que no —contesté con frialdad.

Mi cortante respuesta disuadió a mi amiga de seguir hablando y nos limitamos a movernos por la habitación, comprobando que todo estuviera en orden. Contuve las ganas de ir a espiar el campamento de los soldados de Verano por alguna de las ventanas y, en vez de hacer eso, me asomé a mi ventana para contemplar el séquito de carruajes que aguardaban en la entrada para marchar hacia la Corte de Verano.

—Maeve. —La voz de Sinéad me distrajo por completo de mis turbios pensamientos.

Mi hermano estaba junto a la puerta abierta de mi dormitorio, contemplándome con una expresión sombría. Todo el mundo se inclinó ante su presencia y fueron abandonando poco a poco mi habitación hasta dejarnos a solas. Lo observé largamente, sin querer hablar aún.

—El príncipe ha pedido que le acompañes en su carruaje personal.

La extraña petición de Atticus me tomó por sorpresa. Bien era cierto que algo extraño a lo que no sabía cómo ponerle nombre había empezado a florecer entre el príncipe de Verano y yo; pasábamos mucho tiempo juntos, intentando distraernos mutuamente, por lo que habíamos terminado por encontrar cierta comodidad en la presencia del otro, pero eso no terminaba de explicar por qué.

—Iré en el carruaje de la reina —contesté—. Pero hazle saber que ha sido muy amable.

El ceño de mi hermano se frunció.

—No estoy aquí para preguntarte, Maeve —me corrigió Sinéad, sonando severo—. Vas a ir en el carruaje del príncipe.

Me giré hacia mi hermano, exasperada.

—Pero yo no...

—No me importa lo más mínimo tu opinión —cortó de golpe mi protesta, usando el mismo tono que empleaba con sus súbditos más difíciles—. Nuestra madre está de acuerdo con ello. Partimos de inmediato.

Mi cuerpo se quedó paralizado mientras Sinéad daba media vuelta y se marchaba con aire molesto. ¿En qué momento mi hermano me trataba como si fuera una más de las personas que debían rendirle pleitesía? La forma en la que me había tratado me había herido, igual que mi madre hubiera accedido a los caprichos del príncipe de Verano.

Apreté los labios en una tensa línea y salí de la habitación con toda la dignidad que fui capaz de reunir en aquellos segundos que habían transcurrido desde la visita de mi hermano.

Sinéad y Atticus se encontraban en el vestíbulo, hablando entre ellos. Mi hermano había vuelto a colocarse su máscara de diplomático amigable, aunque sus ojos se mostraban cautelosos y con un brillo de peligro. Ignoré la punzada de rabia hacia Sinéad y compuse mi mejor sonrisa, dispuesta a seguir el mismo juego.

La mirada de Atticus se iluminó al verme allí mientras que mi hermano me dedicó una mirada de advertencia. Me incliné en una respetuosa reverencia hacia ambos, uniendo después mis manos en un gesto inocente. La idea de pasar más tiempo aún con el príncipe de Verano en un espacio tan reducido no me resultaba en absoluto atrayente.

—La princesa está encantada ante la idea de viajar con vos, Alteza —comentó acertadamente mi hermano.

Las comisuras de los labios del príncipe de Verano temblaron, conteniendo una sonrisa de satisfacción. Yo seguí en silencio, frente a ambos; mientras nuestro personal se afanaba por cargar los últimos baúles, pues había llegado el momento de la partida.

Intenté disimular la tensión de todo mi cuerpo cuando el príncipe de Verano me tomó la mano, dándome un leve apretón. Mi hermano seguía atentamente todos y cada uno de nuestros movimientos; asegurándose de que no fallaba, le lancé una mirada enfadada que Atticus no pudo ver.

—Creí que, con vuestra compañía, el viaje se me haría mucho más ameno —se excusó.

Mantuve la sonrisa en mis labios a duras penas.

Uno de los mozos informó que todo se encontraba en orden, a la espera de que nos montáramos en los carruajes. Sinéad nos pidió con un gesto de mano que fuéramos saliendo; asi que caminé al lado del príncipe de Verano obedientemente, contemplando la hilera de carruajes. No me resultó difícil adivinar cuál de todos ellos pertenecía a Verano, pues su destellante color dorado acaparaba todas las miradas de los miembros de la Corte de Invierno; los soldados de Verano también se encontraban en sus posiciones, sobre sus monturas. Los soldados de la reina de Invierno cerrarían la comitiva, por lo que no podía verlos desde donde estaba.

Un pequeño paje se apresuró a bajar del carruaje para abrirnos la puerta, inclinándose en una profunda reverencia. Atticus se quedó a un lado para permitirme subir a mí en primer lugar, me tendió la mano para ayudarme mientras que yo peleaba con las voluminosas faldas del vestido que llevaba para lograr entrar.

Una vez estuvimos acomodados en el interior del lujoso carruaje, el príncipe de Verano descorrió las cortinas para que pudiésemos echar un último vistazo al blanco paisaje de la Corte de Invierno, de vez en cuando veíamos pasar algún soldado de Verano.

