¿Por qué? ¿Por qué nadie entendía que ella, Victoire, no era ninguna princesita francesa?

Si, por supuesto, ella era rubia y esbelta como su madre, poseía su mismo color de ojos, y también el porte y elegancia heredados de la familia Delacour.
Pero Victoire no era su madre, claro que no, aunque parecía ser lo que todo esperaban de ella. Una refinada chica, que además de ser una Delacour, era también la mayor de una generación hija de héroes de guerra. Todos esperaban que ella fuera la perfecta hija, la perfecta hermana, la perfecta prima, pero Victoire no era perfecta y nadie parecía darse cuenta. Tal vez sus primos si lo hacían, pero la vida de todos ellos ya era lo suficientemente difícil como para compadecerse de la de ella.
Ser la sombra de su madre; ese parecía ser el único propósito que la vida le había impuesto.
En sus años de Hogwarts siempre había estado rodeada de gente, sí, era popular, pero no había tenido ninguna amiga. Todos la admiraban, la seguían, la acompañaban, pero ella estaba sola, no tenía a absolutamente nadie. Con sus compañeros todo era felicidad, risas, diversión, ¿pero quién estaba para ella cuando se sentía perdida en un abismo sin salida? Nadie, esa era la respuesta.
Y ahora, que la única persona que había logrado rescatarla de esa desesperación que la invadía, se había marchado para no volver. Y ahora, que Teddy la había dejado para irse a estudiar lejos, a miles de kilómetros de distancia sin siquiera despedirse, Victoire se dejó caer, dejó de luchar por mantenerse en pie. Se dejó morir; muerta en vida, como dice el dicho. Porque Victoire, la princesita francesa de la familia, nunca lo fue. Ella siempre fue, es, y será la sombra de su madre, y las pocas fuerzas que tenía para seguir luchando, la abandonaron; porque ella, Victoire Weasley, es tan solo una sombra.