Mina miraba a la rosa frente a ella. Los colores opacos, petalos rotos y sin vida. La rosa estaba marchita, muerta, justo como ella.

Mina suspiró.

—¿Qué haces, cielo?

Esa voz que en algún momento le pareció la más hermosa de las melodías, de repente era un ruido ensordecedor. Un pitido molesto.

—Nada.

Nayeon se apoyó en sus hombros, Mina estaba sentada frente a su escritorio dandole la espalda. El tacto quemaba, le dolía.

—Mh, sigues mirando la rosa—Nayeon parece tan ajena a todo—. Es la primera que te di hace un tiempo, ¿no?

—Sí.

—¿Y donde están las otras?

—Las tiré, solo me importa esta.

Nayeon hizo una mueca. —Pero es mejor conservar las que aún tienen color, ¿no? Esa está fea, cielo, ni siquiera se nota que fue una rosa alguna vez.

—Yo solo quiero esta.

Su esposa suspira y gira su silla. Ahora de frente, Mina ya no veía a la hermosa mujer de la que se enamoró. Ni siquiera estaba segura de lo que sentía. Nayeon era tan bella, mas ahora Mina no estaba fijandose en su apariencia. Estaba viendo detrás de su mascara. Estaba viendo su verdadero ser.

Y era tan horrible.

—¿Qué voy a hacer contigo?—ríe Nayeon.

Dejarme ser libre, piensa Mina.

—¿Necesitas algo?—la japonesa susurra incomoda.

—Solo a ti.

El deseo ya no estaba. Sus caricias dolían, odiaba su tacto. Mina solamente se dejó ser manipulada como siempre. Nayeon quizas era la unica que sentía algún placer con eso, Mina no.

Su forma de amar... Mina comprendió que en realidad no era amor.