Atticus me dirigió una sonrisa que apenas podía disimular su nerviosismo.

—Debo reconocer que echaré de menos esto —admitió, señalando el paisaje.

Me removí sobre mi acolchado asiento. Sus palabras sonaban sinceras a mis oídos, pero extrañas; nadie perteneciente a la Corte Seelie, tan distinta a la Unseelie, podría encontrar algo de belleza en el frío y duro invierno. Ellos estaban acostumbrados a otro tipo de belleza mucho más cálida... llena de energía, pasión y vitalidad, que incitaba a la vida y al desenfreno.

—La Corte de Invierno siempre estará deseosa de recibiros de nuevo como invitado, Alteza.

Eso era lo que siempre Sinéad o mi madre decían a todos aquellos que se aventuraban a pasar con nosotros breves períodos de tiempo en los que debatían sobre diversos asuntos de variopinta naturaleza.

Las mejillas de Atticus se sonrojaron, como siempre sucedía cuando hacía algún comentario de ese tipo.

Desvié la mirada de nuevo hacia el paisaje.

Se dio la orden de que no debíamos detenernos hasta alcanzar la Corte de Verano, a excepción de parar a dar de beber a las monturas, momento que utilizaríamos para poder descansar y estirar las piernas. En el carruaje del príncipe de Verano comenzó a subir la temperatura conforme nos íbamos acercando al límite colindante de nuestro reino con el de Verano; por lo que le pedí a Atticus que abriera las ventanas del carruaje, pues estaba empezando a sentirme indispuesta.

Era la primera vez que abandonaba el reino y no estaba acostumbrada a esas altas temperaturas que se pegaban a mi piel y hacían que mi vestido se me antojara asfixiante y pesado.

Supe que las cosas se estaban poniendo feas para mí cuando un molesto dolor empezó a taladrarme las sienes. La leve brisa que conseguía colarse a través de la ventana abierta no era suficiente para mí, me llevé una mano al escote de mi vestido, intentando despegármelo de la piel de manera discreta.

Tantas capas estaban logrando hacerme sentir claustrofóbica. Y los cálidos colores del interior del carruaje tampoco ayudaban mucho a que me sintiera mejor.

—¿Alteza? —La voz de Atticus me llegó apagada y lejana a pesar de que estaba frente a mí.

La mirada se me nublaba y apenas era capaz de focalizarla en el rostro del príncipe de Verano. Me presioné el pecho con la mano, intentando hacerme reaccionar y conseguir más oxígeno para mis pulmones; los oídos me pitaban, las sienes seguían taladrándome y tenía la boca seca.

Intenté decirle que algo iba mal conmigo, que estaba empezando a sentirme indispuesta, pero no logré emitir sonido alguno. El interior del carruaje comenzó a darme vueltas y el calor me golpeó de lleno, como si me hubiera introducido dentro de un horno.

Entonces, me desplomé.

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza. Parpadeé, intentando despejarme, topándome con un escenario que nada tenía que ver con el interior del carruaje del príncipe de Verano; recordaba haberme empezado a sentir mal conforme nos acercábamos a los límites del reino, con un gran vacío después. Me sentí profundamente avergonzada de haberme desmayado frente a Atticus.

Intenté incorporarme, pero una mano en mi hombro me lo impidió. Mi cuerpo sufrió un pequeño sobresalto y giré la cabeza hacia la persona que se había atrevido a ponerme una mano encima, se me escapó un quejido al toparme con Kavanagh, quien me miraba con una expresión severa.

—Os recomendaría ir poco a poco —comentó.

Mi respiración se había acelerado ante la presencia del soldado de Verano y mi mirada se movía de manera frenética, esquivando deliberadamente su rostro. Entonces fui consciente de que el paisaje había cambiado drásticamente: el blanco de la nieve había desaparecido, siendo sustituido por una gama de distintos colores. Nos encontrábamos en un campo, yo tendida sobre la hierba con una capa de color granate actuando de escudo entre mi vestido y la vegetación que había bajo la prenda prestada. En el camino de tierra se encontraba el carruaje del príncipe de Verano y un par de soldados sobre sus monturas con aspecto de encontrarse inquietos.

Así empecé a sentirme yo al no encontrar ningún carruaje más, como tampoco a Atticus cerca de nosotros.

Aparté la mano del soldado de un manotazo e ignoré lo que me había dicho. En algún momento habíamos cruzado hacia el reino de Verano y yo... yo no sabía qué era lo que había sucedido con el resto de la comitiva. Me puse en pie con un pequeño tambaleo y miré a mi alrededor, intentando ocultar el pánico de haberme visto sorprendida en una trampa.

Kavanagh me observaba desde el suelo, todavía acuclillado. Sus iris relucían, cargados de energía y magia por haber regresado a su hogar. Todo en él parecía gritar a los cuatro vientos que pertenecía a la Corte de Verano.

—¿Alteza? —dijo entonces el soldado con un tono de duda.

Alcé una mano cuando se irguió, intentando acercarse a mí.

—Estoy bien —contesté apresuradamente.

—Habéis sufrido un desvanecimiento y dudo que estéis recuperada, el príncipe ha comentado que era la primera vez que abandonabais la Corte de Invierno... esto es normal debido al cambio de magia entre un sitio y otro —me explicó y yo retrocedí un paso—. Por favor, tened cuidado. Estos terrenos son peligrosos si no los conocéis bien.

Mi pecho se hinchó de esperanza cuando divisé a Atticus saliendo del carruaje. Se dirigía apresuradamente hasta donde nos encontrábamos, llevando algo entre las manos. Sus cabellos castaños resplandecían bajo la luz del sol y me pareció muy distinto al chiquillo asustado que habíamos acogido en la Corte de Invierno las semanas pasadas.

Atticus le dio una palmada amistosa al soldado de Verano, agradeciéndole la ayuda. Kavanagh, lejos de marcharse de regreso a su posición, se quedó donde estaba, sin perdernos de vista a ninguno de los dos.

El príncipe de Verano me tendió entonces lo que portaba en las manos. Se trataba de una cuidada cantimplora con un intrínseco diseño dorado, la observé durante unos instantes, dudando entre aceptarla o no.

—Necesitáis hidrataros —habló el soldado de Verano, sonando algo irritado ante mi dilema—. Y tenemos que ponernos en marcha si queremos alcanzar la ciudad opalina antes de la llegada del resto de la Corte de Invierno.

Le arrebaté con cuidado la cantimplora de las manos y me la llevé a los labios, notando el agradecido frescor del agua. Bebí un par de sorbos con el máximo decoro posible, con el soldado y el príncipe de Verano atentos a cómo bebía lo que quedaba de agua en su interior.

Atticus sonrió con amabilidad cuando le devolví la cantimplora vacía. Los síntomas habían desaparecido y me encontraba mucho mejor, preparada para continuar con el viaje. Kavanagh recogió la capa del suelo y la sacudió para quitar las briznas que se le habían quedado enganchadas, después se la echó sobre los hombros.

—Alteza —dijo el soldado, dirigiéndose al príncipe de Verano.

Atticus puso los ojos en blanco y me tendió el brazo para que pudiéramos volver al carruaje. Kavanagh aguardó a que nos adelantáramos para echar a andar tras nosotros; la nuca me picaba, como si la mirada del soldado de Verano estuviera clavada en esa zona de mi cuerpo.

Agradecí con una temblorosa sonrisa la ayuda de Atticus para volver al interior del carruaje y el príncipe subió tras de mí, dejando algo más de distancia entre nosotros en aquella ocasión. La montura de Kavanagh se acercó hacia una de las ventanas del vehículo y Atticus se inclinó en su dirección, dándome la sensación de que ambos parecían ser muy cercanos.

Quizá fueron amigos de la infancia.

—Le pediría humildemente a su Alteza que, si empieza a sentir los mismos síntomas, no dude en hacérnoslo saber de inmediato —dijo el soldado, provocando que mis mejillas se sonrojaran de forma inconsciente.

Atticus me miró con el ceño fruncido, preocupado por mi estado.

—No queda mucho para alcanzar las murallas de la ciudad —contestó en tono reflexivo—. Envía delante de nosotros a alguno de tus hombres para que les haga llegar la orden de que preparen de manera inmediata los aposentos de la princesa de la Corte de Invierno.

Kavanagh asintió y tiró de las riendas de su montura para dar media vuelta, desapareciendo de la ventana. Atticus siguió mirándome fijamente, con una expresión de desazón absoluta; sus ojos de color miel estaban apagados, llenos de culpabilidad.

—Me siento avergonzado de mí mismo —confesó con aflicción—. Debería haber sabido que algo iba mal y que no os sentíais bien...

Alcé una mano tímidamente para frenar sus atropelladas disculpas. Me sentía exhausta después de haberme desmayado, como si todas mis energías se hubieran evaporado sin dejarme ni una sola gota.

—Alteza, por favor —le pedí a media voz—. No tenéis por qué sentiros así. Soy yo la que debería haber hablado antes para daros las gracias por lo que habéis hecho por mí; lamento que me hayáis visto en un momento tan...

Me quedé perpleja cuando Atticus se inclinó sobre su asiento para poder colocar una de sus manos sobre las mías y sus labios formaban una media sonrisa que pretendía hacerme saber que todo estaba bien. Aún se culpaba de lo que había sucedido, a pesar de que nada tenía que ver con mi mareo.

Aquel contacto me hizo sentir incómoda, pero no me lo quité de encima como había hecho con el soldado de Verano.

—Esto quedará entre nosotros —me prometió.

Luego volvió a su antigua posición y desvió la vista para contemplar el paisaje.

—Disfrutemos de lo que queda de viaje, no estamos lejos de la ciudad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro